jueves, 6 de marzo de 2014

DISPARATES / 99

Nancy Cunard, vista por
Barbara Ker-Seymer
NANCY CUNARD, ANTOLOGÍA EN NEGRO

El Musée du Quai Branly de París presenta desde el martes, y hasta el 18 de mayo, “L’Atlantique Noir”, una exposición dedicada a Nancy Cunard y al libro Negro Anthology, del que fue editora y de cuya publicación se cumplen ahora ochenta años. La exposición reúne una selección de fotografías, carteles, libros y piezas de arte africano que pretende ser testimonio e ilustración de uno de los aspectos centrales de la vida de esta mujer que inspiró, y que encarnó en sí misma, no poco del arte de vanguardia de las primeras décadas del siglo XX.

Inglesa, hija del baronet y fundador de la naviera Cunard, vivió su infancia en el castillo y la hacienda propiedad de su padre, en Leicestershire, donde éste se dedicaba principalmente a la caza, la pesca y los paseos a caballo. Maud, su madre, era americana de San Francisco, aunque criada en Nueva York, y ni por educación ni por edad (era veintiún años más joven) tenía mucho en común con su esposo. Recluida en la inmensa finca de Nevill Hot Hall, lady Cunard comenzó a establecer su reputación como anfitriona, y llevada por su afición a las artes convirtió su residencia en un centro de atracción para escritores, pintores, músicos y gentes de vida bohemia. Uno de ellos era el novelista George Moore, que retrató a la joven Maud en diversas obras. Al nacimiento de Nancy, se extendió la creencia de que era hija del novelista, cosa que él no desmintió pero que ha sido rechazada por la mayoría de los investigadores. En 1906 lady Cunard se trasladó a Londres, donde continuó su actividad de musa de las artes y donde pudo relacionarse con sus amantes más libremente. Allí se emparejó con el director de orquesta Thomas Beecham, al que ayudó en su carrera, convirtiendo su salón en uno de los más frecuentados y prestigiosos de Londres. Nancy vivió la infancia de una niña recluida, abandonada y solitaria.

En la hacienda de su padre, Nancy Cunard “aprendió a despreciar todo lo que sus padres y la clase a la que pertenecían representaba”, escribe Lois Gordon, profesora de universidad y autora de la biografía Nancy Cunard: Heiress, muse, political idealist (Columbia University Press, 2007).* Ella, según su biógrafa, rehusó definirse a sí misma por su glamour o, lo que es lo mismo, por las riquezas que disfrutaba como heredera de la fortuna de su padre. “Los tiempos favorecieron su rebelión”, escribe Lois Gordon, “pues su debut en sociedad en 1914 coincidió con el inicio de la Gran Guerra, lo que para ella marcó el comienzo de un período de desafío a sus padres y a la sociedad, y abierto a la vez a la experimentación artística y sexual”. Tomando como ejemplo a su madre, Nancy reunió en Londres a “una camarilla corrupta” de artistas que en su mayoría, tarde o temprano, se convirtieron en sus amantes. Entre ellos figuraban Ezra Pound y T.S. Eliot, que más tarde encabezarían una revolución literaria en Inglaterra, y quienes inculcaron en Nancy la idea del papel que “había recaído sobre ellos en la sagrada misión del arte para cambiar la Historia”.

En 1920 se traslada a París, donde establece contacto con Ernest Hemingway y Tennessee Williams, pero también con los surrealistas y los dadaístas, con los que compartió, según Gordon, “su compromiso con la denuncia de las falsas ilusiones y la vacuidad de los valores de la clase dominante”. Este compromiso le llevó en 1928 a fundar Hours Press, modesta editorial ubicada en la campiña de Normandía en la que publicó obras de Louis Aragon, Ezra Pound y Samuel Beckett, entre otros, así como este Negro del que ahora se cumplen ochenta años. Se trata de un volumen de casi novecientas páginas en el que una gran variedad de autores, muchos de ellos afro-americanos exiliados en Europa, contribuyeron con sus poemas y narraciones a mostrar una novedosa imagen de la cultura negra. Cuando se anunció la publicación de esta antología, que iba a servir para divulgar y poner en valor la importancia de la diáspora intelectual y política negra de los años treinta y sus relaciones con los movimientos intelectuales y políticos del momento, Nancy Cunard recibió cartas anónimas de amenaza y odio (algunas de las cuales figuran en el libro) sobre todo remitidas desde Estados Unidos, pues, según escribió, “la obscenidad vigente en ese país impide que esta parte de la realidad y la historia americanas puedan exhibirse públicamente”.

En esos años Nancy Cunard había iniciado una relación con el músico de jazz afro-americano Henry Crowder, al que el volumen Negro está dedicado. Convertida en activista contra el racismo y por los derechos civiles, visitó Harlem en 1932. Los periódicos lanzaron contra ella una campaña de insultos y difamaciones y volvió a recibir amenazas, todo ello mientras su madre, ya viuda, se embarcaba en una feroz campaña contra su hija, a la que exigió que se separase de su amante negro. Ella se negó, y fue desheredada.

