martes, 27 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 48


ANGEL WAGENSTEIN, UN AUTOR ENTRE DOS MUNDOS

La historia de la literatura está repleta de autores que han unido su suerte, vital y artística, a una ciudad, a un país y a un momento que les marcó, que les sirvió de materia prima para su creación y del que se alimenta la totalidad de su obra. Otros, por la fuerza de las circunstancias, han visto adherida su vida y su obra no a un lugar, ni a un acontecimiento histórico, sino a un trayecto. Leídas sus obras por orden cronológico, incluso cuando no hay en ellas, o no explícitamente, un contenido autobiográfico, lo que nos proponen es compartir con sus autores un viaje. De estos últimos destaca el nutrido grupo de escritores judíos que vivieron los acontecimientos europeos de las primeras décadas del siglo pasado, cuyas biografías discurren entre el disparate y la tragedia, y cuya diáspora, que en el caso de Joseph Roth concluyó en París, en el de Zweig en Brasil, y en el de Singer en Florida, no es ni más ni menos que la diáspora de lo mejor de toda una cultura: la europea.

¿Qué trayecto literario puede unir Toledo con Shanghai? A esta pregunta responde la obra novelística, breve pero sustancial, de Angel Wagenstein, judío de Plovdiv que durante décadas vivió profesionalmente en el mundo del cine, en el de su natal Bulgaria y en el de la República Democrática Alemana, y que sólo tardíamente, con más de setenta años, se pasó al mundo de la novela, para el que ha dejado (hasta ahora, ya que este autor de edad bíblica aún se encuentra entre nosotros) tres obras magistrales que constituyen uno de los itinerarios narrativos más sólidos de los últimos años. Wagenstein realizó sus estudios de cine en el Instituto Gerásimov de Moscú, antes llamado Instituto Soviético de Cinematografía, y en su doble calidad de director y guionista participó en algunas de las películas más notables del cine del Este de postguerra, entre ellas Sterne (1959), producción de la DEFA que fue dirigida por Konrad Wolf y que recibió el premio especial del jurado en Cannes (otra película de los mismos autores, producida en 1971, sobre la vida de Goya, espera todavía su estreno español*). Y se diría que su experiencia cinematográfica, a diferencia de lo que sucede con otros escritores procedentes del cine, no ha perturbado, sino más bien enriquecido, su maestría como genuino autor literario, de lo que son buena prueba El Pentateuco de Isaac, Lejos de Toledo y Adiós, Shanghai.

La primera de ellas, publicada en 1998, ostenta un subtítulo ilustrativo acerca de las intenciones, el tono y el ámbito en el que se desenvuelve la narración: Sobre la vida de Isaac Jacob Blumenfeld durante dos guerras, en tres campos de concentración y en cinco patrias. Y es que en efecto el sastre que es protagonista de la novela, en la que describe su existencia a un amigo rabino o a algún otro cliente de su afamada sastrería de Kolodetz, en Galitzia, es uno de esos personajes que a causa de los imprevistos desmanes de la política mundial, y de sus consiguientes guerras, pasa de ser súbdito del Imperio Austro-Húngaro a ciudadano polaco, después soviético, de nuevo súbdito de otro imperio, el Reich alemán, y finalmente austríaco, pasmosa sucesión de metamorfosis que el sastre realiza, lo que es más admirable, sin moverse de su pueblo. El relato está efectuado con la sencillez y aparente ingenuidad que caben esperar en un sastre rural, lo que quiere decir que no faltan en él ni la ironía ni el humor. Lo que no resta dramatismo, sino todo lo contrario, al relato de los hechos vividos ni a la soledad final de este hombre que se interroga acerca de la conveniencia de reunirse con sus seres queridos.

