martes, 16 de julio de 2013

LECTURA POSIBLE / 109

MOHAMED CHUKRI: EL OTRO LADO DEL PARAÍSO

En noviembre se cumplirán diez años de la muerte de Mohamed Chukri, autor marroquí de gran interés aunque poco conocido entre nosotros y del que la editorial Cabaret Voltaire ha publicado tres títulos en los últimos meses: El pan a secas, Paul Bowles, el recluso de Tánger y Jean Genet en Tánger, libros que constituyen un amplio muestrario de la vida del autor y de las de aquellos con quienes tropezó en sus correrías por su ciudad de adopción.

Chukri había nacido cerca de Nador, en el Rif, hijo de un padre despótico del que huyó para convertirse en niño vagabundo en las calles de Tánger, ciudad que por entonces tenía el estatus de internacional y que fascinó a gran número de occidentales, hasta que en 1956 inició su proceso de anexión al recién independizado reino de Marruecos. Toda la obra literaria de Chukri es memoria de esta ciudad abierta y decadente en la que la miseria, la prostitución, las drogas y el alcohol convivían con una atmósfera de gran libertad que atrajo a rebeldes que se sentían incómodos en sus países de origen, desde Paul Bowles y Jack Kerouac hasta Jimi Hendrix. Vista por muchos como la ciudad de las mil y una noches, todo aquel que llegaba a Tánger, como escribe Chukri en uno de estos libros, “quería ser su rey Shariar y convertir a la ciudad en su Sherezade”.

A la edad de veinte años, siendo un analfabeto que, además de en su materno dialecto rifeño, se expresaba en árabe dialectal y español, Chukri aprendió en la cárcel el árabe clásico, en el que escribiría su obra. Más tarde ingresó en una escuela primaria de Larache, pero sería a su regreso a Tánger cuando se introdujo en la vida nocturna de la ciudad, en los burdeles y los cafés que nutren la mayor parte de su producción y en los que terminaría por encontrarse con los personajes que todavía entonces contribuían a engrandecer su leyenda. Ese período, desde su origen en la aldea de Beni Chiker hasta que decide iniciar sus estudios, es el que narra en el primer volumen de su trilogía autobiográfica, El pan a secas (1980), al que sucederían Tiempo de errores (1994) y Rostros (1996).

En El pan a secas (del que ya existió hace tiempo una traducción con el título de El pan desnudo) Chukri narra con crudeza su infancia y los difíciles tiempos de su aprendizaje. Eran los años del Protectorado español, de cuyo ejército había desertado su padre, años de sequía y de guerra en los que el niño adquiere conocimiento de la injusticia del mundo y de su naturaleza de marginado, en su triple condición de rifeño, analfabeto y pobre. El panorama desolado de su pueblo, en el que el niño aprende a pasar hambre y a rebuscar en las basuras, está dominado por la figura del autoritario padre, quien distribuye sus accesos de cólera entre él, sus hermanos y su madre. En uno de ellos estrangulará a su hermano menor. Tras escapar de él, el chico realiza diversos trabajos, antes de prostituirse y ejercer el contrabando, lo que le permite adquirir kif, alcohol y mujeres. Será en la cárcel, sin embargo, donde inicie un nuevo aprendizaje: el de la esperanza. Este tan descarnado como contundente primer libro de Chukri es ya el producto de un autor maduro, y en él se aprecian los rasgos que serían propios del resto de su obra: un estilo conciso y directo, plagado de giros y expresiones tomados del bereber, así como una aguda conciencia social del entorno. Aquí Tánger ya es protagonista, con su carácter mestizo, su identidad en la que se fusionan lo oriental y lo occidental, la extrema necesidad y el lujo, y en la que la más refinada sensualidad se las arregla para convivir con la violencia. Sin embargo, el Tánger de leyenda, al que acudían los intelectuales, queda lejos de la verdad cotidiana vivida por este muchacho que años después leería su manuscrito a Paul Bowles, en español, para que éste lo tradujera al inglés, lo que daría a conocer internacionalmente a Chukri al tiempo que su obra era prohibida en su país.

A Paul Bowles iba a dedicar nuestro autor en 1997 uno de sus libros más divulgados, sobre todo en el mundo anglosajón. De un año antes es Jean Genet en Tánger, en el que Chukri rememora las visitas que hizo a la ciudad el autor de Un cautivo enamorado, al que conoció en 1968. Sus conversaciones, recogidas por primera vez en forma de dietario, fueron publicadas en Estados Unidos, de nuevo por la mediación de Bowles. Acerca de este libro escribió William Burroughs que, en sus páginas, “veo y oigo a Genet con tanta claridad como si estuviera viendo una película sobre él”. Y no es extraño que hubiera una complicidad inmediata entre ambos, pues las suyas son vidas paralelas, coincidentes no obstante en lo que las dos tienen de marginación y rebelión. Por entonces Genet andaba a medio camino entre el mayo francés y su primer viaje a Estados Unidos, donde más tarde entraría en contacto con los Panteras Negras, con quienes compartiría su bien conocida aversión hacia los hombres blancos. A estos encuentros entre Genet y Chukri se referiría Edmund White, el biógrafo inglés de Genet, como muestras de la impredecible generosidad de éste último con quienes consideraba sus compañeros de viaje, un viaje en el que él y su interlocutor podían encontrarse sólo fugazmente, pues Genet era ante todo un nómada. Chukri, tan arraigado en Tánger, escribió pese a ello: “Soy hijo de Jean Genet, y como él soy de linaje bastardo: hijos bastardos de la tierra, de la noche y de las piedras”.

