martes, 5 de abril de 2016

LECTURA POSIBLE / 207

FLANN O’BRIEN: EL HÉROE DE NADIE

El pasado viernes The Guardian publicó en su sección My hero, en la que gran número de escritores en lengua inglesa vienen evocando desde hace tiempo a los autores que les han inspirado, un artículo del novelista irlandés John Banville, más conocido entre nosotros por su pseudónimo Benjamin Black, bajo el cual ha escrito novelas policíacas de éxito como El secreto de Christine o La rubia de ojos negros. Banville aludía en su artículo a los amores literarios de Irlanda, extraños amores que van desde el que allí se profesa a Oscar Wilde hasta los consagrados a James Joyce y a quien fue su secretario, Samuel Beckett. Si al primero se le recuerda mediante una espantosa estatua en el Merrion Square Park, uno de los lugares georgianos de Dublín, y al segundo por una multitud de placas conmemorativas que asaltan al viandante en la misma ciudad con frases tomadas del Ulises, el tercero, con peor suerte, ha dado su nombre a un barco de guerra, lo que, si bien es cierto que últimamente el barco en cuestión ha participado en misiones humanitarias en el Mediterráneo, no parece ser la mejor manera de homenajear a quien fue un pacifista convencido toda su vida. Es posible que estas extrañas manifestaciones amorosas se deban al particular sentido del humor de los irlandeses, los cuales en estos días han invocado la memoria de otro de sus autores nativos, precisamente el “héroe” al que Banville dedicaba su artículo: Flann O’Brien.

Pues Flann O’Brien, cuyo verdadero nombre en inglés era Brian O’Nolan y en gaélico Brian Nuall’in, murió en Dublín hace ahora cincuenta años, aniversario que ha sido celebrado en diversas ciudades, no con estatuas ni placas conmemorativas ni barcos, sino, más modestamente, por medio de representaciones teatrales, conciertos de música folk y una variada degustación de licores nacionales. La explicación de ello es que O’Brien es lo que las enciclopedias llaman “un autor menor”, pero menor sólo por la escasa divulgación que hasta ahora ha tenido su obra, y, acaso, menor también porque en su tiempo fue de los pocos que escribió atrevidamente acerca de la realidad, y lo que es peor: acerca de las mistificaciones, de su país natal.

Había nacido en Strabane, en la provincia del Ulster. Ciudad ésta que todavía figura hoy entre las más deprimidas del Reino Unido, fue en tiempos escenario y protagonista de frecuentes actos de violencia en la guerra civil que, sin recibir ese nombre, enfrentó a los irlandeses del norte con sus vecinos ingleses. No es raro, pues, que la cuestión nacional haya sido tema permanente en la vida y la obra de nuestro autor. Como correspondía a un literato en ciernes, O’Brien fue en efecto a Dublín para estudiar literatura gaélica y frecuentó las redacciones de periódicos como el Irish Times o The Nationalist, en los que escribió mayormente artículos satíricos bajo diversos pseudónimos. Uno de ellos, con el que firmaría su novela, publicada en 1941, La boca pobre, era el de Myles na gCopaleen, nombre del personaje de una obra teatral de mediados del siglo XIX bajo el cual se presentaba el arquetipo del palurdo irlandés. Este ficticio hombre de campo, eterna contrafigura del individuo urbano y moderno que está presente en todas las culturas, apegado a sus creencias, siempre proclive a la necesaria emigración, venía a ser en el caso irlandés, como cabía esperar, hijo de la dominante e imperialista era victoriana, pero también, de manera curiosa, de cierta forma de nacionalismo que prosperó en Irlanda durante décadas y que quiso ver en él, en sus miserias y supersticiones, al genuino y milagrosamente viviente ideal de lo gaélico, de lo que eran valiosos testimonios su estilo de vida, sus penurias, sus costumbres y, sobre todo, su tradición oral.

En la época en que O’Brien escribió La boca pobre dicho nacionalismo, alimentado por eruditos dublineses de mente tan puritana como desconocedora del asunto de que trataban, había dado lugar a toda una literatura gaélica tomada con más o menos fidelidad de sus fuentes orales, y que incurría en los tópicos al uso acerca de las incontables miserias del palurdo irlandés. O’Brien se sirvió ingeniosamente de esos tópicos para construir una divertida sátira, y ello adaptando a sus intenciones el estilo de la literatura publicada al respecto, la cual, convenientemente expurgada de toda alusión indecorosa, debía poder ser leída lo mismo por un niño que por una monja. El libro, escrito en gaélico, está ambientado en la región imaginaria de Corca Dorcha, donde vive una singular familia compuesta por la madre, su hijo y el abuelo, y, tras esquivar casi intacto la censura, se agotó en pocas semanas. La razón de su éxito fue la burla contenida en él de ese nacionalismo impostado, de naturaleza mística, que en Irlanda hizo estragos en los inicios del siglo pasado, y al que otro estudioso de lo gaélico y amigo de nuestro autor, Niall Sheridan, se refirió como un “fanatismo carente de humor, algo que, en rigor, era completamente ajeno al alma irlandesa”.

