viernes, 11 de enero de 2013

LECTURA POSIBLE / 84


EN RECUERDO DE PIERRE VEILLETET, PERIODISTA Y NARRADOR

En su ensayo Littérature vagabonde (Flammarion, 2009), el periodista Jérôme Garcin afirmaba haber descubierto Francia a través de los libros. Los textos reunidos por este autor, que dirige la sección cultural del Nouvel Observateur, vienen a ser algo así como instantáneas en las que los escritores aparecen ligados a un paisaje, a un ambiente cargado de experiencias y de personajes, y a una geografía física que es también la de sus historias. El reencuentro con los autores que le habían desvelado el territorio de su lengua acababa convirtiéndose en sus páginas en una invitación a la lectura y al viaje, un viaje que pasaba por la iglesia de la infancia de Julien Gracq, por la Niza que abandonó Le Clézio, por las orillas del Sena a su paso por el París de Modiano y, finalmente, por el vinícola y taurino Burdeos de Pierre Veilletet.

De éste último, nacido en Momuy en 1943 y fallecido el pasado 8 de enero, publicó la editorial Dopesa hace tiempo un libro escrito en colaboración con Jean-Claude Guillebaud, Chaban Delmas. El arte de ser dichoso en política, que todavía hoy puede encontrarse en algunas librerías de lance y que constituye la única muestra en las letras españolas de la obra de este autor que dedicó a España una parte notable de la misma y que hizo de ella su segunda patria, lo que no impide que su muerte haya pasado aquí totalmente inadvertida, a diferencia de lo sucedido en Francia, donde le recuerdan, además de por su obra literaria, por haber sido redactor del periódico Sud-Ouest durante más de treinta años. Ya retirado del ejercicio periodístico, Veilletet se dedicó a la defensa del derecho a la libertad de expresión, en particular como activista de Reporteros sin Fronteras, cuya sección francesa presidió desde 2003 hasta 2009. Como tal, redactó un documento que circuló internacionalmente en la profesión periodística titulado Appel en faveur d’une charte et d’une instance pour l’éthique et la qualité de l’information en el que manifestó su inquietud por el estado de la prensa en estos días en que gran parte del público, legítimamente, “duda de la veracidad de las informaciones proporcionadas por los medios y los periodistas”. Del mismo tema son algunos de sus controvertidos artículos en la revista Médias, donde recordó que “más de la mitad de los franceses no tienen confianza en los periodistas, ni en su independencia ni en su imparcialidad”, lo que, citando a Elizabeth Martichoux, se explicaba porque muchos de ellos habían llegado “a perder el norte bajo el efecto de una fiebre mediática espectacular”.

Ingresado en la nómina del Sud-Ouest en 1968, Veilletet empezó haciendo crónicas taurinas y deportivas, y más tarde fue responsable del suplemento dominical de la misma publicación, cuyas páginas literarias llegarían a ser de las más prestigiosas de la prensa francesa. En 1975, hallándose de vacaciones en España, redacta una serie de artículos acerca de la agonía del general Franco y de las expectativas que la misma abría a un país marcado por la ya prolongada falta de libertad, la convulsión social, el aislamiento y el atraso económico. Dichos artículos componen uno de los retratos más completos y lúcidos de la época, y en ellos el autor supo captar con precisión el marco general del franquismo, de su naturaleza cuartelera y de su sucesión, así como las aspiraciones de una sociedad caracterizada entonces por la emigración, la ejecución de presos políticos y una naciente esperanza que se abría camino pese al miedo, plasmado en la amenaza de un golpe de estado. Por estos artículos, que tuvieron gran eco en Francia, y cuya traducción serviría para entender mejor la España de la época (y de paso la nuestra), recibió Veilletet el premio Albert Londres en 1976.

Pero el paisaje personal y creativo de Veilletet incluye también su región natal, Las Landas, así como Burdeos, la ciudad en la que pasó la mayor parte de su vida y donde escribió su obra periodística y narrativa. Esta obra reúne una docena de volúmenes entre ficción y ensayo, la mayor parte publicada en la editorial Arléa, de la que fue co-fundador.

La Pension des nonnes (1986) fue el primer título de este novelista de vocación tardía, por el que obtuvo el premio François Mauriac. Esta nouvelle de menos de cien páginas cuenta la historia de un adinerado genovés que vende todas sus posesiones tras hacer una llamada de teléfono y a continuación parte a Hamburgo, donde se reunirá con una mujer. Ya en esta narración se muestran los rasgos que serían habituales en la novelística de Veilletet: una prosa fluida y finamente cincelada, en la que se combinan el humor cáustico y una desesperada indagación del destino humano. De dos años después es la novela Mari-Barbola, por la que recibió el premio Jacques Chardonne. Ambientada en el siglo XVII, narra un hecho ficticio, aunque hábilmente entrelazado con acontecimientos históricos. En ella, los enanos del mundo entero son misteriosamente convocados en Lisboa, adonde acudirá la mujer que da título al libro. De origen alemán, Mari Bárbola, cuyo nombre verdadero era María Bárbara Asquin, formó parte de la corte madrileña y junto al también enano Nicolás Pertusato posó para Velázquez en Las Meninas. La novela recrea su relación con el pintor sevillano, quien acabará por descubrir el tesoro de humanidad que guarda la oprimida y marginada protagonista. Ella se adentrará a su vez en la psicología del pintor y se familiarizará con las dudas que le suscita la creación artística. “Todo está oculto”, le dice Velázquez, “y sólo nos es posible captar reflejos del mundo, fijar lo efímero, encontrar las almas en los cadáveres de los monstruos”. De su encuentro con otro personaje también despreciado por la sociedad a causa de su tara física, un ciego, el escéptico Velázquez obtendrá una lección útil para el arte y la vida: “Tiene usted que poner los ojos en las cosas que está seguro de poder recordar cuando pierda la vista”.

De 1989, Bords d’eaux es, como el título sugiere, un homenaje a su ciudad adoptiva, concebido más que como libro de viajes como un paseo en el que se mezclan la poesía y la geografía urbana: “Donde yo vivo, el balcón se abre hacia el mar. Entreveo fragmentos de río como pedazos de regaliz entre los almacenes. Las noches de verano se levanta un olor a cieno. Puedo decir que me acuesto en la cama del Garona. Hablamos poco, intentamos dormir sin estorbarnos, compartimos el sueño ansioso de las mareas. Nos relatamos las historias de las bellas sirenas de antaño. Nacer a la orilla del mar o de un torrente, o asombrarse de un libro, es venir al mundo con la presciencia de las verdades que ignoran los niños de las regiones áridas”.

Del resto de la producción de Veilletet destacan dos novelas, Coeur de père y Le prix du sang. La primera, de 1992, narra la historia del abogado neoyorkino Richard Freemont, quien abandonó a su mujer y a su hijo tras la guerra y al que, de regreso en el sur de Francia, le saldrá al encuentro la figura de su padre, mediante el cual se reconciliará consigo mismo. En la segunda, de 2002, se nos presentan tres relatos que componen una historia fantástica en la que millones de caballos semisalvajes galopan desbocados entre Sevilla y Samarcanda. Estamos en 1370. El narrador, nacido en el califato español, y que se ha beneficiado de una exquisita educación, renunciará a la calma de su existencia en nombre de la curiosidad, lo que le lleva a ser cronista de la batalla más grande de todos los tiempos, la cual enfrenta a españoles, turcos y mongoles. “Los hombres necesitan la violencia para probar que existen”, escribe Veilletet, quien con esta obra en la que logró fusionar diversos géneros y que constituye una especie de moderna novela de caballerías, culminó una más que interesante carrera literaria. Carrera, como queda dicho, tan ligada a nuestro país como, por desgracia, ignorada entre nosotros, lo que muy bien podría cambiar, pues es costumbre hispana, tras su reciente desaparición.

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