martes, 18 de marzo de 2014

LECTURA POSIBLE / 139

HIJAS IMPERTINENTES O EL ARTE DE LA AUTOBIOGRAFÍA, UN RELATO INÉDITO DE DORIS LESSING

Son infrecuentes los casos de autores que en vida despiertan la atención de los biógrafos, y cuando tal cosa ocurre suele ser signo de una existencia anómala, o como mínimo aventurera. No parece que estos adjetivos puedan aplicarse a Doris Lessing, pese a lo cual la autora inglesa fue en las últimas décadas de su vida sujeto (o víctima) de un gran número de ensayos biográficos, cuya cantidad excede seguramente al de los estudios dedicados a su obra. Las razones de ello no se encuentran en la apacible vejez de esta mujer que vivió medio siglo en su casa del Hampstead, al norte de Londres, cuidando de su hijo inválido y de sus gatos, sino en los años de su juventud pasados en África, cuando militó en el Partido Comunista; en las peculiaridades de su feminismo y, acaso, en ese carácter excéntrico e independiente que le llevó a rechazar el título de dama del Imperio Británico con el convincente argumento, según sus palabras, de que “tal imperio ya no existe”.

La recientemente desaparecida Doris Lessing fue una autora prolífica que durante décadas no rehusó incorporar a su obra diversas experiencias personales relacionadas con la política, la segregación racial, la maternidad y la crianza de los hijos, la condición de la mujer, las etapas de la vida, el amor, el enamoramiento y el sexo. Pero no siempre su producción se ha nutrido de su propia vida, y en los años setenta, cuando pareció abandonar definitivamente los temas sociales de sus primeras narraciones, se entregó por completo a la ciencia ficción, lo que dio lugar a la parte más incomprendida de su obra, una parte, la de la serie de los cinco libros de Canopus en Argos, con su apocalíptica y pesimista visión de una humanidad sometida a las tiranías y a las catástrofes naturales, que sin embargo podría ser la que más y mejor se recuerde de Lessing en un futuro próximo.

Un relato autobiográfico era ya En busca de un inglés, escrito en 1960, y autobiográfico es también el contenido de muchos pasajes de El cuaderno dorado, novela que se publicó dos años más tarde y que se convirtió enseguida en referencia casi mítica, sobre todo para el movimiento feminista. No obstante, la obra propiamente autobiográfica de Lessing fue redactada mucho más tarde, y por distintos motivos.

Nacida en Persia, su familia no tardó en trasladarse a Rodesia (hoy Zimbabwe). Allí se casó, tuvo dos hijos, se divorció y volvió a casarse, esta vez con el comunista Gottfried Lessing, con el que tuvo otro hijo, Peter. Abandonada por su esposo, Doris Lessing se marchó con su hijo pequeño a Londres, encontrando allí una ciudad medio en ruinas que trataba de ponerse de nuevo en pie tras la guerra mundial. Bajo el brazo llevaba su primera novela, Crece la hierba, que en principio no interesó a ningún editor. Trabajó de niñera y telefonista, e incluso pasó por la redacción de un periódico que abandonó pronto, ya que a esa edad ingenua le resultaba incomprensible que debiera ajustar el contenido de sus artículos a la tendencia política de sus jefes. Su minusválido hijo Peter es el que ha ocupado, junto a la literatura, varias décadas de la vida de Lessing. A sus dos hijos “africanos” los visitaría siendo ya una autora de prestigio: el mayor, John, dueño de una granja, murió de un ataque al corazón a finales de los noventa. Jane, con la que tuvo algo más de contacto en sus últimos años, se dedicaba entonces a realizar campañas de alfabetización en diversos países centroafricanos. En las entrevistas Lessing se negaba en general a dar explicaciones sobre su vida privada, pero en una de ellas, con respecto a sus dos hijos mayores, confesó que “no hay nada más aburrido para una mujer inteligente que pasar mucho tiempo con niños pequeños. Yo sabía que no era la más indicada para cuidarlos, y si lo hubiera hecho creo que habría acabado alcohólica y frustrada intelectualmente, como acabó mi madre”.

Cuando Lessing, que a regañadientes aceptó colaborar con algunos de ellos, supo que varios estudiosos de uno y otro lado del Atlántico estaban escribiendo su biografía, se les adelantó a todos publicando Dentro de mí (1994) y Un paseo por la sombra (1997). Estos libros, junto a Made in England, que se ha editado recientemente (y que no es sino el ya mencionado En busca de un inglés), constituyen la autobiografía de Lessing, que en el conjunto de su obra viene a ocupar un lugar destacado no tanto a causa de los acontecimientos narrados en ella como por la lúcida y reflexiva naturaleza de su punto de vista, el de una mujer libre. Es a estos volúmenes a los que viene a sumarse ahora un texto que entre nosotros permanece inédito, cuya publicación en inglés tuvo lugar hace treinta años y que se ha editado en francés la semana pasada con el título de Filles impertinentes (Flammarion, 2014).

