martes, 25 de noviembre de 2014

VARIACIONES / 19

LAS CARTAS DE COSIMA WAGNER A FRIEDRICH NIETZSCHE

“Jamás un viejo engendró a tantos hijos”, escribe Max Leroy en su ensayo Dionysos au drapeau noir, Nietzsche et les anarchistes, libro que ha publicado este año en Lyon el Atelier de Création Libertaire. Con ello el ensayista se refiere a la extensa y variopinta descendencia intelectual que tuvo el autor de Así habló Zaratustra, una descendencia que encontramos desde luego entre los teóricos del anarquismo, como demuestra el libro de Leroy, pero también, no siempre en beneficio de Nietzsche, en el resto de las ideologías que se desenvolvieron (y lo hacen todavía) en nuestro atormentado mundo. Nietzsche nunca ha dejado de estar de moda, y posiblemente su fama es pareja al general desconocimiento acerca del autor y de su compleja obra. El libro que se reseña aquí puede contribuir a iluminar ambas cosas, al menos en el momento concreto al que se refieren los testimonios en él recogidos, es decir: en los inicios del filósofo Friedrich Nietzsche, cuando todavía el campo natural de su trabajo era mayormente la filología, mientras redactaba El origen de la tragedia y aún su pensamiento estaba sometido a un universo de referencia fácilmente reconocible, el cual no era otro que el de Richard Wagner.

Cartas a Friedrich Nietzsche. Diarios y otros testimonios nos ilustra acerca de ese primer Nietzsche, pero también acerca de otros temas en torno a lo que se ha llamado “el idilio de Tribschen”, los años que Wagner y su esposa Cosima pasaron en ese lugar que hoy es un barrio de Lucerna, y que el filósofo visitó con frecuencia. Muchos años después Cosima ordenó destruir todas su cartas, entre ellas las de Nietzsche, de modo que el libro ofrece la paradoja de que su protagonista se nos aparece como un personaje mudo, o casi. Igualmente ausente del libro, Wagner planea sobre sus páginas como un fantasma dominador y todopoderoso, y si las cartas y los testimonios que leemos aquí nos informan de la amistad entre Nietzsche y Cosima, no nos sugieren menos acerca de la relación que ésta tenía con el compositor. Más importante es sin embargo lo que se nos insinúa en sus páginas acerca del intercambio intelectual entre estos dos hombres, pues la obra de uno nos resultaría hoy incomprensible sin la del otro. Dicho intercambio acabó en una sonada ruptura, como es sabido, lo que obedece a una razón que ya se deja traslucir en algunas de estas cartas: Nietzsche tenía que volar solo. Por la misma razón hemos preferido reseñar este libro ahora, un año después de que lo publicara la editorial Trotta, a fin de alejarlo todo lo posible de los fastos del centenario de la muerte de Wagner, el cual sirvió de excusa para su publicación entre nosotros.

Si Nietzsche es el protagonista del libro, Cosima, personaje principal del mismo, es también su narradora, erigida además en intermediadora entre el callado Nietzsche y el lector. Nacida en 1837, era hija ilegítima de Franz Liszt y la condesa Marie d’Agoult. Obviamente Cosima se crió en un ambiente propicio al arte y a todas las formas de expresión artística, especialmente la música, lo que no impidió que la suya fuera una infancia desgraciada, por una parte por la temprana separación de sus padres (Cosima y sus hermanos fueron confiados a la abuela paterna), y por otra por el carácter de su padre, quien abrumado por sus excesos de juventud acabó abrazando la religión y, de paso, apartándose de sus hijos. Una especie de culpa o de pecado original, junto a la correspondiente condena de la sociedad, pesó sobre la infancia de Cosima, quien pareció querer enderezar su existencia, ajustándola a las convenciones de la época, por medio de su matrimonio con Hans von Bülow, célebre pianista y director de orquesta que unía a sus virtudes la de ser discípulo de Liszt. El matrimonio fue un fracaso, y de él fueron fruto dos hijas: Daniela y Blandine. Hubo un tercer vástago de apellido von Bülow, otra niña, pero que no era hija del director de orquesta. Sucede que entretanto los planes de Cosima de llevar una existencia ordenada se habían ido al traste, después de que irrumpiera en ella Richard Wagner.

Cosima le conocía desde sus dieciséis años. Wagner, también casado y veinticuatro años mayor que ella, la reencontró en 1862. Un par de años después, en Munich, siendo los Bülow y Wagner invitados del rey de Baviera, ya eran amantes. En 1865 nace Isolde, a la que bautizan von Bülow para guardar las apariencias. El propio von Bülow, él mismo devoto admirador de Wagner, se resignó a la situación, en un intento de evitar el escándalo. Al producirse éste, la pareja se fuga a la recóndita Tribschen, junto al lago de Lucerna, en Suiza, donde tendrían dos hijos más: Eva y Sigfried. Fue en ese período de convivencia ilegítima, vivido de hecho como un exilio hasta que culminó el pleito de divorcio y pudieron casarse, cuando Nietzsche apareció en sus vidas.

