martes, 29 de mayo de 2012

LECTURA POSIBLE / 60


CORAZONES CICATRIZADOS, UNA NOVELA SOBRE LA ENFERMEDAD Y EL DESEO

Emanuel, un joven que ha sido internado en el sanatorio de Berck a causa de una dolencia ósea, y que vive en el interior de una coraza de escayola, conoce a Solange en los primeros días de su internamiento. Ella, ex enferma que también fue aprisionada durante largo tiempo por el rigor médico imperante en el sanatorio, despierta de inmediato en el joven un ardiente, imperativo deseo sexual. Un día él, que está obligado a yacer en una especie de camilla, extiende hacia ella un brazo con un movimiento rápido y brusco. A esto sigue un abrazo apasionado y la exploración de las intimidades del cuerpo de Solange, quien advierte: “Esto te hará mal”. El joven, reducido a la condición de busto de piedra, descubre horrorizado que entre su cuerpo y el de Solange el yeso pone “una barrera de indiferencia y crea un organismo nuevo, impersonal”. La escayola lo aplasta de manera insoportable, impidiéndole realizar los movimientos libres, naturales, del amor. Después, pasada la exaltación, y mientras Solange le acaricia la frente, Emanuel “notó que una parte de su vida, libre y esencial, había desaparecido de él, quizá para siempre. En su lugar, se había instalado una amargura tranquila y dolorosa, como una nueva luz interior llena de tristezas”.

Este es uno de los episodios centrales de Corazones cicatrizados, novela del rumano Max Blecher que ha sido publicada por la editorial Pre-Textos. La producción total de Blecher, autor de tres novelas y de una breve pero importante obra poética, ha sido íntegramente traducida al castellano en los últimos años. Toda ella, por cierto, por el mismo traductor: Joaquín Garrigós. A la publicación en 2006 de sus novelas Acontecimientos de la irrealidad inmediata y La guarida iluminada (diario de sanatorio), que aparecieron en un volumen de la editorial valenciana Aletheia, se ha añadido últimamente ésta que comentamos y el poemario Cuerpo transparente (Ediciones de la Rosa Cúbica, 2008), que reúne los quince poemas que se conocen del autor y que éste publicó en vida.

Y digo “en vida” cuando en realidad acaso debería decir en “infravida”, pues este autor nacido en Botoşani, en la región de Moldavia que hoy queda fuera del estado de ese nombre, y que a la vez es parte de la llamada baja Bucovina, vio dramáticamente mermada su existencia ya a los diecinueve años, cuando se le diagnosticó una tuberculosis ósea que afectó a su columna vertebral, lo que le obligó a pasar el resto de su breve existencia (falleció en el año 1938 con sólo veintinueve de edad) encorsetado en un armazón de escayola y en posición yacente.

No es preciso insistir sobre el hecho notorio por lo dicho hasta aquí de que toda la obra de Blecher es autobiográfica, producto personal de su experiencia con la enfermedad y de la forma de vida (y de la visión del mundo) que aquélla le impuso. La anormalidad de sus condiciones de existencia se convierte en dicha obra en normalidad fisiológica que él describe con precisión, sin ahorrar al lector detalles escabrosos acerca de las miserias que puede producir y soportar un cuerpo humano. Blecher escribe sin lamentarse ni compadecerse, y lo que trasciende en su obra al horror del mal físico es un ansia nunca agotado y nunca satisfecho de vida. En Corazones cicatrizados, desde las primeras páginas, cuando se le informa de la naturaleza de su enfermedad, Emanuel es consciente de estar poniendo fin a la vida conocida hasta entonces y de empezar a adentrarse en una nueva, una en la que se hallará bajo la esfera de nuevas y desconocidas realidades: el omnipresente y opresivo sanatorio de Berck, verdadera armadura del mundo tras la que no existe nada y que es por ello equivalente a esa otra armadura de yeso que el protagonista lleva bajo la ropa, el doctor Cériez y las enfermeras, y sobre todo la población enferma o ex enferma de esa montaña mágica a orillas del Canal de la Mancha, ese Berck que es “algo más que una ciudad de enfermos. Es un veneno muy sutil. Penetra directamente en la sangre. Quien ha vivido aquí no encuentra su sitio en ningún otro lugar del mundo”.

A las primeras impresiones (es decir, a la sensación de estar viviendo un sueño o una alucinación surrealista) sucederá pronto en la conciencia del protagonista la de que ni siquiera Berck puede negar del todo sus derechos a la vida, la cual adopta allí si acaso un tinte heroico, ya que lo que era común fuera se convierte dentro en extraordinario, heroísmo acentuado aún por el impaciente anhelo de placeres de aquella comunidad de enfermos, lo que se manifiesta en la profundidad exacerbada de sus amores y odios, circunscritos a un presente que carece por completo de horizonte, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Todo ello convierte por momentos a Corazones cicatrizados en una novela erótica, a la vez que en una novela de formación en la que el protagonista debe aprender (como ocurre en cualquier otro contexto, dicho sea de paso) a desenvolverse, para lo cual nuestro Emanuel contará con guías especializados: en primer lugar su amigo Ernest, que le introducirá en las fiestas, siempre próximas a convertirse en orgías, que celebran los enfermos de Berck; el ex piloto de carreras Zeta; y, destacando entre muchos otros, la pareja formada por la señora Wandeska y su enamorado Tonio. Pues sucede que el estar reducidos a la condición de larvas, oprimidos por sus corsés de escayola que hacen imposible todo verdadero contacto físico, y limitados a la posición horizontal, tendidos permanentemente en sus gutieras, no les impide desplegar una incesante actividad social y amorosa, a menudo tan enardecida como frustrante.

No por casualidad el libro se abre con una cita de Soren Kierkegaard, lo que sugiere que las turbaciones que triunfan allí donde la enfermedad alcanza su máxima plenitud, pese a las apariencias, no son sino las mismas que aquejan por necesidad a la existencia humana. Blecher muestra en la sobriedad de su crónica en tercera persona, y con pulso de gran narrador,  la pura naturaleza del sufrimiento, pero también la constante y feroz rebelión contra los límites impuestos a la vida y al goce de la misma, sean estos cuales sean, pues dichos límites no pueden ser aceptados sencillamente por esa conciencia superior de la que para bien o para mal está dotado el hombre. Esta conciencia experimenta el implacable destino, el dolor y el deseo, y en su inagotable afán de existir acaba siempre por consumirse, aunque entretanto nos deje, como de pasada, el relato de sus desvelos.

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