martes, 17 de diciembre de 2013

LECTURA POSIBLE / 128

LA OBRA RECUPERADA DE HEIMITO VON DODERER

Una detallada crónica vienesa hecha por un grupo de amigos y conocidos que se dan a sí mismos el nombre de “los nuestros”; un folletín con huérfana incluida, dueña legítima de una disputada herencia; y la descripción minuciosa, realizada por testigos directos, de unos acontecimientos históricos que culminaron con el incendio del Palacio de Justicia de la capital austríaca. Esto y mucho más es lo que relata en sus cerca de mil setecientas páginas la novela Los demonios, suficiente por sí sola para que el nombre de Heimito von Doderer ocupe un sitio no modesto en la memoria del lector.

En 2009 la editorial Acantilado prometió traducir la obra completa de Doderer, promesa que lentamente se va haciendo realidad. Este tan sobresaliente como necesario empeño editorial, del que es protagonista un autor que hasta entonces era casi desconocido en España, coincidió con la publicación de la novela citada, obra de toda una vida alrededor de la cual gira el resto de su narrativa, una extensa producción de la que en 2011 apareció entre nosotros otra novela, Un asesinato que todos cometemos, y a la que este mismo año ha venido a añadirse el volumen Relatos breves y microrrelatos, título que nos ofrece un aspecto hasta ahora inédito en castellano de la producción de nuestro autor.

Lo que describe Doderer en sus colosales, prolijas novelas es la manera en que los destinos de sus personajes terminan por revelarse, o lo que es lo mismo: el camino a cuyo término se completa su transformación en seres humanos (menschenwerdung). Y lo hace mediante estructuras narrativas complejas, ricas en historias y perspectivas, sobre las que a menudo acabará imponiéndose, como una fuerza superior capaz de doblegar la voluntad de los personajes, el azar. Así ocurre con la historia de Conrad Castiletz, dodereriano hombre sin atributos que protagoniza Un asesinato que todos cometemos, y con los protagonistas de los relatos que componen la antología ahora publicada.

Heimito von Doderer paseó su peculiar nombre (Jaimito, convenientemente germanizado, fruto de un capricho de su madre durante un viaje a España cuando estaba embarazada de él) entre 1896 y 1966. O sea, nació en el apogeo del Imperio Austro-Húngaro y asistió a su caída, además de a dos guerras mundiales, así como a la transformación sufrida por esa Viena que protagoniza la mayor parte de su obra, centro en la época de su nacimiento de una monarquía y de un imperio y que al término de su vida no era más que la capital un poco provinciana de una pequeña y nostálgica república sin salida al mar. Por lo demás, Doderer fue todo un personaje: casado dos veces, nunca convivió con ninguna de sus mujeres bajo el mismo techo; fue prisionero de guerra en ambas contiendas mundiales, primero de los rusos y luego de los ingleses; se afilió brevemente al partido nazi, lo que le ocasionó no pocos problemas tras la victoria aliada; y sus obras, publicadas mayormente en los años cincuenta, resultaron ser, por temática, por estructura, e incluso por la calidad refinada y exquisita, aunque trasnochada, del alemán en el que escribía, lo más opuesto que podía concebirse a la literatura de su tiempo. Quizá por eso dichas obras, que obtuvieron gran éxito en los últimos años de la vida del autor, cayeron tras su muerte en un relativo olvido del que fueron rescatadas en la pasada década, de lo que es buena prueba el capítulo que le dedicó Martin Mosebach en su ensayo de 2006 Schöne Literatur, que acertadamente Acantilado publicó como prólogo a Los demonios.

Miembro de una familia acomodada, el joven Doderer abandonó sus estudios de Derecho para cursar Historia y Psicología en la Universidad de Viena. De la afición por la primera de ellas le quedó un gusto por la Edad Media que estaría presente en su obra, y de la segunda, en la que tuvo como profesor a Hermann Swoboda, cierta influencia de las teorías de éste acerca de los biorritmos humanos, ciclos de carácter físico y emocional responsables al parecer de las alteraciones de humor, de todo lo cual hay sobradas muestras en la obra de Doderer. Éste, por la naturaleza de sus inquietudes, aparece como una rara avis en la literatura alemana de postguerra, pues si bien algunos de sus títulos ya fueron publicados en los años veinte y treinta no es sino hasta la aparición, primero, de Las escaleras de Strudholf  (en 1951) y, después, de la ya citada Los demonios (1956) cuando se convierte en una de las referencias, en su siglo, de las letras germanas.

Por la dimensión de Los demonios, y por la casi extravagante ambición con que fue concebida por su autor, es inevitable que una reseña de lo traducido hasta ahora bajo su nombre deba remitir en particular a ella, novela que junto a Las escaleras de Strudholf, con la que comparte ambiente y temática, es la causa principal de la actual fama de Doderer.

