martes, 18 de noviembre de 2014

LECTURA POSIBLE / 167

EL HOMBRE DESCONOCIDO, UNA COLECCIÓN DE RELATOS DE STIG DAGERMAN

Cierto exigente crítico observó que al escritor sueco Stig Dagerman, que había llegado a un determinado punto de su carrera, convertido ya en autor de prestigio, le había parecido “que mantener el nivel económico era más importante que mantener un nivel moral”, y que en su afán por agradar tanto a la crítica literaria como al público menos exigente había llegado a ser, entre los jóvenes escritores de su país, “el que mejor ha sabido servir a los dos amos”. La falta de sinceridad que el crítico creía advertir en la obra reciente de Dagerman era producto, a su juicio, de la creencia de la que éste participaba de que era “más importante vivir bien que como es debido”.


Quien se expresaba con tal falta de contemplaciones no era otro que el propio Stig Dagerman, el cual hizo estas severas anotaciones acerca de sí mismo hacia el final de su vida, habiéndose publicado las mismas póstumamente. El texto al que pertenecen, que tituló Stig Dagerman, el escritor y el hombre, nos informa crudamente acerca de las dudas, los casos de conciencia y los arrepentimientos de un escritor atrapado en la dialéctica ideal-material del que quisiera ser fiel a sus convicciones y al mismo tiempo (o a pesar de ello) vivir con dignidad de sus obras. En dicho texto leemos: “Lo que por el momento más falta le hace [a Dagerman] es esa actitud ante el trabajo que se presenta en todo aquél que reúne una visión claramente elaborada del sentido y el objetivo del mismo”. Un objetivo que en su caso no debería ofrecer dudas, pues lo formuló desde el inicio de su carrera literaria: “Describir al ser humano en su lucha por la libertad desde la necesidad, el miedo, la miseria, la fealdad, la torpeza y las convenciones que niegan la vida”. Al final de este texto, el cual constituye la principal fuente de la que disponemos acerca de la vida de nuestro autor, o más bien acerca del modo en que se veía a sí mismo, el crítico Dagerman sugiere al autor Dagerman las medidas que debe tomar a fin de reencontrarse con el sentido honesto y profundo de su escritura: “Una forma de vida ordenada, un duro entrenamiento de la voluntad, un mínimo de trabajo diario rigurosamente observado, una eliminación sin miramientos de todo lo que distrae la atención y paraliza la voluntad, una inclinación creciente a correr riesgos, literarios y humanos…”, edificantes consejos todos ellos que se dirigían al hombre para que éste llegara a ser el escritor “que unos pocos creían que ya era”. Sin embargo, Dagerman no siguió tales consejos; o le resultaron de imposible cumplimiento, e incapaz de resolver su frustración se quitó la vida en 1954, con poco más de treinta años.

Stig Dagerman había nacido en 1923, hijo de un cantero y de una operadora de teléfonos. Ella, madre soltera, le dio a luz en una pequeña granja de Älvkarleby, en Uppsala, de la que después se marchó para no volver. Allí, con sus abuelos paternos, pasó Stig su infancia, y a los once años se marchó a Estocolmo, donde conoció a su padre. A través de éste, frecuentador de los círculos obreros de la ciudad, el futuro escritor entró en contacto con el anarcosindicalismo, y se unió a la sección juvenil de la Central Sindical de Trabajadores Sueca. A los diecinueve años se convirtió en editor de Storm, el periódico de la juventud anarquista, y poco después pasó a formar parte del consejo de redacción del diario obrero Arbetaren, al que consideró siempre su “lugar de nacimiento espiritual”. Con su madre se reencontró Stig a la edad de veinte años, cuando contrajo matrimonio con una refugiada alemana, Annemarie Götze. Los padres de Annemarie eran prominentes anarcosindicalistas que ante las dificultades que presentaba la vida bajo el nazismo se establecieron en Barcelona, donde participaron en la actividad de la CNT hasta la victoria del general Franco. Su huida, a través de Francia y Noruega, les llevó hasta la neutral Suecia, donde se establecieron junto a su hija y su yerno. Más tarde recordaría Dagerman aquella casa de Estocolmo por la que pasaron no pocos proscritos de los orígenes más diversos, muchos de ellos veteranos de la guerra civil española.

En 1945, a sus veintidós años, Dagerman publica su primera novela, Ormen (La serpiente), una historia antimilitarista que alcanzó gran éxito y le convirtió de la noche a la mañana en la gran promesa de las letras suecas. A ésta siguió al año siguiente De dömdas ö (La isla de Doomed), una alegoría en la que siete náufragos condenados a morir buscan la salvación, cada uno por sus propios medios. Las imágenes de pesadilla empleadas en esta novela avecindaron la prosa de Dagerman a la de Strindberg, si bien la crítica localizaría más tarde en la obra de nuestro autor otras influencias: las de Kafka, Faulkner y Camus. De hecho, en un intento de clasificar su obra, ésta fue agrupada junto a la de los autores suecos del llamado “Fyrtiotalisterna” (“Los escritores de la década de los cuarenta”), los cuales trataron de manifestar con recursos propios de la novela existencialista los sentimientos de miedo, alienación, angustia y falta de sentido de la Segunda Guerra Mundial y la inmediata postguerra.

