martes, 20 de noviembre de 2012

LECTURA POSIBLE / 79


ELSA MORANTE, MEMORIA RECOBRADA

Pocas veces como en la obra narrativa de Elsa Morante, que abarca un período que se inicia en 1941, cuando redacta los cuentos de su volumen Il gioco segreto, y que culmina en 1982 con su última novela, Araceli, se encontrará en una similar (por lo extensa) carrera creativa una comunión tal de intereses, de temas y de impulsos poéticos. Ya los cuentos del volumen citado, de los que algunos serían recuperados en un libro que apareció en 1963 bajo el título de El chal andaluz, anuncian el contenido y el aliento de toda su obra, un aliento del que la propia autora ha dejado pistas esparcidas aquí y allá, por ejemplo en su novela Mentira y sortilegio, de 1948, en la que su protagonista y narradora se presenta así: “Aunque ustedes, queridos lectores, encontrarán en estas líneas a más de un personaje contagiado por el morbo de la imaginación, sepan que ya han conocido al enfermo más grave, pues aquí me tienen: soy yo, Elisa”. A lo que también alude un personaje de Araceli: “A veces puede parecer que las memorias son producidas por la fantasía, mientras que, en realidad, la fantasía siempre es producida por las memorias”. Sucede que esa mezcla de fantasía y realidad, presente en estas novelas separadas entre sí por casi cuarenta años, es la materia prima de la que se sirve en abundancia la autora, lo que la convierte en maestra, y creadora avant la lettre, de un estilo cuyas claves, sin dejar de ser propias, comparte con las de ese llamado “realismo mágico” al que algunos autores dieron carta de naturaleza en otro hemisferio, cuando Elsa Morante ya había escrito más de la mitad de su obra.

La memoria a la que se refiere la autora es ante todo una memoria familiar, compuesta por historias que participan de un mismo impulso vital, ya que en el universo creativo de Morante la vida es lo mismo que la literatura, una recreación continua que se niega a extinguirse y que busca en las palabras, además de su explicación, su propia e infinita pervivencia, lo que otorga a su narrativa, junto a esa combinación de realidad y magia (una magia llamada a conjurar y prolongar la vida) una aureola proustiana de indagación y de búsqueda de los orígenes. A todo ello se refirió la profesora Stefania Lucamante en un ensayo de gran utilidad para comprender la obra narrativa de la autora y que permanece inédito en castellano.*

Proust planea sobre estas páginas que adoptan por lo general la forma de una evocación de lo doméstico, entendiendo esto no sólo como lo que es perceptible a primera vista, lo que puede ser transferido mediante una descripción apegada al tradicional realismo, sino también por aquello que pertenece a la biografía íntima de los personajes, los sueños y las pesadillas que subsisten y se alimentan subterráneamente, y que en la vida real suelen permanecer en la esfera de lo incomunicable. A esto hay que añadir la voluntad de la autora de reproducir fielmente el habla de sus personajes, lo que en el caso del Manuele de la novela Araceli, hijo de una andaluza cuyo nombre da título al libro, da pie a un recorrido hereditario por cierta tradición oral compuesta por nanas, refranes y palabras en español que formarán parte del viaje interior y exterior del protagonista. Todo ello a fin de dar al lector una imagen más completa de la rica subjetividad, hecha tanto de fantasía como de memoria, que atraviesa a sus personajes.

Elsa Morante nació en Roma hace ahora cien años. De 1933 datan sus primeros poemas y relatos, que aparecieron en diversas publicaciones. Al ya mencionado Il gioco segreto, su primer libro, sucedió unos años más tarde una fábula infantil, Le Bellissime Avventure di Caterì dalla Trecciolina, que revisó en 1959 y que en español se ha publicado con el nombre de Las extraordinarias aventuras de Caterina. En 1941 se casó con Alberto Moravia, que la ayudó a introducirse en los círculos literarios romanos; trabó amistad con Pier Paolo Pasolini y durante la ocupación alemana se trasladó al sur de Lacio, donde tradujo a Katherine Mansfield y empezó a redactar la novela que la haría célebre, Mentira y sortilegio.

