sábado, 30 de marzo de 2013

DISPARATES / 66

Cristina Iglesias,
Pabellón suspendido
CRISTINA IGLESIAS: GORILAS EN LA ORILLA

De una forma concisa y un poco pedante podría decirse que el arte participa de dos esferas, a saber: la sensorial y la intelectual. La sensación puede ser descrita, pero su significado último se nos escapa; a través de ella se nos invita a (y se nos introduce en) la reflexión, que es siempre posterior a la sensación y que es producto de una tercera esfera en la que interviene el arte: la memoria; y es a esto a lo que llamamos “experiencia artística”. Hace tiempo que vengo encontrándome aquí y allá con obras de la donostiarra Cristina Iglesias, la penúltima vez en la exposición Locus Solus de la que ya he hablado aquí a propósito de Raymond Roussel, y que pudo verse hace ahora un año en el Museu Serralves de Oporto, la magnífica y casi invisible construcción de Álvaro Siza. Pero la dispersión de las obras vistas hasta ahora, y su ubicación en contextos dispares y a menudo ajenos a la autora no ayudaban, debo confesar, a comprender ni el sentido de las mismas ni su intención. Lo cual añade valor a la exposición antológica que reúne una parte importante de su obra, que puede verse hasta el 13 de mayo en el Museo Reina Sofía y que lleva el nombre de Metonimia.

Metonimia, así, en singular. La palabra es de origen griego y alude a un cambio semántico por el que se designa una cosa con el nombre de otra. El título nos advierte de que en estas piezas de Cristina Iglesias nos topamos de frente con la poesía. Las obras que se muestran son en general una fusión de arquitectura y escultura en las que por medio de celosías se crean espacios interiores, suspendidos en el aire, en los que podemos adentrarnos. Vale decir que el visitante se incorpora a las estructuras y, al mismo tiempo que ve, es visto. Estos interiores suelen ser laberínticos, están confeccionados con materiales diversos y a veces aparecen recubiertos de un entramado de hilos metálicos recubiertos de polvo de bronce. Con frecuencia en las celosías se incrustan partes de apariencia semiacabada que hacen alusión a los oficios de la construcción y a los materiales comunes en ella: hormigón, arcilla, y, sí, también agua.

Los interiores de Iglesias tienen como referencia la caverna y la cabaña, y cuando son verdes directamente la vegetación, la selva; o acaso el fondo marino. Pero una selva y un abismo en los que las celosías insinúan letras de un alfabeto que nos es familiar y a la vez desconocido, lo que sugiere que esta naturaleza artificial en la que nos hallamos insertos quiere decirnos algo, transmitirnos un mensaje que se complementa con los materiales de construcción, es decir, con la huella dejada allí por el hombre. A nosotros, que somos primates de orilla, nos encanta el agua porque nos proporciona confianza y seguridad, y por eso el rumor del agua está presente en todas partes, animándonos a sentirnos en estas cuevas y cabañas como en casa. Además, el agua es una presencia constante en todas las producciones de Iglesias, por ejemplo en la Deep Fountain frente al Museo de Bellas Artes de Amberes, o en las Estancias sumergidas que se encuentran en el parque marino de la isla de Espíritu Santo, en el Golfo de California. E igualmente hay agua en el proyecto que la artista ha concebido para la ciudad de Toledo, proyecto que también forma parte de la exposición y que a día de hoy parece lejos de ejecutarse. Y digo yo que si en la Luna hubiese agua también allí habría una obra de Cristina Iglesias.

La exposición incluye algunos documentales en los que se explica cómo fueron creados estos proyectos, de los que el más fascinante es quizá el que conforman las tres salas sumergidas en la Baja California, espacio habitado por la flora y la fauna marina y que en consecuencia representa un paso más allá en la obra de Iglesias y en la de todo el arte moderno, ya que es una arquitectura literalmente “viva”. La retrospectiva se completa con otras piezas de menor dimensión concebidas para ser expuestas en museos y galerías de arte, lo que finalmente viene a dar una impresión bastante completa de los originales intereses de la artista.

La reflexión, más lenta que la sensación, tiene a su favor la ventaja de poder prolongarse, cosa que de hacerse aquí jamás podría sustituir a la sensación, que es preciso experimentar in situ. Pues el recorrido que aquí se nos propone, y que cuestiona nuestra experiencia cotidiana, viene “a sugerir que nuestra comprensión del orden natural y de nuestro lugar dentro de él nunca es algo previsible”. Un orden natural del que los primates de orilla formamos parte, contribuyendo a estructurar, y ojalá no a destruir, nuestro mundo orgánico.

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