martes, 23 de octubre de 2012

DISPARATES / 46


PETROS MÁRKARIS: UNA MIRADA A LA CRISIS DE EUROPA

Este verano Le Monde dedicó una serie de reportajes a averiguar con qué se divierten los europeos. País por país, los autores describieron a los humoristas y a los personajes de ficción que con sus bromas e historias, por medio del cine, la televisión o cualquier otro medio, hacen reír a los habitantes de la Unión Europea. En el capítulo de dicha serie dedicado a España el protagonista absoluto era Torrente, el despreciable personaje creado por Santiago Segura, cuyas películas han batido records de taquilla. Bajo el título de Torrente, el policía libertino, inmoral e hilarante la corresponsal en Madrid de Le Monde, Sandrine Morel, explicaba a sus lectores la naturaleza de este individuo como un producto genuino de la sociedad española, a la vez que se preguntaba si su éxito no sería consecuencia de que Torrente muestra a los españoles una parte de su propia realidad que ellos, los españoles, en general prefieren ignorar.

Si hoy echamos un vistazo a las mesas de novedades de nuestras librerías, posiblemente nos sorprenderá comprobar la distancia abismal existente entre lo que se escribe y publica y lo que desde hace tiempo viene siendo materia general de preocupación y conversación en la calle. La literatura de evasión, como el cine, parecen hoy dar la razón al ministro del ramo que considera que la cultura es un mero entretenimiento, y da la impresión de que tal estado de cosas es el que impera igualmente en Europa, donde la realidad ha pasado a ser invisible en la industria cultural. Las únicas excepciones a lo anterior podemos encontrarlas en el género de la sátira, al que pertenece nuestro Torrente, y en el policíaco, en el que desde hace algunos años viene ejerciendo su magisterio el griego Petros Márkaris.

Los artículos y conferencias que componen la mayor parte de La espada de Damocles los escribió Márkaris entre 2009 y este mismo año, mientras redactaba los dos primeros volúmenes de su “trilogía de la crisis”, el primero de los cuales, Con el agua al cuello, se publicó en España en 2010 con gran éxito. El libro que aquí comentamos se completa con una entrevista que se publicó en el Diogenes Magazin, revista trimestral de Diogenes, la editorial que publica la obra de Márkaris en alemán.

Márkaris nació en Estambul en 1937, hijo de padre armenio y madre griega. Estudió economía en Viena y residió algún tiempo en Grecia como apátrida, hasta que obtuvo la nacionalidad tras la caída de la dictadura de los coroneles. Colaboró con Theo Angelopoulos en diversos  guiones, entre ellos los de La mirada de Ulises y La eternidad y un día. Es guionista de televisión y autor teatral. Sin embargo, hasta la invención del personaje del comisario Kostas Jaritos, su principal dedicación fue la cultura alemana, siendo el más importante traductor al griego de las obras de Arthur Schnitzler, Bertolt Brecht y Thomas Bernhard. Hoy es uno de los intelectuales de mayor influencia en su país, y sus artículos aparecen regularmente en la prensa alemana, para la que se ha convertido en una especie de experto al que es obligado consultar acerca de los asuntos griegos.

Turbios asuntos, habría que decir, que se asemejan a los nuestros y que Márkaris expone en este libro con el propósito de intentar entender y explicar las razones de la crisis. Hay un par de observaciones que son constantes en estos artículos, y que ilustran la situación a la que ha llegado la economía griega. En primer lugar el autor insiste en que la crisis, además de a la deuda del Estado, obedece a la gigantesca dimensión de la deuda privada. Y en segundo, según afirma Márkaris repetidamente, el problema griego, que no viene de ayer, es ante todo político.

La ingente deuda pública, nos cuenta el autor, no ha sido creada por las partidas presupuestarias en las que ahora se recorta (sanidad y educación), sino por la práctica, común a los dos partidos gobernantes, del clientelismo, lo que queda demostrado por el hecho de que en apenas treinta años “la función pública casi se ha cuadruplicado, porque la mayoría de los gobiernos no la consideraban un servicio público, sino una estructura nebulosa en la que se podía colocar a amigos, con el único objetivo de ganar electores”. Los dos partidos mayoritarios, según Márkaris, habrían ejercido sobre el Estado un auténtico vampirismo político y económico que ha rendido inmensos beneficios a sus compadres de dentro y de fuera de Grecia. De ello baste citar dos ejemplos: los 11.500 millones de euros que oficialmente costaron al país los Juegos Olímpicos de 2004, transferidos por contratas millonarias a empresas de construcción que se encargaron de erigir unas instalaciones a las que hoy el abandono ha llevado a la ruina; y el incalculable gasto militar de las últimas décadas a cuenta del secular conflicto con Turquía, nación que entretanto también se ha endeudado gravemente mediante la compra de armamento, lo que resulta aún más sangrante si se tiene en cuenta que ambos países son aliados en virtud de su pertenencia a la OTAN. A este respecto, Márkaris cuenta una jugosa anécdota: ya en plena crisis, en 2010, el ministro alemán de Asuntos Exteriores visitó Grecia para persuadir a los griegos de las ventajas de la contención del gasto, lo que no le impidió negociar en secreto un contrato para la compra por el Estado griego de nuevos cazas alemanes Eurofighter, que debían sumarse a un contrato negociado previamente que, además del Eurofighter, incluía tanques Leopard, también de fabricación alemana, y una partida de Mirage. Los miembros de la “troika”, resume Márkaris, llegaron con unas enormes tijeras para recortar todo lo recortable, con una única excepción: no tocaron el equipamiento militar para que, en la medida de lo posible, no se enfadaran algunos países europeos”.