Esta novela aparece como una rara avis en la literatura de postguerra. Hoy se ha convertido en un tópico citar a Natalia Ginzburg, que entonces era lectora de la editorial Einaudi, al tratar de esta Mentira y sortilegio: “La leí de un tirón y me gustó inmensamente, pero no estoy segura de haber tenido entonces plena conciencia de su importancia y esplendor”. En medio de la sobria narrativa neorrealista de la época, aquel libro de más de mil páginas llegó a Einaudi como caído de otra galaxia, una en la que estaban admitidas la luminosa desmesura y una no menos luminosa imaginación, mediante las cuales se hacía posible abarcar la dura realidad de postguerra desde una nueva perspectiva en la que cohabitaban la novela decimonónica y el cuento de hadas, y que poseía, según Ginzburg, “la intensidad desgarradora y dolorosa de nuestra existencia cotidiana”. En ella, el personaje de Elisa es el alma creadora de una historia familiar concebida a imagen de las novelas de aventuras y las sagas pobladas por héroes caballerescos y doncellas, libros que, en su calidad de mujer joven y huérfana, lee obsesivamente. Dichas lecturas, por medio de una metamorfosis quijotesca, terminan por convertir a sus anodinos padres, abuelos, y a la mujer que se ocupó de la narradora en su infancia, en personajes de leyenda. También el mediocre entorno se transfigura, sublimándose en un relato que no deja de ofrecer sorpresas y que constituye un mundo tan prolijo como fascinante. Así, al referirse a estas invenciones y transfiguraciones de la realidad, la narradora puede afirmar que “mi mayor gloria consistía en que, aun creyendo en ellas y profesándome hipócritamente su súbdita fiel, me consideraba su emperatriz, y casi su diosa, y no dudada en sostener entre los dedos el hilo de sus vidas arrogantes”. A lo que añade: “Pero aquellos fantasmas se vengaron de mi orgullo tomándose al mismo tiempo la revancha contra la necia Elisa mediante la razón y la realidad”. El libro se publicó gracias a la influencia de Cesare Pavese y ha aparecido por primera vez entre nosotros este mismo año.

De 1974 es La Historia, que la autora escribió años después de separarse de Moravia y que está ambientada en la Roma de la II Guerra Mundial, una Roma que “en los últimos meses de la ocupación alemana tomó el aspecto de ciertas metrópolis indias, donde sólo los buitres se alimentan hasta la saciedad y no existe ningún censo de vivos y muertos”. Esta novela coral, en la que se cruzan los destinos de la joven judía Ida Ramundo y Useppe, su hijo bastardo, la familia Marrocco, el anarquista Davide y una amplia nómina de personajes secundarios, es herencia de algunas de las obras seminales del siglo XX, entre ellas Berlin Alexanderplatz y Manhattan Transfer (y, no con menos motivo, de los Campos de nuestro Max Aub). En ella, como sucede con Berlín y Nueva York en las novelas de Döblin y Dos Passos, se nos ofrece una reconstrucción literaria de la Roma en guerra, ciudad mísera en la que las historias personales de sus habitantes se yuxtaponen entre sí y a la vez con los grandes acontecimientos de la época, para lo que la autora se sirve de gran variedad de recursos (carteles, noticiarios radiofónicos, recortes de prensa) que terminan por componer un inmenso collage en el que la vida y la muerte bullen incansables, reproduciendo un emocionante cuadro de las penalidades y los anhelos humanos en tiempo de guerra.

Araceli, la última novela de Morante, es ya ilustración de otra Europa, la de los años ’70, e ilustración también de lo que podríamos llamar la conexión española de la autora, una conexión establecida a raíz de su amistad con la malagueña exiliada María Zambrano, de cuya hermana tomaría prestado el nombre para dar título a este libro. Ambas hermanas vivían por entonces en un apartamento del barrio de Trastevere, en el que la filósofa entabló con Morante profundas “relaciones de pensamiento y de emoción”, de lo que resultó que ambas autoras fundieron “en la misma ‘llama de amor vivo’ su compromiso político contra el fascismo, contra la injusticia y contra el mal de la Historia”.**

La novela cuenta la peripecia de Manuele, quien viaja a Andalucía para rastrear las huellas dejadas por su madre. A la manera de un contrapunto, la narración de los hechos del presente (el viaje a Almería y después a la aldea donde nació Araceli) se alterna con una indagación en la memoria en busca de los propios orígenes. El libro viene a ser una reflexión sobre la crisis existencial del individuo, salvado de la disolución sólo por medio del amor, todo ello ambientado en la España de noviembre de 1975, en vísperas de la muerte del general Franco, y en una Andalucía que se nos muestra como paradigma y encarnación del Sur, un territorio mágico opuesto a la hostil tecnocracia anglosajona.

Elsa Morante murió en su ciudad natal en 1985. Para el lector español su obra es un descubrimiento tan tardío como estimulante, no sólo por esa conexión española a la que nos hemos referido a propósito de Araceli y que también está presente en otras obras de la autora, sino igualmente, y sobre todo, por el coraje con que escribió siempre contra corriente, por la libertad de su invención y porque la fantasía de su escritura nos sirve paradójicamente para iluminar las oscuras regiones de la memoria. Su obra, incluso en los pasajes más trágicos y conmovedores, transmite un fervor apasionado por la vida, y por lo que por ésta puede hacer la literatura. Acercarse ahora a su obra significa conocer uno de los tesoros escondidos de la novela italiana del siglo XX.
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* Stefania Lucamante, Elsa Morante e l’eredità proustiana, Fiesole, Cadmo, 1998
** Elisa Martínez Garrido, De nuevo acerca de Elsa Morante y María Zambrano. Algunas consideraciones sobre el amor, la piedad y la historia. Cuadernos de Filología Italiana, 16, 2009

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