El pan a secas seguía prohibido en Marruecos (lo estaría hasta 2000) cuando Chukri escribió su libro dedicado a otro autor y amigo a su paso por Tánger. Si en su obra sobre Genet se trataba de una recopilación de conversaciones que tuvieron lugar ocasionalmente durante las visitas de éste a la ciudad, muy otro es el caso del libro sobre Paul Bowles, quien residió en Tánger más de medio siglo, desde que se estableció en 1947 hasta su muerte en 1999. A su manera, Bowles también era un fugitivo de su familia, de la que se alejó tras una serie de amenazas y agresiones frustradas a la edad de diecinueve años. Este neoyorkino ya había llegado a Tánger a principios de la década de los ’30, y lo hizo como músico y alumno de composición de Aaron Copland, al que conoció en Nueva York. Además de por Copland, esos primeros años de Bowles estuvieron marcados por la influencia de Gertrude Stein, quien le desaconsejó que se dedicara a la literatura a la vez que le introdujo en los círculos de la llamada “Generación Perdida”.

El libro que Chukri consagra a su amigo viene a ser un retrato no sólo de Bowles, sino también del ambiente literario (especialmente el de los autores americanos) que se creó en la ciudad del Estrecho en torno al autor de El cielo protector y Déjala que caiga. Un ambiente del que formaba parte Jane, la mujer de Bowles, ella misma novelista y autora de teatro; así como Truman Capote, Jack Kerouac, Gore Vidal, Tenessee Williams, Allen Gingsberg y William Burroughs, quien pasó un tiempo en el Hotel Massila, donde escribió El almuerzo desnudo. “Un común denominador de todos ellos”, escribe Juan Goytisolo en el prólogo de la edición que comentamos, “era su amor abstracto a la ciudad y el desprecio a sus habitantes”. A este respecto, es conocido que Burroughs no salía de su hotel sin un revólver, y que en mayor o menor medida casi todos los intelectuales americanos del círculo de Bowles albergaban una desconfianza a veces paranoica hacia los marroquíes. De hecho, el mito del Tánger internacional se desenvolvió de espaldas a sus habitantes, muchos de los cuales tenían que ganarse la vida “como podían, mediante la prostitución, el chalaneo y la mendicidad”. Esta desconfianza aparece abundantemente en las páginas del libro, no librándose de ella ni siquiera Bowles, no obstante ser éste, con diferencia, el que del grupo de sus compatriotas más se integró en la sociedad tangerina. Pues Bowles, en efecto, no sólo contribuyó a la divulgación internacional de la obra de Chukri, sino también de las de otros autores como Driss Ahmed Cherradi y su amigo Mohamed Mrabet, a lo que habría que añadir su transcripción al inglés de diversos relatos hasta entonces nunca escritos, producto de su pasión por la narración oral, de tanta tradición en el Magreb.

Más allá de las anécdotas que Chukri relata acerca de la cosmopolita población literaria de Tánger, acaso las páginas más interesantes del libro se refieren al propio Chukri, a su iniciación en la escritura y a la redacción del primer título de su autobiografía, el ya mencionado El pan a secas. De la relación entre ambos no puede descartarse una influencia recíproca, de lo que son prueba algunos pasajes de la obra de Bowles que parecen cargados de esa atmósfera de tradición oral que también suele estar presente en las narraciones de Chukri, o cierto regusto por las escenas violentas que es muy propio de aquél y que a veces aparece en las obras de éste. Aquí, el propio Chukri escribe: “Los estúpidos rostros de muchas de estas sombras me invitan a cometer todo tipo de crímenes imaginarios”.

Los dos libros que el autor dedica a Bowles y Genet constituyen un honesto retrato de ambos personajes, a la vez que un valioso testimonio del Tánger literario. En cambio, El pan a secas, de la que en 2005 hizo una adaptación cinematográfica el director argelino Rachid Benhadj, es una de las novelas más importantes escritas en árabe del siglo pasado, lo que convierte en imperecedera la memoria de este hombre que solamente obtuvo reconocimiento en su país pocos años antes de su muerte. Y si bien él fue testigo imparcial, a menudo crítico, de ese grupo de escritores foráneos que animó los bares, cafés y hoteles de su ciudad, también es cierto, como nos recuerda Goytisolo, que ellos y Chukri “encarnaban dos mundos opuestos: el del Tánger mitificado por sus visitantes y el del Tánger real. El del ensueño y la libertad, y el de las amargas cicatrices de la vida”.

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