martes, 18 de septiembre de 2012

LECTURA POSIBLE / 73


ITALO CALVINO Y LAS COSMICÓMICAS

El relato iroqués de la creación del mundo cuenta la historia de una mujer que vivía en un poblado, en la cima de la bóveda celeste. Acusada de adulterio, su enfurecido esposo arrancó de cuajo el árbol de la vida, y a través del profundo hoyo abierto en el suelo arrojó a la adúltera al abismo. En el fondo de éste no existía aún ninguna superficie sólida, sino sólo un inmenso océano hacia el que se precipitaba la mujer en su caída. Pero unas aves marinas sostuvieron a la mujer en el aire y la transportaron sobre la espalda de una tortuga, la cual estaba cubierta por el barro que un castor había recogido del lecho del mar. La tortuga, con el barro amasado en su caparazón, creció lentamente, convirtiéndose en el hogar de la mujer celeste y de sus hijos. Así nació la Tierra.

La colección de Las cosmicómicas, que Italo Calvino redactó entre 1963 y 1964, participa de la atmósfera que es propia del relato iroqués acerca del origen de nuestro mundo, así como de otros que narran en clave mítica los inicios del universo y de la vida, y que están dispersos en la tradición, mayormente oral, de diversos pueblos y culturas.

El momento en que Calvino escribió sus cosmicómicas es significativo en lo que concierne a su trayectoria personal y también en la literaria, la suya y la de su país, oscilante entre el realismo social de los años ’50 y la neovanguardia, ligada al estructuralismo y la semiótica, de la década siguiente. En efecto, tras una primera etapa en la que su obra manifestaba una clara intención social, producto de sus años como partisano en el frente, de su militancia en el Partido Comunista y de su amistad con Pavese, un giro hacia lo fantástico y hacia un tipo de fabulación que permite diversos niveles de lectura dio a conocer internacionalmente a Calvino con su Trilogía de nuestros antepasados, compuesta por las que todavía hoy son sus obras más celebradas: El vizconde demediado, El barón rampante y El caballero inexistente. Por entonces empieza a cobrar forma en Italia una neovanguardia preocupada por el lugar del hombre en la nueva sociedad tecnológica e industrializada, corriente a la que nuestro autor no permanecerá ajeno, como ya puede advertirse parcialmente en su siguiente trilogía, conformada por La especulación inmobiliaria, La nube de smog y La jornada de un interventor electoral. A lo que hay que añadir Marcovaldo, conjunto de fábulas que, sin perder su primigenio carácter social, próximo al neorrealismo, denotan el conflicto subyacente entre campo y ciudad, naturaleza y progreso, sensible ya a las tendencias que empezaban a dominar la literatura italiana. A estos prometedores años, en los que Calvino viaja a Cuba (donde conoce al Ché) y contrae matrimonio, pertenecen estas cosmicómicas, su producto más logrado en el ámbito de la neovanguardia y que, más que una ruptura, constituye un audaz paso adelante con respecto a su obra anterior.

Las cosmicómicas no son relatos de ciencia ficción, ni tampoco de divulgación científica, ni tienen nada que ver con el surrealismo, sino que constituyen un género en sí, género unipersonal e irrepetible ya que es consecuencia de la particular trayectoria de Calvino desde sus orígenes en la editorial Einaudi hasta la completa aceptación de esas nuevas corrientes filosóficas que tanta influencia habrían de tener en Europa en los siguientes años. Publicadas en 1965 por Einaudi, a ellas vendrían a unirse poco después nuevos relatos del mismo estilo que dieron lugar al volumen Todas las cosmicómicas, que entre nosotros ha editado Siruela en su monumental Biblioteca Calvino, que reúne la totalidad de su obra en cerca de treinta tomos. Los relatos que componen el ciclo van precedidos de una cita en la que se enuncia alguna noción científica que sirve a Calvino para abrir su mente, y la del lector, a una fantasía sin límites, fantasía ciertamente en la que como indica el título no falta el humor, pero que viene a constituir finalmente una profunda reflexión acerca de los llamados misterios del universo, de la naturaleza y del hombre. Por lo demás, las cosmicómicas son cada una de ellas, y ante todo, una historia de amor.

