martes, 7 de enero de 2014

LECTURA POSIBLE / 131

RIVAS CHERIF: UNA DRAMATURGIA EN VÍSPERAS DEL EXILIO

La editorial Pre-Textos ha reeditado hace unos meses el volumen Cómo hacer teatro: apuntes de orientación profesional en las artes y oficios del teatro español, que se publicó en 1991 con motivo del centenario del nacimiento de su autor. Escrito por Cipriano de Rivas Cherif en condiciones singulares, el libro apareció como un documento excepcional, en tanto que reúne gran parte de experiencias y enseñanzas propias, las cuales vienen a ser un compendio del teatro y de las innovaciones que en él se operaron durante la II República.

Rivas Cherif, a quien con razón, y junto a Adrià Gual, se ha considerado como el pionero de la dirección escénica en España, redactó el libro en 1945, durante su reclusión en el penal del Dueso, en Santoña, con el propósito de que sirviera de manual teórico-práctico a otros reclusos, miembros del Teatro Escuela del Dueso, con los que había desarrollado una amplia actividad en los dos años previos, todo ello poco antes de que iniciara su exilio mexicano. Rivas Cherif había llegado al penal cántabro tras un tortuoso peregrinaje por distintas prisiones, como resultado de su detención en Francia por la Gestapo cumpliendo órdenes del embajador español. Después de que le fuera conmutada la condena a muerte, pudo en el Dueso fundar su escuela de teatro, con la que representó obras clásicas de diversos autores, desde Lope de Rueda hasta Calderón y Cervantes; así como otras modernas, de O’Neill y Arniches, por citar sólo a unos pocos.  Fue al término de este período de tolerancia cuando nuestro autor, incomunicado durante once meses, redactó diversas obras, entre ellas la que ahora comentamos.

La escena española que encontró Rivas Cherif en los años veinte, al introducirse en lo que entonces se llamaba todavía la “dirección artística” en el seno de compañías como La Escuela Nueva, El Mirlo Blanco, El Cántaro Roto y El Caracol, estaba dominada por la comedia burguesa de salón y por autores como Benavente o Muñoz Seca. Nuestro autor, que en 1911 obtuvo una beca que le permitió establecerse durante unos años en Bolonia, se había familiarizado entretanto con las nuevas técnicas de dirección elaboradas por Edward Gordon Craig, gran renovador del teatro inglés que tras colaborar con Stanislavski en el Teatro del Arte fundó una escuela de escenografía en Italia, en la que por primera vez dio protagonismo en sus montajes a la iluminación, prescindiendo de los elementos de atrezzo que la escena heredó del siglo anterior. De igual modo, Rivas Cherif conoció en París, en 1919, las experiencias que en el ámbito teatral se aplicaban a partir de las ideas de Henri Barbusse, y que perseguían la creación de un teatro político de calidad accesible a las clases trabajadoras. Así, a su regreso a España, Rivas Cherif llevaba consigo un doble aprendizaje: el de la escuela tradicional de dirección que aún predominaba en los teatros de ópera italianos y el de la vanguardia que empezaba a dar sus frutos en diversos escenarios de Europa, de lo que no tardarían en ser muestra los montajes de Max Reinhardt en el Grosse Spielhaus y más tarde en el Deutsches Theater. Estas enseñanzas son las que trató de incorporar a la escena española hasta el inicio de la guerra civil.

“Hay que crear la escena, organizar espectáculos al aire libre, fundar cooperativas de cómicos y autores en sustitución de las empresas explotadoras del negocio teatral, reeducar al cómico y al espectador libertándolos de los hábitos adquiridos en una rutina ayuna de ideal”, escribió Rivas Cherif en un momento en que su regeneración de los escenarios podía manifestarse sólo de manera teórica, y que maduraría más tarde con la práctica teatral. En 1926 inicia una colaboración que sería sumamente fructífera con Salvador Bartolozzi, quien dirigía un innovador teatro de títeres para niños, así como con Valle-Inclán y los Baroja. En estos años los montajes en los que interviene Rivas Cherif como director se representan en el Ateneo y en el domicilio de los Baroja en la calle Mendizábal de Madrid, estrenándose obras de Claudio de la Torre y de Edgar Neville, entre otros. Sin embargo, será en 1930 cuando nuestro autor pueda dirigir un teatro completamente profesional y de reconocido prestigio. Ese año Margarita Xirgu le nombra director de su compañía dramática, al frente de la cual estará hasta 1936.

