martes, 21 de julio de 2015

LECTURA POSIBLE / 189

EL PADRE INFIEL, DE ANTONIO SCURATI

Ella, a la que vemos pasar fugazmente, hermosa y ya adulta, por las últimas páginas de la novela, no es de esas jóvenes a las que “los hombres piropean por la calle, sino de las que alegran a hombres y mujeres cuando entran en una habitación”. Es alta, esbelta y morena, y “lleva clavados en el óvalo de la cara dos grandes ojos oscuros, no carentes de una vaga nota de melancolía”. Solemnes y majestuosos como una migración son sus pasos. Ella, a la que por haber sido testigo de sus inicios, desde el momento mismo de su concepción, desde sus primeros llantos, sus pañales y sus juegos, el lector ha incorporado casi a su propia descendencia, es la milanesa Anita, hija del protagonista de El padre infiel, la novela de Antonio Scurati que ha publicado entre nosotros Libros del Asteroide.

Scurati, nacido en Nápoles en 1969, autor de éxito en Italia, es profesor de la Università Statale de Bérgamo, donde coordina el Centro de Estudios sobre el lenguaje de la guerra y la violencia, y es también profesor de literatura y escritura creativa en la Università Libera de Milán. Entre sus novelas figuran Il sopravvissuto (2005), Il rumore sordo della battaglia (2006) y Una storia romantica (2007), todas ellas publicadas por Bompiani. La misma editorial publicó en 2013 esta novela ahora traducida al castellano que fue candidata al Premio Strega del año siguiente.

La obra literaria de Scurati es variada e incluye narraciones dedicadas a nuestro mundo contemporáneo, como la mencionada Il sopravvissuto (El superviviente), cuya trama está inspirada en la masacre del Instituto de Secundaria Columbine de 1999, y también relatos históricos centrados en los antecedentes del Risorgimento. Scurati es colaborador del semanario Internazionale y del diario La Stampa. En 2007 dirigió el documental La stagione dell’amore, que le sirvió para indagar en el tema del amor en la Italia actual, prosiguiendo así la investigación al respecto emprendida por Pier Paolo Pasolini en su film Comizi d’amore. Nuestro autor, tertuliano televisivo en el programa Parla con me de RAI 3, ha estudiado además el papel de la prensa en nuestra sociedad en su libro de 2009, mezcla de ficción y realidad, Il bambino che sognava la fine del mondo, metáfora a través de la cual se presenta el uso del terror en los medios.

El padre infiel es de esas novelas que crecen a medida que se avanza en la lectura. Hábilmente estructurada, el autor dosifica los elementos de su trama para conseguir que el inicial relato en apariencia banal adquiera profundidad y relevancia hasta constituirse en una honesta y eficaz reflexión sobre nuestra contemporaneidad. La narración, escrita en primera persona y en un formato que recuerda al de un diario íntimo, nos muestra las inquietudes y un tramo de la vida de Glauco Revelli, licenciado en Filosofía que, tras sus estudios, sigue la tradición familiar y abre un restaurante. Miembro ejemplar de la clase media de nuestra sociedad occidental, el chef Revelli sueña con su primera estrella Michelín mientras evoca los inicios de su relación con Giulia, convertida ahora en su esposa. La fractura en la vida doméstica de los Revelli se produce en la mañana del día 30 de septiembre del año 2011, fecha fatídica que en el domicilio conyugal milanés está llamada a cobrar una trascendencia equivalente a la del hundimiento de las Torres Gemelas, y que tiene lugar cuando Giulia, en la cocina del apartamento y sin razón aparente, se echa a llorar. Al arranque de llanto sucede un silencio y luego una frase: “Quizá no me gustan los hombres”.

El protagonista y narrador inicia aquí una averiguación retrospectiva en la que, junto a los antecedentes de su vida de casado, desempeña una función crucial el nacimiento de su hija, Anita. Sin embargo, lo que en su inicio semeja ser ante todo el autoexamen de un hombre egocéntrico y misógino, ligeramente asocial y desdeñoso del mundo que le rodea, adquirirá poco a poco una naturaleza y una dimensión épicas, al tener que confrontarse Revelli con las tareas y responsabilidades propias de un discreto miembro de la clase media en la época de la disolución de ésta. El cocinero Revelli, en efecto, no puede dejar de ser filósofo, y un filósofo crítico que dirige su ironía al entorno, dominado por mitos como el de la felicidad de los grandes almacenes o la no menos feliz vida de familia: “El buen demonio de la distribución masiva”, escribe, “ahora está contigo, te guiará en todos los años por venir a través de las secciones de detergentes, de los alimentos envasados y de los congelados, mientras llevas de la mano a tus hijos pequeños”. El matrimonio y la paternidad significan, pues, someterse a las reglas del consumo, cosa que el incivilizado Revelli experimenta como una lenta domesticación, destinada a suprimir de él, de raíz, todos los rasgos antropológicos del macho. A éste, que ha percibido el deseo sexual como una agresión, una caza en la que los cuerpos se unían para destruirse acto seguido mutuamente, se le exige ahora participar de una mediocre y rutinaria sexualidad matrimonial a la que sin embargo se doblega, aunque no sin resistencia. El amaestramiento da lugar, en Revelli, a la aparición de un hombre romántico, nostálgico de imposibles pasiones y heroísmos.