El protagonista de las mismas es siempre “el viejo Qfwfq”, entidad múltiple que lo mismo puede ser una nebulosa, un planeta recién nacido, un organismo unicelular de los orígenes de la vida o un camello, por citar sólo algunas de sus variadas reencarnaciones, las cuales tienen en común el carácter parlante del personaje, quien es principalmente el depositario de la memoria del universo y su transmisor, es decir, un contador de historias. En muchas de ellas un acontecimiento crucial para el destino del mundo y de la vida se resolverá accidentalmente a causa de un súbito enamoramiento de Qfwfq, en la época en que éste se hallaba en edad juvenil, lo que viene a dar una inesperada coherencia a estos relatos en apariencia dispersos, convertidos en testimonio de una constante lucha por la vida, para cuyo éxito el amor, un amor cósmico, es una circunstancia tan atormentadora como imprescindible.

Así sucede en la primera de las cosmicómicas, titulada La distancia de la Luna, en la que los primitivos habitantes de la Tierra van en barca hasta un lugar del océano en el que, provistos de una escalera, ascienden a la Luna, lo que da lugar a extraordinarias peripecias cuyos protagonistas son el capitán de la barca, la señora Vhd Vhd, esposa del anterior y de la que Qfwfq está perdidamente enamorado, y un primo de éste. Un complemento importante en las andanzas lunares de los personajes es el arpa de la señora Vhd Vhd, quien tras muchas aventuras quedará solitaria en la Luna y confundida con ésta, haciendo sonar su instrumento que desde entonces, según nos dice Qfwfq, “obliga a los perros a aullar durante toda la noche y a mí con ellos”.

En cambio, en El cielo de piedra, Qfwfq y los restantes personajes se encuentran en el interior de la Tierra, entre lluvias de cristales y metales incandescentes. Aquí la compañera del narrador es Rdix, quien “apenas veía hacerse fluido encima de nosotros el metal de un nuevo cielo, era presa de las ganas de volar”. En uno de esos vuelos, Rdix alcanza la frontera y se pierde de vista en el “afuera”, es decir, en la superficie terrestre. La desaparición de Rdix se asocia en la mente de Qfwfq a los arpegios de un arpa, y guiándose por el sonido de éste asciende hasta la superficie en un desesperado intento de salvarla. Allí encuentra un signo, “un escrito en la arquivolta, en caracteres griegos: Orpheos”, el cual indica la puerta de entrada a nuestro mundo, “con los jukebox que almacenan y vomitan sonidos, y la ininterrumpida sirena de la ambulancia que recoge hora tras hora los heridos de vuestra carnicería ininterrumpida”. Pero Rdix ha desaparecido para siempre, y Qfwfq debe retornar a las profundidades de la Tierra.

Sucede que el mito de Orfeo sobrevuela estos relatos que a veces son una magistral variación de sí mismos, y que, junto a una divertida lección de historia natural, y de celebración de la diversidad de materiales, de fenómenos casi siempre catastróficos que son causa del origen común de todo lo que existe en el universo, nos proporciona una imagen a menudo desengañada de las relaciones humanas, sujetas a prejuicios indeseables y a la tragedia del desamor. A éste se refiere Calvino en otra cosmicómica, la que lleva por nombre Meiosis, en la que el consabido Qfwfq y su amante Priscila son incapaces de fundirse en uno solo, pues incluso como padres sus respectivos cromosomas permanecen separados en el hijo, el cual, ante cualquier circunstancia de la vida, siempre asistirá en su propio ser a la lucha entre la herencia del padre y la de la madre, herencias que a su vez lo son de otros individuos anteriores, también separados, debiendo constatarse en cada caso el triunfo de un cromosoma sobre su par equivalente. Así, el hijo no es más que el campo de batalla en el que sus progenitores, de por vida, intentan zanjar inútilmente sus diferencias.

Por estos relatos sabemos cómo el tiempo fue creado por una caracola, cómo los dinosaurios sobrevivieron a su extinción y de qué modo se las apañaban todos los seres, las materias, la energía, los soles, los planetas, y los fenómenos naturales, para vivir en un solo e ínfimo punto, apenas microscópico, antes del estallido del Big bang. Las cosmicómicas son relatos llenos de originalidad e ingenio, obra de uno de los verdaderamente grandes autores de nuestro tiempo, dueño de una poética personal y del que si en el presente cabe lamentar algo es su ausencia. Pese a ésta, la suya es una obra siempre moderna en tanto que atemporal, y la aquí reseñada constituirá para quienes ya son lectores de Calvino, y para quienes aún no se han iniciado en su obra, una fuente tanto de placer como de reflexión.

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