martes, 2 de junio de 2015

LECTURA POSIBLE / 183

MEMORIA DE GUERRA Y LA OBRA RECUPERABLE DE GAYA NUÑO

Las muchas y accidentadas variantes del exilio español dejaron nuestro tiempo cargado de vacíos inconmensurables, herencias que por entero pasaron a manos eruditas y, raramente, obras que casi por milagro pudieron integrarse en la corriente general de la cultura. A un espacio intermedio entre los mencionados pertenece la variada producción de Juan Antonio Gaya Nuño, reconocido hoy como uno de los padres de nuestra moderna crítica e historia del arte, y desconocido todavía como autor de una importante obra literaria que espera pacientemente la divulgación que merece. A ello podría contribuir esta Memoria de guerra, libro que es esbozo de uno que nunca se escribió y que ha publicado la editorial Cálamo.

Nacido en 1913 en Tardelcuende, provincia de Soria, hijo de un médico activo en los círculos republicanos, Gaya Nuño concluyó sus estudios de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense en 1931, y se doctoró con El románico en la provincia de Soria, tesis que abriría el camino para el estudio de una parte de nuestro patrimonio artístico mayormente despreciada hasta entonces. Afiliado a las Juventudes Socialistas, y hallándose en Madrid, tiene noticia del golpe de estado del 18 de julio y del fusilamiento de su padre. Poco después se alista en el Batallón Numancia, cuyo objetivo era la reconquista de Soria. El Numancia nunca llegó a Soria, pero, asignado al IV Cuerpo de Ejército, defendió Guadalajara y tomó parte en la célebre batalla por dicha provincia, que, como es sabido, se saldó con la ominosa derrota de los fascistas italianos. Tras la guerra civil, Gaya Nuño sufrió cautiverio, y, liberado en 1943, aunque privado de rehabilitación, cerradas por tanto para él las puertas de la docencia, empezó a publicar textos de crítica e historia del arte, en forma de artículos en la prensa, guías de viaje y ensayos monográficos. La cantidad de estos llegaría a ser ingente, y si bien en sus inicios se centraron en el arte románico, la amplitud de los intereses del autor le llevó a tratar en profundidad la obra del Barroco, en especial la de Zurbarán y Velázquez, y más tarde la de las vanguardias del siglo XX. Miembro de la Spanish Society de Nueva York, Gaya se convirtió en efecto en uno de nuestros mayores especialistas en el ámbito del surrealismo y del cubismo, habiendo sido durante décadas el más lúcido intérprete en España de la obra de Picasso, Juan Gris y muchos otros.

En la España de la dictadura, la existencia de Gaya osciló entre un reconocimiento sobre todo internacional como estudioso del arte y el exilio interior. “Empecé a trabajar con mucho gusto en los libros de arte”, escribió. “Luego seguí con menos gusto y por fin quedé ahíto. Entonces comenzaron a salir mis libros de creación literaria. De todo lo que hago es lo que más me interesa”. Marginado de la vida académica, a causa de sus convicciones, Gaya exhibió en la medida en que se lo permitieron una voluntad de dejar testimonio de sus experiencias y de su concepción de la política y la sociedad de su país. Considerándose a sí mismo ante todo como escritor, quiso que fuera su faceta de autor de obra de ficción la que dejara constancia de los conflictos de la España de su tiempo. Sin embargo, dicha voluntad pudo realizarse sólo en parte. En otro lugar escribió: “No me parece imposible, dentro de mis alcances, lograr una soberbia novela, pero las circunstancias y los tiempos no son propicios a su consecución. No lo intentaré, pues. Será preferible hacer un nuevo libro estrafalario”.