Lejos de Toledo (2002) nos presenta al bizantinólogo Albert Cohen, emigrado en Israel, de vuelta a Plovdiv. La novela tiene un fuerte contenido autobiográfico que se muestra en dos direcciones: por una parte en el carácter sefardí del protagonista, cuyos antepasados eran originarios de Toledo, como los de Wagenstein; y por otra por la impronta que dejó en éste la multicultural Plovdiv de antes de la guerra, en la que habitaban armenios, otomanos, gitanos y judíos. Aquí reaparecen el humor y el espíritu de estoica ironía ante la vida en el personaje de Abraham el Borrachón, hojalatero y abuelo del protagonista. En este recorrido por la ciudad de su infancia, Cohen será guiado por el fotógrafo Kostaki el Eterno, el cual atesora la memoria de un mundo que ya ha pasado a la historia y que desaparecerá con él en una especie de auto de fe que nos recuerda a otro escritor nacido en tierras búlgaras e igualmente sefardí, Elias Canetti (cuya familia procedía de la villa de Cañete, en Cuenca). El retorno a Plovdiv permitirá al protagonista su reencuentro con Araxi Vartanian, su amor juvenil, cuya historia, oculta durante muchos años, podrá ahora descifrar, así como añadir al conocimiento anterior de su ciudad una visión nada complaciente de la Bulgaria actual.

La tercera y hasta ahora última novela de Wagenstein es Adiós, Shanghai (2004). Dividida en dos partes, la primera se desarrolla en 1938. El arranque de esta primera parte, excepcional, nos muestra a la Orquesta Filarmónica de Dresde interpretando la sinfonía Los Adioses de Haydn. Al término de la interpretación, los músicos apagan las velas de sus atriles y se retiran del escenario, siendo detenidos todos los de raza judía en el mismo teatro. Algunos supervivientes conseguirán llegar a la por entonces ciudad internacional de Shanghai, donde se desarrolla la segunda parte. La ciudad se encontraba por entonces envuelta en la guerra chino-japonesa, y compartimentada en sectores bajo administración de distintas potencias. En esa delirante y miserable Shanghai, y en condiciones penosas, los emigrados forzosos tratan de salir adelante mientras establecen sutiles y a menudo precarias relaciones entre ellos. Al final de la guerra, los supervivientes descubren con perplejidad que ésta ha trastornado definitivamente sus vidas, sin que exista en ellas reparación posible.

Tras semejante itinerario, al autor, como al lector, le quedan sólo un puñado de preguntas sin respuesta y una profunda incertidumbre acerca de la condición y el futuro del hombre. Estas tres novelas que ha editado Libros del Asteroide en excelentes traducciones nos descubren a un gran autor que es nuestro contemporáneo, que nos habla de un pasado que es necesario conocer, que no escatima sus dudas acerca del presente que vivimos y que nos devuelve esa épica dimensión humana que es propia de la mejor novela europea. Este autor cuya vida y obra aparecen divididas en dos mundos, el remoto hogar de sus antepasados y el Este de Europa, la novela y el cine, afirma que “la risa es la puerta que abre los muros que nos separan”. Pocas veces una producción literaria limitada a tres novelas dejará en el lector una impresión tan vasta y profunda como la que consigue transmitir Wagenstein, y esto sirviéndose de un lenguaje afín al de sus personajes, en el que eficazmente pueden mezclarse el ladino y el turco, y logrando hacer accesibles historias a menudo de gran complejidad estructural sin que esto llegue a lastrar la lectura. Esa aparente sencillez con la que están dispuestos los elementos que las componen, y de los que son portadores unos personajes cargados de humanidad y por ello inolvidables, es lo que identifica a los que son verdaderamente grandes en el arte de contar historias. Que en estos tiempos de devaluación de la literatura nos lleguen de primera mano obras así y de un autor vivo, es algo a lo que la palabra descubrimiento no hace justicia. Es, más bien, un milagro.
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* Goya, oder Der Weg der Erkenntnis arge (Goya, o por las malas a la Ilustración), 1971. Dirección de Konrad Wolf y guión de Angel Wagenstein sobre la novela de Lion Feuchtwanger.

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