martes, 1 de mayo de 2012

LECTURA POSIBLE / 56


CRÓNICA DEL AMOR Y EL DOLOR EN SENILIDAD, DE ITALO SVEVO

El nombre del triestino Svevo suele aparecer asociado a su obra maestra La conciencia de Zeno, esa novela seminal que con la aparente excusa de contarnos la lucha de un personaje contra su adicción al tabaco nos desvela, en realidad, el estado total de la conciencia de un hombre. Esta novela que, como repetidamente ha señalado la crítica, tiene vínculos no pequeños con el Ulises de Joyce, se nos aparece asociada también a Gide y a Los monederos falsos, donde un adolescente encuentra por casualidad el diario de su padre, hombre de profundas convicciones religiosas y por lo visto obsesionado con el tabaco, según parece indicar la minuciosa precisión con que hace en su diario anotaciones del estilo de hoy he vuelto a f, o bien: hoy he conseguido no pensar en f, anotaciones que revelan su verdadero significado cuando el adolescente comprende que la f significa otra cosa, pues su padre no es sino un adicto al sexo al que sus creencias atormentan con un doloroso sentimiento de culpa.

La conciencia de Zeno es de 1923, Los monederos falsos de 1925, y esta Senilidad que comentamos, que tiene mucho en común con ellas, la escribió Svevo en 1898, lo que la convierte en una obra referencial para el propio Svevo y para otros grandes autores del siglo pasado, y cuya poderosa influencia persiste en la actualidad. No en balde su autor fue de los primeros que se familiarizó con el psicoanálisis y con las técnicas que éste ponía a disposición de la literatura para indagar en el sentido íntimo de la vida de un hombre, un sentido que Svevo mostró con una clarividencia pasmosa, sin pudor, sin ahorrarse detalles escabrosos y sin hacer el más mínimo esfuerzo para ayudarnos a simpatizar con el héroe, el cual queda así más que desnudo, casi radiografiado en lo más secreto, turbulento e irracional de su alma.

En Senilidad el tema lo suministra un enamoramiento, lo que da a la novela un tono aparentemente próximo al folletín, tono engañoso como no tarda en comprender el lector, pues la narración se sitúa de hecho a años luz de la novela decimonónica, ante todo porque aquí el amor se nos aparece en un enfermizo estado que antes que Svevo sólo supo mostrar, acaso, Dostoievski. Su protagonista, Emilio Brentani, es un oscuro oficinista cuyo escaso peculio no le permite establecer una relación formal con su amada, la rubia Angiolina, mucho menos pensar en casarse. Ella, chica humilde, no muy lista y de costumbres livianas, por decirlo suavemente, hace ostentación en la pared de su cuarto del gran número de sus conquistas, fotografiadas para la posteridad como si fueran trofeos de caza. Con Angiolina mantendrá Emilio una accidentada relación totalmente desesperada, y sin embargo ineludible. Esta relación será el gran acontecimiento de la vida de Emilio, de hecho, en la provinciana Trieste que era también la ciudad natal de Svevo y que viene a ser en la práctica uno de los temas fundamentales de su obra, el único acontecimiento.

Trieste, en efecto, desempeña un papel importante en la obsesión de Emilio Brentani, una ciudad que invita al spleen, en la que todo el mundo se conoce y en la que la escasez de posibilidades es compensada con creces por el cotilleo. Pero es que además nuestro Emilio, que tiene o tuvo veleidades literarias (escribió una novela que fue bien acogida y que le convirtió en una especie de ínfimo héroe local) pertenece a una generación que Svevo conocía muy bien ya que era la suya propia, una generación que había crecido intelectualmente fascinada por la bohemia de ascendencia francesa que en Italia cobró forma en la llamada Scapligiatura, la cual triunfó en Milán y dio lugar a la breve irrupción de cierto número de autores de vida desordenada, algunos de ellos suicidados en edad juvenil, y una generación fascinada por Gabriele D’Annunzio y lo d’annunziano. En este entorno literario se gestó la única novela de Emilio Brentani, cuyo argumento el narrador nos describe así: “la historia de un joven artista a quien una mujer arruinaba la inteligencia y la salud... Había imaginado a su heroína conforme a la moda de entonces: una mezcla de mujer y tigresa. Del felino tenía los movimientos, los ojos, el carácter sanguinario. Nunca había conocido a una mujer y así la había soñado: era en verdad difícil que hubiese podido nacer y prosperar jamás un animal semejante, pero, ¡con qué convicción la había escrito! Había sufrido y gozado con ella sintiendo a veces vivir en sí mismo aquella híbrida combinación de tigre y mujer”. Una pálida novelita wertheriana, podemos suponer, que su autor quiso vivir más tarde en carne propia, asignando para ello a la casi analfabeta y bella Angiolina el papel de tigresa, papel que la joven representaba a la perfección.

La ofuscante omnipresencia de Trieste y la obsesión inspirada por su amante dan lugar a un memorable paseo nocturno del protagonista, el cual ha sido vilmente traicionado. Esta vez la infiel le ha engañado con un ridículo paragüero, hombre de edad avanzada por añadidura (de edad avanzada es también el sastre con quien se compromete Angiolina de común acuerdo con Emilio, a fin de esconder su apasionada relación tras una fachada socialmente aceptable). Los celos le dictan las palabras humillantes que dirigirá a Angiolina antes de romper definitivamente con ella, lo que no le impide pensar también en un eventual asesinato. En medio de tales turbulencias del corazón, el protagonista tiene ocasionales arrebatos de lucidez en los que acierta a retratarse a sí mismo: “El individuo extraño, enfermo, era él, no Angiolina”. Pero precisamente esta conclusión lo empuja a alejarse aún más de toda lucidez. De hecho, la conciencia de Emilio Brentani, si no genial en la composición de novelas, logra su más absoluta maestría en la radical transfiguración de lo exterior, convertido por ella en irreconocible.

El amor de Emilio no es noble, ni hermoso, sino una desfiguración del amor, el cual tiene su contrapunto en la historia paralela protagonizada por su hermana Amalia, ya que Senilidad es la historia de un cuarteto en el que dos ideales, fraguados en la soledad y en el dolor, se confrontan con la realidad de dos vidas que son pura afirmación del goce, las de Angiolina y el escultor Balli, típico representante provinciano de aquella bohemia italiana mencionada más arriba.

Senilidad es una novela que ha tenido éxito entre nosotros, como testimonian las dos traducciones anteriores ya conocidas, de Carmen Martín Gaite la primera, bajo el título de Senectud (traducción que fue recuperada por Acantilado en 2006) y de Carlos Manzano la segunda (Gadir, 2008). A ellas viene a sumarse ahora la que Pedro Gonzalbes ha hecho para Espuela de Plata, lo que dará ocasión a quienes no lo habían hecho antes de acercarse a esta novela perturbadora y nada complaciente que como alguna otra obra maestra (por ejemplo Él, uno de los grandes films mexicanos de Buñuel) ha venido a mostrarnos el amor como enfermedad y como pasión destructiva, todo lo cual muy bien puede resumirse en estas frases: “Mientras caminaba, tuvo un sueño delicioso. Ella lo amaba, lo seguía. Se apegaba a él y él seguía huyéndola, rechazándola. ¡Qué satisfacción sentimental!” Y es que la gran literatura, la que es grande de verdad, también sabe expresar los extravíos de la vida.

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