martes, 23 de abril de 2013

LECTURA POSIBLE / 97


Les affaires sont les affaires,
Théâtre du Vieux-Colombier, 2011
OCTAVE MIRBEAU: ÉTICA Y ESTÉTICA DE UN HOMBRE LIBRE

“Que un diputado, o un senador, o un presidente de la República, o el que sea, entre todos los farsantes que reclaman una función electiva, cualquiera que sea, encuentre a un elector, es decir, a un ser fantástico, al mártir improbable que os alimenta con su pan, os viste con su lana, os engorda con su carne, os enriquece con su dinero, con la sola perspectiva de recibir, a cambio de esas prodigalidades, golpes en la cabeza o patadas en el culo, cuando no son golpes de fusil en el pecho, verdaderamente, todo eso supera las nociones, ya muy pesimistas, que tengo sobre la estupidez humana en general, y la estupidez francesa en particular, nuestra querida e inmortal estupidez”.

La frase anterior no es la invectiva de un decepcionado votante de François Hollande; ni la salida de tono, redactada hoy mismo, que cabría esperar en un indignado con causa, de esos a los que nuestros periódicos tildan de “extremistas antisistema”. Lo anterior fue escrito hace ciento diez años, pertenece a un texto titulado La huelga de los electores y su autor, Octave Mirbeau, que ejerció de periodista y de dramaturgo, lo fue también de algunas de las novelas más radicalmente libres y sugerentes, y en gran parte desconocidas, de la literatura francesa.

Adentrarse hoy en la obra de Mirbeau equivale a reconocerse y a reconocer nuestro mundo, visto en la nítida y vibrante imagen de un espejo tan querido e inmortal como la estupidez de la que nos habla, un espejo satírico que refleja nuestra contemporaneidad y en el que podríamos comprobar, si quisiéramos, que hemos cambiado mucho menos de lo que nos gusta creer o aparentar, y que si nos resulta algo menos incómodo es gracias al humor que afortunadamente a Mirbeau nunca le faltó. Fue el Juvenal de su tiempo, que como queda dicho es también el nuestro, y como tal fue admirado por Tolstoi, Mallarmé, Apollinaire y Zola. Pero hay además un no sé qué en Mirbeau sin lo que no se explicaría la Francia que más tarde fue venerada por los rebeldes de varios continentes y que hoy parece también caída en desgracia, la de Sartre y Camus, que era igualmente la de los exilios del resto del mundo, la de los chansonnieres, la Nouveau Roman y la Nouvelle Vague, un no sé qué, precisamente, que no es otra cosa sino el perfume de las cosas nuevas, un perfume hoy ausente de nuestro olfato y que sin embargo podemos evocar en algunos tarros que guardan celosamente, a la espera de mejores tiempos, sus esencias. Así sucede con los libros de este autor que escribió que “en el arte, la precisión es la deformación; y la verdad, una mentira”.

Mirbeau nació en Normandía, como Erik Satie, y como éste pronto marchó a París, donde fue secretario del diputado bonapartista Dugué de la Fauconnerie. París fue una dura escuela para Mirbeau, que durante largos años debió ser colaborador involuntario en la prensa reaccionaria de la época y “negro” de diversos editores, para los que escribió una docena de volúmenes, entre novelas y nouvelles. Por esas fechas empieza a editar su propia revista: Les Grimaces. Expulsado de la redacción de Le Figaro, como antes lo había sido de un colegio de jesuitas, no es hasta 1884 (ya cercano a la cuarentena) cuando Mirbeau extrae de su propia experiencia el asunto del que sería la primera novela publicada bajo su nombre, El Calvario, en la que narró su atormentada y tortuosa relación con una mujer de vida alegre, Judith Vimmer, a la que dio el nombre ficticio de Juliette. A partir de entonces nuestro autor empezó a hacerse un nombre en los círculos literarios y sobre todo en la prensa, lo que le permitió consagrar su pluma a sus dos principales campos de interés: la justicia social y la promoción de nuevos artistas.

De estos años data su amistad con el geógrafo Élisée Reclus, quien se había destacado por su participación en la Comuna y con el que coincidiría en diversas actividades de inspiración anarquista. En esa época escribe su “drama obrero” Los malos pastores (1897), que fue estrenado por Sarah Bernhardt y Lucien Guitry, y redacta el prólogo de La sociedad moribunda y la anarquía, libro de Jean Grave por el que su autor sería acusado de incitación al terrorismo y condenado a prisión. Sin embargo, la obra de crítica social escrita por Mirbeau que alcanzó mayor éxito fue la comedia Los negocios son los negocios (1903), cuyo protagonista, el inmoral y omnipotente Isidore Lechat, se ha convertido en el arquetipo del empresario moderno.

Mientras tanto, y desde 1884, Mirbeau venía publicando en la prensa artículos sobre arte que acabarían cimentando su prestigio en Francia. Se convierte en divulgador de la obra de Gauguin, Rodin y Monet, y en el principal promotor de los Nabis. A su amistad con los artistas de su tiempo, unía Mirbeau una mirada intuitiva para comprender y valorar la calidad del arte, el cual por sí solo no era nada, ya que, más allá del talento o la técnica, toda representación debía obedecer a una visión previa o simultánea del mundo real. Así se explica que “un pintor que no sea más que un pintor, nunca será sino la mitad de un artista”. Pues éste en efecto debe ser capaz de expresar con su arte el conocimiento de las tensiones, las luchas, las energías, los desengaños y las esperanzas del hombre. De este modo las dos pasiones de Mirbeau se confunden en una sola, la cual, de encarnarse en alguien, lo haría sin duda en Van Gogh, a quien dedicó la que acaso es su mejor novela, y cuya obra rescató pacientemente, con sus artículos, del olvido en que se encontraba.

