martes, 3 de abril de 2012

LECTURA POSIBLE / 52


Bergamín visto por Ramón Gaya (1961)
POESÍA Y EXILIO DE JOSÉ BERGAMÍN

La publicación hace medio siglo del volumen Rimas y sonetos rezagados supuso el nacimiento oficial del poeta José Bergamín, que para entonces ya era bien conocido como prosista, lo que no deja de ser una paradoja en quien escribió siempre a la manera poética, y ya de hecho en sus inicios, cuando en el lejano 1923 apareció su primer libro, el juvenil El cohete y la estrella. La poesía impregnó completamente la prosa y el hoy olvidado teatro de este autor singular, católico y taurino, que regresó del exilio en 1958, al que volvió unos pocos años después y del que retornaría por segunda vez para ser testigo de la transición democrática, de la que él se apartó desengañado, y que pidió ser enterrado en Hondarribia “para no dar mis huesos a tierra española”.

Bergamín fue el más joven y también el más longevo miembro de la Generación del 27 y por ello el último depositario de una herencia irrepetible que él mismo contribuyó a crear y que se dispersaría a los cuatro vientos tras la guerra civil. Discípulo directo y amigo de Unamuno y de Juan Ramón Jiménez, quienes tanto hicieron por adecentar la cultura española y elevarla al grado alcanzado por aquella generación de la República, Bergamín fue autor de una inmensa obra que sólo recientemente los eruditos han empezado a poner en orden, tarea tan compleja como necesaria tratándose de un autor como el que nos ocupa, cuyos artículos, ensayos y poemas se publicaron azarosamente aquí y allá, en España y en Latinoamérica, a menudo en revistas de escasa difusión. Al valor de su obra escrita hay que añadir la contribución de Bergamín como animador de la cultura española, especialmente hasta el primero de sus exilios en 1939: la edición que hizo de Poeta en Nueva York a partir del manuscrito que Lorca le entregó poco antes de su muerte, y que apareció simultáneamente en México y en Estados Unidos; la creación de la Alianza de Intelectuales Antifascistas y la organización del Congreso de Escritores en Defensa de la Cultura de 1937; así como el encargo que, en su calidad de agregado cultural de la embajada española en París, hizo a Picasso para la Exposición Universal de ese mismo año, y para la que el malagueño pintaría su célebre Guernica. Ya en el exilio fundó la editorial Séneca, que publicó obras de Antonio Machado, Rafael Alberti y Luis Cernuda, entre muchos otros. Pero esta breve enumeración de sus actividades más allá de la pura creación literaria estaría incompleta si no se mencionara la fundación de la que habría de ser una de las instituciones capitales de la cultura española hasta la guerra, y que volvería a la vida brevemente en los años en que Bergamín publicaba sus primicias poéticas: la revista Cruz y raya.

Sorprende en Bergamín la originalidad de la obra y el estilo, que aparecen ya maduros en sus inicios, los cuales señalarán las pautas de una producción posterior caracterizada por la coherencia. Así, ya en los primeros números de Cruz y raya se encuentran ensayos totalmente bergaminianos en los que su pensamiento, casi siempre laberíntico, se manifiesta con una prosa envolvente de la que participan por igual la poesía y el aforismo. Y es que Bergamín, como Ramón Gómez de la Serna, forma parte de aquella generación que reacciona frente a la densidad del mamotreto decimonónico creando y recreando un nuevo lenguaje reconocible por la concisión, lenguaje que emplearían cada uno a su manera todos los autores de la época, y al que Pedro Salinas definió como “la ambición de la brevedad”. Pero fue Bergamín quien llevó este impulso generacional hasta su extremo, convirtiéndolo en un género que le fue propio y en el que alcanzó una rara maestría, y esto, como decíamos, ya desde sus primeras publicaciones. Todo lo cual constituye un programa que es a la vez estético y filosófico. En él se persigue el efecto genial, la fértil y brillante asociación de ideas, pero también la libre circulación de éstas dentro del texto, lo que acaba por constituirse en toda una visión personal acerca de las prácticas mediante las que se aborda el conocimiento y también en las que éste se expresa. Ideas liebres llamó Bergamín al cultivo de esta forma de pensamiento y de literatura. “Hay que correr las ideas como las liebres”, escribió. “No para cogerlas, sino para verlas correr. Y no seguirlas –perseguirlas– demasiado, para no acabarlas”.

