lunes, 11 de agosto de 2014

LECTURA POSIBLE / 155

INFIELES, DE ABDELÁ TAIA. UNA HISTORIA DE LA MARGINACIÓN Y EL EXILIO

Afirma Abdelá Taia que en Marruecos no es fácil tomar la palabra. La obra de este autor nacido en 1973 en Salé, junto a Rabat, y que escribe en francés, difícilmente podría entenderse al margen de la paradójica actualidad de este país magrebí, una actualidad de la que en España se sabe muy poco, y que lo sitúa permanentemente en un estado de transición que se conjuga de maravilla con el más quieto, cerrado y opresivo inmovilismo. Hace unos años la red internacional Social Watch, dedicada a observar la evolución de la pobreza en distintos lugares del mundo, publicó un informe en el que se afirmaba que “el índice marroquí de cobertura de las necesidades esenciales sigue siendo el más bajo de la región”.* En el mismo informe se lee que si “durante las décadas de los sesenta a los noventa Marruecos sufrió una represión política y la dilapidación de los bienes públicos y de los recursos nacionales”, la situación se ha agravado en los años siguientes, a raíz de una política de privatizaciones “destinada a reducir la deuda externa y a recuperar la confianza de los socios capitalistas”. Esto tiene como consecuencia la acumulación de la riqueza en un restringido círculo, y la perpetuación de una miseria que no tiene más salida que la emigración. Tal desigualdad sólo puede imponerse mediante un rigor policial y jurídico que se aplica en sus peores formas sobre las mujeres, los homosexuales y quienes se atreven todavía a manifestar alguna crítica respecto a la política seguida en el Sahara Occidental. A todo ello, y al papel asignado al Islam a fin de asegurar el sometimiento de los marroquíes, se refiere Taia en su último libro, Infieles, que ha sido publicado entre nosotros por la editorial Cabaret Voltaire.

Abdelá Taia, miembro de una humilde familia de nueve hermanos, se introdujo pronto en la lectura, en primer lugar por medio de su padre, que era bibliotecario, y luego de su hermano Abdelkebir, dieciocho años mayor que él y del cual, según ha confesado en alguna entrevista, “se prendó” a tierna edad. Un poco a la manera de Jean Genet, que en su momento comprendió la necesidad de expresarse en la “lengua del poder”, Taia estudió francés en Rabat, y más tarde, con una beca, prosiguió sus estudios en Ginebra y París, donde se estableció en 1998. Aquí inició su carrera literaria, de la que es producto media docena de narraciones y a la que últimamente se han añadido unos prometedores inicios como cineasta, habiendo dirigido en 2012 la adaptación de su novela El Ejército de Salvación, que en el momento en que se publicó (2006) fue una de las más leídas en Francia, y que la editorial Alberdania tradujo simultáneamente al euskera y al castellano al año siguiente. El público reconocimiento de su homosexualidad ha hecho de Taia un personaje mediático en Europa y una persona non grata en Marruecos, lo que le ha convertido en valedor de los derechos de los homosexuales en su país y en el mundo islámico. Ha participado como invitado en diversos documentales, entre ellos A Jihad for Love (Parvez Sharma, 2007) y Jean Genet, le contre-exemplaire (Gilles Blanchard, 2010).

La historia de Infieles, según su autor, “es como la de esas películas egipcias que dan en televisión, pero es la realidad. La realidad marroquí, amarga y despiadada”. Se trata de una novela coral construida mediante sucesivos monólogos, formulados estos en lugares y tiempos a veces muy distantes entre sí, lo que viene a conformar una especie de apasionada biografía colectiva, en absoluto dispersa, dotada de coherencia en virtud de una temática común en la que predominan la marginación y el amor. En parte, esos monólogos los dirige un personaje a otro, siendo el silencio de este “otro”, su falta de corporeidad, la ratificación en última instancia, pese a la intensidad de los vínculos que les unen, de la soledad de todos ellos.

Entre estas voces se deja oír la de la madre adoptiva de Selima, quien, próxima a la muerte, evoca su vida como “introductora”, viejo oficio al que se dedicaban todavía algunas mujeres en el Marruecos de hace medio siglo. La introductora formó parte en tiempos de los festejos de boda, y su misión consistía en orientar a los jóvenes esposos en el acto de la consumación del matrimonio. A veces esta orientación consistía literalmente en introducir el miembro masculino en la esposa, pero muy a menudo requería otras acciones, entre ellas la de excitar sexualmente al recién casado, pronunciar conjuros, y si la novia no era virgen provocar en alguno de ellos o en sí misma una herida de la que manase la sangre necesaria para manchar la sábana nupcial, que después tenía que ser exhibida a los familiares. En ocasiones, a estas funciones propias de la introductora se añadía la de practicar abortos. La madre describe a Selima la ambigua posición que ocupaba entre unas gentes que tras requerir sus servicios no dejaban de arrojar sobre ella la correspondiente condena social. “Soy perversa”, dice. “La vieja perversa que todo el mundo necesita. Un poco bruja. Un poco curandera. Un poco puta. La especialista del sexo”. La hija asiste a la desaparición del oficio de su madre, lo que la lleva inevitablemente, pues carece de otros recursos, a ejercer la prostitución.

