martes, 31 de mayo de 2016

LECTURA POSIBLE / 212

MAJDA EN AOÛT, DE SAMIRA SEDIRA. UNA HISTORIA DEL SILENCIO

“Decidieron de común acuerdo que no había que hacer nada, no decir nada. Nada que pudiera perjudicar a su hija. Era preciso olvidar. El tiempo recompensaría el esfuerzo”. Majda es una mujer de cuarenta y cinco años que sufre esquizofrenia. Cuando se sumerge en las voces que oye, amenazantes y agresivas, ella se encuentra en un hospital psiquiátrico en el que reina el silencio. A este lugar, al pabellón de mujeres del Hospital Henri Guérin, llegan sus padres, que no la han visto desde hace años. Él, Ahmed, y ella, Fouzia, recogen a su hija y la llevan a su apartamento, en la región de Var, cerca de Marsella. Así empieza la historia de Majda en août, segunda novela de Samira Sedira que ha publicado Éditions du Rouergue.

Samira Sedira nació en 1964 en Annaba, al noreste de Argelia. Siendo niña, sus padres emigraron a Francia y se instalaron en La Seyne-sur-Mer, en Var, donde todavía vive su madre. Tras concluir el bachillerato, ingresó en la École de la Cómedie de Saint-Etienne para estudiar interpretación, y como actriz, además de intervenir en papeles secundarios en producciones para la televisión y el cine, ha recorrido numerosos escenarios franceses, entre ellos el del Festival de Aviñón, donde en 2004 estrenó Daewoo, pieza basada en la novela homónima de François Bon.

Sedira nunca fue una estrella, pero trabajaba regularmente. En 2008, según supo por una carta de Assedic, la institución francesa reguladora del empleo, su licencia de trabajo en Francia fue cancelada. A la memoria de nuestra autora tuvo que venir entonces el tema de la obra representada cuatro años antes, esta Daewoo que trataba de ser testimonio de un acontecimiento real: el cierre entre septiembre de 2002 y enero de 2003 de las plantas que el grupo coreano del mismo nombre había poseído en Lorena, plantas que fueron construidas a golpe de subvenciones del gobierno y que estuvieron dedicadas a la fabricación de televisores y hornos microondas. François Bon, el autor de la obra, visitó aquel paisaje devastado por la crisis de la industria del acero y escribió: “La primera vez que entré en la fábrica la encontré vacía. Ni rastro de la violencia social que había puesto en pie de guerra a mil doscientas personas, la mayoría mujeres”. A esta historia que era también de silencio y a cuatro de las trabajadoras que fueron despedidas les puso voz Bon, y uno de estos personajes fue el interpretado por la actriz Samira Sedira. Una actriz, de repente, en paro.

En los siguientes años, mientras se ganaba la vida como mujer de la limpieza, la ex actriz corrió la suerte de muchos miles de inmigrantes llegados a la opulenta Europa. Un día creyó ver los ojos de su madre en el fondo negro del desagüe de un fregadero, y comenzó a escribir las palabras de las que habían sido privados sus padres: en primer lugar la madre, que una vez le confesó entre lágrimas que ignoraba cómo había que comprar en un supermercado y cómo debía firmar un documento, y cuyo mayor lujo era el jabón Lux, un jabón de olor penetrante, como también lo es el de los teatros. Sedira ha explicado en una entrevista que desde ese momento la existencia de su madre invadió la suya: “Veía su cara y me veía a mí misma. Eso es lo que soy, lo que nunca quise ser. Yo había seguido mi camino para tener mi propia identidad, pero cuando empecé a trabajar en la limpieza mis orígenes me saltaron a la cara”.* Por entonces Sedira vivía en Maisons-Alfort, en la periferia de París, con su hijo de siete años y su compañero, un profesor de ciencias. Y allí surgió su primera novela, L'odeur des planches, que fue publicada en 2013 por Rouergue y que al año siguiente se convirtió también en obra de teatro, cuyo papel principal fue interpretado por Sandrine Bonnaire. La obra, en su mayor parte autobiográfica, trata de las mujeres de la limpieza, del desprecio, pero también de las dificultades de la primera generación de inmigrantes magrebíes, de sus esperanzas, de su dignidad y de sus problemas de adaptación. La crítica dijo entonces que la escritura de Sedira “sopla como los vientos contrarios que atraviesan el Mediterráneo de sur a norte”.

La protagonista de la novela aparecida hace unas semanas, Majda en août, es una hija de inmigrantes y una esquizofrénica. En sus páginas se lee que “Majda mastica su rabia en silencio, encorvada, reducida. Bajo la carne, el corazón inquieto enloquece”. Hija de un padre argelino y de una madre tunecina, la mayor de siete hermanos, Majda es ahora una mujer a medio camino entre dos culturas: la de la infancia, que los hermanos varones vivieron con gran libertad, “como reyes”, mientras las hijas eran educadas para el trabajo doméstico; y la adulta, iniciada en la universidad a la que accedió la protagonista a fin de huir de la primera. Será precisamente al recibir su título cuando algo inesperado suceda en la conciencia de Majda.

