martes, 16 de septiembre de 2014

LECTURA POSIBLE / 160

SIMONE, DE EDUARDO LALO. LA HISTORIA DE AMOR DEL ÚLTIMO PREMIO RÓMULO GALLEGOS

Es un hecho conocido que la industria editorial española no es hoy la misma de hace cincuenta años. A los editores amantes de la literatura de entonces han sucedido los actuales ejecutivos poseedores de algún master en marketing o mercadotecnia, gentes cuya buena reputación en las altas esferas de las multinacionales para las que trabajan es tan grande como su ignorancia literaria. El balance anual de resultados admite pocas alegrías y ningún riesgo, lo que explica “la estrechez de miras y los criterios rutinarios” que prevalecen en la industria de la edición, a los que se refirió Ignacio Echevarría hace algo más de un año en un artículo que fue muy debatido en algunos círculos.

El boom latinoamericano se gestó editorialmente en España, sobre todo en Barcelona, y dadas las circunstancias actuales podría estar ocurriendo que un nuevo boom contemporáneo pasara casi totalmente inadvertido entre nosotros. A paliar tal estado de cosas contribuyen con sus reducidos medios las editoriales independientes, por ejemplo Candaya, que ha publicado hace unos meses la muy interesante Anatomía de la memoria, novela del mexicano Eduardo Ruiz Sosa.

Desde la irrupción de los grandes nombres de la creación literaria latinoamericana hasta el momento presente han aparecido ya dos generaciones, rodeadas ambas mayormente de silencio. Los nombres de Damián Tabarovsky, Carlos Labbé y Martín Kohan, por citar sólo algunos, son prácticamente desconocidos, y ello sin que pueda negarse la extraordinaria vitalidad de una literatura que recorre el subcontinente de arriba abajo. De ese abandono del que son responsables los grandes grupos editoriales españoles se están beneficiando diversas editoriales latinoamericanas, especialmente argentinas, que desde hace años vienen reuniendo un catálogo de narrativa contemporánea en castellano que no tiene equivalente a este lado del océano. La irregular y a veces nula distribución en España de los libros de Adriana Hidalgo Editora,  Beatriz Viterbo y Corregidor no ayuda a facilitar el acceso a esta literatura, de la cual ahora nos ha llegado venturosamente Simone, novela del puertorriqueño Eduardo Lalo.

Lalo estudió en las universidades de Columbia y la Sorbona, y es profesor de la de Río Piedras, en San Juan, donde reside. Es autor de una obra difícilmente clasificable en la que conviven el ensayo, la narrativa, la poesía, la fotografía, el vídeo y otras formas de expresión artística. Su carrera literaria se inició en 1986 con el ensayo En el Burguer King de la calle San Francisco, al que sucedió en 1992 la colección de cuentos, poemas y monólogos Libro de textos. En 2006 recibió el premio Juan Gil-Albert de Valencia por su ensayo Los países invisibles, y el año pasado, por Simone, el prestigioso Rómulo Gallegos que se concede bianualmente en Caracas.

De Lalo podía leerse hasta ahora en España una sola novela, La inutilidad, título publicado originariamente en 2004 en San Juan y que fue reeditado en 2013 por la editorial argentina Corregidor. El mismo año de publicación y la misma editorial son los que corresponden a esta Simone, hasta ahora su última novela.

Si en la primera de ellas “la narración se expandía en la desolación introspectiva del desarraigo”, según palabras de la prologuista de Simone Elsa Noya, en la segunda “Lalo apuesta duro en su convicción de que toda literatura es exploración de la condición humana”. La inutilidad, de hecho, se nutre de dos ciudades, París y San Juan, y de un viaje de vuelta. No es novela que se inscriba en la muy extensa tradición literaria latinoamericana sobre el exilio, sino que más bien plantea la quizá aún más ardua cuestión del regreso, regreso que lo es a un lugar en el que nadie espera ni reclama al exiliado. Por el contrario, en Simone los pasos del protagonista se circunscriben a San Juan, ciudad a la que no deja de dirigir la mirada que es propia del foráneo, del extraño. En ambas novelas, pero sobre todo en la última, la aventura del protagonista está marcada por sus encuentros y desencuentros con personajes femeninos que forman parte de su educación sentimental e intelectual y que terminarán por conducirle a nuevos desarraigos.

La palabra novela debe tomarse de manera laxa cuando se trata de las obras narrativas de Lalo, a las que convendría más el calificativo unamuniano de nivolas. Ello sucede porque en estas obras se cruzan diversos géneros caros al autor entre los que figuran el ensayo (próximo a veces al sofisma), el diario (que puede tomar la forma de libro de viajes), la poesía y hasta cierta forma de reporterismo. Éste último es producto de una lúcida observación efectuada a pie de calle, observación distanciada y crítica que es propia del flâneur pero que a la vez persigue la interacción con ese exterior repleto de misteriosas insinuaciones, la participación en un mundo con el que el protagonista y narrador quisiera identificarse. Ahí se advierte una predisposición a que las reflexiones de carácter más o menos filosófico sean reemplazadas por verdaderas tramas narrativas en las que caben la implicación, la pasión y, por fin, la aventura.

