martes, 25 de febrero de 2014

DISPARATES / 97

EL BUEN EJEMPLO DE UCRANIA

A los cien años del inicio de la Gran Guerra, Europa vuelve a encontrarse en una profunda crisis, y por el mismo motivo de entonces: el lucro. Tras la aplicación de un procedimiento ya conocido pero nunca empleado en la escala actual, consistente en endeudar a los estados para que las rentas del capital financiero se nutran directamente del erario público, los países del sur de Europa se encuentran abocados a una situación difícil de imaginar no hace mucho. En España, sin ir más lejos, la reforma de la Constitución en 2011 proclamó como el deber máximo del Estado no ya el bienestar de sus ciudadanos, sino el pago de la deuda a la banca especuladora, pago que como bien sabemos se realiza a costa de aquéllos. En este panorama, de cambio de modelo socio-económico, se producen los actuales sucesos de Ucrania.

Dejando aparte el descubrimiento hace unos años de grandes reservas de gas, hay que recordar que este país ha sido desde hace siglos objeto de las disputas entre Rusia y Occidente. Y al decir Occidente no me refiero sólo a Alemania, país de vocación industrial y exportadora que ha visto desde siempre con codicia las tierras agrícolas de Ucrania (las mejores de Europa). El imperialismo alemán ha soñado con una Alemania consagrada enteramente a la industria y alimentada por las fértiles tierras ucranianas. Se da la curiosa circunstancia de que este sueño que no pudo realizar el nacional-socialismo podría completarse ahora, en virtud del giro radical que anuncian los nuevos gobernantes de dicho país. Pero en Occidente hay otros sueños.

La forma en que se ha producido este cambio ha sido descrita por el historiador de la Universidad de Yale Timothy Snyder en un artículo aparecido hace unos días en The New York Review of Books: “Los estudiantes fueron los primeros en protestar contra el régimen del presidente Viktor Yanukovich en Maidan, la plaza central de Kiev, en noviembre pasado. Estos son los ucranianos que más tienen que perder, los jóvenes que irreflexivamente pensaban en sí mismos como europeos y que deseaban para sí mismos una vida y una patria ucraniana. Muchos de ellos eran de izquierda, algunos muy radicales. Después de años de negociaciones y meses de promesas, el presidente Yanukovich se negó a firmar un acuerdo comercial con la Unión Europea. Cuando llegaron los antidisturbios y golpearon a los estudiantes, a finales de noviembre, un nuevo grupo, el de los veteranos de la guerra afgana, apareció en Maidan. Estos hombres de mediana edad, ex soldados y oficiales del Ejército Rojo, muchos de ellos llevando las cicatrices de la batalla, acudieron a proteger ‘a sus hijos’, como ellos dicen. No se trata de sus propios hijos e hijas. Lo que querían decir era: lo mejor de la juventud, el orgullo y el futuro del país. Después vinieron muchos otros veteranos de la guerra de Afganistán, decenas de miles.

Lo acontecido después en el desbordado centro de Kiev es bien conocido, como también el hecho de que algunos senadores republicanos de Estados Unidos se presentaron en la plaza para animar a los rebeldes, todo ello mientras diversas acciones y amenazas descontroladas provocaban la declaración oficial de Rabbi Moshe Reuven Azman, rabino de Kiev, quien según informó el diario de Tel Aviv Haaretz pidió a los judíos que abandonaran la ciudad y a ser posible Ucrania, en prevención de posibles ataques antisemitas. Parece posible interpretar todo esto como un nuevo episodio de la que ya creíamos terminada Guerra Fría.

El siguiente artículo de Juan Cole, profesor de Historia de la Universidad de Michigan, que ha sido publicado por la revista Truthdig, alude a los orígenes del conflicto, remontando los mismos a la Guerra de Crimea que se desarrolló entre 1853 y 1856. Cole encuentra inquietantes paralelismos entre la situación histórica y la actual, lo que muy bien puede servir para entender mejor los presentes acontecimientos de Ucrania y sus consecuencias en el futuro. Pues no en vano, como él afirma, las directrices “proeuropeas” del nuevo gobierno de Kiev suponen el fin de un statu quo que ha estado vigente durante más de un siglo y medio, asegurando hasta ahora cierta estabilidad en una región europea especialmente vulnerable, cuyas turbulencias ya otras veces han tenido consecuencias para la paz mundial.

SIN MOTIVO APARENTE: ¿UNA NUEVA “GUERRA” DE CRIMEA?

Juan Cole

La población de habla rusa de la península de Crimea, en Ucrania, está molesta con el movimiento popular en el oeste del país, el cual ha derrocado al presidente Viktor Yanukovich, y se dice que están formándose allí milicias armadas. En algunos edificios del gobierno, las banderas ucranianas han sido sustituidas por banderas rusas. Sebastopol es un importante puerto del Mar Negro en el que hacen escala los buques de guerra rusos, y Moscú posee allí una base militar.

Desde todos los puntos de vista el presidente ruso, Vladimir Putin, tiene motivos para percibir en la revolución ucraniana un acontecimiento peligroso para los intereses rusos, y la pérdida potencial de Crimea como una de las amenazas más graves. Crimea fue entregada a la República Socialista Soviética de Ucrania por Nikita Kruschev (él mismo ucraniano) en 1950, pero todavía hoy son más los rusos que reclaman la soberanía sobre Crimea que los que reclaman Chechenia. La asesora de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Susan Rice, ya ha advertido a Rusia contra el envío de tropas a Ucrania, pero ¿qué pasa con los marineros de la base de Crimea? Ellos ya están allí.

Desde aproximadamente 1050 Crimea estuvo bajo el dominio turco, después mogol, y más tarde turco de nuevo. Desde 1441 hasta finales de la década de 1700 fue un kanato musulmán que se convirtió en un estado vasallo del Imperio Otomano. Poco después fue anexionada por la Rusia zarista. En 1900 los tártaros de Crimea, que antes habían constituido la población dominante, se habían reducido a la mitad, y, después de la revolución rusa, a una cuarta parte. Stalin deportó a muchos de ellos al Asia Central. Así Crimea fue durante los dos siglos después de la incorporación al Imperio Ruso en gran medida rusificada, y su población autóctona musulmana quedó sumamente mermada. Cientos de miles de musulmanes tártaros permanecieron en Crimea, otros que fueron desplazados regresaron, pero hoy siguen siendo una minoría.

¿Qué recordamos en Occidente de la Guerra de Crimea de 1850? ¿Existe un paralelo con las tensiones de hoy? El conflicto fue inicialmente entre el Imperio Otomano y el Imperio Ruso. En cierto modo, algunas raíces del conflicto se sitúan en la Jerusalén otomana, en la década de 1840 y principios de la siguiente, cuando Rusia se dio cuenta de que su reclamación sobre Tierra Santa, a través de sus socios ortodoxos orientales, estaba siendo ignorada por el sultán en beneficio de los socios comerciales franceses y otros de confesión católica. Rusia también codiciaba los Balcanes e incluso Estambul (la Bizancio del Imperio Romano de Oriente). Cuando estalla el conflicto entre los voivodas de Rumanía, que eran vasallos nominales otomanos, y el sultán, Rusia respaldó a los príncipes rumanos y envió tropas. Entonces pareció que Rusia podía llegar hasta Estambul y conquistarlo.

Gran Bretaña y Francia rechazaban que el Imperio Ruso se hiciera fuerte en Oriente Medio, como habría ocurrido de caer Estambul en manos del zar. Los buques de guerra de Gran Bretaña llegaron a la India desde el Mediterráneo a través de Egipto y el Mar Rojo, y también a través de Siria e Irak y el Golfo Pérsico. Londres impidió así que San Petersburgo tuviera la capacidad de interrumpir su comercio con las Indias. Del mismo modo los franceses tenían socios en el Líbano y eran una gran potencia en el Mediterráneo, y a Gran Bretaña no le convenía que ésta fuera suplantada por Rusia.

En lugar de luchar en tierra en los Balcanes, los británicos y los franceses propusieron al Imperio Otomano una expedición conjunta a través del Mar Negro hasta la península de Crimea.


En ese momento no había ferrocarril que uniese Crimea con San Petersburgo, y el zar no podía enviar fácilmente tropas a corto plazo. En esencia, las fuerzas franco-británicas y sus aliados otomanos tomaron Crimea como rehén a fin de impedir nuevos avances rusos en los Balcanes. Aunque el éxito en el Imperio Británico del poema La carga de la Brigada Ligera pueda sugerir lo contrario, en realidad la campaña fue predominantemente de los franceses, siendo mucho más modestas las aportaciones británicas y otomanas.

La estratagema funcionó. La guerra llegó a su fin. Las grandes potencias firmaron el Tratado de Londres de 1856. Se trata de un documento importante en la historia diplomática. Se anticipaba a la Carta de las Naciones Unidas al garantizar la defensa del Imperio Otomano contra cualquier agresión rusa, con Francia y Gran Bretaña como garantes de la seguridad en la zona. Por el mismo documento los otomanos se comprometieron a conceder a sus súbditos cristianos los mismos derechos de que gozaban los musulmanes (aunque esto último tardaría en llevarse a la práctica).

Al igual que en la década de 1850, Rusia está reclamando hoy como parte de su esfera de influencia los territorios del este de Europa, la actual Ucrania, Rumanía y otros países de los Balcanes.

Al igual que en la década de 1850, Occidente tiene un gran interés en bloquear el poder ruso en esa parte de Europa, dado su deseo de incorporar a Ucrania a la UE y, en última instancia, a la OTAN.

Al igual que en la década de 1850, un punto de inflexión en esta lucha geopolítica es Crimea y sus instalaciones navales rusas. Hoy en día la flota rusa con base en Sebastopol domina el Mar Negro y tiene acceso por el Estrecho del Bósforo al Mediterráneo y en especial a Tartus, puerto naval de Siria.

Al igual que en la década de 1850, Occidente se preocupa por la hegemonía rusa en Oriente Medio, con Siria en el centro de atención. El gobierno ruso apoya a Bashar al-Assad, mientras que Occidente apoya al llamado Ejército Libre de Siria, del que (aunque no reconocidas oficialmente) forman parte las filiales de Al Qaeda.

Los paralelos son casi exactos. Pero este enclave en el que se halla un importante puerto del Mar Negro ha servido de equilibrio entre las potencias atlánticas y Rusia y ha mantenido una estabilidad geopolítica durante más de un siglo y medio.

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