martes, 25 de febrero de 2014

LECTURA POSIBLE / 137

KLAUS MANN, EL CONDENADO A VIVIR

Este libro reúne textos escritos entre 1930 y 1949, textos que, por su temática y cronología, pueden ordenarse en tres partes: la primera dedicada al ascenso del nacional-socialismo; la segunda al exilio y a la actividad propagandística realizada por el autor, sobre todo en Estados Unidos; y la última, ya tras el fin de la guerra, centrada en el regreso de Klaus Mann a Alemania y referida al estado del debate intelectual en Europa en esos primeros años de postguerra. Desde la perspectiva vital de su autor, los artículos, breves ensayos y poemas que componen el libro abarcan el período comprendido entre el momento en que, con veinticuatro años de edad, Mann publica sus primeras obras literarias y estrena junto a su hermana Erika la obra teatral Anja und Esther y su suicidio en Cannes, apenas dos meses después de que redactara el último de los textos aquí recogidos.

De la obra de Klaus Mann son conocidas entre nosotros sus novelas Mefisto, El volcán y Encuentro en el infinito, de la que hablamos aquí hace unos meses. Decíamos entonces que la obra de Klaus Mann estaba muy ligada a su familia y en particular a las variables relaciones que mantuvo con su padre y su hermana, pero sobre todo a las circunstancias históricas que le tocó vivir, unas circunstancias que contribuyen a iluminar los textos de este volumen, los cuales nos permiten adentrarnos en los conflictos que guiaron su vida y que terminaron por precipitar su muerte cuando sólo contaba cuarenta y tres años. Pues en efecto vida y muerte de Mann estuvieron marcadas por el nazismo, y acaso sea ilustrativo que su trágico desenlace, a diferencia de lo que sucedió con otros autores contemporáneos que por voluntad propia pusieron fin a su vida en el exilio, se produjera ya tras su vuelta a Alemania y años después de que aquél fuera derrotado, lo que en el caso de Mann representa una muy poco alentadora visión de Europa en los años iniciales de su reconstrucción.

Los tres primeros textos de El condenado a vivir constituyen una reflexión sobre la naturaleza del nazismo. Concebido el que abre el libro como respuesta a una carta de Stefan Zweig en la que éste aludía al radicalismo de la juventud en tiempo de la tambaleante República de Weimar, en él su autor considera necesario precisar que si el radicalismo consagrado al progreso debe ser acogido con entusiasmo, no ocurre lo mismo con el que persigue únicamente la regresión, el revanchismo y la guerra, y añade: “Repudio ante usted a mi propia generación. No quiero comprender a esas personas, las rechazo. En esto consiste mi radicalismo”. Esta respuesta a Zweig, redactada en una fecha tan temprana como 1930, nos revela dos datos que serán constantes en la vida de Mann, y en consecuencia en el resto de las páginas del libro que comentamos: en primer lugar su intuitiva conciencia personal de lo que significaba el nazismo, junto a la convicción del papel que los intelectuales estaban llamados a desempeñar frente a él; y, en segundo, la cándida incomprensión de muchos de sus contemporáneos, que sólo acertaron a vislumbrar la gravedad de los hechos cuando estos les afectaron personalmente. A esos hechos se refiere Mann cuando describe el modo en que una horda de camisas pardas intentó sabotear una asamblea pacifista en la que intervenía su hermana Erika, o cuando alude a las falsedades y amenazas que constituían el lenguaje habitual de las páginas del Völkischer Beobachter, el periódico nazi.

La mayor parte de los textos que componen el libro fue escrita después de 1933, hallándose ya Mann en el exilio. Al año siguiente, encontrándose en Suiza, se le notificó la “privación de nacionalidad” por la que fue despojado de sus derechos como ciudadano del Reich, a lo que alude en el artículo Ya no quieren que sea alemán, que se publicó en una revista de St. Gallen. Allí escribe: “El daño que podían hacerme en la práctica ya me lo habían hecho antes. Ya me habían robado lo que me pertenecía: mis obras estaban prohibidas; mi pasaporte no se me renovaba. Este gesto honorífico no cambia nada en absoluto. ¿Qué más pueden quitarme? Seguro que no la esperanza de que esa parte del mundo, Alemania, vuelva a ser un día mi verdadera patria”. Pero esta conciencia del exilio asumida por Mann de manera desafiante no contemplaba las dificultades que son propias de todo exilio, que en su caso se harían más notorias en Estados Unidos y que acabarían por hacerle afirmar que no hay otra patria más que la lengua, una patria cultural de la que estaría tentado a renegar poco más tarde, cuando empezara a redactar sus artículos en inglés y concibiera incluso el proyecto de escribir una novela en ese idioma.

Mientras tanto, el camino del exilio empieza a quedar sembrado de los cadáveres de amigos y colegas del mundo de las letras, muchos de ellos suicidados, como el propio Zweig o como Ernst Toller; otros fallecidos accidentalmente, como fue el caso de Ödön von Horváth. A cada uno de ellos dedica Mann un recuerdo emocionado y a la vez perplejo, que además venía a sumarse a la evocación de los suicidios habidos en su propia familia. Tales hechos inspiran su poema El canto de los rostros perdidos, en el que escribe: “¿En qué mareas habéis sumergido vuestras cabezas / para que hayan desaparecido, tan lejos de nuestra vista?”, así como Misiva: “Nada más apartarse de la tristeza, aprende a volar. / Levanta sus alas. Se eleva. Lo vemos alejarse / y sentimos un corazón pesado como la piedra, ese corazón recientemente aplastado / nos impedirá volar y huir. / Debemos permanecer aquí abajo. Nuestro lugar / está en medio del combate. Resistirás a mi lado, ¿verdad?”

