martes, 3 de marzo de 2015

DISPARATES / 130

LA COMUNA, CONTADA POR KRISTIN ROSS

La Comuna de París no es sólo la sucesión de hechos que acontecieron en esa ciudad desde el 18 de marzo de 1871 hasta la “Semana Sangrienta”, a finales de mayo de ese mismo año. De las propuestas emancipatorias expresadas entonces pueden dar cuenta el Mayo del 68 francés y otros movimientos contemporáneos actualmente en curso en medio mundo, orientados hacia un cuestionamiento del orden establecido y una radicalización de la democracia. Kristin Ross, profesora de literatura comparada de la Universidad de Nueva York, lleva años estudiando estos fenómenos, particularmente en el ámbito de su especialidad, la literatura y la cultura francesas, de lo que han sido producto títulos como Rimbaud, la Commune de Paris et l’invention de l’histoire spatiale (Les Prairies Ordinaires, 2013) y Mai 68 et ses vies ultérieures, que tras su primera edición en 2005 (Complexe & Le Monde Diplomatique) fue reeditado en 2010 por Agone, y del que existe por cierto traducción española: Mayo del 68 y sus vidas posteriores (Acuarela & Antonio Machado, 2008). Ross ha recibido importantes premios en Estados Unidos y ha traducido al inglés diversas obras de autores franceses, entre ellos el filósofo Jacques Rancière. Tanto la obra propia como la traducida se enmarcan en los que constituyen sus principales temas de interés: la historia urbana y revolucionaria, la teoría política, la ideología y la cultura popular.

De la autora norteamericana ha publicado hace unas semanas la editorial La Fabrique L’imaginaire de la Commune, ensayo que al igual que los anteriores reivindica la memoria como un espacio de lucha, espacio al que sus libros pretenden liberar de la despolitización a la que ha sido condenado por una visión sesgada y complaciente de la Historia. A propósito de esto se ha mencionado el modo en que el psicoanalista Jean-Franklin Narodetzki describe las cuatro estrategias empleadas por la llamada “memoria reactiva” para reabsorber y vaciar de contenido ciertos acontecimientos del pasado: “la condensación, que roba la palabra al protagonista anónimo y se la entrega a los líderes; el desplazamiento, que empuja a un segundo plano las cuestiones esenciales dándole protagonismo a las secundarias; la figurabilidad, que reduce la complejidad de un fenómeno a unas cuantas imágenes, y la elaboración lineal, que otorga inteligibilidad a una situación imprevisible y abierta a través de un relato con un final rotundo”.* Es así como el Mayo del 68, la mayor huelga general de la historia de Francia y la única insurrección generalizada que experimentó Europa en la segunda mitad del siglo XX, puede ser reducido a algo muy distinto: un acontecimiento del que se ha sustraído lo político (y tal cosa con la aprobación o el consentimiento a veces de quienes fueron sus propios líderes) y en el que se han neutralizado las rupturas y las disfunciones, junto a la manifestación de nuevas subjetividades irrepresentables política o sociológicamente, así como otras formas de concebir el vínculo social, la comunidad y el porvenir. “Hablamos”, escribe Ross, “de un movimiento que barrió las categorías y definiciones sociales y forjó unas alianzas y encuentros imprevisibles entre sectores sociales y gente muy diversa que trabajaban juntos para resolver sus problemas de forma colectiva. ¿Cómo es posible que dicho movimiento se reubicara dentro de categorías ‘sociológicas’ tan restrictivas como ‘el medio estudiantil’ o ‘la generación’?” El acontecimiento en sí quedaba devaluado de este modo para presentarse como una algarada estudiantil y un conflicto intergeneracional, o todavía peor: simple cuestión de hormonas y de aceleración brusca hacia una modernidad caracterizada por la explosión del individualismo hedonista y la liberación de las costumbres.

Una operación equivalente es la que se ha efectuado sobre la Comuna de París, a la que Ross reconoce como antecedente del Mayo francés. Si éste, en efecto, tuvo (o tiene) sus vidas posteriores, él mismo es también una “vida posterior” de la Comuna. El libro de Ross trata precisamente de la forma en que lo sucedido en la Historia se ha visto reemplazado por sucesivas representaciones, pero también de cómo su carácter disruptivo ha sobrevivido hasta hoy por diferentes vías.

