martes, 31 de diciembre de 2013

LECTURA POSIBLE / 130

LA LEYENDA DE UNA CASA SOLARIEGA, DE SELMA LAGERLÖF

Sunne, en la provincia de Värmland, cerca de la frontera noruega, es hoy una pequeña población que por su fisonomía, su arquitectura y el ritmo de su vida nos recuerda que la moderna y avanzada Suecia fue hasta no hace tanto, y sigue siendo en parte, un país rural, país de dura climatología en el que además del hombre habitan los malignos trolls y las seductoras ninfas de los bosques, las huldras. A unos kilómetros de Sunne se encuentra Mårbacka, finca familiar en la que nació Selma Lagerlöf y que en la actualidad, totalmente reformada, sirve de albergue provisional a una nueva y fastidiosa especie habitante de los bosques: el turista.

Esta propiedad, y los terrenos que la rodean, son la causa de que Lagerlöf se dedicase a escribir, lo que le permitió ser la primera mujer que obtuvo el Premio Nobel de Literatura, y ello por partida doble, pues en efecto no es sólo que la autora sueca se inspirase en Mårbacka para redactar la mayor parte de su obra, en sus recuerdos de infancia y en las leyendas que configuran el folclore de la región, sino que además literalmente Lagerlöf se convirtió en escritora a fin de recuperar esta hacienda de la que su familia había tenido que desprenderse por motivos económicos. El éxito de sus libros, y en particular la jugosa dotación del Nobel, sirvieron para dar a la casa y los pequeños edificios adyacentes el aspecto neobarroco que tienen hoy, reconvertidos de sus originarios usos en activo centro cultural que acoge exposiciones y actos literarios.

Lagerlöf y August Strindberg constituyen la escueta nómina de autores suecos de finales del siglo XIX reconocidos fuera de su país, representantes ambos de una literatura que se desarrolló tardíamente. Strindberg es célebre entre nosotros sobre todo por su teatro, no así en Suecia, donde se admiran igualmente sus novelas, por algunas de las cuales debió responder ante los tribunales. La tendencia realista que había predominado en la literatura sueca desde mediados de ese siglo fue sustituida en los años noventa por un neorromanticismo que impuso el gusto por lo irracional y las leyendas populares, todo ello envuelto en un refinamiento del estilo y un lirismo de los que Lagerlöf sería máxima exponente, y que mantendría su vigencia hasta bien entrado el siglo XX. La fama de ésta se debe en especial a dos libros: La Saga de Gösta Berling, su primera novela, y El maravilloso viaje de Nils Holgersson a través de Suecia, que fue escrito como encargo del gobierno sueco para enseñar geografía en las escuelas, y que acabó siendo uno de los libros de viajes más fascinantes de la literatura europea.

Selma Lagerlöf nació en 1858. A la muerte de su padre, su hermano mayor, Johan, debió pedir un préstamo para que pudiera continuar sus estudios, por lo que siempre le estuvo agradecida, como demuestra el hecho de que unos años después, siendo ella maestra, le pagara el pasaje para Estados Unidos. Pero el emigrante Johan no fue de los favorecidos por el sueño americano, y ella tuvo que seguir ayudándole económicamente. Por entonces nuestra autora, maestra de una escuela primaria, escribía sonetos y poemas, y entabló amistad con Sophie Adlersparre, figura prominente del feminismo sueco. Animada por ésta, y enterada de la pérdida de la hacienda familiar, Lagerlöf presenta a un concurso literario los primeros capítulos de La Saga de Gösta Berling. Tras obtener el premio, concluye la novela y la publica en 1891, siendo recibida fríamente por público y crítica. De ello deduce la autora que su carrera literaria ha terminado, lo que aleja de su horizonte la posibilidad de recuperar la finca de Mårbacka. Es entonces cuando la novela llega a manos de un personaje que sería crucial en la carrera de Lagerlöf.

Al danés Georges Brandes se atribuye la introducción en los países escandinavos del naturalismo. Pero Brandes fue también un reformador político y social que adquiriría gran influencia en dichos países. La traducción danesa de este primerizo libro de Lagerlöf, cuyo hilo conductor sirve de guía a un recorrido por los cuentos populares de la región de Värmland, fue recibida con entusiasmo por el crítico danés, lo que, como ha sucedido tantas veces, bastó para que en su patria se reconsiderase la opinión general acerca de la obra. Aquí comienza, de hecho, la carrera literaria de Lagerlöf, que iba a ser extensa e incluiría novelas, relatos, memorias y libros de viajes. Uno de ellos iba a ser este La leyenda de una casa solariega, que en primera traducción ha publicado entre nosotros la editorial Funambulista.

