martes, 18 de octubre de 2016

LECTURA POSIBLE / 223

BERYL BAINBRIDGE: LOS AMORES Y LAS LETRAS

El de la biografía, género de éxito en los países anglosajones, tiene como es sabido una arraigada tradición sobre todo en el Reino Unido, país en el que no es raro que alguna de ellas, en competencia con los libros de autoayuda y con los de actualidad política, ocupe uno de los primeros lugares en las listas de ventas. Por muy extraño que pueda parecer entre nosotros, algunas de esas biografías de éxito lo son de escritores, y prueba de ello es Beryl Bainbridge. Love by all sorts of means, libro del que es autor Brendan King y que ha publicado la editorial Bloomsbury el pasado septiembre. King también es escritor y traductor, y fue asistente de la ahora biografiada desde 1987 hasta su muerte en 2010. A él se deben las páginas finales de La chica del vestido de topos, última novela de Bainbridge que quedó inacabada y que se publicó póstumamente en 2011.

De esta escritora poco conocida en el Continente, autora de más de una veintena de novelas y de tres libros de relatos, se había rumoreado mucho en Inglaterra, suficiente como para espantar a sus posibles biógrafos, los cuales, a propósito de ella, debían enfrentarse a algún que otro episodio más bien tortuoso. Esta mujer que según se cree unánimemente no era muy aficionada a la verdad tuvo una vida que fue toda ella una peripecia al estilo de las que proliferan en sus novelas. Eso mismo, a causa del muy refinado gusto inglés por el escándalo, hacía añorar el libro que relatara su azarosa existencia, del cual sólo podía ser autor quien la acompañó durante más de veinte años y, en sus funciones de asistente, según cuenta el propio King, salía disparado al recibir de ella alguna incoherente llamada telefónica, a fin de acudir precipitadamente a su casa, en la Albert Street londinense, para ver qué pasaba. Si hay dudas razonables sobre el rigor del libro, en parte porque como señalan sus críticos el autor ha dado por buenos algunos documentos escritos por ella misma, lo que, en el acto, los convierte en poco fiables; o porque sus páginas se concentran en el desorden de la vida de la biografiada en detrimento de su escritura; o porque debió existir algún término medio entre las múltiples inseguridades de esta mujer y el don natural que se le atribuye para la dominación y la manipulación de quienes la rodeaban, no las hay en cambio acerca de la personalidad fascinante de esta autora que pocos años antes de su muerte, y tras haberse convertido en Dama del Imperio Británico, se proclamó a sí misma como “tesoro nacional”.

Nacida en Liverpool en 1932 (y no dos años después, como ella afirmaba), Beryl Bainbridge se crió en Formby, ciudad costera de famosas playas con dunas de arena en el Mar de Irlanda. A los diez años ya llevaba un diario, y a los once, después de asistir a clases de dicción, apareció en un popular programa de radio llamado La hora de los niños. Venida al mundo poco después de que su padre se arruinase, empezó a recibir, pese a todo, lo que se esperaba que fuese una esmerada educación en una escuela privada, con poco éxito, pues no tardó en ser expulsada tras encontrar un maestro en su uniforme de gimnasia un poema de asunto sexual. “Comprendí entonces que las historias verdes debía aprendérmelas de memoria”, explicó ella años más tarde. La adolescente Beryl, que ya entonces daba muestras de poseer una “ortografía atroz” que la acompañaría toda la vida, dirigió sus pasos hacia la interpretación, y cuando contaba doce años el Liverpool Echo la presentó como “una notable debutante en las filas del arte dramático”. A los quince, de mala gana, ingresó en un internado de señoritas dedicado a formar artistas profesionales, y a los dieciséis se presentó en un teatro de su ciudad natal, el Liverpool Playhouse. Responsable de esta incipiente carrera teatral fue su madre, quien había puesto en Beryl grandes esperanzas, y ello a pesar de sus “paparruchas comunistas”, según calificó sus ideas políticas un amigo de la familia. “Toda tu carrera podría arruinarse por culpa de tus creencias”, le dijo una vez su madre, “así que por favor sé sensata”. Pero la sensatez no figuraba entre las virtudes de su hija.

