martes, 24 de julio de 2012

LECTURA POSIBLE / 68


NUEVA EDICIÓN DE LA OBRA DE UN AUTOR DEL DESTIERRO: SIN LENGUA, DE VLADÍMIR KOROLENKO

Pocos momentos ha habido tan fecundos en la historia de la literatura como el que se vivió en Rusia durante el siglo XIX y en las primeras décadas del XX. Sólo los autores que pueden incluirse con derecho en la categoría que los estudiosos llaman del “realismo crítico”, y que abarca un período de casi medio siglo, constituyen una nómina abrumadora por la calidad y la convicción que pusieron en sus obras, fenómeno posiblemente irrepetible que se desplegó a la sombra de maestros bien conocidos, Tolstoi y Dostoievski, pero que adquirió vuelo propio en la narrativa de autores a los que el tiempo ha hecho menos justicia como Saltykov-Schedrin, Mamin-Sibiriak o Vladímir Korolenko.

Vladímir Korolenko (o Korolienko, según la grafía tradicional) perteneció a aquella generación de intelectuales rusos que, no obstante sus orígenes burgueses y a veces incluso aristocráticos, fueron críticos tanto con el estado de cosas en la Rusia de los zares como con el modelo instaurado en Occidente, lo que les llevó a adoptar un nacionalismo de raíz popular y en algunos casos, como el de Korolenko, literalmente a “desclasarse”, en la creencia de que los males ancestrales de Rusia sólo tendrían remedio en el propio pueblo ruso, en sus costumbres y en su forma de vida. Aquellos intelectuales progresistas fueron encuadrados de buena gana o sin ella en el “populismo”, baldón que se les aplicó en su tiempo con desprecio y que sin embargo no carecía de rasgos que tendrían su importancia en la obra posterior de un Antonio Gramsci y en la elaboración que éste hizo de conceptos como “nacional-popular” y “hegemonía”. Eso por no hablar de las actuales propuestas, en la esfera de lo llamado “alternativo”, acerca de la ocupación de pueblos abandonados y del retorno al espacio rural.

“Éramos una familia entremezclada, una de las típicas familias del sudoeste de Rusia”, cuenta en su autobiografía este escritor nacido en 1853 en Zhitomir, ciudad que hoy forma parte de Ucrania. Su padre descendía de nobles ucranianos. En cambio su madre era polaca, hija de un arrendador. Este mestizaje social, geográfico y cultural tendría gran influencia en su obra. En 1871 Korolenko ingresa en el prestigioso Instituto Tecnológico de San Petersburgo, que tendría que abandonar por razones económicas. En 1876 sufre su primer arresto, acusado de pertenecer a una organización revolucionaria clandestina. Por entonces publica en una revista su primer relato, Episodios de la vida de un buscador, obra en parte malograda pero que ya prefigura el porvenir del propio autor. En ella, en efecto, su protagonista  intenta “hallar en el pueblo respuestas a las preguntas que le atormentan y se dispone a irse a una aldea en calidad de zapatero ambulante”. Tras el entierro del poeta Nekrásov, acto que se convirtió en una manifestación multitudinaria contra el régimen zarista, Korolenko vuelve a ser arrestado y esta vez deportado a una remota aldea de la actual República de Udmurtia. A esta primera deportación sucedería una segunda, más al Este, y a continuación (ya en 1880) una tercera, a la Siberia Oriental. Por último, tras el asesinato de Alejandro II, en el que no tomó parte, Korolenko fue enviado a Yakutia, en el extremo oriental de Siberia. Durante estos años aprendió el oficio de zapatero, se familiarizó con las labores del campo y halló tiempo para escribir algunas de sus obras más notables, todas ellas producto de la observación y, todavía más, “de la acción, de la lucha, del contacto permanente con las gentes del pueblo, [ya que] el pueblo trabajador, la mayoría del cual la componían los campesinos, constituye el objetivo en quien se centra su atención”, según escribió hace ya tiempo Natalia Ujánova en una introducción a su obra.* El sueño de Makar, El halconero, El homicida y Los postillones del zar son algunos de los relatos que escribió durante su deportación siberiana.

De Korolenko el lector en español podía conocer hasta ahora una única novela, El músico ciego, conmovedora narración que describe el aprendizaje de un joven decidido a superar las taras físicas que padece desde su nacimiento y a lograr su plena realización personal. “El hombre ha nacido para ser feliz, como el ave para volar”, dice uno de los personajes de esta obra, la cual constituye una minuciosa y precisa descripción psicológica en torno al tema de la atracción de la luz, concepto en el que se inspira el humanismo de Korolenko, así como su optimismo innato acerca del progreso del hombre. Tales ideas, que están muy presentes en el resto de su obra, reclamaban una nueva interpretación filosófica y artística del individuo y de su destino social. “Descubrir el significado de la personalidad sobre la base del significado de las masas”, escribió, “ésta es la tarea del nuevo arte que vendrá a reemplazar al realismo”.

