lunes, 14 de octubre de 2013

DISPARATES / 86

JEAN-MICHEL NAULOT, EL BANQUERO ARREPENTIDO

En los últimos cinco años muchos legos en la materia hemos recibido diversos cursos acelerados de economía, de los que es dudoso, ciudadanos de a pie, al fin y al cabo, que hayamos sacado algo en claro. Una o dos nociones hemos asimilado, entre ellas la de que por motivos trascendentes, quiero decir metafísicos, formamos parte de la llamada “periferia”, la cual es geográfica, económica y política. Vistas las cosas desde aquí, existe la sensación probablemente cierta de que las grandes decisiones del poder ya no están en nuestras manos (¿pero es que alguna vez lo estuvieron?), y otra, no menos anómala, que consiste en percibir ese poder como una estafa generalizada a la que, sin ponerle muchos reparos, nos hemos acostumbrado. Las formas de la estafa son múltiples y algunas de ellas, hay que reconocerlo, presentan rasgos novedosos, por lo que hay que dar la bienvenida a toda fuente bien informada que tenga la generosidad de comunicarnos lo que no comunican ni los gobiernos ni los mass media. De esa estafa, y de la desinformación que la acompaña, viven los partidos hegemónicos, pero también otros grupos políticos que aspiran a presentarse como salvadores de la patria, y en cuyos discursos aparecen con frecuencia (otra vez) remedos de ese lenguaje entre popular y populachero en el que abundan expresiones al estilo de “cortar por lo sano” y la celebérrima “mano dura”, cosa esta última de la que nosotros, en la bendita, unida, grande y libre España hemos tenido ejemplos más que sobrados desde hace tiempo.

Otra noción bien aprendida (y motivos tendrán para que la hayamos aprendido quienes se empeñan en recordárnosla) es la de que la economía se ha separado de la política y se ha elevado a una especie de esfera superior a la que nosotros, por muchos cursos que nos den, nunca tendremos acceso. Y es que a esas alturas no se accede con conocimiento, sino con pedigrí, y, cuando éste falta, como compensación a servicios prestados. La economía es autónoma y ya no forma parte de la vida, o sea, de ciertas nobles actividades que son parte de la vida y que hasta no hace mucho constituían la base necesaria de la economía, tales como el trabajo y el comercio. No, ahora la economía es otra cosa, y de ello se deduce que también el trabajo y el comercio ya no son lo que solían ser. ¿Qué es, entonces, la economía? ¿A qué oscuro capítulo de nuestra historia contemporánea ha sido relegado el trabajo?

En este contexto sucede que el superávit que tenía nuestra Seguridad Social antes del inicio de la crisis se ha esfumado, sin que nadie haya sabido explicarnos cómo es posible que nuestros impuestos, que hasta hace poco servían para financiar carreteras, trenes de alta velocidad, educación pública, hospitales, pensiones y mil cosas innecesarias, hoy no nos dan ni para piruletas, y eso a pesar de que tales impuestos, en sus distintas modalidades, no dejan de aumentar al menos para quienes los hemos pagado siempre, es decir, trabajadores y autónomos. Para los demás, defraudadores por costumbre y vocación, existen las amnistías fiscales. De todo ello se desprende una paradoja, y es que la economía, al separarse de la política, se ha hecho más política que nunca.

La riqueza de todo un país, dedicada como ahora al pago de la deuda que nuestros bancos han contraído con otros bancos, los cuales a su vez tienen sus propios acreedores, se puede ir de esta forma por un sumidero que no es otro que el de la Historia, ya que lo que acontece hoy nos compromete a muy largo plazo. Sucede que el que es deudor un día lo es siempre, a menos que le toque la lotería o reciba una herencia, cosas ambas que están muy lejos de nuestro horizonte, al menos tanto como la otra forma posible de lo que se llama “crear riqueza”, es decir, mediante la investigación y la inversión. Que esto último podría hacerse es algo que nos repiten los economistas, para lo que bastaría una decisión política que sólo pueden tomar nuestros gobiernos. Ahora bien, ¿cómo es posible tomar semejante decisión en un mundo política y económicamente globalizado cuya primera potencia, Estados Unidos, tiene precisamente cerrado su gobierno desde hace unos días? ¿Es eso, tal vez, lo que se propone hoy el mundo de las finanzas, clausurar definitivamente los gobiernos, abolir sus leyes y promulgar la anarquía económica a fin de que nada estorbe el curso de sus negocios?

En el panorama de la crítica de la economía actual nos faltaba sólo la opinión de un banquero, un profundo conocedor del modus operandi de las finanzas que además tuviera a bien establecer las necesarias conexiones entre ese mundo y el de la política. Lo que nadie esperaba es que el mensaje de un banquero pudiera ser más alarmante aún que el de los mismos economistas. Es el caso de Jean-Michel Naulot, que hace unos días ha publicado el libro Crise financière. Pourquoi les gouvernements ne font rien, editado por Seuil, del que es de esperar que pronto exista traducción española.

