martes, 7 de junio de 2016

LECTURA POSIBLE / 213

REBECCA WEST Y LA BICICLETA DE HENRY JAMES

El momento decisivo para el biógrafo de un escritor, en el que se enfrenta con la mayor temeridad a su biografiado, es aquél en el que debe dilucidarse por qué éste se decidió a escribir, y no a vivir sensatamente como hacen las personas normales. En 1915 publicó H.G. Wells su libro menos conocido, Boon, obra satírica cuyo protagonista, Reginald Bliss, es un mediocre escritor que se decide a hacer una novela con los restos literarios, apuntes y fragmentos inconexos, que ha dejado un autor fallecido recientemente. En el prólogo, el mismo Wells se refirió a su libro como una “desacertada indiscreción”, y más tarde, durante algunos años, negó haberlo escrito. Las casi cuatrocientas páginas de Boon trataban de uno de los asuntos más queridos por Wells: la existencia acaso indemostrable de una conciencia colectiva de la humanidad, pero no era éste el motivo de que más tarde negara ser su autor. El protagonista era una parodia de Henry James, casi una caricatura muy poco favorable para el autor de Washington Square, del que se decía: “He aquí un escritor que nunca descubre nada. Que ni siquiera intenta descubrir nada. Simplemente se adscribe a lo que ya han dicho otros. Pero de la manera más elaborada posible. Ésa es su peculiaridad. Ser una de las mentes más prodigiosas que existen a la hora de la elaboración, pero carecer de penetración. De hecho, su problema es la penetración”.

Esta insistencia en la penetración ha resultado ser el principal quebradero de cabeza de los biógrafos de Henry James, y el propio interesado, tras conocer el contenido del libro, se sintió en la obligación de redactar una memoria de infancia y juventud, Apuntes de un hijo y hermano, que se publicó al año siguiente. En este libro, que iba a ser el último de la extensa producción de James, dedicó un párrafo de los suyos, es decir, de varias páginas, a “aclarar” el asunto de la penetración, con el resultado, también muy suyo, de que al final no se aclaraba nada. De este párrafo particularmente indescifrable y enrevesado se deduce que James sufrió en su juventud una “horrenda, oscura herida” mientras intentaba apagar un incendio. La lesión, producida en el bajo vientre, no dejó de tener consecuencias, siendo la primera de ellas que fue declarado no apto para la Guerra Civil norteamericana. Terriblemente avergonzado, habría decidido entonces marcharse a Inglaterra, donde nunca se casó ni tuvo hijos, pero donde a cambio se hizo escritor.

Unos años más tarde, en París, Ernest Hemingway estaba escribiendo su primera novela, a la que tituló Fiesta y cuyo protagonista era un joven norteamericano que tras combatir en la Gran Guerra, donde fue herido, padecía impotencia. En ella se decía expresamente que la herida era de esas que no pueden mencionarse, “pues era como la que se hizo Henry James con la bicicleta”. Resulta que por aquel entonces Van Wyck Brooks estaba escribiendo su biografía de Henry James, en la que obviamente aludía a la lesión juvenil de éste, como le comentó por carta a su amigo Scott Fitzgerald. Según parece, Hemingway estaba “algo bebido” cuando Fitzgerald le habló de esta carta y de su contenido, y entendió “bicicleta” donde debería haber entendido otra cosa. Cuando Maxwell Perkins, el editor de Fiesta, leyó aquello de la bicicleta se quedó pasmado y envió enseguida una carta a Hemingway pidiéndole explicaciones. A consecuencia de ello se suprimió el apellido y la frase acerca de la herida del protagonista quedó tal como puede leerse hoy: “Pues era como la que se hizo Henry con la bicicleta”.

Por desgracia, el desdichado asunto de la penetración de Henry James era ya entonces de dominio público. Un arrepentido Wells, deseoso de reconciliarse con quien fue su amigo, tuvo la idea de escribir una biografía de James, otra más, en la que no se mencionase nada relativo ni a incendios juveniles ni a bicicletas. Sin embargo, ocuparse él mismo de esta tarea es cosa que habría podido interpretarse como una claudicación y una refutación de lo ya dicho, así que el encargo de redactar el libro recayó sobre su novia, una jovencita inglesa de veinticuatro años que era sufragista y que escribía en los periódicos. Antes de morir, Henry James tuvo tiempo de leer la biografía redactada por la sufragista, cosa que agradeció por carta, con frialdad y cortesía, pero no a ella, sino a Wells.