En agosto de 1936 se trasladó a España, desde donde reclamó la intervención de la comunidad internacional contra el fascismo. Exasperada por la neutralidad de las potencias, Nancy Cunard envió artículos y reportajes de guerra para The Manchester Guardian y otras publicaciones. En 1937 editó en París, junto a Pablo Neruda, Los poetas del mundo defienden al pueblo español, obra colectiva que incluye poemas de Vicente Aleixandre, Rafael Alberti, W.H. Auden, Tristan Tzara y muchos otros.  A sus ojos la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos y la que se desarrollaba en España contra el fascismo eran la misma, y ambas venían a ser, como anunció proféticamente, el preámbulo de una nueva guerra mundial.

En uno de sus artículos, ya hacia el final de la Guerra Civil, Cunard señala a los lectores ingleses y europeos las condiciones en que se encontraban los refugiados huidos de España y hacinados en los campos de concentración franceses. “Aunque muchos de esos refugiados son mujeres y niños, ancianos y heridos de guerra, los funcionarios franceses, viendo en ellos sólo ‘escoria comunista’, les ofrecen un amargo recibimiento, a menudo mortal”, escribió. Y añade: “Los prisioneros tuvieron que esperar cinco días a recibir algo de comida, y luego se les asignaron dos onzas de pan y una de arroz. Durante un período de cuarenta y ocho horas, muchos murieron de hambre”.

En España Cunard creó un refugio en el que se preparaba a diario comida caliente para tres mil o cuatro mil personas, y como el resto de los refugiados debió recorrer a pie más de cuarenta kilómetros hasta los campos franceses. A resultas de ello su salud se resintió, y de vuelta a París para convalecer escribió en una carta que “sentía íntimamente no haber hecho todo lo que estaba en mi mano por las personas que sufrían en Barcelona los bombardeos de la aviación”. Pese a ello, en esos días se la pudo ver en las calles de París organizando colectas para la República española.

La heredera había vuelto como mendiga. Más tarde, encuadrada en un batallón inglés, formó parte de la Resistencia contra la ocupación nazi, y en Londres colaboró en las emisiones de Francia Libre. Sus amigos, según Lois Gordon, la caracterizaban así: “No podía estar tranquila si sabía que alguien, en algún lugar, estaba sufriendo”. Su actitud abnegada la mantuvo incluso tras el final de la guerra, concluyendo “que no debía poseer absolutamente nada”, y dedicar sus escasos recursos a “muchas cruzadas”.

El consumo de alcohol produjo en Nancy Cunard un deterioro físico y mental que acabó llevándola a distintas instituciones psiquiátricas. “Una noche”, cuenta su biógrafa, “en un café de Frascati, Italia, apareció totalmente borracha y con un par de cigarros embutidos en sus fosas nasales. En ese estado, se puso a lanzar tomates a los perros”. Tras una de esas borracheras, en 1965, se la encontró inconsciente en una calle de París, “delgada como un superviviente de Buchenwald”, incapaz de recordar su nombre y despotricando contra todo: “¡Cómo me gustaría ametrallar a esos blancos hijos de puta!”, y “¡Maldita España y todas su obras!”. Falleció dos días después.

La exposición que ahora puede verse en el Musée du Quai Branly muestra muchas de las facetas de esta mujer de vida extraordinaria que fue poeta, modelo, editora, coleccionista, periodista y rebelde. Incluye fotografías de Barbara Ker-Seymer y Man Ray, grabaciones sonoras de la música de Henry Crowder, las cubiertas de los libros que Cunard publicó en su editorial, y abundante obra gráfica que ilustra las luchas antisegregacionistas y anticolonialistas de los años treinta, todo lo cual constituye un “monumento a la historia de los negros”, según Sarah Frioux-Salgas, comisaria de la exposición. Coincidiendo con ésta se ha editado un número de la revista Gradhiva que reúne documentos inéditos y una reflexión sobre el trabajo de Nancy Cunard, obra de François Buot, autor de una biografía de la misma que apareció en la editorial Pauvert en 2008.

En su libro, la biógrafa de Nancy Cunard cita una frase de su amigo Pablo Neruda: “Su cuerpo se había consumido en una larga batalla contra la injusticia en el mundo. Su premio fue una vida cada vez más solitaria, y un dios que la abandonó a su muerte”. Frases que muy bien pueden añadirse a lo que Cunard escribió acerca de sí misma hacia el final de su vida, cuando advertía que “todo lo que me queda es un sentimiento de indignación furiosa”. En el poema Remorse escribió: “He sido pródiga, lasciva, alocada, atrevida / y he amado con manos codiciosas e impúdicos ojos / pero ahora soy vieja / y estoy enferma y mal –me contento con el descontento– soportando el malestar y los reveses / con la cabeza hundida y el corazón aún agitado”.
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* Edición en castellano: Nancy Cunard, Circe Ediciones, México, 2008

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