martes, 27 de agosto de 2013

LECTURA POSIBLE / 114

KNUT HAMSUN: PRINCIPIO Y FINAL

La obra novelística de Hamsun, de la que se han publicado recientemente entre nosotros una reedición (Hambre) y una novedad (Por senderos que la maleza oculta) es en gran parte de carácter autobiográfico, por lo que en ella no es posible separar la literatura de la realidad, ni al autor de la persona. Curiosamente estos dos libros que nos proponen Ediciones de la Torre y Nórdica, que tienen en común a sus traductoras, son respectivamente el primero y el último de Hamsun, lo que nos da pie a hacer un repaso de la trayectoria humana y literaria de este maestro noruego que recibió el Premio Nobel de literatura en 1920.

“Por lo que en la obra no se puede separar al autor de la persona”, en efecto. A lo que habría que añadir: por desgracia. Y es que Hamsun es uno de esos casos literarios en los que una obra admirablemente escrita está aquí y allá enfangada por la turbia ideología de su autor, y todavía más: pues dicha admirable obra debe convivir con un conjunto de artículos funestos que aparecieron en la prensa noruega en vísperas de la II Guerra Mundial y también durante la misma, material que sólo puede leerse con vergüenza ajena, que es justo (y tal vez necesario) conocer y que ha sido publicado en España por la editorial Berenice con el muy adecuado título de Textos de la infamia.

Hamsun nació en 1859 y falleció en 1952. Y tal vez sea precisamente su longevidad, que abarca la mitad de dos siglos que son en la práctica dos mundos diferentes, la causa principal de su extravío, el de un hombre que si supo adaptarse a través de la literatura a la realidad de su entorno juvenil, no supo, ni pudo, ni posiblemente quiso, identificar en cambio la índole del de su vejez. La suya es así una obra que aparece y se formula como reacción y que nace ya ensimismada.

La atmósfera literaria noruega, en la época en que Hamsun se esfuerza por ingresar en ella, estaba determinada por dos datos a tener en cuenta: el primero atañe a la propia materia prima del escritor, una lengua noruega que virtualmente era todavía entonces el danés; y el segundo relativo a las intenciones de los autores en esas primeras décadas tras la separación de Dinamarca. Sucede que la emancipación noruega alcanzada en 1814 dio lugar a una literatura “de tendencia”, literatura cargada de un compromiso político y social que constituía una parte no menor del proyecto nacional noruego. Henrik Ibsen, Amalie Skram, Bjørnstjerne Bjørnson y Alexander Kielland son los autores más representativos de esta época (de hecho son los fundadores de la literatura noruega), y sus obras, entre el realismo y el naturalismo, vienen a ser otras tantas aportaciones al debate nacional acerca de la política, el feminismo, las condiciones de vida de los campesinos y la educación. Para Hamsun y sus contemporáneos todo esto era ya el pasado, y frente a esa literatura en la que habían imperado los problemas colectivos surge a finales del siglo XIX una nueva corriente que va a ser individualista, que va a tener un carácter neorromántico y que en el caso de nuestro autor va a darse a conocer, antes que por medio de Hambre, mediante un artículo aparecido en el primer número de la revista Samtiden en 1890: De la vida espiritual inconsciente, en el que Hamsun prefigura las características principales de su obra.

Hamsun procedía de una humilde familia rural y fue sobre todo autodidacta. Emigró dos veces a Estados Unidos y allí realizó los trabajos más diversos, desde peón agrícola hasta conductor de tranvía. Su aventurera juventud y su emigración, a diferencia de lo que ocurrió con otros, estuvieron lejos de ayudarle a hacer fortuna, y a su regreso a Noruega en 1888 tiene que ganarse la vida como buenamente puede. De estos años, en los que trata de ir tirando mientras se da a conocer con colaboraciones en la prensa (mayormente rechazadas), trata la novela Hambre, testimonio escalofriante de la vida de un hombre de letras en la gran ciudad. En ella, el autor elude minuciosamente todo cuestionamiento del orden y toda consideración de tipo social, de modo que la misma puede leerse casi como una novela de aventuras cuyo único asunto es el drama individual de un hombre (el propio Hamsun) que recorre las calles movido por la necesidad de comer al menos una vez al día, cosa que sólo consigue raramente. El protagonista experimenta su propia necesidad de alimento como una especie de maligna adicción, y maligna doblemente, pues el hambre no sólo le exige procurarse una y otra vez la dosis mínima de su sustento, sino que además es incurable. Sin embargo, la mayor aspiración del personaje no es propiamente comer, o buscar un alojamiento, sino mantener pese a todo una honrosa apariencia de dignidad que aquí se confunde con un desmedido orgullo, propósito que persigue obsesivamente y no siempre con éxito. Se puede vivir uno o varios días sin alimento, pero no sin amor hacia uno mismo, parece decirnos Hamsun en esta novela en la que no falta el encuentro sentimental con una joven, encuentro al que la miseria dejará sin continuación ni conclusión posible.