Así ocurre en Simone. El libro empieza por ser una sucesión de reflexiones acerca de la necesidad de la escritura, pues el narrador reconoce “que aún sigo vivo y soy incontenible. (…) Para esto sirve escribir o leer y a eso he dedicado casi toda la vida. A veces, he conocido algo parecido a la gracia”. Este personaje dedicado a la introspección que es heredero y continuador del protagonista de La inutilidad va dirigiendo paulatinamente su mirada al exterior, a una ciudad de San Juan que recorre sin descanso y con la que mantiene una relación que es casi de exclusión y de hostilidad. El narrador toma nota de los detalles ínfimos de la ciudad y de su provincianismo, en su calidad de paisaje urbano intercambiable con cualquier otro. En él, “las emociones que se experimentan parecen salir de una línea de ensamblaje y conseguirse en cualquier sitio. Su distribución es masiva”. Así, su observación se desvía hacia los lugares que son signo de una sociedad globalizada más que de una genuina identidad, todo lo cual contribuye a fortalecer en él la sensación de exilio, de desamparo. Sin embargo, he aquí que de esa geografía inhóspita con la que apenas es posible establecer vínculos va a surgir un personaje empeñado en cambiar la vida del protagonista, y, de paso, en hacer que el monólogo de éste, sometido a sus propias limitaciones y a las de su ciudad, se convierta en novela.

El protagonista recibe mensajes, papeles con textos escritos a mano que llegan hasta su soledad por los medios más inesperados, cuyas palabras resultan coincidir con las suyas y encontrar ecos en la intimidad de su pensamiento, y que son la prueba de la existencia de alguien naufragado como él, un “otro”. Al principio esos mensajes le resultan fastidiosos, después intrigantes, y por último despertarán en él el deseo inaplazable de conocer a su autor. Éste, que en sus primeras comunicaciones con el protagonista ha permanecido anónimo, termina por firmarlas con el nombre de Simone. “¿Cómo no ilusionarme con que el que envía los mensajes sea una mujer –una mujer de la que enamorarme– cuando los que me rodean producen textos como éste? ¿Cómo no esperanzarme con esta persecución de palabras? ¿Cómo no soñar con ese cuerpo desconocido que no será como estas voces que me asedian?” Los escenarios de la novela, un Starbucks, un Sushi Bar, pueden así contemplarse con una mirada distinta y ya enamorada, reclamando por ello del narrador una atención nueva e inagotable, convertidos en augur de la próxima aventura.

Cosa que sucederá, pues el autor de los mensajes, en efecto, resulta ser una mujer, una camarera y estudiante china, de nombre Li Chao, cuyo ejercicio de seducción intelectual dejará paso a una exaltada relación amorosa tan bella como triste (como según parece deben ser las historias de amor). Esa tristeza, la de la despedida, que parece estar ya inscrita en su nombre, se nos aparece acompañada aquí por la inmersión en un nuevo exilio, el de Li Chao, sometida a la esclavitud de sus parientes y a la vez ávida por obtener conocimientos, decidida a escapar del círculo cerrado en el que malvive su comunidad y a liberarse, proceso en el que se comprometerá su amado sin ser muy consciente del turbio universo en el que empieza a adentrarse.

Li Chao es una mujer fascinada por la obra de Simone Weil. En uno de sus mensajes se lee: “Más allá de cualquier esquema, vivía en lo que sería cada vez más un contacto entre almas. No estaba consciente del carácter carnal de la cotidianidad como tampoco lo era de las convenciones y ritos de las clases sociales. Así, aun en el plano social, Simone Weil podría percibirse como inhumana”. Dicho contacto entre almas, alcanzado por medio de la atención prodigada al otro, y que incluso podía prescindir de una relación física, constituye una nueva forma omniabarcadora de la vida, caracterizada, como descubre el protagonista, por el hecho de que “uno sabe que ama a alguien cuando teme por su sufrimiento”, lo que convierte al amor en “el intento imposible y fallido de proteger a alguien de su biografía”. Esta biografía se expresa en el caso de Li Chao por medio de la palabra escrita, la cual llega a adquirir la forma de un dibujo que pasará de sus rollos de papel a las calles de San Juan, convertida la ciudad misma en papel en blanco en el que su existencia, y la de su amado, deviene en arte callejero y fugaz, incorporado a las paredes, a los carteles, a los graffitis en los que la ciudad se muestra. Estos dibujos difícilmente descifrables, “en los que vibraba el testimonio de sus silencios”, ocultan y revelan a la vez el misterio de Li Chao, del cual el narrador tendrá que empaparse para tener un atisbo de sí mismo.

El libro incluye un recorrido por la vida intelectual de San Juan, lo que da pie al autor a sugerir audazmente un debate entre el mundo editorial español y la semicolonizada sociedad de los escritores latinoamericanos, un debate que se nos presenta a través de cierto personaje, Máximo Noreña, álter ego del propio Lalo confrontado en las páginas del libro a un antipático y presumido autor español de gira “por las provincias”. Debate, no está de más señalarlo, que sería saludable y necesario continuar algún día, cosa difícil entre nosotros en estos tiempos de miedos, servilismos y adhesiones incondicionales.

Simone es un excelente ejemplo de esa narrativa que hoy se sueña y se hace al otro lado del Atlántico y que en España, por las causas referidas al principio, en gran parte se ignora. Libro de una mente lúcida que sabe conducir al lector por complejas fabulaciones sin redobles de tambor y con una medida sutileza, y que nos guía por esa lejana y desconocida San Juan transmutada aquí en literatura.

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