martes, 14 de mayo de 2013

LECTURA POSIBLE / 100

EL MURO Y OTRAS HISTORIAS DE MARLEN HAUSHOFER

Un personaje de alguna de las magistrales novelas de Wilkie Collins tiene el hábito de jugar a las “suertes virgilianas” con su ejemplar de Robinson Crusoe. El juego, que es algo más que eso, consiste en abrir el libro al azar y leer la primera frase que aparezca a la vista. A la frase en cuestión se le atribuye la propiedad de servir de guía y consejo a las tribulaciones del lector-jugador. Dicho hábito le sirve a Collins para ilustrar el carácter de su personaje, pero a nosotros, lectores de hoy, nos es útil para comprobar la influencia y el grado de significación moral que en la segunda mitad del siglo XIX había alcanzado, al menos en el ámbito anglosajón, el relato de Defoe, para muchos, entonces y ahora, poco más que un libro de aventuras. Por las mismas razones, no sería extraño que hoy a alguien se le ocurriera jugar a las suertes virgilianas con la obra más célebre de Marlen Haushofer: El muro.

El azar quiere que el libro se abra por la página 63, donde se lee: “Sentí profundamente tener que reanudar mi camino, y andando me fui transformando otra vez en esa única criatura que no pertenecía al mundo del bosque, es decir, en un ser humano que pensaba cosas confusas, tronchaba las ramas con sus pesados zapatos y se dedicaba a la sangrienta actividad de la caza”. Y luego, en la página 218, se lee: “La vida, pequeña y sencilla, penetrará con el agua de los arroyos de nuevo en la tierra y la vivificará”. En realidad ignoro si estas frases vueltas a leer ahora casualmente pueden servir de guía moral, pero al menos tienen la virtud, como cada una de las que pudiéramos tomar de los libros de Haushofer, de decirnos mucho acerca de la vida y la obra de esta mujer que fue madre y ama de casa y que con los libros que escribió en sus ratos libres consiguió incorporarse con todo derecho a la nómina de los autores más importantes del siglo pasado en lengua alemana.

Marlen Haushofer nació en 1920, hija de un guarda forestal de Frauenstein, en la Alta Austria. Los paisajes, los ríos y las montañas de Carintia iban a convertirse con el tiempo en la materia prima de algunas de sus narraciones, en las que siempre iba a quedar algo de aquella primera infancia en un entorno completamente natural, hasta que a la edad de diez años fue enviada por sus padres a un internado de Linz. Del resto de su biografía, habiendo sido la suya una vida sin estridencias, caben destacar el servicio social obligatorio con el que debió cumplir durante la guerra; su primera maternidad, fruto de su relación con un estudiante de medicina; y su matrimonio en 1941 con un dentista, con el que tendría un segundo hijo, del que se divorciaría en 1950 y con el que más tarde volvería a casarse. De hecho toda su carrera literaria duró menos de veinte años, y sólo en los últimos, después de recibir el Premio Arthur Schnitzler por El muro, obtuvo un reconocimiento literario que anunciaba un futuro prometedor, el cual, como su vida, se vio truncado en 1970 a causa de un cáncer óseo.

Narrativamente Haushofer fue un caso aparte, lo que no impide que se la haya relacionado con los movimientos literarios austríacos de postguerra, en especial con el “Wiener Gruppe” que solía reunirse en el Café Raimond de Viena, y también con las otras dos escritoras que por entonces se atrevieron a desafiar la hegemonía masculina en las letras alemanas: Ingeborg Bachmann (de la que ya hemos hablado aquí) e Ilse Aichinger.

De 1952 data su primera narración, la novela corta El quinto año, que cuenta diversos episodios de la vida de una niña de esa edad, y en la que ya figuran algunos de los rasgos de su obra posterior. En efecto, lo llamativo de esta historia no son los acontecimientos, sino el punto de vista desde el que están tratados, punto de vista infantil que corresponde sin embargo a una visión ya completa del mundo, lo que incluye la naturaleza, la vegetación, los animales, un mundo en el que reina un orden que contrasta con (y que viene a ser perturbado por) la incomprensible actividad humana.

Si este primer relato ya contiene, en germen, los principios de una moral, ésta aparece formulada con una voz completamente adulta en la novela de 1955 Un puñado de vida. En ella se lee: “En aquella época todavía no sabía que un esclavo tiene que entender y hablar el lenguaje de su amo si pretende defenderse medianamente en el mundo de éste. Sólo mucho más tarde comenzó a hacer suyos los temas sobre los que se podía conversar con los hombres. Sus conocimientos, si bien superficiales, bastaban para entender la jerga de comerciantes, políticos y artistas. Así se ganó la fama de ser una mujer con la que se podía hablar como con un hombre, y desde entonces sus empresas se vieron coronadas por el éxito”. La narración nos presenta a una misteriosa mujer interesada en la compra de una finca. El dueño de la misma es Toni, quien la ha heredado de su padre, muerto en un accidente de tráfico. Desde esta novela el marco vivencial de las historias de Haushofer ya está establecido: se trata de grupos familiares que giran en torno a un personaje patriarcal, distante e inaccesible, lo que imposibilita toda comunicación y lleva a la protagonista, que también suele ser la narradora, a habitar un mundo interior del que no están excluidas las fantasías ni los sueños.