La novela cuenta la historia de Gunnar Hede, joven vástago de una familia venida a menos que está a punto de perder su propiedad familiar, la finca de Munkhyttan, en Dalecarlia. El joven se evade de sus conflictos personales tocando el violín, y así es como conoce a Ingrid, una muchacha huérfana que acompaña por los caminos a una pareja de viejos saltimbanquis. Ingrid no está dotada para efectuar las acrobacias que sus padres adoptivos esperan de ella, lo que le reprochan duramente. Gunnar sale en defensa de la muchacha pronunciando un acalorado discurso, con lo que se gana el respeto de los viejos, pero también el amor de la joven. Tras esto, sus vidas se separan. Gunnar, acuciado por la necesidad, se convierte en vendedor ambulante, pero un hecho catastrófico le hace perder el juicio, y la chica pasa sus días soñando con reencontrarse con aquel guapo estudiante que salió en su defensa. Años después se encuentran de nuevo, pero las heridas que la vida ha causado en ellos les impiden reconocerse. Ingrid yace en un ataúd, enterrada pero viva, y el loco Gunnar, al que ahora todos llaman “el Chivo”, la resucitará con su violín. A partir de aquí la historia narra los trabajos de Ingrid para devolver la salud a su amado, cosa que deberá suceder, de nuevo, con la ayuda de la música.

Esta bella historia apenas disfraza las claves personales de las que se sirvió Lagerlöf en su redacción, pues si es cierto que toda la trama participa de la atmósfera que es propia de las sagas, con sus idealizaciones, sus hechicerías y sus entresijos de cuento de hadas, también lo es que las vicisitudes de Gunnar e Ingrid aluden indirectamente a la propia vida de la autora. Pues no es sólo que la causa de los desvelos de Gunnar sea la pérdida de la hacienda familiar, sino que además la naturaleza enfermiza, debilitada físicamente, de Ingrid tiene un paralelo con Lagerlöf, quien en su infancia sufrió una enfermedad que le dejó secuelas, entre ellas una acentuada cojera. Así, la autora reparte sus propios rasgos entre ambos personajes, los cuales vendrían a ser las piezas escindidas y descabaladas de un mismo cuerpo, cuya curación sólo será posible por medio del amor.

Se trata de un amor entendido aquí como reconocimiento mutuo, el cual exige no poco de una parte y de la otra. A esto se alude ya en el primer encuentro de la pareja, cuando a Gunnar le piden que toque ante los saltimbanquis y la joven el vals de El cazador furtivo, la ópera de Carl Maria von Weber. Recordemos que en ésta una joven debe salvar a su amado de un pacto con el diablo. Lo que, dicho sea de paso, viene a coincidir con el argumento de El holandés errante o el buque fantasma, la narración que escribió Heine y de la que se sirvió Wagner en otra ópera. Igualmente, la salvación de la muchacha por medio de la música del violín, que deberá tener su imagen refleja y simétrica (contrapuntística, por así decir) en la postrera salvación de Gunnar, apela a una tradición que se pierde en la noche de los tiempos, la del mito de Orfeo y Eurídice, con la trágica pérdida de ésta y el consiguiente descenso a los infiernos de aquél, lira en ristre, en pos de su amada.

Como puede apreciarse, las fuentes de las que se nutre Lagerlöf son variadas y no se agotan en lo aquí expuesto. Otro ejemplo podría ser el pasaje en el que Ingrid se presenta a la madre del loco Gunnar, la cual espera que la joven acabe reconociendo a su hijo como aquel estudiante que ama y le salve. A la señora no le agrada el nombre de Ingrid, y aquí Lagerlöf escribe: “Prefiero llamarte otra cosa. Desde que has traído aquí tus ojos de estrella, me ha parecido que tu nombre debe ser Mignon”. Como aquella Mignon de Los años de aprendizaje de Wilhelm Meister, con la que nuestra Ingrid está emparentada por diversas razones, y que en la obra de Goethe entonaba: “Quien nostalgia sintió / sabe que sufro”.

Lagerlöf da muestras en La leyenda de una casa solariega de su particular concepción del amor, muy acorde con las adelantadas ideas feministas de su tiempo, y de los círculos que frecuentó, así como con su propia relación íntima con la también escritora y feminista Sophie Elkan, relación que se inició en 1894 y que continuó hasta la muerte de ésta, en 1921. Ambas viajaron por Europa y el Medio Oriente, y de su amiga dejó Lagerlöf inconclusa una biografía, a la que se añade un volumen que recoge parte de su correspondencia y que, con el título de Tú me enseñas a ser libre, fue publicado en varios idiomas (no en castellano) en 1992.

“Aquel a quien nadie ama no tiene derecho a vivir”, se lee en esta novela que escapa a toda clasificación y que es buena muestra del arte de una autora de la que hay muy poco traducido, y cuya altura literaria y moral sigue considerándose como modelo no sólo en su país de origen. A ella se debe entre otras cosas que la poeta Nelly Sachs obtuviera un visado sueco que la permitió huir de los campos de exterminio nazis. Pues esta mujer que finalmente pudo recobrar su Mårbacka de la infancia logró aunar lo popular con un humanismo sin fisuras que no excluía un profundo conocimiento de las debilidades, angustias y esperanzas del hombre, todo lo cual pudo reunir en estos aparentemente modestos cuadros de la vida rural, verdaderos cuentos de hadas psicológicos en los que los personajes, guiados por un violín, son conducidos en un viaje a través de los años de la vida.

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