La contribución de Rivas Cherif como director escénico sirvió para dar vida a un teatro por entonces moribundo y que pronto iba a ser plenamente moderno tanto por sus textos como por su escenografía, una transformación que basta para ilustrar las inmensas posibilidades de un proyecto que era a la vez teatral y político, y que constituyó una auténtica apuesta por la renovación de la cultura española. En lo que respecta a las obras, la nómina de estrenos que en esos años llevó a cabo la compañía de Xirgu es abrumadora, e incluye títulos como Divinas palabras, de Valle-Inclán, o Yerma, de García Lorca, pero también otros de Rafael Alberti y de Alejandro Casona, a lo que habría que añadir la puesta en escena de obras que en ese mismo momento se escenificaban en los teatros de Nueva York, Londres o París, como por ejemplo La calle, de Elmer Rice, o Elektra, de Hoffmansthal. El propio Rivas Cherif resume así sus años en la compañía de la actriz catalana: “Llevé a cabo en ese tiempo, ante el público en general, compitiendo con la vulgaridad de los demás empresarios, la misma obra emprendida con mis pequeños públicos colaboradores en tantos ensayos y tanteos azarosos. Realicé, con medios más adecuados, el mismo programa de revalorización integral de los autores que tenemos por clásicos españoles y de alumbramiento de valores nuevos”, tarea no siempre bien comprendida por crítica y público, y que, hasta que Xirgu lo arrendó en 1929, tropezó con las dificultades administrativas y burocráticas de la gestión del Teatro Español de Madrid, a lo que nuestro autor se refirió amargamente en diversas ocasiones.

Junto al teatro experimental, que Rivas Cherif impulsó desde la escuela creada en el Español, y que más tarde culminó en el María Guerrero con la fundación del Teatro Estudio de Arte, el TEA, en el interés de Rivas Cherif ocupó siempre un lugar destacado el teatro clásico, en el que supo entrever un potencial expresivo desdeñado por las producciones al uso, centradas en lo que se consideraba la sagrada fidelidad al texto. A propósito de ello escribió: “Equivocadamente se ha atribuido toda la excelencia de nuestros clásicos a la expresión poética, mientras se podaba, cercenaba y destruía la gracia esencial de un ritmo dramático que el cine ha venido a reivindicar como propio. Los mejores guiones del cine español están en el teatro, en la acción escénica del siglo XVII”.
   
En su libro, Rivas Cherif alude a esa reteatralización que ya apuntaba en los montajes de Craig y a la que se refirió también Pérez de Ayala: el objetivo era hacer un teatro con una poderosa dramaturgia, la cual reivindica con orgullo su convencionalidad frente a la farsa naturalista y el amaneramiento de la realidad propio de la tradición. El nuevo teatro huye de la simplificación y del exceso e indaga en el ser de los personajes, ubicados en el contexto espacial que les es propio, lo que implica el uso de recursos luminotécnicos y sonoros. El libro dedica algunos capítulos a la técnica del actor, la escenografía y los oficios auxiliares, y también a las circunstancias en las que por lo general deben desarrollarse el negocio teatral y su gestión, en un intento de  abordar el teatro de manera integral. Para Rivas Cherif, “el arte del teatro exige preferentemente la mayor unidad directiva posible”, coincidiendo así con Reinhardt y Piscator en la controversia  acerca de las facultades omnímodas de los directores. En otro lugar Rivas Cherif escribe: “El arte es estilo. Un teatro de Arte quiere decir, pues, que hay que volver a la reflexión de la vida”. Esta reflexión se concreta en el modo en que todas las partes de la representación llegan a configurar una unidad formal, lo que implica poner freno al divismo de actores y actrices, entre ellos el del mismísimo Enrique Borrás, cuya manera de interpretar a Pedro Crespo, el alcalde de Zalamea, fue corregida de arriba abajo en el montaje supervisado por nuestro autor. A esa misma exigencia de unidad formal obedecieron sus críticas a los decorados del estreno de Bodas de sangre, que habrían requerido una “plástica torturada, desquiciadísima, que agotase los recursos del cubismo y del expresionismo alemán más exasperado”, pero que, realizados a su juicio tímidamente por José Caballero, no lograron “lo que quizá pretendía García Lorca: fundir en un solo efecto la plasticidad y el dramatismo de su poema trágico”.

La experiencia educativa de quienes suben a la escena, y de su público, que Rivas Cherif adquirió en los teatros de Madrid, fue revivida en la prisión en la que redactó este libro, donde, según escribió, “he vuelto a ver nacer el teatro, de la ruina de mi tiempo”. El alumbramiento de ese nuevo teatro, que fue truncado por la guerra y la dictadura, dejó sin embargo huellas que hoy, en lo que atañe a la escenografía y a la dirección de actores, pueden reconstruirse por medio de las críticas de la prensa, de las fotografías que se han conservado y, en particular, de los textos de este libro esclarecedor, con el que Rivas Cherif nos transmite una forma de entender la dramaturgia que si fue novedosa en su tiempo igualmente puede servir de inspiración a las gentes del teatro actual.

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