lunes, 1 de septiembre de 2014

LECTURA POSIBLE / 158

JULIO CORTÁZAR Y CRISTINA PERI ROSSI. DOS CRONOPIOS EN LA INTIMIDAD

Nos recuerda Cristina Peri Rossi en algunos pasajes de este libro que Cortázar, además de ser admirado por sus lectores, era también querido, lo que no es muy común. Esa querencia particular obedecía a algo que había no sólo en su obra, sino también en la persona, la cual se transparentaba a través de aquélla, un lenguaje, un modo de ver el mundo, una percepción de lo cotidiano que sugerían una sensación de cercanía, de familiaridad. Esta sensación hoy todavía permanece, y por ello es preciso vencer una resistencia interior para asimilar el hecho de que se conmemore ahora su centenario, cosa que parece privativa de los animales sesudos de la literatura y la fauna intelectual, los académicos, los laureados, los nóbeles, los permanentes invitados a esos fastuosos atos solenes de los que él se burlaba, y con él la autora de este libro. Es cierto, sin embargo, que el martes pasado se cumplieron los primeros cien años del nacimiento de Julio Cortázar, cuentista, novelista y poeta.

Una envenenada transfusión de sangre, y una enfermedad contraída entonces y que aún no tenía nombre nos dejó sin Cortázar hace ahora treinta años, número redondo también éste que podría ser motivo de una conmemoración aparte. Por aquella época, en 1984, el autor argentino tenía tras de sí un amplio reconocimiento en ambas orillas del Atlántico (Rayuela había alcanzado unas respetables dos décadas de vida), y se nos presentaba como un autor joven e inmortal. Inmortal en sentido estricto, según nos recuerda Peri Rossi. A diferencia de otros autores del boom latinoamericano, de los que alguno sigue todavía en danza, no siendo ahora ni una sombra de lo que fue, todo indicaba en Cortázar una eterna juventud de la que es buen ejemplo su último libro publicado en vida, Deshoras, el cual incluía un relato al que dedica Peri Rossi uno de los textos de su libro. De este relato, Diario para un cuento, dice la autora con razón que es el “más experimental y vanguardista de los que escribió”. Y también: “Literatura sobre la literatura, escribir sobre la imposibilidad de escribir, un malestar y una seducción al mismo tiempo que otros escritores también han expresado”. Pero ninguno de ellos como Cortázar, añadimos nosotros, quien en las breves páginas de esta historia del traductor Elías y la prostituta Anabel nos dejó una recreación completa de su mundo: él, un perseguidor; ella, otra Maga, insertos ambos en ese realismo doméstico que convive con lo fantástico y en el que no faltan la nostalgia, la melancolía, la música, el humor y el juego, un juego cortazariano que es seña de identidad de su obra. Este relato tuvo además la propiedad y el gusto de convertirse en 1998 en admirable adaptación cinematográfica que es ejemplo de cómo debe tratar el cine a la literatura, pequeño milagro en el que la directora Jana Bokova tuvo como cómplices a un Germán Palacios en el que se reencarnó el autor de la historia y una grande y perturbadora Silke.

En Julio Cortázar y Cris, que ha publicado la editorial Cálamo, cuenta Peri Rossi su relación con el autor de Rayuela, ofreciéndonos fragmentos de un diálogo interior nunca interrumpido y que aquí se alimenta de un texto principal, escrito en 2000 por encargo de Nuria Amat, al que completan otros textos más breves redactados posteriormente, casi todos concebidos en forma de carta. Cierto que estas palabras enviadas a no sabemos dónde carecen de respuesta, lo que acaso no impida que lleguen a su destino, como sucede con la correspondencia que se envía a las personas que mudan con frecuencia de domicilio. Un tal Julio anda por ahí, llevando su vida en estas páginas. El libro, mientras tanto, nos sugiere de primera mano algunas claves útiles para volver a leer a Cortázar, y nos llama la atención acerca de algunas obras, como el relato mencionado más arriba, que por distintas razones han tenido una divulgación inferior a sus méritos. Como no podía ser de otra manera, esta evocación lo es también “de los años fervientes, intensos y trágicos de América Latina”, así como de las influencias literarias que son perceptibles en la narrativa de Cortázar y que tal vez no sean bien conocidas por el lector español: las de Leopoldo Marechal y Felisberto Hernández. Del habla coloquial que utilizó el primero de ellos en su novela Adán Buenosayres, a la que dedicó una apasionada reseña en la revista de Francisco Ayala, y de las narraciones del segundo, uno de los fundadores de la literatura fantástica rioplatense, al que introdujo en Italia, obtuvo Cortázar no pocos procedimientos reconocibles en su propia obra.

Peri Rossi y Cortázar se conocieron en París en 1973. De él dice la autora que por entonces era un hombre melancólico, sentimiento al que no podían ser ajenos los recientes golpes de Estado en Chile y Uruguay, como tampoco el que él mismo no pudiera volver a su país. La relación entre estos dos exiliados iba a oscilar en la década siguiente entre París y Barcelona, en unos años en los que ambos escribirían algunos de sus títulos más celebrados, y en los que en el desolado panorama político latinoamericano comparecería la revolución nicaragüense, con la que Cortázar se comprometió activamente.

