martes, 1 de enero de 2013

LECTURA POSIBLE / 82


INGEBORG BACHMANN: PALABRAS PARA LA SUBVERSIÓN DEL ORDEN

Existió una Hora Cero (Die Stunde Null) en la historia de Alemania y Austria. El nazismo y la guerra no sólo dejaron a esos países en la ruina física, sino también en una ruina moral que se manifestaba especialmente en la lengua, esa lengua del Tercer Reich a la que dedicó mucho tiempo de estudio Victor Klemperer, y cuyo veneno quedó inoculado en todas las variantes del lenguaje: el académico, el político, el popular, el literario. En 1947 se creó el “Gruppe 47”, que estaba formado, entre otros, por Paul Celan, Heinrich Böll y Günter Grass, quien parece por cierto haber desaparecido del panorama de las letras últimamente, desde que sus críticas al estado de Israel le han valido en Alemania el título de “antisemita”. En aquel grupo había dos mujeres: Ilse Aichinger e Ingeborg Bachmann. De la primera no hay mucho a disposición del lector en castellano, solamente el poemario Consejo gratuito (Ediciones Linteo, 2011) y su novela La esperanza más grande (Minúscula, 2004). Mayor, aunque todavía incompleta, es la presencia de la obra de Bachmann entre nosotros, e incluye parte de su poesía, sus relatos, alguno de sus ensayos y su única novela, Malina, que fue concebida como el primer volumen de una tetralogía que quedó inconclusa. Estas mujeres, junto al resto de los miembros del “Gruppe 47”, se propusieron alcanzar un objetivo sin precedentes en la historia moderna: una renovación consciente de la lengua, vaciada de fraseología nacional-socialista, y que en los casos de Aichinger y Bachmann debía ir aún más allá, pues tenía como fin “limpiar la lengua de aquellas palabras de las que se sirven los hombres para hablar de las mujeres en su nombre usurpando su sitio”, subvirtiendo con ello varios siglos de literatura sobre mujeres escrita por hombres, y subvirtiendo, en particular, la tradicional expresión literaria del amor, que ellas sustituyeron por la representación que de éste, con sus propias palabras, se hacen las mujeres.

Ingeborg Bachmann nació en Carintia (Austria) y estudió filosofía en la Universidad de Viena. Con poco más de veinte años publicó sus primeros relatos. En ese período su carrera literaria se vio favorecida por su contacto con Hans Weigel, quien había sido animador de los cabarets vieneses antes de la Anexión y que ejerció de crítico teatral durante los años de su exilio en Suiza. En los escombros de lo que fue Alemania las fuerzas de ocupación americanas se convirtieron durante la postguerra en el principal agente animador de una actividad cultural que habría de hacer tabla rasa con la historia reciente. Así se creó la revista Der Ruf, que acabaría siendo censurada por las autoridades militares, y la emisora de radio Rot-Weiss-Rot, a la que esperaba mejor suerte y que llegaría a ser un medio influyente en el desarrollo de la nueva cultura alemana. En dicha emisora participó Bachmann dando a conocer diversas obras radiofónicas que obtuvieron gran éxito. Sin embargo, su principal actividad en esos años, por la que alcanzó un notable prestigio, era la poesía. En 1954 se trasladó a Roma, donde, sin abandonar completamente la poesía, escribió ensayos de carácter literario y ejerció de corresponsal del Westdeutschen Allgemeinen, para el que escribió con el pseudónimo de Ruth Keller. Su compañero sentimental de entonces, el dramaturgo Max Frisch (previamente lo había sido Paul Celan), se refirió en esos años a uno de los rasgos principales del carácter de Bachmann, su arte para esconderse y desaparecer, con estas palabras: “Comprendo que no quiero vivir sin ella. ‘Roma non risponde’. No logro comprender que no pueda localizarla durante toda una noche, ni tampoco de día. ‘Roma non risponde’. Puedo imaginar toda clase de motivos… Hay algo que agota mi paciencia y es aquella pausa sonora hasta que de nuevo llega la misma voz: ‘Roma non risponde’. ¿No habrá recibido mis cartas? La quiero, la amo. ‘Roma non risponde’”.

