martes, 19 de noviembre de 2013

LECTURA POSIBLE / 124

ALEKSANDR BELIÁIEV Y LOS PIONEROS DE LA CIENCIA FICCIÓN RUSA

Que el futuro ya estuvo aquí, por así decir, es la paradoja que resume algo más de un siglo de ciencia y de la literatura a ella asociada. Los más que variados e influyentes (algunos de ellos aterradoramente influyentes) avances científicos logrados a inicios del siglo XX dieron lugar a un optimismo que permitió a muchos concebir a la ciencia como la impulsora principal del progreso humano. Otros no pensaron lo mismo. Los autores de los descubrimientos científicos, pese a su apariencia de chiflados, podían confiar entonces en que sus hallazgos tuvieran eco en la prensa; los pioneros que se atrevían a hacer uso de ellos, a veces con riesgo de sus vidas, se convertían en héroes populares; y el público podía ver cómo algunos de aquellos avances terminaban por tener una aplicación práctica que transformaba su vida cotidiana. El campo de la experimentación no tenía límites y se situaba en el universo conocido de las necesidades y los caprichos materiales, en lo que solíamos llamar “realidad”, un ámbito no virtual en el que espacio y tiempo eran susceptibles de ser modificados por la voluntad humana. Junto a los descubrimientos que llegaban a tener una presencia palpable en las sociedades desarrolladas, había otros, en su inicio igual de magníficos, que no pasaron de engrosar las atracciones de una caseta de feria. Y ambos sirvieron de argumento primero a la literatura, y después al cine, de ciencia ficción.

No es mucho lo que se conoce de los logros de este género en los últimos años de la Rusia imperial y en los inicios de la Unión Soviética. De aquéllos ha publicado la editorial Alba el volumen Pioneros de la ciencia ficción rusa, que contiene una selección de relatos efectuada por quien es también su traductor, Alberto Pérez Vivas, y que incluye obras de autores, algunos ignotos, como Alekséi Apujtin, Porfiri Infántiev, Valeri Briúsov y Serguéi Mintslov. Son relatos de desbordante imaginación, como cabe suponer, algunos de los cuales (lo que no era tan previsible) tienen derecho a figurar entre lo mejor que nos ha dado el género, y que, en mayor o menor medida, pueden adscribirse a las tres grandes corrientes de la ciencia ficción: la literatura de artefactos con propiedades maravillosas; la que tiene por tema el desarrollo de las facultades de la mente y los viajes espaciales. En uno de los relatos contenidos en este volumen se lee una frase que es elocuente acerca del sentido de los mismos y a la vez de ese optimista estado de ánimo, predispuesto al cambio y a la experimentación, que era propio de la época: “Mis convicciones, que yo consideraba inamovibles, se vieron pulverizadas o fuertemente sacudidas en sus cimientos”. Unas convicciones que afectaban a todos los aspectos de la vida, y cuya desaparición anunciaba un mundo nuevo e inimaginable, tan cargado de bellas promesas como de amenazas.

Los cinco relatos que componen el volumen fueron escritos entre 1892 y 1906, y si la adscripción de algunos de ellos al género de la ciencia ficción está fuera de toda duda, no ocurre lo mismo con el que ocupa las primeras páginas, Entre la vida y la muerte, de Alekséi Apujtin, quien escribió este relato, a medio camino entre el simbolismo y el ocultismo, pocos meses antes de su fallecimiento. Apujtin fue ante todo poeta lírico, algunos de cuyos poemas fueron puestos en música por Piotr Illich Chaikovski, con el que tenía amistad. Su narración incluida aquí esta redactada en primera persona, cosa que resulta sumamente inquietante, ya que el protagonista es un muerto. El cadáver nos describe su propio entierro, la ambigua actitud de los vivos (incluida su esposa), y el sentimiento de añoranza hacia la vida, todo lo cual desemboca en un sorprendente final.

En otro planeta, relato de Porfiri Infántiev, sí pertenece por completo al género de la ciencia ficción, pues describe nada menos que un viaje a Marte, si bien es cierto que el viaje en sí no se realiza en alguna estrambótica nave de las que son habituales en el género, sino por medio de la mente: “Mi cuerpo”, explica el narrador, “permanece aquí en la Tierra, pero mi conciencia, lo que constituye mi propio yo, se transporta completamente al planeta Marte, y además no adoptando una forma tangible o inmaterial, sino que mi yo se traslada a otra forma corporal, al cuerpo de uno de los habitantes de aquel planeta”. El narrador transmutado en marciano describe el modo de vida de los habitantes de Marte, así como sus instituciones y los artefactos de los que allí se sirven para almacenar y reproducir imágenes y sonidos. Así, este relato de Infántiev, que era periodista, adquiere la forma de una utopía social y a la vez científica, en la que se anticipan instrumentos que sólo serían de uso común varias décadas más tarde.

Valeri Briúsov no es ningún desconocido en las letras rusas. A él se deben algunas célebres novelas históricas y otras de carácter fantástico, entre ellas La insurrección de los automóviles (1908). Uno de sus cuentos, El ángel de fuego, inspiró la ópera del mismo título de Serguéi Prokofiev. Fue traductor de Maurice Maeterlinck, Edgar Allan Poe, Romain Rolland y muchos otros, y está considerado como el fundador del simbolismo en Rusia. De Briúsov incluye el presente volumen dos relatos: La montaña de la Estrella y La República de la Cruz del Sur. El primero narra los orígenes y el apocalipsis de una civilización extraterrestre, y el segundo es el escalofriante relato de un país imaginario cuyos habitantes son víctimas de una extraña enfermedad. “Los afectados por ella continuamente actúan de forma contraria a sus propios deseos, queriendo una cosa pero diciendo y haciendo otra”. La historia admite múltiples lecturas, no muy complacientes con la condición humana. El dantesco final se nos aparece a la manera de un holocausto zombi, lo que inscribe de lleno a este excelente relato entre los títulos más logrados de la literatura de terror.