En 1946 Dagerman viaja a la devastada Alemania como corresponsal del diario Expressen. Allí escribe Tysk Höst (Otoño alemán), documento que, a la manera del film de Rossellini Germania, Anno Zero, muestra las extremas condiciones de la cotidianidad de quienes sobrevivían entre las ruinas de las ciudades alemanas. Para nuestro autor, la raíz del desastre se hallaba en la pérdida de identidad y la irresponsabilidad individual a las que se veían destinadas las personas una vez encuadradas en las grandes organizaciones del Estado. En un texto incluido en el volumen citado Dagerman escribió: “Creo que el enemigo natural del hombre es la mega-organización, porque le priva de la necesidad vital de sentirse responsable de su prójimo, restringiendo sus posibilidades de mostrar la solidaridad y el amor, y convirtiéndolo en su lugar en un agente del poder, el cual por el momento puede dirigirse en contra de otros, pero que en última instancia se dirige contra sí mismo”.

Dagerman redactaría dos novelas más y un libro de relatos. Muchos de sus textos escritos a partir de 1947 están ambientados en la granja en la que le criaron sus abuelos, y aparecen narrados desde la perspectiva de un niño. Sin embargo, en esos años la mayor parte de su creación literaria está orientada hacia la poesía satírica, que siguió publicando toda su vida en Arbetaren, y el teatro. Las puertas de éste se le abrieron con la obra Den dödsdömde (El condenado a muerte). Esta obra sobre el absurdo existencial cuenta la historia de un hombre falsamente acusado de asesinar a su esposa. Condenado a muerte, se salva de la ejecución en el último momento, pero, excarcelado, no consigue adaptarse a la libertad que se le ha concedido. “¿Cómo se le puede exigir a uno ser un condenado a muerte y luego un condenado a la vida?”

Atraído por la atmósfera liberal y opulenta del teatro, progresivamente Dagerman fue distanciándose de sus orígenes, hasta iniciar una relación con la célebre actriz Anita Björk, con quien tuvo una hija y con la que acabaría casándose. El divorcio con Anita fue catastrófico emocional y financieramente, y nuestro autor, que se sentía culpable del abandono de su primera y depauperada familia, se comprometió a atenderla con los beneficios de su próximo libro. Pero no hubo más libros. Sin embargo, su último poema satírico apareció en Arbetaren, como todos los días desde que empezó a colaborar con esta publicación, la mañana siguiente a su suicidio.

De Stig Dagerman existen dos traducciones al castellano ya descatalogadas: Gato escaldado (Seix Barral, 1962) y La serpiente (Alfaguara, 1990). El libro Otoño alemán fue publicado en 2001 por Ediciones Octaedro, y a esta breve nómina se ha añadido El hombre desconocido, antología de relatos que, excelentemente traducidos por Juan Capel y Marina Torres, ha publicado este año la editorial Nórdica.

El volumen reúne relatos de distintas procedencias escritos entre 1944 y 1954, e incluye un par de textos de carácter autobiográfico: Nuestra necesidad de consuelo es insaciable y el ya citado Stig Dagerman, el escritor y el hombre. A pesar de haber sido redactados en apenas una década, estos relatos muestran estilos y temáticas muy diferentes, que a su vez son expresión de los vaivenes de la obra novelística del autor. Desde los relatos de tema social de los inicios, narrados con una prosa desnuda, se pasa a otros que presentan ya un fuerte componente existencialista y en los que se advierte un flujo de conciencia que se expresa torrencial y angustiosamente, a lo que se añade, en sus últimos escritos, un inesperado componente místico que al parecer debería haber predominado en la proyectada novela Mil años con Dios, de la que se ofrece aquí un fragmento.

Uno de los relatos más celebrados de Dagerman es el titulado Matar a un niño, que escribió en 1948 y que exhibe en su eficaz construcción una de las grandes influencias que planeó sobre la obra de Dagerman: el cine. Otros relatos nos trasladan de manera naturalista a la granja en la que el autor pasó la infancia y a la Suecia rural, ya en trance de extinción en la época en que fueron escritos. El poliestilismo de Dagerman va unido en estas narraciones a una desbordante diversidad temática, de lo que son ejemplos Juegos nocturnos, relato cargado de violencia expresionista, y el satírico Mi hijo fuma en pipa de espuma de mar, junto a otros que, formulados a la manera de un monólogo interior, como Memorias de un niño, persiguen (y logran) conmover al lector.

Los protagonistas de estos relatos son gentes humildes, por lo general enfrentadas a un entorno que les resulta incomprensible u hostil y frente al que siempre queda el recurso de la imaginación, la ficción interior que les otorga un equilibrio del que la realidad, por sus convenciones sociales, suele carecer. En conjunto son la expresión de un notable autor de relatos que nos era desconocido y del que ahora el lector en castellano puede formarse una imagen más precisa, a la espera de que se traduzca el resto de su obra y de que se reediten las ya antiguas (y también excelentes) traducciones hoy inencontrables. Estos bellos relatos ahora traducidos por primera vez, como el resto de su obra, son testimonio de un hombre complejo y contradictorio que estuvo en lucha con el mundo, un autor que no se perdonó sus momentos de debilidad y para el que el verdadero consuelo era “saber que soy una persona libre, un individuo inviolable”.

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