Paradójicamente, la fortuna que Hamsun no encontró en América le llegó por medio de Hambre, que fue un éxito inmediato y colocó a su autor a la cabeza de las letras escandinavas en el cambio de siglo. Tras esto, nuestro autor se convierte en terrateniente y se marcha a vivir a su propiedad rural, donde acondicionó a su gusto una cabaña en la que escribió el resto de su obra, novelas como Pan, Victoria y La bendición de la tierra, que acabaron por convertirle en una especie de leyenda viva de su país. De este modo, Hamsun era ya un anciano venerado en toda Europa cuando, en 1933, Hitler accede al poder.

De un año antes es el primero de los Textos de la infamia, que fue escrito originariamente como prólogo a un libro en el que se reclamaba la ilegalización de los partidos de izquierda. Rápidamente las simpatías de Hamsun se inclinan hacia el nazismo y hacia su representante en Noruega, Vidkun Quisling, fundador del partido Nasjonal Samling (Unidad Nacional) y primer ministro del gobierno títere formado en Noruega en febrero de 1942, tras la invasión alemana. Desde la cabaña de su finca de Nørholm, en Grimstad, al sur de Noruega, Hamsun pontificaba en sus escritos a favor de una Europa pangermánica y en contra de Rusia y sobre todo de Inglaterra. Tuvo a bien regalar la medalla de su Nobel a Goebbels, y se entrevistó con Hitler en Estocolmo. De la transcripción que se conserva de esta penosa entrevista, y que se incluye en el volumen que comentamos, se deduce que Hamsun estaba lejos de carecer de información acerca de lo que realmente representaba el nazismo y de lo que éste hacía en la Noruega ocupada, lo que se contradice con lo que Hamsun solía exponer en sus artículos para la prensa. Al término de la guerra, Quisling fue fusilado, y Hamsun trasladado bajo arresto a una residencia de ancianos y más tarde a un sanatorio psiquiátrico. De estos últimos años, y de su juicio, trata Por senderos que la maleza oculta, que se publicó en 1949, casi sesenta años después de su primera novela.

“Estoy sordo y no oigo ni entiendo el parloteo coherente de los humanos”, escribe en este libro un Hamsun nonagenario que aguarda en la residencia en la que ha sido recluido la fecha de su juicio. Aquí Hamsun aparece tan ajeno a la realidad humana que lo rodea como ya lo era en Hambre, si bien su estilo ha cambiado y ahora se muestra libre de las asperezas expresionistas de su obra de juventud. Escribe acerca de las enfermeras de la residencia, la naturaleza, sus encuentros con un vagabundo misterioso, recuerdos dispares que le vienen a la mente y en especial acerca de su juicio por traición a la patria, que se aplaza una y otra vez ya que obviamente los vencedores no saben muy bien qué hacer con este anciano que al fin y al cabo es una gloria nacional. La redacción del libro concluye el mismo día en que el tribunal dictó su sentencia, una sentencia que aquí parece dirigida no ya hacia unos actos, sino hacia una obra y una vida.

El taciturno Hamsun seguiría vivo cuatro años más, pero ya totalmente solo y olvidado. La suya es una obra densa, cargada de la fuerza narrativa que es propia de uno de los grandes de la literatura, lo cual contrasta violentamente con el contenido de sus artículos políticos, los cuales parecen haber sido escritos en ese estado de “debilitamiento cerebral” que sus juzgadores emplearon como recurso para evitarle la ejecución. Por añadidura, el conjunto de su obra, sin excluir la parte que menos dice a su favor, es relevante como documento histórico y a la vez humano, al tiempo que puede servir de invitación a reflexionar acerca del aislamiento y de la participación en las cosas públicas de los intelectuales. Hoy, sin embargo, es posible que el último Hamsun tenga valor sobre todo como testimonio de la vejez y de la incomprensión de las cosas de este vertiginoso mundo. Y es que en la vejez del andariego Hamsun, que practicó el montañismo, los sentidos corporales cobran un significado del que antes carecieron, a lo que se refiere con frecuencia al hablar de su sordera, de esa incapacidad suya para entender el parloteo del mundo o cuando habla de lo que llama “la vista para andar”, una vista que es indispensable para orientarse en el espacio y en la vida y que en su caso igualmente estaba mermada, lo que contribuía a agravar su aislamiento. A ello se refirió durante los cuatro meses que pasó en el hospital psiquiátrico de Vindern, donde conoció a una mujer, también anciana, de la que escribió: “Era capaz de seguir su ruta reglamentaria entre las granjas sin que tuvieran que acompañarla, conservó su vista para andar hasta el final”. Y añade: “Es bueno conservar la vista para andar muchos años en el futuro”.

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