Después del éxito de la ya mencionada El Calvario, las siguientes novelas de Mirbeau son también autobiográficas: El Abate Jules (1888) cuenta la historia de un enigmático sacerdote vista a través de los ojos de un adolescente, el cual no logra entender el perpetuo desgarro del protagonista entre sus necesidades carnales y sus convicciones religiosas, como tampoco su rebelión contra la Iglesia y contra una sociedad opresiva y sofocante. Sébastien Roch (1890) no se aleja del mismo tema, y muestra el trauma que supuso para el autor su estancia de “cuatro años de infierno” en el colegio jesuita de Saint-François-Xavier de Vannes, en el que la violación de los alumnos constituía una práctica corriente. Desde la perspectiva de Mirbeau, la educación en los centros religiosos no es más que el inicio de un proceso de “putrefacción de las almas” que deberá continuar en el ejército y alcanzar su culminación en la llamada democracia, instituciones todas ellas que este libro cuestiona radicalmente por medio de la conmovedora pérdida de la inocencia de un niño.

A esa sociedad, con sus derechos implacables a juzgar y castigar, se refiere también en Memoria de Georges el amargado (1899): “Muchas veces me he preguntado a consecuencia de qué deformaciones morales, de qué aberraciones intelectuales, aquellos a quienes la pretendida sociedad delega sus derechos arbitrarios de juzgar y castigar tienen todos un aire de parentesco físico, un parecido material que hace que, en los últimos dos mil años, todos los rostros de jueces sean semejantes, y lleven las mismas siniestras taras de iniquidad, ferocidad y crimen”. Lo que muy bien sirve de fondo a la historia de esta nouvelle protagonizada por un hombre vulgar o como Mirbeau dice: “una larva”, un cajero parisino que frente a la opresión que padece sólo encuentra alivio en la vida interior.

De un poco antes (1892-1893) es esa obra magistral que se llama En el cielo con la que Mirbeau intentó penetrar en la conciencia atormentada de un hombre absorbido por su actividad creativa. Publicada por entregas en L'Écho de Paris, y que su autor nunca llegó a ver en forma de libro, En el cielo es una obra abiertamente vanguardista construida con una estructura en abyme y un desprecio absoluto hacia las formas tradicionales de novelar. En ella, un primer narrador hace un viaje para visitar a su viejo amigo, X…, que “vive en una vieja abadía colgada en la cima de un pico”. El anfitrión es un personaje trastornado con el que apenas logra comunicarse, pero que parece ser víctima de alguna perturbación causada por la belleza y la soledad del entorno, y en especial por el cielo estrellado, tan aparentemente próximo y vivo desde las alturas en que habita. De él recibe el narrador un manuscrito que constituye el cuerpo principal de la novela, un texto autobiográfico en el que en un momento determinado aparecerá el pintor Lucien, anterior ocupante de la abadía y que no es sino un trasunto de Van Gogh, que habría pintado en ese mismo lugar su Noche estrellada. En esta novela vuelve a desarrollarse el concepto de esa vida larvaria ya aludido, para el que aparece como alternativa la autoexigencia del hombre creador, exigencia que le llevará a elevarse hasta la cima de su arte, pero también hasta la locura y la muerte. Por ella transitan los pensamientos de Pascal, una teoría estética basada en el “ver, sentir, comprender” y una profunda reflexión sobre el papel del arte.

Jeanne Moreau en
Diario de una camarera
El Caso Dreyfus, que conmocionaría Francia en el cambio de siglo, agudizó el pesimismo de Mirbeau y a la vez le invitó a refugiarse en esa activa vida interior a la que se había referido en sus obras. De ello fue producto una especie de trilogía que la crítica de su época juzgó como libertina: El Jardín de los suplicios (1899), Diario de una camarera (1900) y Los 21 días de un neurasténico (1901), obras que oscilan entre el erotismo y la sátira social, de las que la segunda inspiró una excelente versión cinematográfica de Buñuel, y otra, la tercera, sólo parcialmente ha sido traducida al castellano. Tras eso, hastiado de las limitaciones que le imponía la narrativa tradicional, Mirbeau culminó su carrera novelística con dos libros inclasificables, el primero de los cuales,  628-E8 (1907), está protagonizado por su coche, un Charron cuya matrícula da título a la novela, que es quizá uno de los mejores y más originales libros de viajes que se han escrito y que incluye un impresionante relato de la muerte de Balzac, y el segundo, Dingo (1913), que no pudo concluir y que tiene por protagonista a su perro.

La obra de Mirbeau se ha publicado entre nosotros de manera dispersa y resulta a menudo inencontrable, cosa que empeora si nos referimos a su teatro y sobre todo a esa comedia, Los negocios son los negocios, que hoy sería de éxito seguro en cualquier escenario. Entre las líneas de estas páginas es fácil adivinar mucho de lo que vendría más tarde, desde el mejor Louis-Ferdinand Céline hasta Thomas Bernhard, y seguramente no poco de lo que está por escribir y que será también producto tanto de la indignación hacia los poderosos como de la alegría que aún deben proporcionarnos el arte y la vida.

1 comentario:

  1. Le metieron en la carcel por "incitación" al terrorismo!!! Pues si que tienen estudiado el guión estos farsantes. Que se ande con cuidado Ada Colau que,de momento, sólo es proetarra.

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