La puerta secreta, de 1957, es la novela en la que más crudamente ha retratado Haushofer la dominación masculina, de la que la mujer termina por convertirse en cómplice involuntaria. Annette es una bibliotecaria que ha sido educada por su tía en un catolicismo riguroso. A la joven se le ha enseñado que no debe esperar nada de la vida, razón por la cual, tras unos noviazgos con tipos totalmente insulsos, acaba casándose a la fuerza, pues está embarazada, con un hombre que le resulta tan atractivo a causa de su vitalidad como a la vez extraño. En todas las novelas de Haushofer, como aquí, el grupo familiar en el que se desarrollan los hechos constituye un universo cerrado y opresivo, siendo la protagonista una mujer que transita desde su huérfana infancia hasta un matrimonio catastrófico en el que se extinguirá en vida.

Del año siguiente es Nosotros matamos a Stella, relato de poco más de ochenta páginas en el que el patriarcado vuelve a cebarse en el grupo familiar, ampliado aquí con la presencia de Stella, joven inexperta que es enviada por unos meses a la ciudad para cursar estudios, tiempo durante el cual se aloja en la vivienda de un matrimonio. La narradora es de nuevo la esposa, que aquí es también amiga de la madre de Stella. Ésta se enamorará perdidamente del marido, lo que traerá consecuencias trágicas que deberán permanecer ocultas tras una fachada de hipócrita y apacible decencia. La narradora es testigo, y a la vez cómplice, del sacrificio de la joven, pues como ella misma dice: “¿Qué va a ser de esta niña grande e infeliz a mi lado? La rabia y la vergüenza hacían afluir la sangre a mi corazón. Pero callé”.

La buhardilla es la última novela de Haushofer, escrita poco antes de su muerte. En ella la narradora se evade de la infelicidad conyugal dibujando en su buhardilla insectos y aves, obsesionada sobre todo con la idea de dibujar un pájaro “que no esté solo”, y releyendo las notas que escribió cuando sus conflictos psíquicos le produjeron una sordera total, tiempo que pasó recluida en el campo y donde mantuvo una extraña relación con un desconocido. Aquí, obviamente, la compleja estructura de la novela ya no es la de la inicial El quinto año, lo que no impide que Haushofer conserve intacto ese estilo fácil de leer y por momentos tragicómico en el que se combinan de manera original el más puro horror con los sencillos pensamientos que se derivan de la vida doméstica. Horror y sencillez que son “la marca de fábrica” de esta escritora que ha sido puesta en valor especialmente por la crítica feminista en lengua alemana y que presenta hoy una lúcida y admirable modernidad.

Pero volvamos al principio. “Algo espantoso se había aproximado tanto a mi pared de cristal que hasta podía sentir su aliento y su mal olor”, escribe la autora en una de sus novelas de los años ‘50. Y en 1969 escribe: “Ser una persona es una categoría incierta; quizá haga tiempo que ya no seamos lo que antes se denominaba una persona, sólo que no lo sabemos”. Entre una frase y otra aparece El muro, de 1963, que recientemente ha dado lugar a una versión cinematográfica, Die Wand (2012), que dirigió Julian Pölsler y que pudo verse en la última edición del Festival de Sitges. Cuenta la historia de una mujer que es invitada por unos amigos a pasar unos días en su casa de campo, al pie de los Alpes. Sus amigos se marchan al pueblo a hacer unas compras, y la protagonista y narradora queda sola en la casa. Llega la noche y los amigos no vuelven. Al día siguiente, muy intrigada, ella se pone en camino hacia el pueblo, hasta que descubre que el valle en el que se encuentra ha quedado aislado del exterior por un muro invisible. Como Robinson, la mujer deberá habituarse a vivir aislada y sin compañía humana, recluida en la naturaleza junto a su perro, su vaca y su gata. El muro de incomunicación que ya estaba presente en sus anteriores narraciones, aquí se ve trascendido: ya no es la pared que separa a los dos miembros de una pareja, o a una madre de sus hijos, sino uno que separa físicamente del resto de la humanidad, la cual ha sido destruida por una nueva arma mortífera. La mujer se interroga acerca de su razón de ser en el mundo mientras se ocupa sin descanso de los quehaceres que exige su supervivencia. En medio, surge la idea esperanzada de que el hombre sea capaz de imaginar y poner en práctica una nueva forma de relación con la naturaleza, pero al mismo tiempo la de que si el hombre necesita a ésta, ella en cambio no nos necesita. Pues las miserias del hombre, sus una y otra vez fracasadas nociones de justicia y de virtud, su conciencia de la libertad y de la soledad, como él mismo, no son sino conceptos ajenos a esta tierra. Reflexión cuyas dimensiones constituyen la única inmodestia que se permitió esta sencilla cronista de los horrores cotidianos, la ilusión y el silencio.

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Trailer de Die Wand (2012)

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