A Naulot le llaman en Francia “el banquero arrepentido”, y no está de más aclarar que el personaje, a diferencia de algún ex banquero español, no es ningún don nadie en el ámbito financiero, ni un arribista de medio pelo ni un payaso animador de tertulias de televisión. Naulot tiene a su espalda una experiencia de treinta y siete años en la banca, y otros diez, desde 2003, como miembro de la AMF, la entidad reguladora de los mercados financieros franceses, de la que dimitió en diciembre del año pasado con un propósito: el de recuperar la libertad de palabra para denunciar alto y claro lo que él llama “la central nuclear financiera”, así como la “dictadura de los mercados que los gobiernos dicen combatir pero que aceptan en la práctica”. Esa dictadura de los mercados persiste, a pesar de que sus nefastas consecuencias son ya bien conocidas, y según Naulot resulta hoy más peligrosa que al inicio de la crisis. “Un grito de alarma”, dice la prensa al referirse a este libro que en un par de semanas se ha convertido ya en un éxito de ventas.

Cinco años después del colapso de Lehman Bank, las medidas adoptadas por los gobiernos para regular las finanzas son insuficientes, afirma Naulot, por lo que “la máquina sigue hallándose hoy fuera de control”. Consecuencia de ello es que una nueva crisis financiera, aún más violenta que la anterior, amenaza a los estados, los cuales no contarán esta vez con los recursos de que hicieron uso en 2008. “Ellos [los gobiernos], han agotado en efecto todo su margen de maniobra tras el rescate de los bancos y su intento de reactivar el negocio”, intento que, aun fracasado, ha servido para tragarse la mayor parte de la riqueza de los estados.

Según Naulot, dos son las “bombas mortales” que acechan a la economía, mayores ambas que las tóxicas hipotecas subprime que desataron la crisis hace cinco años. La primera es la enorme burbuja financiera que representa la deuda de Estados Unidos, una deuda que hoy es mayor que nunca, lo que viene a agravarse con la política acomodaticia de la Reserva Federal, dedicada a acrecentar la “especulación subterránea” en lugar de a incentivar la economía real. Situación particularmente difícil de gestionar desde la política, como ha demostrado estos días el cierre del gobierno federal de Obama por falta de dinero. “La segunda bomba”, explica Naulot, “es el euro”. Los ataques de los mercados contra éste parecen haber pasado a un segundo plano, pero nada indica que los problemas de fondo de la moneda europea se hayan resuelto. Se deduce de ello que cualquier crisis política (como la sucedida recientemente en Italia) podría volver a generar la desconfianza que hizo tambalearse a la moneda europea hace unos años. Además, el miedo a que se generalice la desconfianza de los mercados tiene el efecto perverso de revalorizar a aquellos gobiernos, como el español, capaces de transmitir una tranquilizadora imagen de estabilidad política, aunque de hecho esto se haga al precio de agigantar una fractura social que, con el índice de desempleo actual, se considera poco menos que inevitable. “La chispa que bastaría para encender la pólvora puede venir de cualquier parte”, afirma Naulot refiriéndose en especial a los así llamados “países periféricos”.

“Cuando oigo a los banqueros decir hoy que la crisis no ha tenido coste alguno para los ciudadanos, que los bancos reembolsarán las ayudas públicas que se les ha dado, es porque de hecho este no es el coste de la crisis”, dice Naulot. Y añade: “El coste de la crisis es la recesión, el decrecimiento y una tasa de desempleo que nos devuelve a los años 30. Y lo que me parece muy importante es el salto de la deuda pública cada crisis financiera desde hace veinte años. Y voy a poner unos ejemplos muy concretos: la deuda pública francesa aumentó del 64% del PIB al 92% en la actualidad, y en Estados Unidos es aún peor [En España la deuda pública ha superado este año el 90%, y se calcula que en 2016 alcanzará el 100%, es decir, la totalidad del producto interno bruto]”.
  
No son, obviamente, decisiones orientadas a regular y limitar la especulación financiera lo que cabe esperar de unos “gobiernos que han capitulado ante los lobbies bancarios”. Sin embargo, “con medidas muy simples, se podría reducir drásticamente la especulación en sólo dos años”, escribe Naulot, quien no oculta su amargura y su preocupación por la cobardía de unos gobernantes entregados con denuedo “a lavar la cara de las instituciones bancarias”. La actual huida hacia adelante de éstas tiene el objeto de retardar en lo posible, mientras se acumula más capital, el próximo colapso y el efecto dominó consiguiente. A su vez, dicho aplazamiento no servirá precisamente para atenuar la dimensión ni el impacto de la próxima crisis.
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FUENTES: LE NOUVEL OBSERVATEUR y MEDIAPART

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