No era este el único motivo de preocupación de los padres de Beryl, quien precozmente manifestó una intensa vida amorosa. Su primer novio fue un prisionero de guerra bávaro llamado Harry, y como bien dice el autor de la biografía si en aquellos tiempos no era conveniente ser comunista, menos aún lo era relacionarse con un prisionero alemán. Con su novio, Beryl se iba a las dunas de arena de Formby, y más tarde, cuando él fue repatriado, mantuvieron una correspondencia que duró hasta 1953, cuando a Harry se le denegó el permiso para regresar a Inglaterra.

Contando Beryl diecinueve años, se encaprichó de un hombre “de bien modulada voz y pequeñas manos blancas” que conoció en una sala de cine, el cual, de vuelta a su apartamento, la violó. El episodio dejaría en ella efectos duraderos, en especial, según escribió, el de que “me despreciaba a mí misma”, lo que al parecer marcaría el futuro de sus relaciones con los hombres. Los años sucesivos los dedicó Beryl al alcohol y al sexo casual. Se casaría con el pintor y fotógrafo Austin Davies, del que tuvo dos hijos, y tras divorciarse tuvo un tercero con el guionista Alan de Sharp. Fue amante del escritor Michael Holroyd y más tarde del que sería su editor, Colin Haycraft, quien iba a hacer de ella su autora estrella y alquiló para sus encuentros ocasionales, a cierta distancia de su mujer Anna (la novelista Alice Thomas Ellis), un apartamento cerca de su casa, en Candem Town. Beryl y Anna se convertirían en íntimas amigas; para entonces a la primera se la consideraba ya “la mujer más amada de Londres”.

Si al referirse a la región natal de Bainbridge, el Merseyside, el biógrafo examina a la clase media productora de hijas noveleras, revoltosas y anhelantes de aventuras que nunca tienen lugar, habitantes en este caso de una ciudad muy concurrida y de una clase culturalmente ambiciosa aunque venida a menos, la parte del libro dedicada a Londres aparece dominada por la bohemia de hábitos poco convencionales que ya daba sus frutos en los “angry young men” de los años cincuenta y que se marchitaría en la década siguiente. En ese cambio de década, en 1961, Beryl logra el mayor éxito de su carrera dramática, al aparecer en un episodio de la telenovela Coronation Street, interpretando el papel de una activista antinuclear. Pero este breve momento de gloria iba a ser también el canto del cisne de la actriz Beryl Bainbridge, quien para esas fechas ya había comenzado a escribir.

Hay dos períodos en la amplia producción literaria de Bainbridge: uno en el que se nutrió de su propia experiencia y que contiene por tanto una notable carga autobiográfica; y otro, posterior, dedicado a la novela histórica. Aunque las obras que se enmarcan en ambos períodos fueron en general bien acogidas por la crítica, sólo las últimas lo fueron por el público, razón por la cual sus primeros años de escritura lo fueron igualmente de penuria económica. Obras de este último período son Every man for himself, que se publicó en 1996 y que trata del hundimiento del Titanic; Master Georgie, novela ambientada en la Guerra de Crimea que apareció en 1998; y According to Queeney, de 2001, última de las suyas que llegó a completar y que ha sido traducida al español con el título de El doctor Johnson y la señorita Thrale (Ático de los Libros, 2013). Su argumento gira alrededor de los últimos años de la vida del intelectual ilustrado Samuel Johnson, figuradamente descritos aquí por Queeney, hija de la confidente de aquél Hester Thrale.

