martes, 22 de octubre de 2013

LECTURA POSIBLE / 120

¿SE CAYÓ…?, DE THORNE SMITH. UNA NOVELA DE MISTERIO CON CRÍMENES Y FINAL FELIZ

En 1926 un desconocido James Thorne Smith publicó en Estados Unidos una novela, Topper, que de inmediato le elevó a las más altas esferas del éxito literario y, más tarde, también cinematográfico. Smith era por entonces un joven de provincias (era originario de Maryland) que trataba de sobrevivir malamente en el Village de Nueva York trabajando ocasionalmente como agente de publicidad. Antes había escrito algunos relatos que se publicaron en una revista de la Armada e incluso un libro de poemas, hoy justamente olvidados. El éxito fulgurante de Topper se debió tanto a su ingenioso argumento como al ambiente en el que éste se desarrollaba, que no era otro que el mundo de alcohol, sexo, fiestas y libertinaje propio de la alta sociedad norteamericana, todo ello en vísperas de la Gran Depresión.

Topper, o Los alegres fantasmas, cuenta la historia de una pareja de millonarios, los Kerby, que muere en un accidente de tráfico. George y Marion eran tan ricos, guapos, sofisticados y alegres como irresponsables, de modo que a su fallecimiento las autoridades competentes no se deciden a determinar la bondad o maldad de sus actos, por lo que, privados de una sentencia celestial, van a parar a una especie de limbo en el que se les permite seguir deambulando por la vida, aunque convertidos, provisionalmente, en fantasmas. Sólo una buena acción les permitirá evadirse de tan particular estado, y a tal fin deciden cambiar completamente la vida de un amigo, el banquero Cosmo Topper, hombre de existencia gris y aburridísima que está atado a las convenciones sociales que constituyen el único afán de Clara, su arribista esposa. Lo que sigue es una sucesión de desvaríos llamados a corromper al pobre Topper, introduciéndole en la bebida, el baile, el coqueteo y la diversión, lo que finalmente dará con el banquero en la cárcel. Entretanto, la fiel esposa también cree llegada la hora de entregarse a la vida alegre, y así, realizada su “buena acción”, los fantasmas pueden ser felizmente premiados con su ascensión al cielo.

La historia se popularizó, y en 1937 dio lugar a una película que en España se llamó Una pareja invisible, que fue protagonizada por Cary Grant y Constance Bennett. En los años siguientes hubo un par de secuelas cinematográficas, y ya en los años ’50 las aventuras de los Kerby y Cosmo Topper llegaron a la televisión, lo que motivó un nuevo auge de la obra de Smith. Del mismo modo, su novela The passionate witch, publicada póstumamente en 1941, sería adaptada al cine por René Clair con el título de Me casé con una bruja, y más tarde se convertiría en la serie de televisión Embrujada. Hasta su temprana muerte en 1934, Thorne Smith escribió diversas obras que podrían adscribirse al género de la sátira social, obras desbordantes de comicidad y fantasía, entendidos tanto aquél como ésta de una forma fresca, personal y a menudo audaz. Y es que estas historias de fantasmas, de esposos engañados, de mujeres rebeldes, de erotismo y vida nocturna constituyen algo más que un frívolo muestrario de los ejemplares que componían la clase alta norteamericana en aquellos turbulentos años; son de hecho, con su conjunto de códigos morales hábilmente puestos del revés, un corrosivo retrato del cinismo y la inconsciencia de toda una época.

Tras la publicación de Topper, Thorne Smith y su esposa, Celia, se establecieron en la comunidad experimental de Free Acres, en New Jersey, donde se trataba de poner en práctica los principios utópicos de León Tolstói. Posiblemente el éxito de Smith, que no tuvo tiempo de disfrutar, se debe a que sus lectores quisieron ser sólo superficiales, contemplarse en un espejo y burlarse un poco de sí mismos (esto es lo que siguen haciendo hoy los espectadores de las series de televisión), y a que quisieron ver en su obra únicamente esto: la risa. Pero hay mucho más en estas páginas, dispuesto a ofrecerse a un lector sin prejuicios y liberado de las claves y los estereotipos que son propios de los géneros literarios.
  
De Thorne Smith ha publicado la editorial El Nadir una de sus novelas menos conocidas, ¿Se cayó…?, obra que no es en principio una comedia y entre cuyos personajes no figuran ni fantasmas ni brujas, pero que participa por entero de la visión irónica y mordaz de la vida que hizo célebre a su autor. Además está ambientada en uno de esos círculos de la alta sociedad que constituyeron siempre su campo de experimentación, pero con la diferencia de que esta vez lo que nos relata es un crimen y su consiguiente esclarecimiento. A decir verdad, prescindiendo del hecho de que aquí el tono, en general, está muy lejos de lo cómico, la mayor parte de los elementos que componen la narración son los mismos que ya estaban presentes en Topper.

Este relato que juega con los recursos habituales de la novela de misterio está inspirado en una de las fórmulas que Agatha Christie exploró (y sobreexplotó) abundantemente en su obra: la del grupo enclaustrado en un lugar, más o menos aristocrático, en el que se ha cometido un crimen, el cual deberá ser aclarado por uno de los miembros del grupo, un investigador tan paciente como poco ortodoxo que providencialmente se encontraba “por allí”. A veces se ha hecho notar con acierto la manera en que este discurso narrativo reproduce fielmente la estructura del relato bíblico de la creación del hombre y de sus primeras y lamentables andanzas: un lugar cerrado que no es otro que el Jardín del Edén; un crimen que consiste en el asalto al Árbol de la Sabiduría; el esclarecimiento del delito; y por fin la condena, es decir, la expulsión de los culpables, los cuales deberán purgar su crimen “en otra parte”. Si el esquema, el arquetipo, es válido paso a paso para gran cantidad de obras de Christie, y de no poca de la literatura occidental, incluyendo casi toda la novela policíaca, no lo es en cambio para esta obra de Smith, quien como era de esperar vuelve a poner aquí patas arriba toda nuestra normativa moral.