Quien aparece de esta manera algo accidental en la escena literaria es Cicely Isabel Fairfield, una londinense hija de un irlandés y una escocesa. Se crió en un entorno en el que era frecuente el debate intelectual y político. El padre, que era un reputado periodista, se marchó de casa cuando ella no había cumplido aún los diez años para fundar una empresa farmacéutica en Sierra Leona. Extrañamente la empresa fue un fracaso, y acabó sus días de mala manera en Liverpool. Cicely inició sus estudios en Edimburgo, pero los abandonó tras contraer la tuberculosis. Poco después se apuntó a una escuela de arte dramático. Fue de uno de los personajes que interpretó, el de la protagonista de Rosmersholm, la obra de Henrik Ibsen, de donde tomó el pseudónimo con el que escribiría sus libros: Rebecca West.

A la edad de diecinueve años, junto a su hermana Letitia, se incorporó al movimiento sufragista, y empezó a colaborar en el semanario Freewoman y en el socialista The Clarion. En septiembre de 1912 escribió una mordaz crítica contra H.G. Wells en la que le acusó de ser “la solterona entre los novelistas”, y él, que contaba entonces cuarenta y seis años, la invitó a cenar. Fueron amantes durante diez años, y de su relación nuestra Rebecca tuvo a Anthony, que nació en 1914. “Nunca había conocido a alguien como Rebecca”, escribió Wells, “y dudo que antes hubiera nadie como ella”. Por sus cartas tenemos noticia de los nombres “cariñosos” que se daban a sí mismos: Jaguar y Pantera. Durante el embarazo, el jaguar visitaba a la pantera en Southend, adonde ella se había trasladado para evitar el consiguiente escándalo.

Artículos socialistas y feministas de Rebecca fueron publicados por entonces en el New York Herald Tribune y The New Republic. “Ella puede ser con su pluma tan brillante como lo he sido yo alguna vez y mucho más salvaje”, escribió en 1916 George Bernard Shaw. A principios de la década siguiente Rebecca empezó a viajar a Estados Unidos para dar conferencias, cosa que seguiría haciendo el resto de su vida. Allí se introdujo en los ambientes artísticos y políticos de la izquierda, y según parece fue durante un tiempo amante de Charles Chaplin. La suya de esos años, como reconoció más tarde, fue una vida turbulenta y periódicamente amenazada por la miseria.

En noviembre de 1930 sorprendió a sus amigos con un telegrama que decía: “Lo siento, queridos, pero voy a convertirme en la señora de Henry Maxwell Andrews. Besos. Rebecca”. Su novio era banquero. Mientras pasaban la luna de miel en Italia, la prensa británica informó: “Rebecca West, casada. La palabra ‘obedecer’, omitida en sus votos matrimoniales”.

Rebecca fue de las primeras personas que, desde la izquierda, criticó a la Unión Soviética, lo que le valió la incomprensión y la inquina de no pocos de sus contemporáneos. Entre 1936 y 1938 hizo tres viajes a Yugoslavia, a fin de documentar la historia y la etnografía de los Balcanes y el auge del fascismo. De ello resultó un ensayo monumental en dos volúmenes y mil doscientas páginas: Cordero negro, halcón gris. Un viaje al interior de Yugoslavia (existe traducción al castellano: Ediciones B, 2001). Su relación con ese país balcánico se prolongó durante la Segunda Guerra Mundial, cuando dio acogida en su finca de Ibstone House, al sur de Inglaterra, a refugiados huidos del Continente. Rebecca apoyó la creación en España del Frente Popular, y más tarde, durante la Guerra Civil, fundó junto a Emma Goldman el Comité de Ayuda a Personas sin Hogar, dirigido a auxiliar a mujeres y niños españoles. En la postguerra fue enviada por The New Yorker como corresponsal a los Juicios de Núremberg, experiencia que describió en su libro A Train of Powder, que se publicó en 1955. Unos años después, tras visitar Sudáfrica, escribió una serie de artículos contra el Apartheid. Y también, en los sesenta, vivió largos períodos en México, seducida por la cultura indígena. Su obra Survivors in Mexico, que debía ser testimonio etnográfico y político de ese país, quedó inconclusa, y se publicó póstumamente. Rebecca falleció, nonagenaria, en 1983.

