miércoles, 30 de julio de 2014

LECTURA POSIBLE / 153

GEORGE AGNEW CHAMBERLAIN: VIAJE A LOS MISTERIOS DEL SUR

Nueva Jersey figura hoy en el mapa de la cultura norteamericana por haber sido el lugar de nacimiento de Bruce Springsteen. La infancia de éste transcurrió junto a la accidentada costa de aquel estado en el que el quince por ciento de la población habla en español, y cuyo sur, que confirió al mismo el nombre de “Garden State”, se parece ya muy poco a lo que era hace cincuenta años. Desde entonces su población se ha duplicado, y la especulación inmobiliaria ha estado lejos de desdeñar la vecindad de esta región de marismas con la norteña Nueva York. En la esquina suroeste, a orillas del río Delaware, se encuentra el condado de Salem, en el que residió muchos años el escritor George Agnew Chamberlain. A él, hijo adoptivo de Nueva Jersey, le separan del legítimo mencionado más arriba un mundo y dos generaciones, suficiente para que hoy su nombre esté casi en el olvido.

El condado de Salem se extiende sobre una superficie algo mayor que la de la comunidad de Madrid, una parte de la cual (noventa y cinco kilómetros cuadrados) está formada por agua. Lo que se llama el “Down Jersey” es un territorio que evoca un sur ya desaparecido, una comarca agreste cruzada por senderos que solían discurrir a orillas de algún cauce fluvial, tierra de pioneros con poco o ningún sentido de comunidad, y de los cuales no es mucho lo que ha podido quedar registrado en el folclore. Hace algunos años el cantante folk Jim Albertson todavía paseaba sus baladas por los modestos festivales del condado, canciones en las que se cuenta la historia de ríos, montañas y personajes de leyenda. Uno de ellos fue Sammy Giberson, quien se jactó en una taberna de ser mejor violinista que el diablo, fanfarronería por la que tendría que responder ante el aludido una noche, cuando, camino de su casa, se internó en un bosque. Este inquietante hábito, el de “desaparecer en los bosques”, viene a ser algo así como la especialidad más notable de los héroes de la región, de la cual participan también los personajes de las novelas de Chamberlain, algunos de los cuales han llegado a ser conocidos entre nosotros (ya que no mediante la literatura, pues sus libros no han sido traducidos) a través del cine. Como residuo de una cultura local se aparece en estos días Chamberlain a los estudiantes de algunos institutos del condado, quienes aprenden entre sus páginas a hacer sus primeros comentarios de texto. Y sin embargo sus libros siguen publicándose en Estados Unidos y en Inglaterra: el último de ellos, aparecido hace sólo unas semanas, es una reedición de The red house.

Chamberlain nació en Brasil en 1879, hijo de una pareja de misioneros de Nueva Jersey. En Princeton estudió Literatura Inglesa y Lenguas Romances, y en 1904 fue enviado como cónsul a Río de Janeiro. Tras hacer un viaje que le llevó a recorrer medio mundo se instaló en el condado de Salem, donde escribiría su obra. En sus inicios redactó ensayos sobre diversos países de la América de habla hispana, especialmente México, así como novelas que se publicaron primeramente como folletín y más tarde en forma de libro. Ya en 1919 sus historias empezaron a ser llevadas a la pantalla, convirtiéndose muy pronto en uno de los autores americanos con una más feliz relación con el cine. En general, puede afirmarse que sus obras más conocidas, y que siguen reeditándose en los países anglosajones, son aquéllas que se beneficiaron de una taquillera adaptación cinematográfica. Chamberlain fue en efecto un autor popular, cuyas novelas pasan por ser ilustración de una forma de vida, la de las regiones rurales de su país, que ya entonces empezaba a estar amenazada por la industrialización y el crecimiento urbanístico. Sus intereses, sin embargo, eran más complejos, y si su obra tiene hoy derecho a pervivir no es por la descripción que hay en ella de una menguante cultura local, sino por ciertos rasgos psicológicos presentes en sus personajes, cuyos dramas interiores resultaron encontrar en esos territorios su ambiente ideal.

Hay, pues, dos carreras en la vida de Chamberlain, y ambas de éxito: la literaria y la cinematográfica, y si a menudo se solapan, sucedió con el tiempo que Chamberlain se convirtió en un autor que escribía indirectamente para el cine. De ello son muestra la comedia Taxi (1919) y el relato White Man (1924), que en la pantalla contó con un jovencito Clark Gable. En 1944 su novela The Phantom Filly fue adaptada con el título de Home in Indiana. Esta novela es una especie de versión sureña de Romeo y Julieta, y describe el romance de un par de jóvenes cuyas familias campesinas están enfrentadas entre sí. A partir de esta adaptación, el actor Lon McCallister pasó a ser un rostro habitual en los films inspirados en novelas de nuestro autor. En otra de esas adaptaciones, de 1948, con el título de Scudda Ho, Scudda Hay, hizo su debut una jovencísima y desconocida Marilyn Monroe. Sin embargo, el mundo rural recreado por las novelas de Chamberlain resultó ser anacrónico en la década de los sesenta, período en el que su popularidad, tanto literaria como cinematográfica, se desvanece. Murió en 1966.