Aforísticos son el ya citado El cohete y la estrella (1923) y La cabeza a pájaros (1934), como también muchos de los textos que publicó en México, sobre todo en la revista España peregrina, algunos de los cuales recogería en la colección Aforismos de la cabeza parlante, publicada en 1983, el año mismo de su muerte. Los temas de los mismos son de lo más variopintos e incluyen los asuntos de la más estricta contemporaneidad y los que nacen con una ambición de trascendencia y hasta de metafísica. Los hay referidos a la actividad literaria del Madrid de preguerra, a la pintura muralista mexicana, a las peripecias del exilio, al Cristianismo, a la literatura, a la condición humana y a la tauromaquia. Y, muy especialmente, acerca de otra de las constantes en el pensamiento de Bergamín: la reflexión sobre España.

“Existir es pensar; y pensar es comprometerse”, escribió aforísticamente Bergamín; y toda su biografía, así como su obra, pueden entenderse como un compromiso. Bien es cierto que un compromiso difícil de seguir y no siempre comprensible para el lector actual, limitado a conocer sólo de oídas la realidad que dio aliento a la obra y la vida de nuestro autor, y sobre todo en lo que atañe a esa amada y odiada España a la que ya aludió en uno de sus primeros ensayos, La decadencia del analfabetismo (1930), donde se lee que su “personalidad histórica [la de España] está determinada por el analfabetismo espiritual permanente”. Lo que no le impidió erigirse en defensor a ultranza de la cultura popular, la verdadera, la de las gentes humildes, frente a la alfabetización obligatoria y uniformizadora. De ahí procede su entusiasmo hacia la obra de Lope de Vega en una época en que éste era poco menos que despreciado en beneficio del culteranismo de Góngora. Del ensayo mencionado, así como de los titulados Pintar como querer (Goya, todo y nada de España), Por nada del mundo y Cervantes, escritos estos últimos en el exilio, se desprende algo más y a la vez algo menos que una idea de la España peregrina de Bergamín, una España caracterizada como memoria que no debe perderse y como proyecto cultural y democrático, un proyecto esbozado, frustrado, incompleto.

A lo anterior se podría añadir la correspondencia que Bergamín mantuvo con María Zambrano o la importante conexión musical que durante muchos años le vinculó a Manuel de Falla y a Rodolfo Halffter. Todo ello, sin embargo, nos daría sólo una imagen somera y parcial del personaje y su obra, ya que ésta y aquél condensan todo su tiempo, un tiempo por lo demás en el que no faltaron las vicisitudes, tanto en el campo de la acción como en el de las ideas. De la inabarcable prosa de Bergamín, dispersa en ensayos, artículos, cartas y aforismos, la voz poética surge como en una lenta destilación que, en su calidad de último representante de aquella añorada generación, nos acerca a la exquisitez literaria y al compromiso político de su época, y también a aquellos temas universales a los que él supo dar una honda forma de ensueño, forma precisa que constituye, según los clásicos, el ideal de la poesía. Así dice su soneto Al volver: “Aquí nació mi vida a la esperanza / y aquí esperó también que moriría; / ahora que vuelvo aquí, parecería / que el tiempo me persigue y no me alcanza”. Y el tiempo ciertamente no ha alcanzado todavía a Bergamín, convertido él mismo por fin en aforismo e idea liebre.
________________________________________

Una entrevista radiofónica de 1963 con Bergamín, realizada por Radio París y conservada en el proyecto Devuélveme la voz de la Universidad de Alicante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario