sábado, 31 de marzo de 2012

LECTURA POSIBLE / 51


UN CLÁSICO DEL VERISMO ITALIANO

Fue conocido en su Sicilia natal como “el poeta de los pobres”. A Benedetto Croce correspondió en 1903 fijar las líneas maestras, todavía válidas hoy mismo, de la crítica de su obra literaria. Al referirse a la conversión de Verga al verismo, aquél escribió que tal transformación supuso para el autor de Cavalleria rusticana un “impulso liberador”, y añadió: “Trabajaban en él impresiones y recuerdos vivos, directos, inmediatos, de su país natal, de su juventud y adolescencia; se agitaban en él figuras de hombres y mujeres del campo, de gente pobre, de atormentados y atormentadores; historias piadosas o trágicas, de pasiones súbitas y violentas, de luchas, angustias y estrecheces”.* Y también de algunos nobles (por lo raros) ejemplos de solidaridad, añadimos nosotros. Todo lo cual constituía ciertamente el trasfondo de lo que a finales del siglo XIX se entendía por verismo, y que no habría sido lo que fue sin ese caldo de cultivo en el que se mezclaban el fin del Risorgimento y la unificación de Italia, así como la conciencia que de dicho proceso histórico se formó a principios del siglo pasado, a la que contribuyó Croce (ya en aquellos años imbuido de pensamiento marxista), y la voluntad radical de algunos autores, de Verga especialmente, que había recibido la inspiración de su mentor Luigi Capuana, a quien cabe atribuir la primacía en la investigación de un lenguaje nuevo de fondo popular, el cual constituye la verdadera raíz del verismo y al que Giovanni Verga añadió “una dimensión social y moral”.**

Del ejercicio estético instigado por su mentor se desprende una lección que nadie como Verga llevó a la práctica, y que iba mucho más allá del realismo practicado por entonces en Italia, por ejemplo el de Alessandro Manzoni en Los novios, obra a la que sólo le llegó el éxito cuando su autor la tradujo del lombardo al cultivado italiano florentino que habría de servir de modelo para la normalización de la lengua. Una normalización que en el caso de Verga y sus personajes sicilianos habría sido casi una traición, y que se habría contradicho con el propósito de éste, que no era otro que el de alcanzar por fin la disolución del autor, reducido a la mera condición de oyente fiel y transcriptor del habla de la gente, en este caso los pescadores, mineros y campesinos de la olvidada Sicilia, una plebe que difícilmente podía tener sitio en los optimistas y exaltados discursos de la unificación garibaldina, ya que ni siquiera su lengua era comprendida, lo que fue causa de que las obras de Verga apenas merecieran atención en su época, pues para ésta las sempiternas miserias de Sicilia resultaban ser un baldón que era preferible ignorar. Cosa, por cierto, que no ha cambiado mucho desde entonces. De hecho, la tan celebrada unificación, que en la época en que Verga escribía era sólo formal, y en la que no había indicios de que llegara a cumplirse realmente, ni siquiera en el aspecto lingüístico, sólo repercutió entre los sicilianos de dos formas: con un aumento de los impuestos y con la implantación del servicio militar obligatorio, temas ambos que aparecen aquí y allá como hilos conductores de la obra de Verga, en sus relatos y también en esa novela excepcional, de gran influencia en la literatura posterior, que es Los Malavoglia.

Y es que pocas obras, nacidas de lo popular, han tenido tantos obstáculos para ser “populares”. Cosa de la que no hay que extrañarse cuando el autor une su suerte a la de una población de desarrapados que va a contramano de la historia y de la lengua. Así, las obras de Verga, en gran parte, deben su fama a inesperados y casuales acontecimientos, a menudo extraliterarios. En primer lugar, la adaptación teatral de Cavalleria, que fue estrenada por Eleonora Duse; a continuación, claro está, el éxito apabullante de la ópera de Pietro Mascagni, cuyos libretistas Giovanni Targioni-Tozzetti y Guido Menasci olvidaron pedir permiso a Verga para hacer uso de su obra (lo que dio lugar a que todos acabaran en los tribunales); más tarde por la atención que le prestaron estudiosos como Croce, y finalmente por algunas versiones debidas al cine, sobre todo la que de Los Malavoglia dirigió Luchino Visconti en 1948, que tituló La terra trema y que debió ser el primer episodio de una trilogía por desgracia frustrada.***

De este Giovanni Verga que merece un conocimiento que raramente ha tenido entre nosotros nos ha llegado Cavalleria rusticana y otros cuentos sicilianos en una cuidada publicación de Ediciones Traspiés, y que viene a sumarse a La vida en el campo, colección de relatos que editó Periférica en 2008 y con respecto a la cual aquélla tiene la ventaja de incluir algunas narraciones hasta ahora inéditas en castellano.

El pequeño volumen que comentamos incluye algunos de los relatos más logrados de su autor, entre ellos el celebérrimo que le da título. En ellos Verga realiza casi siempre de manera escrupulosa la función de un documentalista, casi de un etnógrafo, el cual nos traslada no sólo la lengua, sino también el carácter, las tradiciones y las creencias de los personajes. Unos personajes cargados de aquel primitivismo casi animalesco en el que Verga supo apreciar una de las formas más elevadas de la poesía, la misma que con mucho respeto y admiración hacia los más desheredados de Sicilia, que eran también los actores de su film, supo plasmar magistralmente Visconti. Cavalleria rusticana, como es bien sabido, describe los preliminares de un duelo a navaja; Malpelo el Pelirrojo (en otras ediciones llamado Malospelos) narra el destino de un joven en la mina, destino que fue también el de su padre; El reverendo nos muestra al arribista que en su escalada social se sirve del ilimitado poder de la Iglesia; Historia del asno San José cuenta de forma conmovedora la vida de un burro, humanizado aquí en virtud de una fatalidad no muy distinta a la de los hombres.

Aunque trufada del dialecto que todavía hoy se habla en Catania, la obra de Verga es ya un clásico de la literatura italiana, como en su momento reconocieron los también sicilianos Luigi Pirandello y Leonardo Sciascia, entre otros. Por estas páginas pululan muchachos y adultos movidos por un desesperado afán que no es otro que la supervivencia, mujeres cuya suerte es todavía peor ya que para ellas no hay más supervivencia posible que el matrimonio, el cual sólo puede verificarse si se dispone de la consabida dote, familias que oscilan entre un cristianismo cargado de supersticiones y un inquebrantable orgullo, el cual suele dar lugar a encendidas y a menudo mortales disputas de honor. Son breves relatos que algún crítico ha llamado “antiliterarios” y en los que el autor ha hecho abstracción de sí mismo, poniéndose por entero al servicio de los personajes y de sus desnudas historias, las cuales se presentan sin adornos ni juicios morales. Algunos de ellos traerán a la memoria del lector el recuerdo de una vida rural que para nosotros tampoco es lejana. Y es de esperar que este libro contribuya a la actual revalorización de la obra de Giovanni Verga, de quien todavía queda mucho por traducir. 
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* Benedetto Croce, Note sulla letteratura italiana nella seconda metà del secolo XIX, 1903, vol. I. pp. 248-249.
** Gino Raya, La lingua del Verga, 1962, pp. 17-18.
*** En 2010 se estrenó Malavoglia, nueva versión de la novela de Giovanni Verga dirigida por Pasquale Scimeca.

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