martes, 29 de marzo de 2016

LECTURA POSIBLE / 206

LAS RIQUEZAS VERDADERAS, DE JEAN GIONO

El pastor de ovejas Elzéard Bouffier, habitante de una región árida entre los Alpes y la Provenza, plantó a lo largo de su vida cientos de miles de semillas que acabaron por convertir la suya, antes desolada, en una comarca nuevamente poblada y repleta de árboles. Los técnicos forestales se asombraron ante el surgimiento de este “bosque natural” formado principalmente por robles y abedules que se extendía por un territorio de once kilómetros de longitud por tres de ancho, ignorantes como eran de la paciente y callada abnegación con que Bouffier plantaba semillas mientras cuidaba de sus ovejas. Cuando esta región, que hacia 1910 era un desierto en el que sólo crecía la lavanda y en el que apenas quedaban algunos villorrios abandonados, fue visitada por un viajero anónimo a mediados de los años treinta, observó que lo que muchos creían un bosque natural brotado inexplicablemente había dado lugar a su vez a un renacimiento de la flora y la fauna, a la reaparición de viejas y poco antes secas corrientes de agua y, por último, al establecimiento de nuevas poblaciones humanas. Bouffier, totalmente anónimo, falleció en 1947 en el hospicio de Banon, a poca distancia del lugar adonde llevaba a apacentar sus ovejas y de sus árboles.

Poco importa si lo relatado hasta aquí fue ficción o realidad, ya que lo notable de esta alegoría es su turbadora y ejemplar sencillez, su condición de posibilidad, de acontecimiento tan fuera de lo común como, al mismo tiempo, verosímil. El cuento lo escribió Jean Giono en 1953 y se titula El hombre que plantaba árboles. Giono lo redactó en respuesta a una invitación de la revista norteamericana Reader’s Digest, la cual encargó a diversos autores de ambas orillas del océano que escribieran un texto sobre el tema de “la persona más extraordinaria que he conocido”. El propio Giono alimentó la leyenda y el equívoco acerca de la veracidad de la historia y de su personaje, quien, como sabemos ahora, realmente nunca existió. Este detalle ya fue sospechado por la revista Reader’s Digest, que hizo que se comprobara escrupulosamente el registro de defunciones del hospicio de Banon. Tras no encontrar en él el nombre de Elzéard Bouffier, el relato fue rechazado. Giono renunció entonces a sus derechos de autor, y finalmente El hombre que plantaba árboles se publicó en 1954 en la revista Vogue.

Giono nació en Manosque, en la misma región occitana en la que vivió su personaje Bouffier y en la que se desarrollan la mayor parte de sus narraciones. Hijo de un zapatero con ideas anarquistas y de una lavandera, Giono tuvo que abandonar los estudios de bachillerato para atender a las necesidades familiares, y en 1915 fue movilizado y enviado al frente de Verdún. Giono se crió en una casa paupérrima cuyo único lujo era un patio con un pozo. En una ocasión describió el momento más decisivo de su vida, que aconteció en la tarde del 20 de diciembre de 1911. Ese día pudo reunir suficientes ahorros para comprar un libro, “el más barato que pudiera encontrar”. Resultó ser un ejemplar de los poemas de Virgilio, cuya lectura le produjo una impresión que ya no le abandonaría: “El corazón me volaba”, escribió. Autodidacto, Giono pasó casi toda la vida en su natal Manosque, bajo el efecto de los libros y de la vida sencilla en el campo, a lo que hay que añadir otra impresión de consecuencias perdurables: la guerra.

La creativa y generosa actividad forestal de Bouffier, en efecto, se desarrolla mientras Francia y Europa se desangran. Hay que tener en cuenta este dato para comprender la obra entera de Giono, pues ciertamente es más que heroica la lucha de un paciente sembrador frente al poder destructivo de los obuses y de los gases venenosos, capaces de aniquilar toda forma de vida en segundos. Como Bouffier, los hombres que se matan unos a otros en el frente también podrían sembrar, lo que en el fondo resulta mucho más fácil y cómodo que matarse, así que la pregunta que Giono formula es: ¿Por qué no lo hacen? La cuestión moral que modestamente presenta Giono aboca a un cuestionamiento más general de la naturaleza humana y de nuestra sociedad contemporánea, sujeta a enrevesadas construcciones abstractas que poco o nada tienen que ver con la existencia y sus necesidades. La exigencia de sembrar, de hecho, forma parte de un elemental sentido común al que no pertenecen ni la competitividad, ni la productividad ni el rendimiento, y si ese virtuoso sentido común ha sido marginado de nuestras vidas es porque a éstas se ha sobrepuesto una ideología tan malsana como persuasiva, un enemigo interior que sin embargo, tan rápidamente como nos ha dominado, podría desterrarse. De ello trata Las riquezas verdaderas, libro que este sembrador que fue Giono escribió en 1937 y que ahora ha publicado entre nosotros la editorial Errata Naturae.

