martes, 4 de febrero de 2014

LECTURA POSIBLE / 134

IHARA SAIKAKU: EL SEXO O LA VIDA. DOS NOVELAS DEL MUNDO FLOTANTE

“Bien sé yo, aunque eres puta, tus virtudes”, afirmó Nicolás Fernández de Moratín en su Arte de las putas, del que el inefable Menéndez Pelayo escribió que no debía estamparse “ni el nombre”. Moratín, que hizo circular su libro, manuscrito, hacia 1770, desveló en él el sexo oculto del Madrid de su época, poblado por clérigos golfos, marquesas incontinentes, alcahuetas y “mujeres de la vida”. Lo escrito allí abiertamente acerca de las variedades del sexo, escondidas por lo común bajo pudorosas capas de mojigata y deliberada ignorancia y de hipocresía, es local y también universal, pues como el propio Moratín dice: “[búsquese en] todos los siglos, todas las naciones / y hallarán en el mundo practicados / mis dogmas por las gentes más ilustres”. No es extraño, así, que el libro de Moratín sea vecino de los escritos un siglo antes en Japón por un novelista y maestro del haikai, hasta no hace mucho desconocido entre nosotros, llamado Ihara Saikaku.

Nuestro autor vivió durante el período Edo, una época de cambios en la que Japón se abrió a Occidente, y cuya decadencia traería un nuevo y duradero aislamiento. La jerarquía feudal establecía en ella la existencia de cuatro clases totalmente separadas: los samuráis, los campesinos, los artesanos y los comerciantes, a las que había que añadir otras categorías sin reconocimiento social, entre ellas la de los mendigos y las prostitutas. Las cualidades que regían la vida de la clase alta, el bushidō (o “camino del guerrero”), a saber: diligencia, honestidad, honor, lealtad y frugalidad, se convirtieron en el ideal a imitar por una nueva burguesía surgida en la capital, Edo. A ello se aplicaron con denuedo los prósperos chōnin (artesanos y comerciantes), que en su calidad de clase ascendente iba a dotarse de una cultura propia, el ukiyo o “mundo flotante”, que abarcaría todos los campos creativos, en especial la pintura y la literatura, pero que debía plasmarse sobre todo en la vida, en una forma de existencia despreocupada y hedonista que encontró su espacio en el distrito rojo de la capital, Yoshiwara, barrio de burdeles, casas de té y teatros de kabuki. Precisamente las novelas de Saikaku son las que fundaron y definieron la literatura del mundo flotante.

Nacido en Osaka, nuestro autor heredó de su familia la profesión de comerciante, a la que renunció pronto para dedicarse a la composición de poemas, actividad en la que llegaría a ser maestro a la edad de veinte años. Las habilidades de un maestro haikai debían ser múltiples y no se agotaban en la sola redacción de versos, sino que además incluían la pericia en la improvisación y la velocidad, lo que en el lenguaje musical y en el teatral se llama “repentizar”. Pues bien, su primera gran obra, publicada en 1673, Diez mil versos de Ikutama, fue producto de lo que hoy podría llamarse una performance de doce días en la que un grupo de poetas se dedicó a la composición de haikus en un santuario de Osaka. Estos poetas, con Saikaku a la cabeza, debieron realizar su acción poética por su cuenta, ya que a causa de su heterodoxia se les excluyó de un acto oficial de características similares celebrado poco antes. No era sólo que no respetasen las muy estrictas y prolijas reglas poéticas, sino que además incorporaban a sus composiciones juegos de palabras, expresiones coloquiales y no pequeñas dosis de sentido del humor, todo ello a fin de criticar las costumbres de su tiempo.

La prematura muerte de su esposa, con veinticinco años, inspiró su primera obra en solitario, a la que aplicó las reglas del haikai, desprovistas por primera vez de su carácter colectivo. Sus obras posteriores, Muchos versos y Muchos versos de Saikaku, son ya obras de madurez que se alejan por completo de las normas que asfixiaban a la creación poética japonesa desde hacía siglos, centrándose de manera novedosa en lo que unos años más tarde iba a ser el asunto de sus novelas: la vida en la gran ciudad y en especial en sus barrios prohibidos. Sin embargo, nunca abandonó Saikaku la poesía, y a medida que le iban saliendo competidores realizó nuevas maratones poéticas destinadas a escribir en solitario más versos en menos tiempo, lo que le permitió realizar una proeza legendaria en 1685: la composición de un poema de 23.500 versos en un día.

Pero más allá de esos alardes atléticos, en su mayor parte intraducibles, la amplia fama de Saikaku en el Japón actual y fuera de él se debe a sus novelas, también ellas radicalmente innovadoras y las cuales siguen ejerciendo hoy su influencia sobre la literatura nipona. La primera de ellas, Hombre lascivo y sin linaje, o Amores de un vividor (1682) ha sido comparada con A rake’s progress (La carrera de un libertino), la célebre serie de estampas del ilustrador y satírico inglés William Hogarth. Ambientada en los barrios del placer, narra las aventuras eróticas de su héroe, Yonosuke. A ésta iban a suceder El gran espejo de la belleza femenina (1684), Cinco amantes apasionadas (1685), que entre nosotros fue publicada hace más de veinte años por la editorial Hiperión, y las dos que en primera traducción se publicaron el año pasado: Vida de una mujer amorosa (1686) y El gran espejo del amor entre hombres (1687).

