sábado, 19 de julio de 2014

DISPARATES / 115

La llamada “Ley anti-Amazon” aprobada recientemente en Francia expresa la voluntad existente en ese país de mantener con vida a las librerías independientes. ¿Y si esta vez los franceses tuvieran razón?, se pregunta la periodista Pamela Druckerman en un artículo aparecido esta semana en el New York Times.*

La Asamblea Nacional francesa promulgó el 26 de junio pasado una ley que prohíbe el envío gratuito de libros que ya se benefician de un descuento del 5%. Según la Ley Lang de 1981 las novedades editoriales que se venden en Francia tienen un precio único fijado por el editor, el cual debe aparecer impreso en el libro. El vendedor, por su parte, tiene derecho a ofrecer una reducción de hasta el 5%. La sección francesa de Amazon ha respondido a esta medida estableciendo en un céntimo el precio de los gastos de envío a sus clientes.

Druckerman es una escritora y periodista estadounidense residente en París.

COMPRAR UN LIBRO, ¿UN ACTO POLÍTICO?

Pamela Druckerman

Cuando uno se marcha a vivir a Francia lo más molesto de todo es que nunca o casi nunca sabe lo que realmente sucede. Los estadounidenses tenemos tendencia a creer que París es una especie de museo socialista en el que los parisinos se dan por contentos con un cuadrado minúsculo de chocolate y saben atarse el pañuelo a la cabeza a la perfección.

Lo cierto, de hecho, es que los franceses tienen un montón de cosas interesantes que enseñarnos. Comprendí esto cuando me instalé en el que ahora es mi barrio, en el centro de París. Me di cuenta de que había no menos de diez librerías (juro que es cierto) en un pequeño radio alrededor de mi apartamento. De acuerdo, yo vivo en una zona especialmente centrada en los libros. Pero aún así. En lo que se refiere a la economía del libro, ¿los franceses tienen más talento que nosotros?

Un recurso natural

Si me he entretenido contando las librerías es porque acabo de enterarme de que Amazon retrasaba o anulaba la entrega de algunos de sus libros en su lucha comercial a fin de derrotar a Hachette. Esta información me ha hecho reflexionar. En Estados Unidos, donde el 41% de las novedades editoriales se venden a través de Amazon, esta misma multinacional detenta el 65% del mercado de ventas en línea. Para ahorrar unos cuantos dólares y darse el gusto de hacer la compra desde el sofá, hemos vendido un precioso recurso natural –la producción literaria de nuestro país– a un multimillonario de dientes largos con diploma de ingeniero.

Francia, por el contrario, acaba de votar por unanimidad una ley llamada “anti-Amazon”, la cual prohíbe a los vendedores en línea ofrecer el envío gratuito de los libros que ya se benefician de una reducción del 5%. Esta decisión se inscribe en un esfuerzo para preservar la “biblio-diversidad” y ayudar a las librerías independientes a competir con la gran multinacional de la venta en línea. Aquí ninguna librería tiene el poder para hacer presión sobre los editores. Se estima que Amazon solamente posee el 10-12% de la venta de libros nuevos en Francia, y si es cierto que el gigante acapara el 70% del comercio en línea, también lo es que la venta de libros por internet únicamente alcanza aquí el 18%.

Diversidad de la oferta editorial

El secreto de los franceses –impensable en EEUU– es el precio único del libro. Desde 1981 la Ley Lang, que toma su nombre de la entonces ministra de cultura, prohíbe a los minoristas ofrecer más del 5% de descuento a sus clientes en el precio de los libros nuevos. Esto quiere decir que un libro tiene más o menos el mismo precio en cualquier lugar de Francia, incluyendo internet. La Ley Lang tuvo como objetivo garantizar la diversidad editorial, preservando las librerías. Fijar el precio de los libros puede resultar chocante para un americano, pero en el mundo es una práctica común, y por las mismas razones. En Alemania, las tiendas no pueden ofrecer ningún tipo de descuento en la mayoría de los libros. Los países que son mayores vendedores de libros en el mundo garantizan el precio fijo de los libros.

El vínculo entre dicha norma y la (relativa) salud de las librerías independientes es innegable. En el Reino Unido, donde esta regulación fue abandonada en la década de los noventa, apenas quedan mil librerías independientes, y de éstas aproximadamente un tercio se encuentran al borde del colapso, a causa de los descuentos ofrecidos por los grandes centros comerciales o Amazon, descuentos que llegan a ser a veces de hasta el 50%. “Hay que ser masoquista para comprar un best-seller en una librería del Reino Unido”, clama Dougal Thomson, miembro de la Unión Internacional de Editores.

Producto de primera necesidad

Esta ley francesa sobre los libros no obedece sólo a una cuestión económica, sino también a una visión del mundo. Los franceses consideran los libros como un bien cultural en sí mismos. El 62% de los franceses afirman haber leído al menos un libro en el curso del año pasado, y los datos oficiales informan de un promedio de quince libros leídos al año por individuo. Los franceses reconocen tener más confianza en los libros impresos que en otros medios, como los periódicos o la televisión. El Gobierno francés considera al libro como un “bien básico” al mismo nivel que la electricidad, el pan o el agua.

Los franceses no son insoportables pedantes o fetichistas del libro. Ellos quieren valorar una experiencia que compartimos al otro lado del Atlántico. “Cuando vuestro ordenador entrega el alma, lo tiráis a la basura. Sin embargo, se conserva el recuerdo de un libro veinte años después de su lectura. Te dejaste llevar por una historia que no era la tuya. Ella forjó tu identidad. Es sólo más tarde cuando te das cuenta de cómo un libro te ha marcado. Cierto que no guardamos todos los libros, pero también lo es que no se trata de un mercado como los otros. El contenido de tu biblioteca dice mucho acerca de tu personalidad”, explica Vincent Montagne, presidente del Sindicato Nacional de la Edición.

Yo me lo guiso, yo me lo como

Mi biblioteca particular me recuerda que no soy francesa. Y como me encanta pasear por las librerías a la luz íntima de mi barrio, aquí compro de todo, también los regalos de última hora para los cumpleaños de los niños. Las librerías en línea son una bendición para nosotros, los exiliados. Como la mayoría de las personas que se irrita por la hegemonía mundial de Amazon, yo quiero hacer el pastel y también comérmelo: poder comprar lo que quiera en línea pero igualmente tener el placer de pasear por una librería.

Y no quiero que comprar un libro se convierta en un acto político. A los franceses les gusta que sus compras se las lleven a casa y tienen fácil introducirse en el libro electrónico, el cual pese a todo representa únicamente el 3% del mercado del libro. De hecho, no obstante sus viejas librerías, los franceses tienen una actitud típicamente americana: quieren tener la opción de elegir (lo que ellos llaman “un equilibrio”). Y, contrariamente a nosotros, puede que vayan a tener éxito.
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