martes, 30 de junio de 2015

LECTURA POSIBLE / 186

CLAVE K, DE MARGARITA RIVIÈRE. UNA SÁTIRA CATALANA

Diversos comentaristas han hecho notar que la última Feria del Libro de Madrid parece haber servido para poner de manifiesto el interés por la política que súbitamente, tras décadas de amaestrada indiferencia, ha pasado a caracterizar la actualidad española. Mientras no pocos se afanaban por atraer a su caseta al lector distraído y escapado al último chaparrón, las colas se concentraban frente a las casetas en las que firmaban ejemplares de sus libros Manuela Carmena, Íñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. Es, naturalmente, un signo de los tiempos. Lo es también que la mayoría de los libros de tema político que han atraído a los visitantes de la Feria hayan sido publicados por editoriales independientes. Y es que, como cabía esperar, los grandes grupos editoriales siguen sin enterarse. No suelen ser el conservadurismo a ultranza y la visible vinculación al mundo de los negocios las premisas más adecuadas para estar al día, sobre todo cuando la edición es subsidiaria de complejos mediáticos más ocupados en crear opinión que en escuchar las que circulan en la sociedad. Las grandes editoriales son lentos dinosaurios rehenes de sus propias tradiciones, de sus amistades sospechosas, de sus vetustas ceremonias y de sus cuentas corrientes, y ahora, despertadas de su siesta y tras comprobar que, como dinosaurios que son, siguen ahí, andan desesperadamente a la busca y captura del pelotazo que les saque de la indigencia, el cual debería presentarse bajo la forma de un Mankell o un Márkaris español, poseedor del secreto del éxito en clave policíaco-social. No lo encuentran. Hasta ahí llega su capacidad para adaptarse a los nuevos tiempos y para dar al lector el texto político que reclama. Tampoco los autores “de la casa”, convocados a sumarse a lo que se considera una moda pasajera, aciertan a dar de sí lo que se les pide, y ello por dos razones: en primer lugar porque no dominan los entresijos del género, y en segundo porque padecen una justificada incertidumbre.

El conservadurismo y el miedo explican la casi inexistencia de una novela política española, durante la dictadura y después. Los dignos intentos realizados en la transición no pudieron crear escuela porque la novela política, por definición, es crítica, difícilmente sumisa a consensos que no otorgan a la cultura otra finalidad que la del aplauso agradecido. Aisladamente pervive algún autor que escribe sin tapujos sobre nuestro tiempo, pero parece que en general nuestra política de hoy, más propicia que ninguna a convertirse en ficción crítica, deberá esperar a ser materia de estudio para los historiadores.

Hace quince años una editorial encargó a la periodista Margarita Rivière la redacción de un ensayo sobre la transición desde la perspectiva catalana. Rivière, miembro de una profesión castigada y con poco o ningún margen para la crítica, escribió una novela de trescientas páginas en la que se concedió plena libertad para escribir lo que sabía y que no podía publicarse en forma de ensayo. De manera imprevista, escribió así una novela política referida al pasado inmediato de las altas esferas del poder en Cataluña, es decir, sobre el pujolismo. La rareza y la audacia del empeño obtuvieron la respuesta que podía esperarse, y el libro quedó inédito. Guardado en un cajón a la espera de tiempos mejores, ha podido publicarse finalmente este año, pocos días antes del fallecimiento de la autora.

Clave K (Icaria, 2015) es la única novela de Margarita Rivière, obra nacida de la necesidad de informar de lo que nadie quería enterarse, y que en medio del correspondiente festival democrático catalán y español tuvo que sufrir el silencio de la censura. Rivière ha sido colaboradora de diversos periódicos y directora en Cataluña de la Agencia EFE, siendo considerada durante décadas como una de las mejores conocedoras de los milagros y miserias de la política catalana, tanto de los que podían escribirse como de aquéllos que debían permanecer en los consejos de redacción en forma de rumor. Rivière es autora además de una extensa obra que incluye libros sobre tema feminista, sobre moda y comunicación de masas. De estos últimos destaca El malentendido. Cómo nos educan los medios de comunicación (Icaria, 2003), en el que escribió acerca del reduccionismo y la simplificación de los mensajes de la prensa, y de la manera en que ésta “ha convertido al receptor de la comunicación en un producto, una mercancía, con el consiguiente proceso de oligopolización de las empresas que operan en el ramo”. A esta mercantilización de los medios obedece el hecho de que los periodistas hayan devenido de informadores en educadores, dándose la paradoja de que con frecuencia deban callar la información en beneficio del objetivo de formar (o más bien deformar) a su audiencia.

Si una de las habilidades del periodista actual tiene que ser forzosamente la de autocensurarse, Clave K viene a significar por el contrario un espacio de libertad que la periodista se concedió a sí misma. Los protagonistas de la novela aparecen con nombres ficticios, lo que no impide que sean fácilmente reconocibles, insertos todos ellos en una “nación kaika” no menos reconocible, cuya capital se nos aparece adornada con una catedral tan monstruosa como de construcción inacabable y con un Gran Teatro de la Ópera lujoso y destartalado, verdadero centro de negocios de la burguesía kaika. Esta vieja capital con pretensiones de ciudad moderna y cosmopolita es en realidad un lugar rancio y provinciano en el que una población totalmente ajena a las intrigas de sus dirigentes es arrastrada por estos a un pedestre nacionalismo en el que desempeña un papel esencial la lengua, antes olvidada y perseguida y ahora transformada en herramienta para el arribismo y el acopio de poder: el kaiko.

