martes, 13 de septiembre de 2016

LECTURA POSIBLE / 219

LOS RELATOS TEMPRANOS DE TRUMAN CAPOTE

Hace dos años el editor suizo Peter Haag, director de Kein & Aber, la editorial que publica la obra de Truman Capote en alemán, se presentó en la Biblioteca Pública de Nueva York en busca de materiales de la última novela inacabada del autor americano, Answered Prayers (Plegarias atendidas), obra que se publicó póstumamente en 1986. De este libro cuyos título y epígrafe están tomados de Teresa de Ávila, “las plegarias atendidas causan más lágrimas que las que siguen sin respuesta”, sabemos que debió haber sido entregado al editor de Capote, Random House, en 1968, plazo que se alargó hasta 1973, 1977 y por último hasta 1981, como producto de los sucesivos incumplimientos del autor y de los renovados contratos en virtud de los cuales sus honorarios pasaron de los iniciales veinticinco mil a un millón de dólares. La novela fue concebida teniendo por modelo la proustiana En busca del tiempo perdido, aunque a la vez tenía que haber sido la culminación del arte del autor para la crónica y el reportaje periodístico, ya ensayados con éxito apabullante en A sangre fría. Ambientada en la alta sociedad neoyorkina, la obra está repleta de mujeres frustradas, bisexuales buscavidas, alcohol y drogas, y en cierta ocasión Capote afirmó al respecto de la misma que “si no la acabo yo, ella acabará conmigo”.

Hacia 1975, y a la vista de las correrías y en general la vida “licenciosa y desordenada” de Capote, circuló el rumor de que no tenía ya intención alguna de terminar la novela, y en respuesta, a fin de demostrar a los incrédulos que su lucidez y su capacidad de trabajo se mantenían intactas, vendió cuatro de sus capítulos a la revista Esquire, que los publicó entre ese año y el siguiente. Dos de estos capítulos, Mojave y La Costa Vasca, provocaron de inmediato la estupefacción y el horror de muchos de sus amigos, algunos de los cuales eran a la vez sus benefactores. Por allí transitaban de un modo muy poco agraciado, con otros nombres aunque fácilmente reconocibles, los Vanderbilt y los Rockefeller, presentados todos ellos como insufribles, vacuos e hipócritas. A Capote le hicieron el vacío y le retiraron hasta el saludo. Fue seguramente entonces cuando nuestro autor comprendió que el objetivo que cabía asignar a Answered Prayers, una especie de feroz ajuste de cuentas, ya estaba hecho.

Cuando Peter Haag, al que acompañaba para la ocasión la periodista y también editora Anuschka Roshani, consultó el legado Capote de la Biblioteca de Nueva York  –un legado compuesto por treinta y nueve cajas de cartón– no encontró ni una sola línea que pudiera atribuirse a la novela inacabada, y, frustrados, él y su acompañante se pusieron a hurgar entre los cuadernos y papeles contenidos en la caja etiquetada como “High School Writings (1935-1943)”. ¿Qué pudo escribir Truman Capote entre los once y los diecinueve años?

Por aquel entonces ni siquiera se llamaba así. Había nacido como Truman Streckfus Persons en Nueva Orleans, Louisiana, hijo de una chica de diecisiete años llamada Lillie Mae y de un joven guapo e intrigante del que se sabe poco. Los padres se divorciaron cuando Truman contaba cuatro años, y en el acto fue enviado a Monroeville, en Alabama, donde vivían unos parientes de su madre. El pequeño Truman se crió en el viejo Sur, niño solitario y sin domicilio fijo a cargo de tres viejas tías que no tardó en sufrir sus primeros encontronazos con sus compañeros de escuela. Porque sucede que Truman tenía un secreto: quería ser chica. Interlocutoras suyas fueron la anciana Nanny Rumbley Faulk, a la que él llamaba “Sook”, y la hija de unos vecinos, Nelle, quien años más tarde y con el nombre de Harper Lee escribió la novela Matar a un ruiseñor, en la que el niño Truman aparece transmutado en el personaje de Dill y pronuncia estas palabras: “Soy pequeño, pero soy mayor”. Su madre vivía por entonces en la lejana Manhattan, donde había vuelto a casarse, esta vez con el cubano José García Capote, un vendedor textil. Igual que la bella e inocente sureña Lulamae Barnes se convertiría en la sofisticada Holly de Desayuno en Tiffany’s, también Lillie Mae se estaba reinventando a sí misma en Manhattan bajo la nueva forma de Nina Capote. Raramente visitaba a su hijo en Monroeville, y cada vez él esperaba que lo llevase consigo, aunque al término de esas visitas siempre tenía que ver a su madre alejándose en un Buick negro. En una de esas ocasiones, ella se dejó olvidado un frasco de su perfume, Evening in Paris, y Truman se lo bebió hasta la última gota.

Desde los ocho años Truman ya pasaba algunas tardes sentado ante la máquina de escribir, y más o menos por entonces, según explicó muchos años después, decidió que sería escritor. Fue en 1933 cuando su madre por fin lo llevó a Nueva York, a un apartamento de Park Avenue del que tuvieron que salir a toda prisa cuando su padre adoptivo fue condenado por malversación. En su nueva ciudad, asistió a la Trinity School, y más tarde, trasladados los Capote a Connecticut, prosiguió sus estudios en la Greenwich High School, donde escribió para la revista escolar The Green Witch. Mal estudiante, defendido sólo por sus profesoras de literatura, Truman concluyó sus estudios formales en el Upper West Side de Nueva York en 1943. Durante dos años trabajó como chico para todo en la redacción de The New Yorker, y cuando fue despedido regresó a Alabama y empezó a escribir su primera novela, Summer Crossing (Cruce de verano), que no se publicó hasta 2006.