Y es que la protagonista había sido uno de esos “olvidados”, en especial chicas, que es frecuente encontrar entre los hijos de inmigrantes de primera generación y de los que se sabe poco, pues no en balde las suyas son historias de las que quedan en el silencio de la intimidad familiar. Devuelta a ésta tras pasar años internada en una institución, la adulta Majda evoca su infancia de “olvidada” y el momento en que, a los doce años, le crecieron los pechos, lo que significaba “que tenía que obedecer a todos” porque a partir de entonces “su rectitud moral debía ser la garantía del honor del clan”. Al respecto de esto, y a propósito de sí misma, la autora ha recordado que en su adolescencia padecía anorexia, ya que, como ha escrito, “quería borrar cualquier signo externo de la feminidad”. Esta feminidad que es vivida como una desgracia es ajena a toda consideración religiosa, y ello tanto en el caso del personaje novelístico como en el de la propia autora, pues se trata más bien de una herencia recibida de la tradición de los ancestros, del lugar por el que se entra en la vida. Para Majda, sin embargo, el primer espacio de liberación y a la vez de fijación de una identidad nueva, el de la escuela, deviene enseguida en causa de conflicto y de injusticia. En él Majda es agredida sexualmente por un compañero y a la vista de su hermano, el cual lo ve, lo sabe y calla. ¿No habían sido educados para guardar silencio?

La vida en la universidad y el trabajo en París se manifiestan para el personaje como un nuevo territorio de emancipación, esta vez alcanzado conscientemente. Pero será aquí donde sus dos identidades choquen, no para propiciar que se rompa con el pasado o para que éste se olvide, sino para desatar una ruptura interior. A la misma sobrevivirá Majda, aunque no indemne. De ella será rescatada tiempo después por sus padres, con quienes pasará un mes de agosto en Var, mes de dolorosa evocación y de incomprensiones mutuas dominado por la ausencia de los hermanos y la timidez y la vergüenza de los padres, que no saben cómo lidiar con esa extraña que pasa la mayor parte del tiempo drogada y no obstante esperando, como también ellos, una palabra, una mirada.

Afirma nuestra autora que si algo caracteriza a la nueva generación que desciende de los que emigraron es la pérdida de identidad. Si ahora ellos se acercan a la religión no es porque así se lo hayan inculcado sus padres, sino todo lo contrario: “porque buscan alivio en aquello de lo que nosotros nos deprendimos”. Lo que muestra Majda en août es el proceso de una integración fallida. El personaje recorre las calles con una mirada que es a la vez delirante y turbadoramente lúcida, hace la compra, y son en particular las mujeres, sus compañeras de fortuna, la que reclaman su atención: “Parecen felices todas esas mujeres, más decididas que ella, más dotadas para la vida”, anota la narradora. “A veces, sin embargo, un gesto revela su angustia, un mechón de pelo que una de ellas coloca nerviosa detrás de la oreja, un objeto que otra busca desesperadamente en el fondo del bolso, los labios que se mueven mecánicamente. A veces la mirada frenética de una de ellas se desliza sobre Majda, sus ojos se encuentran brevemente. Hasta que Majda se da cuenta de que la otra no la ve”. Esta ceguera y este silencio que ella descubrió en su familia treinta años atrás se han generalizado, advierte Majda, y han llegado a ser hoy el signo de los tiempos. En eso consiste su enfermedad: en el repudio de la ceguera y del silencio.

Samira Sedira narra sirviéndose de frases cortas, hirientes, cargadas de una dura y amarga belleza. Nada de lo que el desdén o el miedo han convertido en caricatura (acerca de los locos, los magrebíes, los musulmanes o las mujeres) se encontrará en estas páginas, redactadas desde un profundo interior en el que no sirven las máscaras. Por ellas transita una misoginia de la que carecía el padre pero no así los hermanos y los compañeros de escuela de la protagonista, y que en especial estaba presente en Fouzia, la madre, quien quería que su hija fuera una buena chica, prudente en el aula, sabia y diligente en casa. De la interiorización de esas reglas se infería ante todo que nadie excepto una misma tenía la culpa, pero también que la niña no debía tener infancia pues debía ser una pequeña madre, en anticipo de sus deberes futuros. “Sucedió, eso es todo. Podemos respirar con regularidad y estar muertos. Respirar y estar muertos. Es así, según parece, como debe ser”. Un libro, este de Sedira, escrito con ira pero sin odio, concebido desde el arraigado anhelo de contar, de escuchar y comprender.
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* Alexandra Schwartzbrod, Samira Sedira, la combattante, Libération, 16/5/2016

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