El libro cayó posteriormente en el olvido, y no se reeditó hasta 1961. Fue esta reedición la que animó a O’Brien a retomar la pluma, y en esa década daría a luz algunas nuevas narraciones que figuran entre lo mejor y más singular de la literatura irlandesa. Ese mismo año publica La vida dura, novela en la que aborda de nuevo irónicamente los clichés sobre Irlanda y sus gentes. Igualmente escrita, como La boca pobre, en primera persona, la narración adopta la forma de una novela picaresca en la que se combinan ágilmente realidad y fantasía. Y aquí también hay una familia protagonista, pero aún más disparatada que la anterior, la cual reparte su tiempo entre las charlas eruditas acerca de la Compañía de Jesús, una peregrinación a Roma y los cursos por correspondencia de los que es artífice el hermano del narrador.

De esos años son El tercer policía, en la que se narran un crimen y una serie de aventuras en torno a una caja de caudales, incluyendo una conversación con el propio asesinado, y Crónica de Dalkey, novela de fantasía desbordante por la que transitan San Agustín y el mismo Joyce, convertido en camarero. A un género diferente, si es que estas novelas pueden adscribirse a alguno, pertenece La saga del sagú de Slattery, novela póstuma e inacabada que se publicó en inglés en 1973. Aparecen aquí una vez más los tópicos irlandeses, empezando por la patata y acabando por los emigrantes a Estados Unidos que de la noche a la mañana se ven dueños de trescientas cincuenta torres de perforación petrolífera y de más dólares de los que pueden contar. Sin perder el humor acostumbrado, la novela es una crítica radical de los Estados Unidos y de su economía, así como de la política irlandesa y de los irlandeses, todo lo cual felizmente tendrá fin gracias a una universal revolución alimentaria. Estas novelas de O’Brien, tanto las escritas originalmente en gaélico como en inglés, y al igual que la que se comentará a continuación, han sido publicadas entre nosotros por la editorial Nórdica.

Quedan para el final de esta reseña unas palabras referidas a la obra maestra de O’Brien, que fue su primera novela, publicada allá por 1939 y que se titula En Nadar-dos-pájaros. La traducción española ahora nuevamente disponible de esta novela, con su prólogo original, es la misma que publicó Edhasa en 1989, y que entonces, inexplicablemente, pasó inadvertida. A este libro inclasificable han aludido voces autorizadas como las de Joyce, Beckett y Graham Green, por citar sólo a tres, como una de las novelas esenciales redactadas en inglés el siglo pasado, habiéndola emparentado la crítica con razón con el Ulises y con Finnegans Wake. Para su redacción, el autor se sirvió de su extenso conocimiento de la literatura gaélica y en especial de Buile Suibhne, texto escrito hacia 1670 en el que su autor recopiló numerosas leyendas medievales que se habían preservado en Irlanda a través de la tradición oral. El libro que sirve de modelo a O’Brien cuenta la historia de un rey que tras agredir a un clérigo y experimentar el horror de la legendaria batalla de Mag Roth escapa de la compañía de los humanos, obteniendo el don del vuelo y trasladándose a los montes para vivir sobre las copas de los árboles. 

El título de la novela reproduce un topónimo irlandés, Snámh-dá-én, lugar del centro de Irlanda llamado así porque el héroe de las sagas antiguas mató en él a dos pájaros que estaban posados en los hombros de una amazona. La novela de O’Brien, sin embargo, y como todas las suyas, transcurre en el propio presente del autor, siendo su protagonista un estudiante con inquietudes literarias que vive con su tío. El puritanismo y un gaelicismo provinciano son los objetivos de esta crítica social y de costumbres que como ocurre con todas las obras de nuestro autor esta atravesada por el humor y la fantasía desbocada, así como (no en último lugar) por un admirable estilo literario. Pues O’Brien, más allá de su imaginación pirotécnica, fue un estilista de altura, misteriosamente capaz de fundir en un mismo todo orgánico y narrativamente eficiente el relato realista con las ficciones más estrambóticas. En En Nadar-dos-pájaros no ocurre nada, o eso parece, más allá de los prolongados descansos en la cama y de las reiteradas visitas a los bares, ya que el objeto de la narración es la misma lengua, la palabra que anuda personajes y épocas diferentes, y que acaba por constituirse de manera deslumbrante en aquello que la literatura persigue desde sus inicios: la creación de un mundo propio. Y ello, como también hizo Joyce, por medio de la parodia, que aquí abarca desde las sagas medievales, el periodismo y la filosofía hasta las novelas del Oeste. Personajes salidos de las mismas recorrerán Dublín a caballo, perturbarán el orden público y acabarán torturando a su creador, todo ello mientras la vida transcurre plácidamente en esta extraordinaria novela. El libro no tuvo suerte, y, aparecido pocos meses antes del inicio de la guerra, sólo se habían vendido unos cientos de ejemplares cuando el almacén en el que se hallaba el resto fue bombardeado.

Venturosamente recuperada, la obra de O’Brien no ha dicho aún su última palabra, a la espera de ocupar el lugar que en justicia le corresponde. No es mucho lo que su biografía No laughing matter. The life and times of Flann O'Brien, obra del escritor Anthony Cronin que se publicó en 1998, ha conseguido desvelar acerca de la vida de este alcohólico héroe de nadie, durante gran parte de su vida funcionario del Ayuntamiento de Dublín, y cuyo ingenio teñido de amargura tuvo que soportar y seguramente nutrirse del régimen religioso y político de su país y de su época. Su vida fue en resumen su literatura.

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