Estos “libros estrafalarios” constituyeron en efecto la totalidad de la obra creativa de nuestro autor. Si éste renunció a dar a luz una producción literaria más ambiciosa que necesariamente habría chocado con la censura, ello no es razón para menospreciar la obra que sí escribió, aunque fuese “estrafalaria”, y que da muestras de un inconfundible talento para la narración. El primero de estos libros fue El santero de San Saturio, deliciosa colección de estampas referidas a su Soria natal, llena de ironía y de una intención satírica que no pasó inadvertida para cierto obispo, el cual le dedicó algunas zafias palabras en una de sus solemnes homilías. Tratado de mendicidad y la colección de cuentos Los gatos salvajes son otros de los títulos de esta producción “estrafalaria” que Gaya redactó entre 1951 y 1976. Pero el título más notable de este conjunto de obras es sin duda Historia del cautivo, que, redactada en 1962, pudo publicarse en México cuatro años después.

Historia del cautivo es lo que Gaya denomina “un episodio nacional”, cosa que obviamente sitúa la obra bajo la advocación de Galdós y que le permite recrear, en torno a los hechos que rodearon al Desastre de Annual en 1921, el estado de cosas socio-político de la España de la época, mostrando por una parte a una todopoderosa casta militar dedicada a sus propios fines, al margen (y a menudo en contra) de los intereses y las necesidades de la nación, y por otra a una débil camarilla liberal incapaz de hacer valer el poder civil. Si el libro hace el retrato individual de los grandes personajes del Desastre en un bando y otro, desde el general Silvestre hasta el líder rifeño Abd el-Krim, la mayor parte de sus páginas está dedicada a uno colectivo: el de los que fueron primero soldados y después supervivientes, prisioneros durante más de un año en el que se sucedieron la incompetencia, la corrupción y las maquinaciones político-militares en el seno del estado. La intención última de Gaya, en este libro, iba más allá del relato, mezcla de historia documentada y de ficción, de un episodio nacional, el cual ocupaba a juicio del autor un lugar prominente en nuestra historia, en su calidad de momento en el que empezó a crearse una conciencia de oposición que a la vuelta de unos años traería la República y, tras ella, el Frente Popular. Esa conciencia que hizo fracasar el golpe de estado de 1936 constituye la razón de ser de esta Memoria de guerra redactada en el frente de Guadalajara, como pequeña crónica del IV Cuerpo del Ejército republicano.

Gaya, oficial en el frente, trató de consignar ordenadamente los acontecimientos, tal como se sucedían, en una modesta libreta escolar, con el propósito de utilizar ulteriormente dichos materiales en la confección de un libro, cuya redacción se fue aplazando a medida que se incrementaban la longevidad del dictador y de su régimen. Ya enfermo Gaya, y muerto en 1976, sólo un año después que el general Franco, no tuvo tiempo de reordenar sus anotaciones, a las que probablemente habría querido dar la forma de un nuevo episodio nacional, en el estilo de su Historia del cautivo.

Cuando en 1999 la Fundación José Antonio de Castro publicó la obra narrativa completa, en dos volúmenes, de nuestro autor, el contenido de esta libreta quedó excluido. La misma es parte del “Legado de Gaya Nuño” que fue cedido por él y su esposa, Concha de Marco, a la extinta Caja de Ahorros de Soria, habiendo sido “una tarea procelosa y de larga duración” la de descifrar y transcribir su contenido, según informan los responsables de la edición: Margarita Caballero y Álvaro Sanz. Como estos últimos afirman, “la narración, a modo de crónica periodística, ceñida a la actualidad o vigencia del conflicto, aporta datos de gran interés y de primera mano para la comprensión y posterior interpretación del devenir de la contienda en uno de sus puntos decisivos”. Como cabe esperar de un texto de tales características, no es fácil encontrar aquí trazas del fino estilo de nuestro autor, pese a lo cual, “la textura discursiva de Gaya Nuño incluye diversas modalidades de narración que ya dejan entrever la magnífica prosa que exhibiría a lo largo de su vida”, como anotan los responsables de la edición. Temas constantes en estas páginas son las preocupaciones cotidianas y las necesidades vitales de los milicianos en el frente, junto a una crítica no siempre disimulada a quienes, desde la retaguardia, poseían autoridad pero no un conocimiento preciso de las circunstancias de la guerra. Como iba a apreciarse plenamente en la futura producción “estrafalaria” de Gaya, el texto, aun embrionario, denota las facultades innatas del autor para la observación y la descripción etnográfica y antropológica, así como su capacidad para retratar con concisión a los personajes de su crónica, aquí reales, tales como el brigadista Nino Nanetti, el coronel Francisco Jiménez Orge, bajo cuyo mando se produjo la pérdida de Sigüenza, o el también coronel Víctor Lacalle.