La casa roja fue redactada entre The Phantom Filly y Scudda Ho, Scudda Hay, es decir, en pleno período de fama y éxito de nuestro autor. Para entonces Chamberlain había adquirido un eficaz dominio de sus dotes narrativas, convertido en cronista de un sur acerca del cual también escribieron William Faulkner y Tennessee Williams, si bien hay que advertir que La casa roja no es la novela de un genio, sino la de un eficiente artesano. El acierto de Chamberlain, y su espíritu innovador, residen en la inteligente combinación de color local y de estudio de caracteres, los cuales conducen a situaciones algunas veces líricas y con más frecuencia dramáticas, inscritas en escenarios tan exuberantes y pletóricos de naturaleza como opresivos, cargados de hipocresía moral, temores obsesivos, deseos reprimidos y sentimientos de culpa. Estos idílicos ambientes pueblerinos parecen ser el escenario natural para la propagación de tensiones psicológicas que suelen desembocar en atroces formas de violencia. A su manera, nos hallamos ante una obra de tema social que constituye una dura denuncia de la patriarcal familia sureña, consagrada a la vigilancia y represión de las facultades que en el individuo se dirigen hacia la emancipación, especialmente el sexo.

Un apacible granjero medio inválido y su hermana, ambos solteros, viven en una casa apartada junto a Meg, su hija adoptiva. El narrador nos informa de que el paisaje casi virgen en el que se desenvuelven sus monótonas vidas empieza a ser atravesado por carreteras, signos de moderna civilización que representan otras tantas formas de intromisión en su deseado aislamiento. Así, aquella región “entre la carretera de la costa y la de White Horse Pike ya no es un misterio; demasiadas vías han dejado entrar la luz. No así en los baldíos más al sur, una tierra irregular que se ha resistido a ser desvelada durante cien años”. Los jóvenes que habitan la región compaginan sus estudios con los trabajos en las granjas, lo que explica que continúen asistiendo al instituto de secundaria a una edad en que los jóvenes de ciudad estudian ya en la universidad. El suyo es un horizonte delimitado de antemano, reducido al enclaustramiento de por vida en la granja. Pero he aquí que en la de Meg y sus padres adoptivos se presenta Nath Storm, que viene buscando trabajo y que, como su apellido indica, va a traer la tormenta a la casa.

La que introduce Nat es la tormenta del erotismo, de la que participará inmediatamente la muchacha y que les enfrentará al padre, el cual mostrará mientras tanto su verdadero carácter. La habilidad de Chamberlain para describir el deseo sexual sin mencionarlo le evitó tropezar con la censura, que se encontraba en pleno auge en la época. Por la misma razón el libro pudo convertirse en film que dirigió en 1947 Delmer Daves, siendo protagonizado por Edward G. Robinson en el papel del atormentado padre, el ya mencionado Lon McCallister en el de Nat Storm y Allene Roberts en el de la joven. Hecha con los humildes recursos que son propios de una “serie B”, la película resulta ser un producto atípico de la industria de Hollywood, y una magnífica y a la vez fiel adaptación de la novela.

Su historia transcurre mayormente en los bosques, los cuales son, como es natural, el lugar medio mágico y medio real donde se esconde un secreto. Este bosque es el verdadero protagonista de la novela, cuyo acceso ha sido terminantemente vedado por el padre y al cual se sienten furiosamente atraídos los jóvenes. El bosque es el lugar del deseo y de la vida onírica, donde las reglas sociales quedan provisionalmente abolidas y donde todo encuentro se convierte en una aventura que no es otra que la del conocimiento, la de la iniciación a la vida adulta. Se cuenta aquí con vigor y tensión dramática un rito de paso, el de los jóvenes que deben empezar a ser, para lo que tendrán que superar resistencias externas y temores. Ninguno de ellos, ni siquiera Nat, que antes de conocer a Meg tiene ya una novia, una joven sensual y algo alocada, consigue poner orden en las fuerzas que les empujan, y mucho menos aciertan a guiarse al principio en esos caminos salvajes de los que nadie sabe adónde llevan. En uno de ellos se internará la novia de Nat, guiada por un misterioso personaje. Pues sucede que esos caminos del bosque invitan a desaparecer, pero también a dejarse llevar inefablemente por oscuras geometrías, las cuales hacen posible, hacia la mitad de la novela, un insólito pasaje de extraordinaria intensidad sexual del que forman parte Nat, Meg y la novia de aquél.

Este simbolismo de los bosques, de los cursos de agua que deben salvar los personajes en sus peligrosas andanzas, de las piedras, de la casa roja finalmente descubierta en el centro de la arboleda, apela directamente al subconsciente, y emparenta a Chamberlain con ciertas corrientes literarias que predominaron en Europa en el cambio de siglo, entre el naturalismo y el simbolismo. Un eco de la obra de Maurice Maeterlinck recorre unas veces sutilmente, otras, por el contrario, desbocado, estas páginas en las que una joven pareja de granjeros alcanza por momentos la categoría de leyenda, alzándose hasta la altura de un par de amantes célebres como Pelleas y Melisande. Aquí ellos exploran estos caminos del bosque “que no son cualquier lugar, sino un descubrimiento”, nos dice el narrador, “caminos que se cruzan o se entrelazan o se rompen sin razón en ángulo recto. Caminos que a veces trazan un círculo completo. Caminos borrados que terminan en ninguna parte. Y otros caminos abiertos, sin embargo, que descienden y se abren por sorpresa al borde de un vacío infranqueable”.

Chamberlain nos ofrece en su relato el arquetipo del adulto que carga con una culpa antigua y que ha hecho de su existencia una mera fachada, distante y respetable. Bajo ella se oculta un miedo supersticioso, enterrado en lo profundo del bosque y del que los jóvenes, también sometidos a él, tendrán que liberarse. Muy logrados están igualmente los retratos psicológicos de estos jóvenes, entre los que figuran dos modelos masculinos y otros tantos femeninos. Y no todos saldrán indemnes de este recorrido por los siempre sorprendentes vericuetos de la literatura y de la vida.

Allene Roberts (The red house, 1947)

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