Nietzsche tenía por entonces poco más de veinte años, y era un prometedor filólogo doctorado por la Universidad de Leipzig. Apasionado wagneriano, también él, compartía con su héroe el gusto por la filosofía de Arthur Schopenhauer, que acabaría desviándole de sus estudios filológicos. Cuando en 1868 Nietzsche conoce a Wagner en la casa de la hermana de éste se encuentra a punto de recibir una cátedra en la Universidad de Basilea, ciudad a la que se trasladará poco después y en la que, además de iniciar su carrera filosófica, renunciará a la nacionalidad alemana, empezando a ser entonces el apátrida que sería el resto de su vida. Acerca de aquel primer encuentro escribió: “Wagner me revela como ningún otro la imagen de lo que Schopenhauer llama ‘el genio’. En él domina una idealidad tan incondicionada, una humanidad tan profunda y emocionante, un rigor vital tan elevado, que en sus proximidades me siento como en las proximidades de lo divino”. Conviene aclarar que estos sentimientos no eran entonces exclusivos de Nietzsche y que muy al contrario se encontraban “en el ambiente”, en una atmósfera que ya había sido preparada por los primeros teóricos del Romanticismo a principios de siglo. En efecto, la persecución de una obra de arte total, y del genio que debía alumbrarla, ya estaba presente en el pensamiento alemán desde hacía más de medio siglo, y lo estaba en forma de ideal que, un poco a la manera de los antiguos griegos, debía unir entre sí todas las artes, y a éstas con la razón: “La historia de la poesía moderna en su totalidad”, escribió Friedrich Schlegel a finales del siglo XVIII, “constituye un comentario paralelo del breve texto de la filosofía: todo arte tiene que hacerse ciencia, y toda ciencia, arte; poesía y filosofía deben estar unidas”. Tal propuesta había sido enriquecida por Wagner con la fuerza arrolladora de lo irracional, que tanto afectó a su propia vida y a las de sus contemporáneos y que acabaría por tener igualmente un papel destacado en el pensamiento del joven filósofo.

A partir de ese encuentro, las cartas de Cosima dejan constancia de las sucesivas invitaciones que Nietzsche recibió desde la apartada Tribschen, donde se llevaba una vida sencilla y donde ella, por primera vez, como confiesa en alguna ocasión, pudo disfrutar de una vida familiar. En la casa de Tribschen todo estaba sometido a las necesidades del “Maestro”, como llama Cosima a Wagner, quien por aquel entonces estaba componiendo Sigfrido y El ocaso de los dioses. Como se ha dicho, nos faltan las cartas de Nietzsche, pero las de Cosima se bastan para darnos una idea de cómo fueron aquellos fines de semana en los que Nietzsche se escapaba de la Universidad, de las lecturas que los tres compartían y de las conversaciones mantenidas acerca de los temas más diversos, pero especialmente acerca de las investigaciones que en ese momento realizaba Nietzsche en relación con el nacimiento de la tragedia y de su expresión en forma de música. No hay duda de que las ideas del joven filósofo confirmaron las intuiciones de Wagner, ni de que éste se constituyó para aquél en la cristalización física de sus estudios.

Pero estas cartas son también el testimonio de una vida cotidiana a la que Cosima se había entregado con afán, alcanzada su serenidad de ánimo después de los descarrilamientos vividos: los niños, los encargos que hace a Nietzsche y que éste cumple fielmente, los reproches a su vegetarianismo, las noticias acerca del divorcio y de la representación de obras de Wagner en los teatros alemanes. Dos acontecimientos mayores alteran la paz de Tribschen: la guerra franco-prusiana, en la que se alistó Nietzsche en contra del consejo de su amiga y de la que volvió pronto a causa de la difteria que contrajo; y la Comuna de París, a cuya subsiguiente “semana sangrienta” dedica Cosima unas emocionadas palabras en una de las cartas. El horizonte de “los de Tribschen” estaba entonces ocupado en gran parte, sin embargo, por los preparativos del traslado a Bayreuth, donde poco después empezaría a construirse el Festspielhaus, el gran teatro que bajo el patrocinio del rey Luis II de Baviera serviría para representar los dramas musicales wagnerianos. La primera piedra del teatro se colocó en mayo de 1872, y los Wagner se mudaron a un hotel hasta que terminaron las obras de construcción de su nueva vivienda. Así acabó el “idilio de Tribschen”, y progresivamente Nietzsche fue distanciándose física y espiritualmente de los Wagner.

Un par de cartas y algunos bocetos es todo lo que se conserva de la correspondencia de Nietzsche a Cosima. En una de ellas, de 1878, a la que adjunta el envío de un ejemplar de Humano, demasiado humano, que acababa de salir de la imprenta, confiesa sentirse como un “heraldo que va por delante y que no sabe seguro si la caballería le sigue o si existe siquiera”. La otra, la última, es de 1889 y en ella se muestran crudamente los signos del trastorno mental de su autor. Por esta carta, y otras semejantes enviadas en enero de ese año desde Turín, sus amigos tomaron conciencia de su estado y acudieron en su busca. Poco después ingresaría en una clínica de Jena.

El libro que comentamos contiene, además de las cartas de Cosima a su amigo, algunas entradas de su diario referidas a él y otros testimonios que en conjunto nos proporcionan una visión privilegiada de lo que fue seguramente uno de los encuentros artísticos e intelectuales más fructíferos de la cultura occidental. Encuentro protagonizado por unos personajes poco convencionales que, cada uno a su manera, desafiaron a su tiempo y cuyas creaciones nos siguen hoy fascinando e inquietando por igual. A comprender estos personajes y su tiempo contribuye la introducción de Luis Enrique de Santiago Guervós, quien es también autor de la traducción y de las oportunas notas a pie de página. Por los textos que se añaden a esta cuidada edición de las cartas de Cosima sabemos que ella, pese al alejamiento, no se olvidó de su amigo. Todavía años después del oscurecimiento de la mente de Nietzsche, hallándose éste internado, escribió: “Como si nada nos hubiera separado, me volví a sentir en conversación con él, dejándome ilustrar por él sobre aquellas cosas elevadas que forman como un refugio de las ideas”. Ese refugio, más allá de la perturbación mental, era el del primer y joven Nietzsche, el prometedor filólogo de la Universidad de Basilea, de visita los fines de semana en Tribschen, “la isla de los bienaventurados”.

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