El espacio geográfico, y su clima extremado, es también protagonista del libro, en el que se enumeran con detalle las penalidades de los milicianos, que durante largos períodos, y más que por el enemigo, fueron causadas por la escasa alimentación y el frío. Este espacio está definido por las ofensivas y los repliegues que se sucedieron en el tríangulo formado por Atienza, Brihuega y Cifuentes, durante largos meses en los que esta comarca alcarreña tuvo un valor estratégico que después perdió, cuando el escenario de las campañas se trasladó al norte y al levante.

En otro contexto, comparando el sitio y la ruina de Troya y la fama literaria de tales hechos con el destino trágico de otra ciudad martirizada y no tan favorecida por la literatura, Gaya escribió: “Numancia es óptimo ejemplo para discurrir sobre las injusticias de la historia. Parece que no es buena recomendación para la severa musa la lucha por la libertad”. Texto que indirectamente sirve de elegía a la guerra civil perdida y a la suerte de los vencidos, y de preludio a ese exilio interior que, tras pasar por la cárcel, iniciaría el autor poco más tarde. A las ruinas de Numancia precisamente le acompañó en una ocasión Federico García Lorca, de lo que quedó un testimonio gráfico que figura en la edición que comentamos, junto a otro material fotográfico perteneciente al archivo personal de Gaya y Concha de Marco.

En su defensa de los valores del episodio nacional galdosiano, género al que acaso habría podido adscribirse el truncado libro sobre el frente de Guadalajara, Gaya escribió en 1962: “Lástima no haber pensado antes en ello. Y lástima, no la de que yo haya diferido la empresa, sino que no se le ocurriera a alguien capaz de emprenderla con, por lo menos, dignidad. Los novelistas de nuestro tiempo han desdeñado este género prestigioso, acaso por entender que su capacidad de fábula era pequeña, quizá por creer que una novela con fondo cierto y de historia próxima se parecería demasiado a un reportaje. No es lo último un grave obstáculo. Hay reportajes dotados de amplia calidad de creación literaria… Será necesario, si se escriben episodios nacionales en nuestros días, intercalar en sus esquemas no poco fondo de crónica periodística”. Frases que nos ilustran acerca del propósito que debiera haber guiado a estas notas al convertirse en libro y que son congruentes con el contenido de la maleta libresca que el santero de San Saturio –figuradamente el propio Gaya– llevó a su desvencijada ermita a orillas del Duero: Eça de Queiros, Sartre, Baroja, Antonio Machado, San Juan de la Cruz, Unamuno, Proust, Valle-Inclán y Dostoievski. Sin olvidar el libro sobre Picasso que el santero andaba escribiendo. De la lisa lámina de ese río distante de Guadalajara, azul en los días más fríos, verdoso cuando el estío, escribió Gaya: “Siempre silenciosa y tersa, no invita a viajar, sino a quedarse gozándola”.

Camón Aznar le llamó en su elogio fúnebre “lobo solitario”. Y en su libro Gaya Nuño y su tiempo José María Martínez Laseca e Ignacio del Río Chicote anotaron: “Sólo una cosa no hay, es el olvido”. Se leía allí que la guerra “que le plantó un fusil entre las manos y le robó el cariño de su padre, le quitó también un tiempo precioso para el amor”, tiempo del que, entre los vaivenes del frente, Gaya sacó de provecho esta memoria ahora recuperada de un hombre inquieto, escrita desde el interior de la guerra.

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