A esta ciudad vuelve Santa, una joven que ha pasado la mayor parte de su vida en el extranjero y que se reencontrará aquí con sus tíos, prominentes kaikos poseedores de negocios en el sector de la construcción. La joven se verá involuntariamente envuelta en un turbio asunto en el que se combinan la especulación inmobiliaria, la explotación de petróleo en Rusia e incluso un posible asesinato, episodios en cuyo esclarecimiento contará como cómplice con el periodista Julián Guevara. Éste, trasunto de la autora, ya sólo puede contemplar su oficio con escepticismo, buen experto como es de los enredos de quienes mandan en la nación kaika, al frente de los cuales se halla su presidente, el inefable K.

Y es este K, a despecho de las aventuras de la pareja citada, el verdadero protagonista de la novela. Porque viene a ser él no sólo el prócer, sino también el compendio y la encarnación, física y psicológica, de la nación kaika. El ex banquero K, en efecto, es bajo, rechoncho y calvo, pero, aunque su aspecto resulta inofensivo, es “ un peligroso vampiro acaparador de poder, además de un iluminado mesías y un jugador tramposo en el mundo de los negocios subterráneos”. No podía ser de otro modo, ya que el grupo al que pertenece tiene como única pasión “manejar, decidir, prosperar”, a lo que hay que añadir el detalle de que en el país kaiko “todos los negocios importantes son ilegales”. A K, que acaba de resultar vencedor en unas elecciones, su grupo social le erige como cabeza de una completa remodelación de la ciudad que pondrá a ésta a la altura que le corresponde por su historia y por su destino nacional, y que servirá de paso para acumular enormes beneficios. Para la consumación de sus planes, la burguesía kaika cuenta con el aura de divina fascinación que sorprendentemente rodea a K, hombre que “hablaba con un lenguaje que rozaba lo sagrado: esa distancia entre la mística y la física era, en K, a la vez una disociación y una unión. Siempre era un espectáculo ver y escuchar a aquel hombre bajito y feo que hablaba como si fuera Gary Cooper”.

Pero he aquí que la información filtrada por un ex colaborador, que acto seguido desaparecerá en extrañas circunstancias, pone en alerta al fiscal del Estado, el cual acusará a K de delitos relacionados con la quiebra del que fue su banco. El proceso que se inicia entonces contra K se convierte en el acto en una agresión contra la totalidad de la nación kaika, la cual se echará fervorosamente a las calles para desagraviar a su presidente. Éste saldrá de la acusación fortalecido y elevado a héroe, pues no en balde afirmó la autora, ya enferma y en vísperas de la aparición de la novela, que Clave K no es sólo una sátira del poder, “sino también de nosotros mismos”.

Parte importante en este retrato de grupo es la tenebrosa sexualidad de los dirigentes de la burguesía kaika, la cual se corresponde con la oscuridad en la que perpetran sus delitos. Algunas de las mejores páginas del libro son las que describen los éxtasis de K junto a su exuberante secretaria, así como sus continuadas erecciones mientras pronuncia un discurso desde el balcón del Parlamento. Y también este rasgo forma parte de una ciudad que es descrita aquí como en permanente conflicto de símbolos y conductas, “entre la historia y la modernidad, entre las raíces y el futuro, entre la ortodoxia y la pluralidad”. Centro de este conflicto es el inflamable Gran Teatro de la Ópera, en cuyos antepalcos se cierran acuerdos económicos y pactos políticos, donde se celebran fantásticas cenas y se consuman decentes adulterios.

El lector, sin necesidad de ser gran conocedor de la política catalana, descubrirá en esta parada de monstruos a no pocos personajes del sainete que se vivió en nuestro país en los años ochenta. Entre ellos, y junto a los propietarios de apellidos de alcurnia, a otros que empezaron a medrar en aquellos tiempos, en especial arquitectos y gentes de la cultura, como cierta directora de un nombrado Museo Nacional de Arte Kaiko que exhibió como obra emblemática un calcetín de cinco metros. Y entre ellos un solo nombre real que aparece fugazmente y con pies ligeros no obstante su corpulencia: la diva de la ópera, Montse.

“¿Todos sabían pero todos callaban?”, se pregunta uno de los personajes de la novela, perplejo ante la complicidad de la prensa y su silencio, comprado con cantidades ingentes de publicidad institucional. Y más adelante otro personaje llega a la conclusión de que “la dictadura, de la que todos querían desmarcarse, había anidado en las almas, y todo lo que sucedía no era más que su continuación: la democracia apenas cubría las apariencias”. Frases que resumen el sentido de esta novela política escrita sin piedad, rareza de nuestras letras y producto de la audacia de su autora, que tardíamente pudo verla publicada y de cuyo saludable ejemplo haríamos bien en aprender.

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