Thorne Smith no da muchas indicaciones reconocibles por el lector acerca del lugar en el que se desarrollan los hechos: “una propiedad pintoresca y la vieja mansión veraniega en el lado de Connecticut del estrecho de Long Island”. Dejando aparte esta alusión geográfica que se hace de pasada al principio de la novela, el resto del escenario por el que discurrirá la integridad de ésta viene señalado por topónimos de carácter descriptivo que parecen referirse a un espacio más onírico, simbólico y casi mítico que real: “el mirador”, “la Roca Alta”, “el Sendero del Acantilado”, “el Estrecho”.

En este lugar viven los hermanos Crewe, Daniel y Barney, el segundo de los cuales va a casarse con la mundana, atractiva e inmoral Emily Jane. Ésta viene cargada de equipaje, es decir, de amoríos anteriores y de relaciones perversas que se remontan a su época universitaria, de la que conserva algunas cartas sumamente comprometedoras que, por distintas razones, codicia el resto de los personajes. Todos ellos, y algunos amigos, se encuentran en la casa en el momento en que se inicia el relato, pocas horas antes de que se haga público el compromiso de Barney con Emily Jane. La atmósfera de las primeras páginas es como mínimo tensa, y en ellas el autor se las ingenia para sugerirnos la naturaleza de los verdaderos sentimientos que, disfrazados por un barniz de ligereza, amistad y ocio lujoso, animan a los personajes. En ese ambiente que debería ser idílico no son sólo el pasado y el carácter malicioso de Emily Jane los únicos que desentonan. Y es que la presencia de ésta ha sacado a la luz las agudas diferencias entre los dos hermanos, las cuales atañen al temperamento y, lo que es peor, a la economía. Nada de ello impide que la vieja mansión familiar a orillas del estrecho de Long Island haya sido hasta ahora, como dice literalmente uno de los personajes, “un paraíso”. Éste se verá perturbado por un asesinato, el cual acontece cuando todavía no se ha cumplido el primer tercio del relato.

“Casi cada uno de nosotros, durante el curso de nuestras vidas, merecemos ser asesinados por lo menos una vez”, dice inquietantemente el narrador ya en las primeras páginas, mientras asistimos a los hechos aparentemente inocuos que preceden al crimen. Tras éste, uno de los invitados a la fiesta adopta el papel de investigador, pero de uno que tendrá que realizar su cometido a sabiendas de que le unen fuertes lazos con el asesino. Scott Munson, pretendidamente instalado más allá del bien y del mal, se convierte así en la divinidad implacable encargada de impartir justicia sin tener en cuenta sus sentimientos ni sus preferencias personales, adoptando un papel que a sus amigos, todos ellos posibles autores del crimen, les merece el calificativo de “infernal”. Y de hecho los personajes se encuentran durante la mayor parte de la novela en el infierno de la duda, la desconfianza y la sospecha.

Munson ejerce sus funciones justicieras con escrupulosa imparcialidad, lo que no deja de causarle un conflicto psicológico, pues como él mismo afirma: “Me siento como un enterrador de almas rotas”. La investigación se enreda con los hilos que unen emocionalmente a los personajes, y a estos con la víctima, lo que origina nuevas motivaciones para el asesinato, nuevos sospechosos y por fin una segunda muerte, ya que “la propia situación llevaba el control y los actores simplemente seguían indicaciones más allá de su razón y voluntad”.

El eficaz retrato psicológico de los personajes contribuye, como es preceptivo en toda novela policíaca, a complicar la trama, pero también a ubicar a los mismos en su propia y a menudo lacerada subjetividad, así como a mostrar un amplio repertorio de relaciones afectivas no siempre benignas, las cuales abarcan desde la dominación y la esclavitud, expresamente mencionada en ocasiones, hasta el amor leal, tanto más profundo cuanto que aquí es duramente puesto a prueba. Igualmente, el humorista Smith no puede evitar aparecer aquí y allá, en especial cuando describe las acciones de la pareja de policías que se ha puesto a disposición del investigador. Y es que casi todo en este libro, que tiene más miga de lo que podría parecer en una primera y apresurada lectura, es un asunto de parejas: ellas se combinan para acabar concretando, o sugiriendo, nuevas figuras geométricas, lo que como es sabido parece inevitable en cuestiones de amor.

Sin embargo, la mayor originalidad de la novela reside en su final, del que no es exagerado decir que constituye un desafío formal y a la vez moral a las convenciones del género, lo que convierte a esta obra en un caso único dentro de la larga y noble estirpe de la novela negra. Pues sucede que aquí la amistad triunfa sobre el crimen, de forma que el condenado es el lugar de los hechos, que quedará deshabitado por siempre para que sus antiguos moradores, inocentes o culpables, pero libres, puedan ser felices en otra parte. Así, el autor que ha señalado sin reparos la trivialidad y el absurdo en la vida de los hombres rehúsa finalmente condenarlos, permitiéndoles seguir deambulando por el paraíso de la vida. Un desenlace sorprendente que resume toda una visión de la condición humana, el cual no disgustó a uno de los maestros del género, Dashiell Hammett, que fue de los primeros admiradores de esta intrigante y excelente novela.

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