A Ingeborg Bachmann le gustaba pasar horas en un café de Via Venetto, desde el que podía ver “de dónde salen las calles de Roma”, mezclarse con la gente y recibir a otros emigrantes austríacos y alemanes. A Roma la definió en uno de sus poemas como su “Tierra Primogénita”. En otro, escribió: “Tu mirada rastrea la niebla: / el tiempo postergado hasta nuevo aviso / asoma por el horizonte”. En aquella Roma en la que encontró el tiempo y la soledad que exigía su escritura, redactó Bachmann diversos relatos que debían servir de preámbulo a una magna obra novelística que iba a llamarse Todesarten (Modos de muerte) y que quedó frustrada cuando, en octubre de 1973, su habitación se incendió, causándole heridas por las que murió tres semanas más tarde.

No es muy amplia la obra narrativa de esta autora a la que Thomas Bernhard consideró la poeta más importante de su siglo en lengua alemana. Además, la mayor parte de la misma está compuesta por textos fragmentarios e inconexos pertenecientes a relatos y a las novelas que la autora proyectó, entre ellas El caso Franza y Réquiem por Fanny Goldmann, fragmentos que fueron publicados en 1995 y de los que algunos han sido traducidos al castellano. Solamente su novela Malina nos ha llegado completa. En ella asistimos a la desgarradora desintegración de la identidad de su protagonista, que es también el narrador. Éste, que se nos presenta como ICH, aparece dividido por los encontrados sentimientos de (y acerca de) su alter ego Malina y el amante de éste, Iván. A este trío se añade el padre del protagonista, representación del poder y la autoridad que protagoniza uno de los capítulos, el central, de los tres que componen la novela. Complemento de la misma, junto a los fragmentos publicados en 1995, es un nuevo volumen que vio la luz en Munich en 2000 y que ha publicado entre nosotros, con el título de No sé de ningún mundo mejor, la editorial Hiperión, a la que debemos también la traducción de la obra poética de Bachmann al castellano.

Mención aparte merecen sus relatos, cuya naturaleza poliestilística parece abundar en ese arte del esconderse y de la desaparición del que se quejaba Frisch. Pues ciertamente la voz de Bachmann parece ser siempre otra, en permanente experimentación y a la búsqueda de las posibilidades de esa nueva lengua literaria que denodadamente exploró en prosa y en verso. De los publicados en el volumen Ansia y otros cuentos sobresale el llamado El comandante, también un fragmento, esta vez perteneciente a la novela juvenil Ciudad sin nombre. En él nos encontramos con una figura que anticipa ya algunos de los temas que serán propios de la obra de madurez de la autora, un personaje llamado S. que ha salido de viaje sin documentación y que en su peregrinaje en pos de una identidad deberá pasar por un control de carretera. A partir de aquí la ciudad ocupada militarmente se encargará de asignarle una función, la de comandante, una autoridad que se desprende de ésta (y que el personaje ejercita) y en resumen una identidad ante la que resulta imposible rebelarse. Por su parte, el relato que da título al libro, y que igualmente pertenece a una novela inconclusa, cuenta la historia de Elisabeth, institutriz de los hijos de un tan acaudalado como antipático personaje con el que acabará casándose. Elisabeth “pensaba que sería hermoso viajar, a África sobre todo, pero el señor Rapatz no viajaba, ni tampoco lo haría por ella. (…) Entonces Elisabeth se decía que aquello no era amor, ni era pasión aunque él no pudiera estar sin ella, ya no era capaz de amar, hacía tiempo que el señor Rapatz había dejado de sentir algo que no fuera ansia”.

A entender mejor la poliédrica obra de Bachmann contribuyen sus escritos críticos, entre los que figuran ensayos, conferencias y artículos redactados a lo largo de toda su carrera. En ellos puede rastrearse el difícil itinerario de la autora, así como su relación con otros autores en lengua alemana, pero sobre todo dichos textos nos informan de su voluntad de armonizar literatura y filosofía, y lo que es más difícil: la de armonizar ambas con la vida, una vida sujeta a los imprevistos de la Historia y que debe mostrar por ello su rebelión frente a la guerra, su inconformismo social y, de paso, su amor por la música, considerada ésta “como la más alta expresión y como trascendencia del lenguaje verbal”. Y es que, por extraño que parezca, la ya de por sí considerable estatura estética y moral de Bachmann ha seguido creciendo desde su muerte, suministrándonos materiales suficientes, aunque sea en forma de fragmentos, para la lectura y la reflexión. No podía ser de otro modo tratándose de la obra de quien afirmó en uno de sus múltiples fragmentos que “sólo existo cuando escribo”.

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