De los relatos localizados por Peter Haag, cuatro se publicaron a finales de 2014 en la revista alemana Die Zeit, y junto a los restantes, hasta un total de catorce, aparecieron en forma de libro en un volumen de Random House el año pasado. En castellano, el libro ha sido publicado este año por la editorial Anagrama.

Propiamente, el comentario acerca de este libro debe comenzar por lo que en él falta. No está aquí, ni de lejos, la totalidad de los materiales encontrados en la caja “High School Writings (1935-1943)”, unos materiales formados en parte por hojas sueltas sin relación entre sí, pasajes incompletos que no alcanzan la forma de relato o cuya inferior calidad hacían desaconsejable su publicación. Nada de ello impedirá en el futuro que lleguemos a ver una segunda entrega de Relatos tempranos. Hay, sin embargo, una omisión más llamativa que se refiere a una historia que sí está completa y que pasó la criba de calidad realizada por los editores. Se trata de la titulada Sometimes I feel like a motherless child, título que hace referencia a un popular spiritual negro que nuestro autor debió escuchar en sus primeros años, y del que con seguridad conoció la versión que Paul Robeson grabó en los años treinta. “A veces me siento como un niño sin madre”, y “a veces me siento como que estoy casi desapareciendo” son dos versos que se repiten insistentemente en dicho spiritual, y en el relato aluden al parecer a un episodio de la infancia de nuestro autor, acontecido cuando su madre le encerró durante una noche en la habitación de un hotel para salir a divertirse. Nada más sabemos de esta historia, ya que el Truman Capote Literary Trust, administrador del legado de Capote, no ha autorizado su publicación.

“Yo era tan joven que creía que nunca llegaría a ser viejo, que nunca moriría”, escribe nuestro autor en uno de estos relatos, el titulado La señorita Belle Rankin. Y ciertamente el narrador de estas historias parece a veces ser un ente llamado a no tener edad, lo que de algún modo lo emparenta con el cronista ya plenamente maduro que aparecería en su primera novela publicada en vida, Otras voces, otros ámbitos. No son pocos los rasgos comunes entre ésta y los relatos tempranos, pese a que la afirmación hecha por su editor Robert Linscott cuando apareció la novela, en 1948, según la cual al autor se le veía “muy seguro de sí mismo como artista, pero no como hombre”, no es aplicable a los textos recogidos aquí, en general meros ejercicios literarios. En estos y en la novela citada los lugares, el ambiente e incluso los personajes se asemejan, conforman el telón de fondo, pero lo que aquí aparece fugazmente como estudio de caracteres, como descripción de acciones cotidianas, alcanza una vitalidad y una coherencia narrativas sólo allá, en esa novela que nuestro autor redactó con poco más de veinte años. En el lapso habían ocurrido cosas en la vida de Capote, en especial su encuentro con la escritora, unos años mayor, Carson McCullers, que para entonces ya había escrito El corazón es un cazador solitario y Reflejos en un ojo dorado, y a cuya comunidad de artistas en Yaddo, Saratoga Springs, se unió nuestro autor por algún tiempo. El estilo de McCullers fue descrito como “gótico sureño”, un estilo que ya se encontraba en ciernes en los relatos tempranos de Capote, y al que acabaría por adscribirse al redactar Otras voces, otros ámbitos, libro decididamente inspirador del tópico sureño, con sus seres atormentados y marginados, sus mansiones en decadencia y su impetuosa y a menudo equívoca sexualidad (asuntos todos ellos que también aparecieron en las obras de Teenessee Williams y Erskine Caldwell).

Marginados y parias son los protagonistas de estos relatos, gentes surgidas del paisaje y que a él vuelven, como la negra Belle Rankin, encantadora con su flor en la mejilla, “tan callada y tan quieta”; o como la animosa y también negra Lucy que soñaba con ser estrella de Broadway, pero que regresó al duro y viejo Sur porque “la ciudad no es lugar para alguien de la tierra, porque mamá me llama a casa y porque soy hija de Dios”. Hay algo más que un juvenil instinto para la observación en este narrador que ya se contempla a sí mismo como literato, que se impone una disciplina y que recorre con humildad los arduos caminos que son propios del autodidacta: una emoción, pues de eso se trata, que atraviesa su pluma cuando ésta se cruza con un personaje, un desconocido que lleva sin duda consigo su misteriosa historia, la cual debe desentrañarse al contacto con otros personajes, bajo el sol abrasador del Sur y al ritmo que marca la vida en un lugar provinciano, a una distancia inimaginable de Manhattan, de Broadway y de su madre. Con las dos primeras triunfaría Capote, pero no con la tercera, que siempre quiso que su hijo fuera “normal”. Y si estos relatos no añaden nada a su gloria como autor, sí nos sirven a nosotros para introducirnos tranquilamente en la rebotica de su obra futura, una obra de niño mayor tan llena de vida como de soledad.

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