El itinerario familiar del personaje no puede sustraerse al dictado sociológico de los tiempos. Estos son los de la feroz ofensiva de las finanzas especulativas, los recortes en los servicios públicos, la incertidumbre de la prima de riesgo y el fin del Estado del Bienestar. Al hombre corriente se le adjudican los deberes que el Estado abandona, forzándole a defenderse, mal o bien, en terrenos que hasta hace poco le eran extraños. Los frentes se multiplican, y Revelli encuentra por fin el modo, aunque modesto, de ser héroe. La suya no pasará de ser una heroicidad doméstica y cotidiana, consistente no ya en hacer acopio de bienes, ni siquiera en mantener un cierto grado de decoro tardoburgués, sino en lograr ni más ni menos que el mismo objetivo en que se han curtido miles de generaciones de padres anteriores: la supervivencia de su hija.

Sentenciado por la sociología, en su calidad de hombre occidental y contemporáneo, Revelli, igual que su esposa, es padre tardío, o lo que es lo mismo: miembro de una generación que ha tenido que posponer hasta el límite de la fertilidad biológica cualquier pensamiento de futuro. Si éste, todavía en tiempos de su padre, era por definición pensamiento de juventud, sucede ahora que en los nuevos tiempos nadie osa siquiera proyectar un futuro por lo menos hasta la edad madura. En las andanzas de Revelli por los cursos preparto a los que asiste con su mujer, durante su embarazo, todas las parejas son en consecuencia de mediana edad, excepto las magrebíes y las de alguna otra procedencia exótica. Los privilegiados padres del próspero y pacífico Occidente requerían, dice el narrador, “un exceso orgiástico de precauciones y comprensiones previas, para el nacimiento de nuestros hijos y luego para su crecimiento, la lactancia y el destete, y tras este paso, la adolescencia y la madurez, en un incesante y fallido intento de compensar nuestro defecto de origen, de colmar un retraso que, en cambio, no podía más que ir empeorando con el paso del tiempo. Éramos demasiado viejos para la cosa, eso era todo”. Es a este mundo dislocado al que llega Anita.

Sutilmente, el autor nos conduce a una reflexión que abarca a tres generaciones. Fracasado el restaurante, olvidada la estrella Michelín, Revelli se encuentra con su padre para comunicarle sin palabras los motivos de su aflicción, monólogo callado que empieza con estas palabras: “Verás, papá, tienes que entendernos. Somos una generación despojada”. Y continúa: “Estamos ahí, a un paso de la cresta, pero resbalamos cuesta abajo. Para ti fue diferente, no sé si lo entenderás; más duro, sin duda, aunque el nuestro es un destino burlón. Cuando íbamos a entrar tardíamente en la plenitud de la vida, donde pisaríamos suelo firme y por fin podríamos arañar la corteza de la tierra, resulta que en vez de eso nos descubrimos víctimas de un robo. Lo dado nos ha sido arrebatado”. La incertidumbre en que se ha convertido el futuro, sin embargo, no cae de lleno sobre Revelli, sino sobre su hija. “¿Y Anita? Anita irá creciendo, sea como sea que termine la historia”.

El padre infiel es un relato escrito con humor y sin melodrama, pesimista pero esperanzado, que desde presupuestos humildes alcanza a mostrar, en nuestro contexto cultural y económico, la gravedad del momento presente, lo que no es poca cosa. La novela, este género que tampoco vive sus mejores días, tradicionalmente se ha prestado poco a ser testimonio del tiempo histórico en el que se escribe, tarea mucho más propicia al reporterismo o a las ciencias sociales. A estos, sin embargo, corresponde mostrar datos, pero no la interioridad ni la autenticidad de los individuos. Así, escribir novelísticamente sobre el presente implica audacia, la cual debe incrementarse en períodos de profundos cambios, como el que vivimos. Con tal panorama, los escasos autores que hoy se atreven a expresar por medio de la ficción aquel lado humano que no pertenece por definición al campo de la prensa y de la ciencia, corren un doble riesgo que se añade a los propios del oficio literario: el de que sus obras sean arrasadas por el vendaval de cambios que se avecinan, y de los que hoy sólo sabemos con seguridad que son tan inminentes como impredecibles; y el de que sencillamente se hayan equivocado, no siendo capaces de señalar aquellos fenómenos que verdaderamente están en el centro de nuestro tiempo. La obra de Scurati es, creemos, de las llamadas a perdurar. A ello no es ajena la sabiduría con la que el autor ha graduado el pathos de la historia de un semisalvaje que por amor ha asumido sus deberes familiares, ni la del padre del cocinero Revelli, este hombre ya jubilado que al mudo monólogo de su hijo responde con estas palabras: “No te amargues, Glauco, no sirve de nada. Se han dado un festín y os han dejado los huesos. Haz lo que puedas, y que pase lo que tenga que pasar”.

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