Impertinent daughters apareció por primera vez en el número 14 de la revista Granta, publicación británica de larga e influyente tradición en las letras inglesas (y de la que existe desde 2003 una versión en español). Este relato, escrito en la época en que Lessing trabajaba en Los diarios de Jane Somers y La buena terrorista, fue concebido como la contribución de la autora al número que Granta dedicó en invierno de 1984 a diversos textos autobiográficos, entre los que figuraban algunos de Raymond Carver, Vladimir Rybakov y Reinaldo Arenas. Diez años más tarde el relato fue ampliado por la autora, y en su nueva forma se publicó en el volumen A small personal voice (Flamingo, 1994), una antología de ensayos, críticas y recuerdos personales de Lessing.

El libro regresa a los orígenes de la autora para revelarnos su árbol genealógico, e incluye una descripción de la muy conservadora sociedad británica en el momento de su declive. Lessing nos relata la historia de sus padres, su emigración a Rodesia y su infancia. Pero sobre todo el texto se convierte en la ocasión en que la autora se confronta con su madre, Maude Tayler, verdadera protagonista del relato, una mujer encorsetada por su época y que sufrió vergüenza cuando Lessing publicó su primera novela, según ella, una “aberrante e injusta” visión del colonialismo británico. Tal y como cabe suponer tratándose de Lessing, nuestra autora muestra de manera implacable las diferencias y los conflictos que la separaban de su madre, a pesar de lo cual el libro es también una lúcida y emocionante declaración de amor a esa mujer “fuerte, inteligente y capaz” que con el tiempo devino en “enfermiza, neurótica e infeliz”.

En este relato, que no debería tardar en publicarse en castellano, Lessing nos ofrece, junto a la clara y sólida visión de su infancia y de su contexto, también una imagen frágil (poco común en su obra) de sí misma: la niña que había llegado en lugar del deseado hijo y para la que no se había pensado ningún nombre, por lo que el de Doris le fue directamente asignado por el médico. “Fui un bebé increíblemente difícil, y luego una niña fastidiosa, muy diferente de mi hermano Harry, que siempre fue tan bueno… Mejor dicho, y para acabar de una vez: mis recuerdos de ella [su madre] son todos de antagonismo, de lucha y de sentimientos excluidos”. Aunque la madre afirmaba que “un niño debe estar regido por el amor”, su hija señala: “El problema es que el amor es una palabra que tiene que ser llenada con experiencias de amor”, tema éste que determinó el resto de su obra, y que explica por qué “el calor, la compasión, la humanidad, el amor de la gente que ilumina la literatura del siglo XIX y que hace de todas esas viejas novelas una confesión de fe en uno mismo”, como escribió en su ensayo A small personal voice, todo eso está sorprendentemente ausente de su literatura, y lo que obtenemos en cambio es una dureza mordaz y despiadada, lacónica y precisa, liberada de los obstáculos del sentimiento.

No menos de cinco biógrafos, sólo en Estados Unidos, estaban trabajando en otras tantas biografías de Lessing cuando ella publicó el volumen Dentro de mí, libro que justificó como “autodefensa”, pues los datos autobiográficos que hasta entonces podían conocerse de ella eran los que estaban dispersos en sus novelas y en dos breves relatos, Mi padre y este Hijas impertinentes, de cuya versión original, reducida, sólo existían la edición inglesa y una alemana. En alguna ocasión Lessing declaró sentirse “canibalizada” por esa desmedida atención prestada a su vida privada, tributo que debió pagar por ser parte de una literatura, la anglosajona, que posee una rica y noble (y a menudo no tan noble) tradición biográfica, la cual está mucho menos extendida, y a veces pasa por estar mal vista, entre nosotros. Que esto le gustara o no a Doris Lessing daba igual, ya que, como escribió su biógrafa Eve Bertelsen, “la formación intelectual y el universo de Lessing –su compromiso con el comunismo, el feminismo, el psicoanálisis y el sufismo– son interpretados por los críticos literarios como la historia simbólica de nuestra era”. Al igual que ocurre con D.H. Lawrence, la vida y la obra de Lessing se celebran hoy por estar íntimamente en sintonía con el espíritu de la época. Las observaciones que hace en su obra, su capacidad para asimilar y cuestionar el estado de ánimo de su tiempo, y, consciente o inconscientemente, sus pronunciamientos oraculares en todas las materias, desde los estupefacientes hasta la pedofilia, han servido para reforzar esa impresión que se tenía de ella como profeta social, esa small personal voice en dialogo constante con otra voz colectiva más resonante, aunque no por ello más acertada. Ella ha sido, como escribió hace unos años la periodista Elizabeth Lowry, “una extraña y un animal político, una radical blanca en la conservadora Rodesia de los años cuarenta, una figura admirada aunque incómoda para el movimiento de las mujeres, una roja desencantada que conservó una comprensión fundamentalmente sociológica del individuo, una odiosa escritora anticolonial que ocupó un lugar de privilegio en el centro de la escena literaria metropolitana”.* Y sobre todo, añadimos nosotros, como narradora épica de la experiencia femenina, además de como dominadora del arte de la autobiografía, una voz personal de las que ya no quedan.
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* London Review of Books, 22/3/2001

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