En Estados Unidos Mann funda una revista, Decision, que habría de servir de puente entre los intelectuales antifascistas de ambos lados del Atlántico. En el editorial de su primer número, publicado en Nueva York en enero de 1941, escribe: “Queremos hacer una revista independiente, pero no imparcial. Aquellos a quienes la cultura preocupa tanto no pueden hoy permitirse ser imparciales. La cultura debe implicarse, hacerse militante; si no, está sentenciada a perder. El hecho de que nos aventuremos precisamente hoy con la creación de una revista literaria, una revista consagrada a la cultura libre, es ya, en sí mismo, un gesto de protesta y de esperanza”. Pero Decision, en la que colaboraron autores como Aldous Huxley y Jean Cocteau, tuvo una existencia efímera y, privada de fuentes de financiación, publicó su último número en febrero del año siguiente. Al fracaso de la publicación se refirió Mann en unas líneas que no verían la luz hasta 1985 y en las que manifestó su profunda decepción acerca de la indiferencia con que fue recibido su proyecto y en general hacia la cultura norteamericana: “No veo razón alguna para esperar que América se ponga a la altura de su formidable misión. Sólo veo arrogancia e ignorancia, codicia y vanidad, tanto en el bando de los aislacionistas como en el de los intervencionistas”. El desengaño americano de Mann, que motivó un primer intento de suicidio, tuvo consecuencias en su carácter y en especial en su manera de contemplar el mundo contemporáneo y las expectativas que se abrirían al final de la guerra. En efecto, considerando que Hitler estaba abocado a la derrota, lo que a Mann empieza a preocupar entonces es quién ganaría la guerra, a lo que se responde que la perspectiva de “un siglo americano” le resulta tan odiosa como el propio nazismo. Así, para Mann la cuestión principal no era ya el fin de los nacional-socialistas, sino sobre quiénes, y con qué criterios, recaería el trabajo de reconstruir Alemania y Europa.

Los últimos cinco textos del libro están escritos poco después del final de la guerra, el primero de ellos en Roma y los restantes ya en Alemania. El primero, Hitler ha muerto, se publicó en inglés en la revista Stars and Stripes y viene a ser un balance de lo que ha significado la tragedia del nazismo, de su brutal ascensión y de su no menos brutal caída, pero también de su posible e indeseable herencia. Con Hitler se encontró personalmente Mann en un salón de té de Munich en 1932, episodio que narra aquí y que también aparece en su autobiografía Le Tournant. “No era un gran hombre. En ningún sentido. Hitler ha gobernado Alemania durante doce años y ochenta días”, escribe. “Puede parecer poco tiempo, pero es un tiempo increíblemente largo cuando se tiene en cuenta el carácter particular de este régimen y de su jefe. Pero la historia del jefe nazi resulta, a la vez, muy instructiva y da lugar a la reflexión. Las generaciones futuras se quedarán extrañadas y atónitas ante esta saga de crimen y locura. Podría ocurrir que, a título de lección y de advertencia, el Tercer Reich y sus dirigentes perduren más allá del próximo milenio”.

El pesimismo de Mann se confirmó con creces tras su llegada a Alemania, sobre lo que escribió en Berlín a un año de la conclusión de la guerra: “Incluso si resultara que la enfermedad alemana no fuera a durar eternamente, por el momento la curación no está ni siquiera a la vista”. A Klaus Mann, que había heredado de su padre, y ampliado, sus convicciones europeístas, el panorama contemplado a su regreso se le antojó desolador. A ello se refiere en La crisis del espíritu europeo, texto que cierra este volumen y que escribió unas semanas antes de su muerte. En él hace un recorrido por la situación cultural de Europa y se pregunta qué es lo que los intelectuales tienen que decir ahora y qué puede esperarse de ellos una vez alcanzada la paz. Pero quienes habrían sido los interlocutores naturales de Mann no estaban con él ni tenían nada que decir. Quienes eran sus referentes ya están muertos, y la prohibición de sus obras durante doce años ha resultado ser un medio eficaz para relegarle a un absoluto olvido. En esos mismos años ha iniciado sus actividades el “Gruppe 47”, del que forman parte unos jóvenes llamados Heinrich Böll, Günter Grass e Ingeborg Bachmann. Él, Klaus Mann, no tiene nada ver con ellos. El abismo abierto es demasiado grande, y el apellido Mann, que siempre había pesado sobre él, contribuía a hacerle a los demás aún más extraño. Pronto llegaría “la literatura de los escombros”, que sin embargo no bastaría para que los intelectuales participaran en la reconstrucción de Alemania, una reconstrucción que correría a cargo de los industriales y financieros que se aliaron con Hitler, asociados ahora con el ocupante extranjero. En esos últimos meses Mann había vuelto a escribir en alemán, y fruto de ello es un artículo, El problema de la lengua, en el que escribió: “Se puede perder la patria, pero la lengua materna es un bien inalienable, la patria del apátrida”.

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