Korolenko también fue periodista, y como tal viajó a la Exposición Universal de Chicago de 1893, viaje que le serviría para redactar dos años más tarde esta novela, Sin lengua, que fue publicada entre nosotros hace décadas y que ha reeditado Ediciones Barataria. Acerca de la misma escribió: “Mi conocimiento de América es breve e insuficiente. Por eso he preferido situar en el centro de mi libro la figura de un paisano mío. El libro no se refiere a América, sino a cómo se le aparece a primera vista a un sencillo habitante de Rusia”.

Las primeras páginas se desarrollan en la humilde (e imaginaria) aldea ucraniana de Lozischi. Como excepción al servilismo propio de los habitantes de las míseras regiones agrícolas de Rusia, los de esta aldea poseen un orgullo instintivo que es herencia de un remoto tiempo de libertad y prosperidad. Así, “se decía que los habitantes de Lozischi recordaban algo, aspiraban a algo y estaban descontentos de algo”. Dicha aldea, en efecto, es el modelo, acaso más pretendido que real, de aquellas pequeñas comunidades en las que se instalaron los revolucionarios populistas con el propósito de aleccionar a sus habitantes y llamarlos a la insurrección. Son muchos los campesinos de Lozischi que han intentado emigrar en busca de nuevos horizontes, casi siempre sin éxito, ya que la mayoría fue apresada y devuelta a Ucrania por la policía prusiana. Pero he aquí que un día se recibe en el pueblo la carta de uno de los emigrados, la cual incluye un billete de barco para su joven esposa. Por la carta sabemos que el emigrado se encuentra en Estados Unidos, en la mítica y desconocida Minnesota. La escasa información que contiene la carta despierta la fantasía de los aldeanos, tanto más cuanto que su paisano debe de haber triunfado en América, pues como él dice “incluso a él, Osip Lozinski, le habían preguntado recientemente a quién deseaba elegir como presidente del país”. A lo que el narrador añade: “En una palabra, la libertad y lo demás le parecía muy bien”.

Inmediatamente, tras los pasos de Osip, se ponen en marcha Katerina, su esposa, un hermano de ésta, el gigantón Matvéi, y el pequeño Iván. Pero los contratiempos empiezan ya en el puerto de Hamburgo, en el que Katerina es separada de los otros y embarcada en un enorme trasatlántico. Sucede que las dificultades idiomáticas van a marcar toda la extraordinaria aventura de estos personajes, como dice ese campesino cargado de dignidad que es Matvéi: “Pues es verdad. Sin lengua va uno como un ciego o como un chiquillo”. Sin embargo encontrarán en su camino a otros trabajadores emigrados que les prestarán ayuda, ya que “el autor subraya la solidaridad de clase de los pueblos, que se auxilian unos a otros sin necesidad de recurrir al lenguaje”.**

Pero América, personalizada en esa imagen de la libertad en forma de mujer de bronce que “sobresale por encima de las casas más altas y de las iglesias, con la mano levantada, sosteniendo una antorcha tan grande que iluminaba el mar hasta muy lejos”, no tarda en revelarse completamente distinta de lo esperado. Pues no es sólo que la gran ciudad de Nueva York se aparezca a los inmigrados como un entorno hostil e incomprensible, sino que además les empieza a mostrar desde su misma llegada nuevas y desconocidas modalidades de corrupción y de dominación. Así, no es extraño que el honrado Matvéi empiece a soñar pronto con su regreso.

Korolenko cuenta la historia con la sensibilidad de quien comprende bien la psicología de los personajes y se compadece de su drama, pero también con humor, lo que permite que el libro sea leído, incluso en los pasajes en los que la inadaptación de los protagonistas les coloca en situaciones desesperadas, con una sonrisa que es también de comprensión, acaso de complicidad. Y eso a pesar de que el punto de vista de los inmigrantes, sobre todo de Matvéi, ponga al descubierto una y otra vez la lacerante inhumanidad de una sociedad y de un estilo de vida que, como no resulta difícil reconocer, son los nuestros.

Un hermoso libro, pues, cargado de verdad y de la mayor actualidad en nuestros días, en los que el persistente drama humano de la emigración no sólo subsiste, sino que adquiere además nuevas e inquietantes formas, cada vez más cercanas a nosotros. Y que debería servir para que se conociera mejor la obra de Korolenko, de quien su discípulo Gorki, que reconocía haberse formado con él como periodista, escribió: “En él no hay nada estridente, y sin embargo todo llega al corazón. Su tono es tranquilo, pero dulce y penetrante, un tono verdaderamente humano. Y en cada página se percibe la sonrisa de una persona inteligente que ha pensado mucho, de una gran alma que ha sufrido intensamente”.
______________________________________

* Natalia Ujánova, El realismo crítico. V.G. Korolienko, en: Las mejores novelas de la literatura universal. Siglo XIX. Vol. 17. Cupsa Editorial, 1983.
** Ibídem.

No hay comentarios:

Publicar un comentario