El libro no es una crónica rosa, a pesar de que se mencione la nómina de esposas y amantes de este seductor que fue Cortázar; o de que aparezca aquí y allá Corín Tellado, lectura que aquél frecuentaba; y ni siquiera a pesar de unas tetas que fueron vistas en una playa de Deià, en Mallorca, y que aparecieron acompañando un artículo de Interviú. Como libro que es de escritora, Julio Cortázar y Cris sugiere el funcionamiento de los procesos creativos y se adentra en las polémicas literarias que no faltaron en la vida de Cortázar, particularmente la que mantuvo en 1969 en las páginas del semanario Marcha con el colombiano Óscar Collazos, también él más tarde barcelonés de adopción. Por extraño que pueda parecernos hoy, a Cortázar se le acusó en su tiempo, sobre todo en Argentina, de ser autor “europeizante”, ajeno a los asuntos nacionales. Como si Cortázar, nacido en Bruselas y habitante muchos años de París, exiliado por obligación e implicado (de manera crítica, cuando era necesario) con las revoluciones de Cuba y Nicaragua, pudiera ser otra cosa que ciudadano del mundo, o como si la globalidad de éste fuese cosa sólo del siglo XXI. En alguno de los capítulos de aquella encendida polémica escribió: “Ya no hay nada foráneo en las técnicas literarias, porque el empequeñecimiento del planeta, las traducciones que siguen casi simultáneamente a las ediciones originales, el contacto entre los escritores, eliminan cada vez más los compartimentos estancos en que antaño se cumplían las diversas literaturas nacionales”. Consideración ésta que si hoy nos resulta obvia no lo era tanto en 1969, cuando la intelectualidad de muchos países iba en busca de unas imaginarias “raíces” que no eran en el fondo más que provincianismo.

Un interés añadido que posee este libro es el de llamar la atención acerca de una de las actividades menos conocidas de Cortázar, la de poeta. A la autora, en efecto, le dedicó tres ciclos de poemas que se publicaron póstumamente: Cinco poemas para Cris, Otros cinco poemas para Cris y Cinco últimos poemas para Cris. Son piezas de tema amoroso que comienzan con una cita de Yeats, y que, según Peri Rossi, “nacieron de la melancolía del deseo sexual insatisfecho y sublimaron la frustración convirtiéndola en belleza”. Al encuentro entre ambos se refiere Cortázar en estos versos con las palabras de Dante como un episodio ocurrido “ya mucho más allá del mezzo camin di nostra vita”, en alusión a sus casi sesenta años de edad, el doble de los que contaba la destinataria de los poemas. En uno de ellos se lee: “Creo que no te quiero, / que solamente quiero la imposibilidad / tan obvia de quererte / como la mano izquierda / enamorada de ese guante / que vive en la derecha”. Estos poemas escasamente conocidos fueron publicados en 1984 en el volumen Salvo el crepúsculo.

Los textos reunidos aquí constituyen un recorrido por las complicidades de estos dos escritores aficionados a los dinosaurios y los caleidoscopios, amantes de la ópera y el jazz, y naturalmente de los tangos de Susana Rinaldi y de Carlos Gardel, “que cada vez canta mejor”. La última vez que se vieron, nos dice la autora, fue en noviembre de 1984, cuando Peri Rossi escribía su novela La nave de los locos, y mientras él, poco después de la muerte de su segunda mujer, Carol Dunlop, tenía sobre su escritorio el inicio de dos nuevos relatos. “He roto muchos papeles inútiles, muchas cosas que no servirán. Hay que usar mucho la papelera. Cuando me muera, no quiero dejar cosas inacabadas o que no me gustaría ver publicadas”. De esos papeles que quedaron inéditos a su muerte sólo la novela El examen llegaría dos años más tarde a la imprenta.

El Cortázar que Peri Rossi nos muestra en estas páginas, en la intimidad, es “un hombre que combinaba con mucha armonía la filosofía de la Ilustración y de la Modernidad con el gusto por el inconsciente, el azar, los sueños y los símbolos”, una armonía que, como escritor, le permitió transgredir los límites del realismo y la razón, que es de donde procede el espíritu libertario de su obra. Y quizá sea ese sincretismo el que define a los cronopios, seres bien dotados para la felicidad a los que la muerte se les presenta como otro estadio del que a veces nos llegan “oscuros retazos, auras, extrañas comunicaciones”, según palabras de Peri Rossi. Por medio de este libro, ella comparte con nosotros mucho de lo vivido con Cortázar, y entre otras cosas la certeza de que “la curiosidad y el deseo son siempre jóvenes”. Así son también sus personajes, entre ellos aquella Anabel a la que aludíamos al principio y de la que un viejo amigo informa: “De Anabel no supe nada. Las chicas me dijeron que vivía en Norteamérica, pero alguien creyó ver a una mujer muy parecida caminando por las playas de Montevideo”. Playas a las que no estaría de más volver, quizá para comprobar lo mucho que el ejemplo moral y literario de Cortázar tiene que decirnos en estos tiempos.

Un fotograma de Diario para un cuento (1998)

2 comentarios:

  1. Buen artículo, felicidades, te estás convirtiendo en un "enormísimo cronopio" como llamaba Cortázar a Louis Armstrong.
    Luisa Pallarés

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Luisa. Cronopio he sido siempre un poco, creo, y ahora sobre todo a lo ancho.

      Eliminar