También Las riquezas verdaderas, como el libro mencionado más arriba, tuvo un origen peculiar. Ni novela ni ensayo, se trata más bien de un manifiesto concebido como parte de una insubordinación comunitaria que el propio Giono alentó entre sus amigos parisinos, con el propósito de abandonar para siempre la vida en la urbe y establecerse en un valle provenzal. El autor denuncia aquí, con la concisión, eficacia y belleza de la prosa de que era dueño, el absurdo de una civilización, la nuestra, que embauca los sentidos con la aberrante imagen de una superabundancia que sólo esconde miseria y frustración. Las verdaderas riquezas están en otra parte, nos recuerda Giono, parte que no es otra que el mundo tal como existía ya antes de nosotros, mundo que ha sido concienzudamente abolido de nuestras ciudades y nuestras mentes, y que sin embargo, aun herido, todavía existe y sigue poseyendo la generosidad que lo hace habitable.

Canta Giono, “como un auténtico poeta”, según dicen los editores en el prólogo a este volumen, “el flujo de la vida, la extraordinaria felicidad de existir, el goce que procuran las riquezas naturales en oposición a una moral del sacrificio y la renuncia que jamás lo influenció”. Es la fingida superabundancia de la ciudad moderna, generadora según Giono de corrupción y alienación, la expresión del mal, pues es la que ocasiona la guerra. Ciertamente en el tiempo en que escribió este libro nuestro autor era testigo de otra guerra que se avecinaba y que iba a ser aún más destructiva que la anterior. Aficionado poco antes a los clásicos de la colección Garnier, alcanzó a vislumbrar en ellos una celebración de la vida y de la unidad del hombre con el cosmos de la que él pudo participar más tarde al pie de los Alpes Marítimos, donde comprendió que su misión no era otra que la de volver a celebrar dicha unidad por medio de su arte de narrador, como en otro tiempo se hizo a través de la mitología. Así, a los libros que describen y ensalzan la naturaleza de su tierra, tales como Naissance de l'Odyssée, Colinne o Un de Baumugnes, suceden ya en los años treinta Que ma joie demeure y éste que ahora comentamos, libros críticos y afirmativos que con razón han sido considerados precursores del moderno ecologismo radical. Fue así como tuvo lugar en 1935 la primera de las llamadas “reuniones del Contadour”, de la que el propio Giono escribió: “No nos fuimos hasta que no hubimos comprado entre todos una casa, un aljibe y una hectárea de terreno. Allí radica desde entonces nuestra morada de esperanza”. Tras la Segunda Guerra Mundial, que dio al traste con el proyecto de vida comunitaria en la Provenza, Giono redactó un ciclo de novelas, el llamado “ciclo del Húsar”, escrito en gran parte bajo la influencia de Stendhal y cuyo protagonista, Angelo, ha sido considerado por la crítica como un hermano del Fabrizio del Dongo de La cartuja de Parma.

Un aspecto diferente, y complementario, del arte de Giono es el que nos aportan sus colaboraciones con el cine francés. Cuestión algo más que anecdótica es a este respecto otro proyecto frustrado: la versión fílmica de Platero y yo, el libro de Juan Ramón Jiménez, cuya adaptación le fue propuesta a nuestro autor por Edward Mann. El guión elaborado por Giono se conserva y recientemente ha sido motivo de estudio, habiendo dado lugar en octubre del año pasado a un seminario celebrado en Moguer.

Cuando en agosto de 1970 Norma L. Goodrich, profesora de literatura francesa en California, se presentó de improviso en Manosque, en la casa de Giono, encontró a un hombre gravemente enfermo del corazón (iba a morir dos meses más tarde), pero a pesar de todo “imponente, esbelto, de pelo cano, elegante, de rasgos delicados, las mejillas sonrosadas, los ojos azules”. Y añade: “Sin pensárselo dos veces me sumió en una deslumbrante conversación sobre libros, críticos, autores, la Provenza, su hogar, su vida, su creatividad. Rogó que me quedara y me hizo prometer que volvería. Aquel primer día me marché cargada de regalos: sus obras inéditas y las publicadas en privado”. En la semblanza que la profesora Goodrich hizo de aquellas visitas anotó que él “denominaba espérance, optimismo, a su confianza en el futuro; no espoir, que es el masculino de esperanza, sino espérance, el término femenino que designa el estado o condición permanente de vivir con esperanzada tranquilidad. ¿De dónde mana esta fuente de espérance?, se preguntaba Giono”.

Últimamente la casa de Jean Giono en Manosque ha sido amenazada de desahucio. Se ha emprendido en Francia, a iniciativa de la Association des Amis de Jean Giono, una colecta pública a fin de reunir fondos para salvar la biblioteca del escritor, la cual consta de ocho mil volúmenes, muchos de ellos anotados. Hasta la fecha se han recaudado noventa mil euros, faltando todavía más de cincuenta mil para que puedan completarse los gastos de adquisición de la biblioteca, según informó la asociación en un comunicado el 22 de marzo.

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