Ambas novelas reúnen motivos suficientes para reclamar la atención del lector, empezando por el tratamiento “moderno” que reciben los personajes y por el modo en que sus respectivas tramas nos introducen progresivamente en la subjetividad de los mismos y en las atmósferas por las que transitan sus vidas. Menos desdeñable es aún el estilo de la escritura de Saikaku, que aquí se beneficia de dos excelentes traducciones que permiten reproducir lo que podría llamarse el “realismo poético” de estos textos redactados con tanta precisión y fluidez como encanto. Realismo poético no en el sentido de fantasmagorías románticas o de metáforas y situaciones extravagantes, sino en el del sencillo uso de cierta mirada poética que tiene la virtud de ennoblecer y humanizar a los protagonistas y sus peripecias, por oscuras y sórdidas que lleguen a ser. La cadencia de estos textos, su sobriedad, y su misteriosa percepción del mundo son las mismas que, antes de conocer la obra de Saikaku, hemos podido disfrutar en los films de Kenji Mizoguchi, en especial en su Vida de Oharu, mujer galante, adaptación de Vida de una mujer amorosa que se estrenó en 1952, recibiendo ese año el León de Oro del Festival de Venecia.

Puede que esa mirada poética, tan extraña y a la vez fascinante para el lector y el espectador español, y que viene a ser quizá la clave principal de estas novelas de Saikaku, se encuentre en su forma más nítida en el siguiente pasaje de la obra citada más arriba, en el que la cortesana protagonista y narradora nos dice: “Una vez viajé a las montañas de Yoshino, más bien a una zona agreste de aquella región más allá de donde brotan las flores, a un sitio tan remoto que por los alrededores no descubrí a nadie que pudiera compartir conmigo y con el resto de la humanidad el mono no aware”. Este mono no aware es en Japón algo parecido a lo que en Occidente llamamos “melancolía”, pero con la particularidad de que se trata no tanto de un sentimiento como de una conciencia: la de estar muriendo, la de asistir al lento escaparse de la realidad y de nuestra presencia en ella. La expresión fue acuñada por la crítica literaria a propósito del libro Historia de Genji, relato del siglo XI que se cree obra de una mujer de la nobleza, Murasaki Shikibu. Esa impermanencia (mujō) es uno de los rasgos esenciales del budismo e implica que la transitoriedad de todas las cosas aumenta la apreciación de su belleza, a la vez que evoca una suave tristeza a su paso. De esa fugacidad, y de esa triste belleza, está impregnado el universo de las novelas de Saikaku.

En Vida de una mujer amorosa una pareja de jóvenes llega accidentalmente a una solitaria cabaña en la que esperan encontrar a un eremita, pero en lugar de eso conocen a una anciana prostituta, esta mujer amorosa a la que se refiere el título y que les relatará toda su existencia, desde que siendo una muchacha fue vendida para pagar las deudas de su padre hasta que, habiendo pasado por todos los rangos de su profesión, fue a caer en el más ínfimo. La mujer les describe su aprendizaje del oficio, los privilegios de los que disfrutaba en su primera juventud, cuando se hallaba en situación de elegir a sus clientes y disponía de su propia servidumbre. Y la manera en que su envejecimiento la llevó a degradarse. Este descenso en la escala social permite a Saikaku hacer un retrato de los estamentos de la sociedad de su tiempo, retrato moral y también de costumbres, lo que incluye un detallado inventario de vestidos, maquillajes y útiles de belleza. Pero por encima del retrato social sobresale el de esta mujer innominada que transmite a sus visitantes la totalidad de su experiencia, de la sabiduría y la dignidad alcanzadas en el curso de su vida.

En El gran espejo del amor entre hombres nos encontramos en otra esfera de la sociedad japonesa, bien distinta a la anterior. El libro contiene veinte relatos cuyos protagonistas son samuráis que eligieron el nanshoku o “vía del amor viril”, que en la época Edo gozaba de una amplia tolerancia e incluso de prestigio social. Del mismo modo que la protagonista de la otra novela que hemos mencionado no podía resistirse a su pasión por los hombres, también estos samuráis se entregan totalmente a sus devaneos amorosos, los cuales no excluyen los juramentos de devoción eterna, las traiciones ni los duelos de honor. Pues en sus relaciones también imperaba esa exigente disciplina moral de los samuráis, el bushidō, que aquí deberá hacer frente a no pocos conflictos y situaciones adversas. El libro se completa con una introducción sumamente documentada que resulta esclarecedora acerca del lugar ocupado por la homosexualidad masculina en el Japón del tiempo de Saikaku.

Estas dos novelas magníficamente editadas, ambas acompañadas de ilustraciones, han venido a cubrir en parte un vacío de nuestras letras, el de un clásico que, por temática y estilo, bien podría pasar por ser nuestro contemporáneo. La protagonista de Vida de una mujer amorosa es de esos personajes que no se olvidan fácilmente, ni sus peripecias en el mundo flotante ni su soledad final. Y tampoco los samuráis de El gran espejo del amor entre hombres son ajenos a esa conciencia del mono no aware, la melancolía de la belleza fugaz, belleza devastadora y que sin embargo resulta ser imperecedera en cada una de estas páginas.

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