Tradicionalmente, la Comuna ha sido considerada en relación a dos grandes construcciones políticas: el socialismo histórico y la Unión Soviética por una parte; y el republicanismo francés, por otra. Diluida así la singularidad de la Comuna en el interior de dos amplios y dominantes discursos, el esclarecimiento de su significación, más allá de los estrictos límites geográficos y temporales en los que se produjo, era una tarea que estaba por hacer. Precisamente, para Ross, uno de los rasgos principales de la Comuna es su capacidad para rebasar fronteras, y para de hecho encontrarse en el origen de múltiples aspiraciones emancipatorias, desde los clubes revolucionarios del Segundo Imperio hasta la Unión de Mujeres de Elisabeth Dmitrieff o las comunas rurales de los populistas rusos. Recomponiendo estas diversas trayectorias, Ross revela la Comuna como una creación política original, firmemente opuesta a la burocratización del Estado, al chovinismo militarista y al propio republicanismo, devenido con el tiempo en una rancia y empobrecida variante de los principios que lo alentaron en la Revolución de 1789. La república universal de los comuneros es concebida así sin fronteras ni Estado, y se sostiene sobre una asociación libre y federal, una nueva comunidad política sin amos, comunidad igualitaria que no era una utopía, sino el presente histórico de la Comuna. A fin de restituir a ésta su naturaleza singular, Ross se sirve de las intuiciones del mencionado Jacques Rancière y de los análisis de Henri Lefebvre en su ya clásica Crítica de la vida cotidiana. Pues para Ross la Comuna fue “una reinvención de lo cotidiano”, lo que ilustra mediante los ambiciosos proyectos de reforma educativa y artística que en ella tuvieron lugar y que en gran medida fueron auspiciados por la Federación de Artistas, de la que eran principales animadores Gustave Courbet y Eugène Pottier. Éste último, al que hoy apenas se recuerda como autor de la letra de La Internacional, fue un ejemplo en sí mismo de esa continuidad de los valores libertarios de la Comuna: escapado de la represión de las fuerzas reaccionarias durante la “Semana Sangrienta”, se exilió a Estados Unidos, de donde regresó tras beneficiarse de una amnistía. Más tarde Lenin afirmaría que murió en la miseria, pero no en el olvido. Su entierro en París en 1887 se convirtió en efecto en una manifestación popular, duramente reprimida por la policía, en torno a su coche fúnebre, adornado con la orla roja de miembro de la Comuna.

El espacio devenido en terreno de la práctica política se despliega en L’imaginaire de la Commune en una reevaluación del papel, del significado y del eco que tuvieron aquellos hechos, y del potencial transformador que entrañaban. Aquella “cultura semianarquista de la Comuna y de la década siguiente” iba a estar marcada culturalmente por las ideas de Paul Lafargue y Élisée Reclus, nombres a los que aquí se añade el de Arthur Rimbaud. Éste, en su relación con la Comuna, ya estudiada por nuestra autora en el libro mencionado más arriba, proclamó junto a Lafargue, en respuesta a los valores que se asignaban al “buen trabajador”, los contravalores de la pereza y la ebriedad como parte de una cultura de oposición que no es ni más ni menos que lo que más tarde se ha dado en llamar “contracultura”. Sus escritos construidos en forma de collage, con sus distracciones, desvíos, digresiones y vagabundeos, resultan ser otras tantas armas estratégicas, cargadas para sabotear la totalidad preexistente: “el contexto social, la organización hegemónica del espacio, de los cuerpos, a fin de posibilitar la creación de nuevas funciones”. De las identificaciones colectivas aparecidas en la Comuna entre trabajadores, poetas y artistas habría surgido, a juicio de Ross, “la inclinación a percibir de una manera inédita la relación discursiva entre las cosas que acostumbramos a calificar de poesía y las que solemos situar bajo la rúbrica del discurso político”. Al exhumar su originalidad, sus aspiraciones de arte y poesía, de “lujo para todos”, Kristin Ross arranca a la Comuna de toda finalidad estatista y productivista y de todo socialismo de cuartel. La Comuna y sus vidas ulteriores llevan en sí una permanente actualidad, y marcan el nacimiento de un movimiento civil radical y ecologista en una sociedad sin Estado. De este modo la autora procede a liberarla de su estatus como episodio archivado del movimiento obrero y de la historia de Francia, para hacer de ella una idea de futuro, una idea de emancipación.

Esa idea, alimentada por el socialismo histórico, pero también por la “igualación de las condiciones” a la que ya se refirió Tocqueville, supone la creación de un imaginario igualitario en el que coinciden los empeños de diversos sujetos políticos, un espacio que es abarcador y que se encuentra más allá de lo establecido por el marxismo ortodoxo. Y es la permanencia de ese imaginario igualitario la que permite una continuidad entre las luchas del siglo XIX y los movimientos sociales del presente. Resulta así que el ideario de la Comuna no sólo sirve hoy de estímulo a quienes postulan una regeneración del republicanismo francés, sino también a la intervención en otros ámbitos más generales como el movimiento antiglobalización y las iniciativas dirigidas al desarrollo de una economía del decrecimiento.

Entre los proyectos emprendidos por los communards Ross enumera algunos destinados a salvaguardar la autonomía de los artistas, al fomento de la educación politécnica y a la equiparación de la artesanía con el arte, todos ellos orientados a la consecución de una convergencia entre actividad artística y educación, y de éstas con el trabajo. Ese imaginario social que constituía la Comuna hace del libro de Ross no sólo una historia de las ideas, o de la práctica que los comuneros apenas tuvieron tiempo para desarrollar, sino también –y sobre todo– un compendio inspirador en el mundo de hoy.
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* Lo cita Amador Fernández-Savater en la presentación de la colección Mayo del 68, futuro anterior, que publicaron en 2008 las editoriales Acuarela y Antonio Machado.

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