Otra cuestión no menos política, pero también cultural, es la que se refiere a la deuda privada. Hasta su ingreso en la Comunidad Económica Europea, nos dice Márkaris, Grecia era “un país pobre que sabía vivir decentemente con su pobreza”. Situación que cambia radicalmente a principios de la década de los ’80, cuando al país empiezan a afluir las subvenciones procedentes de Europa. Así, “los griegos ya no necesitaban ninguna ‘cultura de la pobreza’, pero tampoco habían desarrollado ninguna ‘cultura de la riqueza’”. A resultas de lo cual, “el consumo se convirtió en la fuerza motriz de la sociedad”. Un consumo desenfrenado y no sustentado por ninguna actividad productiva real, sino sólo por el crédito, fenómeno alentado y aplaudido por el gobierno, por los partidos mayoritarios y por los medios de comunicación. Y, naturalmente, por la banca.  A lo que hay que añadir que la parte de la sociedad que nunca se benefició de dicha riqueza es justamente “la que trabaja desde hace décadas de manera productiva, que constituye la verdadera y única fuerza motriz de Grecia” y a la que se debe que el país no haya quebrado completamente, hasta ahora.

Esa parte productiva es la que menos se ha tenido en cuenta en la política griega, cosa que no ha cambiado con la crisis, la cual, según el autor, ha dividido a la sociedad en cuatro grupos: los beneficiarios, entre los que se encuentran las empresas de construcción y los proveedores farmacéuticos, “sectores corruptos que financiaban las campañas electorales a los diputados, quienes a su vez se aseguraban buenos puestos de trabajo para sus familiares”; el segundo grupo es “el de los mártires, dueños de pequeñas y medianas empresas, sus trabajadores y los pequeños autónomos, que han perdido la esperanza y para los que no existe perspectiva alguna de alcanzar un futuro mejor”; el conjunto de los enchufados en los cargos públicos y en los sindicatos constituye el tercer grupo, el de “los Moloch”, una comunidad tan influyente como inepta que no se conformó sólo “con los puestos clave [en el Estado], ya que muy pronto todo el aparato estaba en las manos de los miembros del PASOK y sus contactos”, lo que explica que casi uno de cada dos militantes de este partido ocupe un puesto en la Administración; y, por último, el grupo “que más me preocupa”, nos dice Márkaris, “el de los jóvenes griegos, sentados todo el día frente al ordenador, buscando en internet, desesperados, un trabajo, sea donde sea”.  

En el artículo ¿Sólo una crisis financiera?, Márkaris utiliza argumentos históricos para presentar un cuadro político y económico sin el que habría sido imposible la deriva del Estado en los últimos años. Y concluye: “Grecia vive hoy la fase final de un sistema fracasado. Y le hemos pedido a la misma clase política que ha regalado la crisis al país que se ocupe de sanearlo y sacarlo de esta situación. Sin embargo, estos políticos han perdido por completo su credibilidad”. 

El mensaje de Márkaris es inquietante doblemente, no sólo porque tal estado de cosas haya caído de golpe sobre un país de la Unión Europea, sino también porque, salvando las diferencias históricas entre ambos países, lo que acontece hoy en Grecia parece marcar el rumbo de nuestro futuro inmediato. Es posible que el contenido de algunos de los artículos de La espada de Damocles a día de hoy haya quedado algo desfasado, a la vista de las nuevas exigencias que allí formula la “troika” casi a diario, pero tal es el riesgo que debe correrse cuando, como dice el propio Márkaris, se ocupa uno “de temas de actualidad cuya evolución todavía no ha concluido”. En efecto, los hechos a los que se refiere el autor están lejos de llegar a su final, no sólo en Grecia, y si este libro nos ayuda a comprenderlos, también sirve para ilustrar los principios de una solidaridad internacional hoy indispensable. A ella se refiere Márkaris también en su obra de ficción, la cual debe mucho a los artículos que componen este libro. En uno de dichos artículos, titulado Las luces se apagan en Atenas, el autor acusa a esos beneficiarios y miembros del grupo de “los Moloch” de haber allanado el camino de la crisis: “Ayer ellos estaban en la cima. Hoy son sus hijos los que caen en el abismo. Y mañana los padres experimentarán la rabia de estos niños”.

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