A partir de aquí se cuenta la historia de Selima. Obviamente, la malquerencia que tuvo que soportar la madre se ha convertido ahora en franca y completa exclusión social. Selima vive con su hijo, Yalal, en Salé, en el barrio de Hay Salam, a poca distancia de una base militar. Los clientes de Selima, que pasan ante los ojos de su hijo día y noche, son sobre todo soldados, uno de los cuales logra congeniar con el muchacho. Éste se aficiona a las películas americanas que el soldado le proporciona en vídeo, y en especial le fascina Río sin retorno, con la canción del mismo nombre que entona Marilyn Monroe. A los ojos del chico, la actriz cobra una dimensión mítica, y de hecho Marilyn llegará a convertirse en personaje de su historia, un personaje con el que se identifican tanto él como su madre y al que ella dedicará unas palabras a modo casi de plegaria: “Hay un cuerpo, el suyo, y también el mío, y el tuyo, y el del mundo. Y existe una belleza. Unas reglas. Marilyn Monroe me enseña a superar las apariencias. Ella es el mundo entero, su origen, su desarrollo, sus agujeros, su materia negra, su cielo y sus volcanes… Nació triste. Triste se quedará para siempre. Triste porque lo sabe todo, todo de los hombres y las mujeres”.

Ese “saberlo todo” representa para Selima un conocimiento que no es sólo carnal, que es el producto de las humillaciones de toda una vida y que adoptará la forma de una experiencia mística. Así, la primera ruptura se produce en su existencia a causa de su familiaridad con algunos soldados sospechosos de organizar un movimiento contra la guerra del Sahara. Es entonces encarcelada durante tres años y sometida a torturas. Selima saldrá de la cárcel viva, aunque no indemne, y se reunirá con Yalal en El Cairo, “la ciudad de todos los árabes sin raíces”. Allí habrá una segunda ruptura, que la llevará a casarse y a hacer un descubrimiento: el Islam, que no guarda relación alguna con la religión que le inculcaron de niña, la cual estaba inspirada solamente en el miedo. Este descubrimiento representa su liberación. Selima se cubre por primera vez con un velo y junto a su marido, belga y convertido en creyente, acude primero a La Meca y después a la tumba del Profeta, en Medina, donde muere.

En este libro que trata entre otros conceptos de la supervivencia, la desaparición de cada personaje que ha sido protagonista del mismo deja un sucesor, una esperanzada continuación que aquí abarca hasta la generación de Yalal, protagonista soterrado que pasa a ocupar el primer plano tras la muerte de su madre. Yalal volverá a Marruecos, donde será recibido con la indiferencia y la incomprensión que se reserva a los parias. Si algo ha resultado controvertido (y movido a escándalo) en la obra de Taia, más allá de la declaración acerca de su sexualidad, es la franqueza con que aborda temas que son frecuentes en la prensa, pero que hasta ahora constituían poco menos que un tabú en la literatura. La trágica consumación de la existencia del huérfano Yalal se produce por el emparejamiento con un joven europeo también convertido al Islam, lo que en la estructura de la novela implica un paralelismo con la trayectoria de su madre. Este joven, relacionado con “células islamistas”, acabará reproduciendo junto a su amigo y amado Yalal un episodio del que se ocupó la prensa en mayo de 2007, cuando se produjo un doble atentado suicida, sin más víctimas que sus propios autores, en Casablanca, cerca del consulado norteamericano. Se supo entonces que los jóvenes habían deambulado durante casi dos días por la ciudad con sus cinturones cargados de explosivos, únicamente para poner fin a sus vidas donde no pudieran hacer daño a nadie. En un artículo publicado poco después en diversos periódicos europeos Taia escribió que aquello mostraba “el colmo de la desesperanza en la que vive desde hace demasiado tiempo la juventud marroquí. Fue un grito desde el corazón, desde las tripas. Un llamamiento a la sociedad marroquí. No fue escuchado”. Con idéntico grito desde el corazón concluye esta novela para cuyo último protagonista no había sucesor ni continuación posible, lo que sirve para ilustrar de manera contundente el pesimismo de su autor acerca del país en el que nació y cuyo suelo, en la actualidad, le está vedado.

El libro se adscribe a una moderna e internacional corriente literaria que a falta de un término adecuado podríamos llamar “pop”, y cuyas claves son la fusión, el sincretismo y la asimilación de valores y referencias interculturales, de lo que es buena prueba esta Marilyn que en un pasaje de la novela se nos aparece como la encarnación contemporánea de la diosa bereber Kahina, “la mujer coraje, nuestro modelo a seguir”. Lo mismo puede aplicarse a las diversas alusiones a la cultura popular que el autor integra en su historia, por ejemplo a la cantante Samira Said, lo que se extiende a una visión del mundo caracterizada por el mestizaje. Esta aventura que en poco más de doscientas páginas abarca diversos países y tres generaciones es ilustración de una sociedad que es global y a la vez invisible, enquistada y embutida en sí misma, y a la que se niega la incorporación a la Historia. Una deseada incorporación a la que no puede ser extraña, sugiere Taia, la reinvención del Islam y la de la renovada espiritualidad que éste promete.

Infieles es una novela redactada con frases cortas, telegráficas, que a veces más que impresas parecen escupidas sobre la página. Es un libro escrito con rabia pero también con amor, amor a esos marginados que viven sin patria entre los marroquíes de bien, algunos de los cuales, según sabemos, no consideran a Taia su compatriota, ni tampoco musulmán, no más que uno de estos “infieles” que, por no hallarse en el lado correcto, han dejado de estar en posesión de la verdad. Dice Taia que en Francia está solo. “En Marruecos vivimos siempre en grupo, en clan… La soledad es el precio de la libertad. Y yo lo pago con gusto”.
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