La carrera literaria emprendida azarosamente por nuestra autora con su biografía de Henry James fue extensa e incluyó obras de ficción junto a ensayos de carácter diverso, a menudo libros de viajes que oscilaban casi siempre, como se ha dicho, entre el documento etnográfico y el político. Propiamente, sin embargo, su carrera había empezado mucho antes, cuando con quince años envió una carta al director del periódico The Scotsman. La carta, que fue publicada en octubre de 1907 con el título de Las reclamaciones electorales de la mujer, defendía entre otras cosas que la Unión Nacional de Mujeres se escindiera del Partido Liberal, “que no había sabido reconocer los profundos efectos de la opresión de la mujer”. Rebecca escribió su artículo después de asistir a una manifestación sufragista en Edimburgo, y una de sus hermanas, Winnie, que se hallaba en el extranjero, escribió a su madre que “según parece, Cissie se ha convertido en una comprometida feminista. Tanto como apruebo su causa, me gustaría que un pariente mío no se convirtiera en un mártir de la misma”. Rebecca no se convirtió en una mártir, y de hecho se las arregló para compatibilizar sus inquietudes políticas con el resto de sus múltiples intereses, entre ellos el teatro. Todavía Rebecca estaba estudiando arte dramático, en efecto, cuando conoció Bajos fondos, la obra de Gorki que habría de causarle una honda impresión y de la que se nutrieron sus primeros artículos periodísticos. Así, pudo anotar que “me convertí en escritora sin darme cuenta. En casa a todas nos gustaba escribir y no le dábamos ninguna importancia”.

El regreso del soldado (Herce, 2008) es la primera novela de Rebecca West, y fue publicada en 1918. Se cuenta en ella la historia del capitán Chris Baldry, un hombre traumatizado y amnésico que vuelve de las trincheras de la Gran Guerra, no para reunirse con su esposa de clase alta, sino con su primer amor, una mujer trabajadora. La novela está narrada desde la perspectiva de Jenny, prima del capitán, y fue adaptada al cine en 1982. Aunque publicada posteriormente, revisada por la autora, la primera redacción de Matrimonio indisoluble (Zut Ediciones, 2010) data de unos años antes. En esta novela corta se presenta a dos personajes, George y Evadne, y su relación matrimonial de diez años. Él siente una desconfianza innata hacia su esposa y hacia la vida en pareja, a pesar de lo cual trata de adaptarse inútilmente al carácter de ella, una mujer muy activa que es además dirigente socialista. Se trata aquí de una etapa crítica en la que la forma que habían tenido hombres y mujeres de relacionarse ya no era viable. Más allá de la mordaz sátira contra la institución matrimonial, no parece que nuestra autora fuese entonces muy optimista respecto a los hombres y a su capacidad para ponerse al día frente al desafío que les dirigían sus compañeras: el de estar a la altura de la nueva conciencia y de la reclamación de derechos que ellas formulaban.

Otras novelas de Rebecca West que nunca se han traducido al castellano son The Judge (1922), obra en la que se combinan el psicoanálisis y el feminismo; The Fountain Overflows (1956), relato en parte autobiográfico que viene a ser un fresco cultural, político y psicológico de la primera mitad del siglo XX; y The Sentinel, dura historia inacabada del sufragismo británico y de la represión que sufrieron sus integrantes que se publicó en 2002.

Sabemos hoy que Henry James no montaba en bicicleta. Ello a pesar de que en su época existían en Inglaterra unas bicicletas plegables que había patentado un tal William Henry James al que no le unía parentesco alguno. Acerca de su supuesta impotencia se ha escrito mucho, aunque no lo bastante como para llegar a una conclusión. Sí se acepta, en cambio, que aquel misterioso accidente de su juventud tuvo algo que ver con el hecho de que se convirtiera en escritor, como también que la biografía que Rebecca West escribió de él, inducida por H.G. Wells, supuso su entrada en un oficio al que ya se sentía llamada desde mucho antes. Rebecca West escribía con frases extensas en las que surgían imágenes inesperadas, y, ya en sus obras primerizas, con un gran conocimiento de la psicología humana. Su larga vida le hizo ser testigo de su siglo, el cual describió con gran libertad en sus novelas y ensayos. La pasión autodidacta la llevó a interrogarse acerca de cuestiones que nos atañen, pues fue Rebecca una adelantada, una mujer de nuestro tiempo.

1 comentario:

  1. Sobre Rebecca West falta INDICAR que era agente del MI6 britanico desde muy joven.
    Que desde muy joven tambien se dedico a espiar y a denunciar como comunistas a amigas de su amante el escritor Wells.
    Tambien que si vino a la Guerra Civil española lo hizo como infiltrada e informante del MI6 que no pretendia precisamente ayudar a las hordas marxistas sino mas bien lo contrario.
    No sabemos cuantos republicanos fusilaron por sus informaciones ya que tanto no sabemos.
    Tambien falta decir que fue intima amiga del clan Dulles, el jefazo de la CIA incluido. De hecho publicamente le preguntaron si era su amante.

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