Más interesantes literariamente, aunque sólo sea por su atrevimiento, son las novelas de la primera época de nuestra autora, la cual se inicia con Lo que dijo Harriet, que publicó en España la editorial Impedimenta el año pasado. Escrita a finales de los sesenta, nadie se atrevió a publicarla, y a sus protagonistas aludió uno de los editores que la rechazó como “dos jovencitas increíblemente repulsivas”. Tuvo que ser la mencionada Anna Haycraft, esposa del editor y futuro amante de la novelista, la que se maravilló al descubrir el manuscrito en su casa y convenció a su marido para que lo publicase.

Tarea delicada para el crítico es referirse a esta novela perturbadora y profundamente erótica sin entrar en conflicto con el código penal, ya que está protagonizada por dos chicas de trece y catorce años. Aunque el carácter y no poco de la conducta de sus heroínas están tomados de la propia experiencia juvenil de la autora, el argumento, que atañe al desenlace trágico del libro, se inspira vagamente en un crimen real ocurrido en Nueva Zelanda en 1954, el cual ha dado lugar a un par de películas para el cine y alguna más para la televisión, entre ellas la titulada Criaturas celestiales que dirigió Peter Jackson. La narración transcurre durante unas vacaciones de verano en Formby, territorio de una insulsa clase media en el que imperan los cotilleos y el aburrimiento. El libro es de esos que dicen lo que tienen que decir, ni más ni menos, y que aciertan en la manera de decirlo. Escrito en un único y salvaje aliento, sólo falta añadir que es una obra maestra. Y aquí tenemos a las dos íntimas amigas que viven completamente aisladas de la gente de su edad y cuyo único círculo social es el de los adultos. Una, desenvuelta y dominadora, guía los pasos de la otra, como es natural, hacia las dunas de arena, donde se han citado con unos prisioneros de guerra que esta vez no son alemanes, sino italianos. Estas muchachas descaradas (descarriadas, dirán algunos) se encuentran en plena efervescencia sexual, “demasiado vivas”, afirma una de ellas, de lo que dejan constancia en un diario que llevan en común y también, para desgracia suya, en la vida del señor Biggs, “el Zar”, hombre derrotado e infeliz. Más allá de lo que expresan y hacen estas chicas, el libro constituye una demoledora crítica de esa gigantesca y malsana anomalía antropológica que llamamos “sociedad occidental”.

De 1974, The bottle factory outing, traducida al español con el título de La excursión (Ático de los Libros, 2011), también está protagonizada por dos chicas, que aquí son ya adultas y trabajan en una fábrica embotelladora. De manera exótica, la fábrica es propiedad de un italiano y en ella, a excepción de las dos heroínas, todos los empleados son de esa nacionalidad. Una de las protagonistas, también desenvuelta y dominadora, planea una excursión al campo en la que tratará de seducir al elegante sobrino del dueño de la fábrica, mientras que la otra intentará salir airosa de las asechanzas de otro fogoso italiano. El resultado será un desastre, y culminará con un cadáver enviado a Santander en el interior de un barril de vino.

En Injury time, novela de 1977 que ha sido traducida como La cena de los infieles (Ático de los Libros, 2010), el endiablado humor negro de Bainbridge vuelve a hacer de las suyas, esta vez a cuenta de un individuo pusilánime, contable y aficionado a la jardinería, que junto a su amante organiza una cena de consecuencias catastróficas. La historia es comedia de costumbres y crítica social, y remite a una de las constantes de la obra de nuestra autora ya manifestada en su inicial Lo que dijo Harriet: “¿Cuándo dejamos de ser inocentes?”, pregunta fastidiosa que se formula aparejada a la certeza de que “lo mejor de la vida ya ha pasado”.

No estaría de más que la biografía ahora publicada de Beryl Bainbridge, con independencia de los ya conocidos excesos y desbarajustes de su vida, sirviera hoy para volver a la lectura de ese tesoro literario que es su obra, una obra original que, bajo su forma desenfadada, nos ofrece con maestría una visión dura y compleja de nuestra sociedad y de nosotros mismos.

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