martes, 15 de abril de 2014

DISPARATES / 105

RICHARD HOGGART: LA CULTURA DE LA RESISTENCIA

A finales de 1945, apenas iniciada la postguerra, se formó en Londres una pareja que iba a estar unida quince años. Compartiendo crítica e investigación, llegaría a ser “la pareja política de izquierdas y de habla inglesa más influyente, que dominaría el campo de la historia social de las siguientes décadas”, según afirmó uno de sus amigos. Ellos eran Edward Palmer Thompson y Dorothy Towers. El fiel amigo, que algunos años más tarde fundaría el Centre for Contemporary Cultural Studies, se llamaba Richard Hoggart.

E.P. Thompson se había afiliado al Partido Comunista en 1942, mientras realizaba sus estudios en Cambridge. Ella era la hija única de un tendero y una maestra, y había ingresado a los quince años en la Liga de la Juventud Comunista. Al conocer a Thompson era experta en lenguas modernas y en las tradiciones orales del East End londinense, lo que incluía el habla de los marineros y el lenguaje del music hall. La Historia, afirmó, era “el punto de contacto de la literatura, la política y las tradiciones familiares”. Más tarde, al analizar las causas por las que la civilización no había sido totalmente destruida, E.P. Thompson escribió que “tenemos que agradecernos a nosotros mismos que eso no ocurriera. (…) Lo que sucedió resultó glorioso e inspirador. Abandonados a menudo por sus líderes, y con traidores en su seno, la gente corriente del mundo aceptó el reto. El eslogan ‘No pasarán’ saludaba a los fascistas en los muros de Madrid y en las calles de Bermondsey, donde intentaron desfilar los camisas negras. Seguramente no hemos olvidado todavía los días de las grandes ofensivas, (…) ni las primeras noticias que nos llegaban desde Yugoslavia de cómo los campesinos habían huido a las montañas, luchando sin botas ni equipamiento, y con sólo las armas que arrancaban de las manos del enemigo”. Precisamente él y Dorothy trabajaron juntos en la llamada “Vía Férrea de la Juventud Yugoslava”, tras lo cual, sabiéndose excluidos de la universidad a causa de sus ideas (igual que Eric Hobsbawm), optaron por una “elección obvia”: la educación de adultos, tarea que pese a las penurias económicas pudieron armonizar con sus investigaciones en el ámbito de la historia social.

Valgan estas palabras para situar al lector en el contexto histórico y político. El amigo al que nos referíamos, que lo sería de ambos durante las siguientes décadas, había nacido en Leeds, en una familia obrera. Muertos primero su padre y después su madre, cuando él contaba respectivamente uno y ocho años de edad, fue criado por su abuela, y más tarde por una tía que lo animó a estudiar. Así pudo ingresar en la Cockburn High School, y gracias al director de ésta en la Universidad de Leeds. Durante la guerra sirvió en la Artillería Real, habiendo alcanzado en el momento de la desmovilización el grado de capitán. Pocos años después publicó su primer libro, un estudio sobre la poesía de Auden que señalaría el camino de una parte de su futura dedicación, la crítica literaria, y que iba a tener como complemento un empeño mayor, consagrado al estudio de la cultura, sobre todo la de raíz popular, que iba a hacer de él un innovador y a la vez un clásico cuya poderosa influencia todavía perdura. A esta esfera de su trabajo pertenece ya enteramente su segundo libro, que es también su obra maestra: The uses of Literacy.

En esos años Hoggart se vinculó a la llamada “Nueva Izquierda”, de la que también formaban parte, además de la pareja Thompson, Alan Sillitoe, John Osborne, Perry Anderson y Stuart Hall. En 1960, en su calidad de académico de la lengua inglesa, participó como testigo en la infame causa seguida contra El amante de Lady Chatterley, la novela de D.H. Lawrence. En defensa de la misma, nuestro autor sostuvo que su tema principal “no eran los pasajes sexuales que son objeto de este debate, sino la búsqueda de la integridad y la plenitud”. Levantada la prohibición que pesaba sobre ella, la novela pudo volver a circular, y los argumentos expresados por Hoggart en el juicio sirvieron para liberalizar las leyes contra la pornografía en el Reino Unido. También trabajó en la UNESCO entre 1971 y 1975, y fue rector del Goldsmiths College de la Universidad de Londres, además de vicepresidente del Arts Council hasta que Margaret Tatcher lo despidió en 1982.

The uses of Literacy, que la editorial Siglo XXI publicó el año pasado en castellano con el título de La cultura obrera en la sociedad de masas, apareció en Inglaterra en 1957. Se trata de una obra maestra, como se ha dicho, pionera y hoy devenida en clásica, y cuya gestación está muy ligada a la otra gran contribución de Hoggart en el mundo del estudio de las culturas: la fundación en Birmingham en 1964 del Centre for Contemporary Cultural Studies, que dirigió durante casi diez años, hasta que se hizo cargo de él Stuart Hall. El libro y la institución de Birmingham, concebida a la manera de la Escuela de Frankfurt de Theodor Adorno, crearon una nueva corriente de las ciencias sociales, la cual ha acumulado ya una rica tradición científica y posee en la actualidad un promisorio futuro. A este nuevo campo de investigación, el de los “estudios culturales”, dedicó Hoggart la mayor parte de su extensa obra.

“Se afirma a menudo que ya no existe la clase obrera”, escribe Hoggart, “que las diferencias sociales se han reducido gracias a una ‘revolución sin sangre’, y que la mayoría constituimos una base bastante homogénea, que abarca desde la clase media baja hasta la clase media alta”. A lo que enseguida añade: “A pesar de estos cambios, las actitudes se han modificado más lentamente de lo que pensamos”, siendo estas actitudes, tanto las que impulsan a la sociedad hacia una cultura más igualitaria, como las que se orientan en sentido contrario, el tema principal de su estudio en el libro citado, y en los que le siguieron.

Una parte de la crítica de Hoggart se dirige contra los intelectuales, los cuales, si han conocido a obreros, lo han hecho por la vía de la autoselección: “hombres y mujeres jóvenes que acuden a los cursos de verano, individuos excepcionales a quienes su cuna ha privado de su herencia intelectual y que han hecho admirables esfuerzos por acceder a ella”. En alguna medida esta actitud paternalista, representativa de un pseudomarxismo de clase media, es la causa, según Hoggart, de los cambios operados en Inglaterra después de la Segunda Guerra Mundial, cambios sociales, culturales y políticos que afectan, y aquejan directamente, a nuestro concepto de civilización. Pues ya existía previamente una cultura obrera, a la que se debe en Europa la resistencia y la victoria contra el fascismo, una cultura de la que sus legítimos propietarios han sido rápidamente desposeídos en la inmediata postguerra, en beneficio de una cultura de masas que, mucho más que la economía, ha contribuido a crear esa impresión de “igualdad” de las sociedades modernas. Los cambios producidos en esos años tuvieron por objeto rescatar la producción industrial, prevenir la “ideologización” de la clase obrera y, en último extremo, identificar la creciente influencia americana en la cultura popular con la modernidad.

En consecuencia, Hoggart se pregunta si existe todavía una clase obrera, y en tal caso si ésta conserva aún una mínima parte de la cultura que le es propia. Así, no es extraño que los llamados estudios culturales, que ya eran interdisciplinares en su origen, pues reunían investigaciones en campos tan diversos como la antropología, el lenguaje, el cine, la literatura o la música pop, se hayan extendido más todavía desde entonces, a fin de ir abarcando otros de protagonismo ascendente en las últimas décadas como la nacionalidad, la etnia y el género. Y el panorama no deja de ampliarse, de lo que es buena prueba la atención dedicada a los medios de comunicación y últimamente a las “nuevas tecnologías”, y a la capacidad de las mismas para uniformizar más rápidamente las costumbres y las ideologías de los individuos. Sucede que, tal como la concibió Hoggart, la cultura no es sólo una práctica, ni una suma de usos y costumbres, sino más bien una forma específica del proceso social, a la cual corresponde la atribución de dar sentido a la realidad, a unos hábitos sociales compartidos y a un área común de significados.