En la última narración de este volumen, El misterio de las paredes, de Serguéi Mintslov, el autor se sirve de la invención de un artefacto que, aplicado a las paredes de un edificio, permite revivir lo que sucedió en el pasado, pues “en sus piedras sin vida, en el cobre, la madera, el hierro, en todas partes habían quedado atrapados discursos y sombras de la gente que en un tiempo vivió allí”, un pasado que, al representarse en el momento actual, otorga a esta narración un tono íntimo y lírico, profundamente humano.

Como ilustración de los orígenes de la ciencia ficción, la mayor parte de estos relatos muestran, más que un género, un cruce de ellos, el lugar de intersección de todos los caminos literarios del siglo XIX, con exclusión del realismo, a los que todavía vendría a unirse algún otro al principio del nuevo siglo. De ello es buena prueba La cabeza del profesor Dowell, novela que junto al relato El día del juicio final ha publicado en un solo volumen la misma editorial.

Su autor, Aleksandr Beliáiev, de la generación siguiente a los pioneros mencionados más arriba, fue considerado en vida “el Julio Verne ruso”, toda su existencia estuvo marcada por la enfermedad y fue una de las víctimas del asedio nazi de Leningrado, donde un año antes de su muerte escribió su novela Ariel (1941). Este relato, el canto del cisne de su autor, narra la historia del personaje del mismo nombre, a quien se le ha concedido la facultad de volar. Y es que una parte de su obra sirve de ejemplo de cierta inclinación de la ciencia ficción soviética hacia lo fantástico y sobrenatural, lo que por otra parte es herencia de la rica tradición de las leyendas rusas, de las que también era deudor el ya citado Valeri Briúsov.

La cabeza del profesor Dowell, de 1925, está basada en los experimentos reales de los doctores Demikhov y Briujonenko, que investigaron en los años veinte las posibilidades del trasplante de órganos, y que, aunque parece que sus estudios no pasaron de los ensayos con animales, tenían la finalidad de revivir organismos muertos.

Así sucede en la novela con el cadáver de Dowell, cuya cabeza es revivida por quien había sido su subalterno, el ambicioso profesor Kern. La entrada en escena de la doctora Marie Laurane, en calidad de ayudante del malvado profesor, nos permite descubrir que la cabeza ha sido revivida contra la voluntad de su propietario, a fin de que Kern pueda servirse de ella para impresionar con sus descubrimientos al mundo científico. Kern se aprovecha de los conocimientos de la cabeza de Dowell y así consigue trasplantar una segunda cabeza, la de una cantante de cabaret, al cuerpo de una mujer fallecida en un accidente. El autor no explota la vertiente macabra de todo el asunto, y en su lugar prefiere mostrar, a veces de manera humorística, las paradojas de la situación creada, que se irá complicando a medida que avance la narración. Así, por ejemplo, a un personaje que estuvo enamorado de la difunta cuyo cuerpo pertenece ahora a la cabaretera se le plantea la duda: el renovado sentimiento hacia su amante, que ahora dispone de otra cabeza, ¿podría considerarse como una infidelidad? Y, en ese caso, ¿hacia cuál de las dos, hacia la que fue dueña de la cabeza o la del cuerpo? O lo que es lo mismo: ¿en qué órgano reside la identidad del ser vivo? ¿Cuál prevalece sobre la otra? La trama se enriquece con una sucesión de fugas y persecuciones, las cuales confieren a la historia un aire detectivesco, lo que no impide que siempre permanezcan como fondo los temas de la identidad, el doble, la dominación física y psíquica y, en último término, pero no en último lugar, la eterna cuestión de los límites éticos de la investigación científica.

La otra historia de Beliáiev incluida en el libro, El día del juicio final (1929), está inspirada en Einstein y su teoría de la relatividad. Un misterioso percance ha causado la ralentización de la velocidad de la luz, lo que provoca a su vez que la realidad sólo se haga visible tras unos minutos. De este modo, se instaura un lapso en el que los hechos físicos pasan a ser invisibles, “revelándose” después de que hayan sucedido. El mundo adopta la caótica forma de una película en la que la imagen no está sincronizada con su banda sonora, lo que da lugar a que los personajes del relato, un grupo de periodistas, vivan insólitas peripecias. Éstas girarán en torno a un grave asunto diplomático, un romance y unos documentos robados, lo que de nuevo da lugar a que el autor se luzca en su habilidad para encadenar situaciones anómalas pero provistas de su correspondiente lógica.

Ambos libros reúnen suficientes atractivos para los lectores de la literatura de anticipación y para quienes quieran conocer la genealogía, en los albores del siglo pasado, de la ciencia ficción, pero también para el lector que, más allá de los géneros, desee adentrarse en los perturbadores territorios de la fantasía, territorios en los que se cruzan todas las formas de la narración y en los que acaso predomine esa atmósfera de libertad creativa y de pensamiento que fue propia del vanguardismo y la experimentación (no sólo literaria) de aquel efervescente cambio de siglo.

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