Hoggart afirmó que existía en 1957, cuando publicó su libro, y en 1964, cuando fundó el centro de estudios de Birmingham, una cultura de la resistencia de la clase obrera, que describió como un compendio de actitudes que no se resignaban fácilmente a extinguirse. Y también E.P. Thompson trató en su libro de 1963 The making of the english working class de edificar una historia social desde abajo, poniendo en valor la considerada “baja cultura” frente a la predominante y muy ideologizada “cultura de masas”. Ese concepto al que Hoggart se refiere con frecuencia, el de las actitudes, resulta difícil de definir y se asienta en la propia experiencia del autor en su calidad de miembro de la clase obrera, lo que explica que el libro al que nos referimos contenga una dosis no pequeña de información autobiográfica.

“Mi argumento”, explica, “no es que hace una generación había en Inglaterra una cultura urbana ‘auténticamente popular’, que en la actualidad ha sido sustituida por una cultura urbana de masas, sino que los estímulos de quienes controlan los medios masivos de comunicación son ahora, por muchas razones, más insistentes, eficaces, globales y centralizados que antes; que estamos yendo hacia la creación de una cultura de masas; que los residuos de lo que era, por lo menos parcialmente, una cultura urbana popular, están siendo destruidos; y que la nueva cultura urbana de masas es en muchos aspectos menos sana que la cultura primitiva a la que intenta reemplazar”. Entre esas actitudes de la clase obrera que manifiestan cierta impermeabilidad ante la todopoderosa cultura de masas, el autor enumera de forma detallada algunos ejemplos: la composición de la familia obrera y su peculiar distribución de roles, el vecindario y el tipo de relaciones que fomenta o inhibe, las diversiones, la utilización de la ironía y el humor, el arte, y las definiciones que dicha clase tiene sobre sí misma y sobre “los otros”. Y añade: “Si bien es notorio que existe una influencia de la cultura masiva hacia la cultura popular, no es menos cierto que la clase obrera ha sabido conservar ciertas tradiciones, ritos, valores y creencias que aún la mantienen en parte alejada de las poderosas influencias de los productos de la industria cultural. Resulta interesante observar, entonces, en qué espacios y de qué modos estos sectores populares se resisten a ser consumidos totalmente por los efectos de la masificación cultural; cómo es que la clase obrera aún conserva algo de esa vieja resistencia interior”. Por último, una parte del libro está consagrada a los conflictos generacionales aparecidos en la clase obrera con motivo de la mayor exposición de los jóvenes a las pautas impuestas por la cultura de masas.

Richard Hoggart ha fallecido el pasado miércoles a la edad de noventa y cinco años.* Aunque hacía ya tiempo que estaba retirado, el peso de su obra escrita, y el legado que nos deja como fundador del centro de estudios de Birmingham y de los “estudios culturales”, han hecho de su muerte un acontecimiento de gran repercusión en Inglaterra y en América (incluyendo la América Latina), a diferencia de lo ocurrido en España, donde ha pasado totalmente inadvertida. Lo que no es de extrañar, pues de hecho si nos hemos referido aquí a uno solo de sus libros no es únicamente porque La cultura obrera en la sociedad de masas sea su obra más celebrada, sino también porque es la única de las suyas editada en castellano.** Los lectores en inglés interesados en su trabajo tienen a su disposición Richard Hoggart: Culture and critique (CCC Press, 2011), antología de textos de otros autores, algunos discípulos suyos, que se editó hace unos años en Nottingham, bajo la supervisión de Michael Bailey y Mary Eagleton. Dicho volumen, y el publicado en Argentina por la editorial Siglo XXI, constituyen una excelente aproximación al pensamiento de este hombre que en su autobiografía escribió: “Esto es un intento de dar, a una historia personal, un sentido más que personal”; y para quien la destrucción de la cultura obrera sería una de las causas, no la menor, de nuestro desvalimiento ante el poder.
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** De Richard Hoggart existe otro título en castellano, ahora descatalogado: Historia y cultura obrera, en una edición a cargo de Victoria Novelo en la colección Antologías Universitarias, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social “La Casa Chata”, México D.F., 1999

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