Ante todo, cabría aclarar que pese a su dimensión Los demonios no es lo que los franceses llaman una roman-fleuve y nosotros novela-río. Pues el género así llamado suele caracterizarse por su carácter digresivo, en el que a menudo cabe todo lo imaginable, así como por una generosa variedad de temas e intrigas que suelen abarcar largos períodos temporales. Por el contrario, todos los acontecimientos de esta novela ocurren entre 1925 y 1927, en especial en este último año, pero es que además, a diferencia de la novela-río, y a diferencia sobre todo de la que se considera obra mayor del género, la Recherche de Proust, la novela de Doderer, por su precisión y economía estructural podría adscribirse más bien a ese tipo de relato autorreferencial y autosuficiente, en el que nada sobra ni falta, y que está dotado de una minuciosa ingeniería narrativa, que es propio de las historias de tema policíaco. La obra, por así decir, posee una forma que se aproxima más a concepciones extraliterarias: musicales, en concreto, así como a lo que en la plástica se llama el collage. Y es que su contenido, según el artificio literario al que recurre el autor, está compuesto por los testimonios que diferentes informadores, que al mismo tiempo son los protagonistas de la novela, han enviado al jefe de sección Geyrenhoff, el cual, a la manera de los cronistas medievales, actúa como recopilador y co-autor de la obra.

En lugar de merovingios y carolingios, cuyas andanzas el autor conocía bien, los protagonistas y a la vez narradores de esta crónica son, pues, vieneses de mediados de los años veinte del siglo pasado, hombres y mujeres que en su mayor parte pertenecen a la burguesía y a las clases acomodadas de aquella Viena que, sin saberlo, entonaba por entonces su último lied. Sería absurdo pretender dar aquí siquiera un pálido reflejo de lo que sucede en estas páginas por las que transitan cientos de personajes con sus vidas más o menos corrientes, sus ilusiones y desengaños. Baste decir (y en este apartado sí que nos encontramos ante uno de los rasgos de la novela-río) que toda esa ingente variedad de historias acaba desembocando en un mismo y único acontecimiento, el vivido en Viena el 15 de julio de 1927, cuando una huelga general acabó con un saldo de más de ochenta muertos y el incendio del Palacio de Justicia. Acerca de estos hechos han escrito extensamente, entre otros, Karl Kraus y Elias Canetti, el primero en su Die Fackel, y el segundo en Masa y poder, donde desarrolló sus reflexiones acerca del hombre-masa y de los conflictos que la aparición de éste iba a traer a la Historia inmediata. Y es que el trasfondo político de lo acontecido en Viena incluía ya a todos los que iban a ser actores principales en la tragedia europea que se hallaba a la vuelta de la esquina.

Si en la vida real la multiplicidad de identidades en un mismo individuo, cada una con su propia voz, constituye un estado psíquico indeseable, no ocurre lo mismo en la creación literaria, en la que una tal multiplicidad, cuando se articula coherentemente, viene a resultar en una expresión de genio e ingenio al alcance sólo de los más grandes. Lo mismo, por cierto, prueba por si hacía falta la vecindad de lo literario con la locura. La crónica de aquellas vidas y de la ciudad que habitaban quedó a medias, y fue sólo después de la guerra cuando el jefe de sección Geyrenhoff se decidió a culminarla. Para entonces, la mayoría de sus protagonistas estaban muertos o en el exilio, por lo que estos personajes, el escritor Kajetan Schlaggenberg y su falsa hermana, Renacuajo; la prostituta Anny Gräven; el bebedor maestre de caballería Eulenfeld; René y su novia Grete, y todos los demás, ya no eran sino los últimos testigos de un mundo perdido, los materiales de derribo que dan consistencia a esta novela épica: el producto sobrehumano de una mente privilegiada.

Como desgajados de esta sólida escritura se nos aparecen la novela “menor” que es Un asesinato que todos cometemos y los relatos de Doderer, los cuales sirven de demostración de que quien fue maestro del gran y el grandísimo formato también supo serlo del pequeño. Si aquélla trata del intento fallido de la construcción de una personalidad adulta, liberada de las irracionalidades de la infancia y primera juventud, éstos, divididos en dos colecciones, Nueve microrrelatos y Ocho ataques de ira, vuelven a confrontarnos con personajes en proceso, siempre sometidos a cambios impuestos por la realidad exterior. En ellos el amplio registro de Doderer nos lleva desde los personajes que pueblan las trincheras de la Gran Guerra hasta la turbia atmósfera del hampa, sin olvidar la escrupulosa reconstrucción literaria de hechos históricos, como ocurre en Decadencia de una familia de porteros en el año 1857 o en Un temporal de nieve, donde el autor recrea el último día de vida de Beethoven. Muchos de ellos, como los personajes de Los demonios, deberán sucumbir bajo los imperativos de su entorno, igual que sucumbe, transformada, cargada de oropeles, decadente y pretendidamente idéntica a sí misma la antigua Viena, con su Danubio, sus bosques y esa monumental arquitectura de la que parecen nutrirse las páginas de nuestro autor.

Claudio Magris ha reprochado a Doderer la ausencia en su novela más conocida de ese contenido demónico que anuncia el título. Posiblemente la explicación a dicha ausencia, que puede extenderse al resto de su producción, la haya dado el propio Doderer: “Una obra narrativa lo es tanto más cuando menos idea puede hacerse uno de ella por su contenido”. Pues el contenido, en efecto, es sólo la mínima parte visible de una realidad que permanece invisible: “Había querido narrar el tejido de la vida y ahora me daba cuenta de que me rebasaba”, dice el cronista en otra parte. La novela (toda novela) supone un cuestionamiento de sus propios límites formales y de su capacidad, o no, para representar la diversidad de la vida. Tampoco de ésta, si se piensa bien, podemos hacernos una idea sólo por su contenido, pues sobre todo está cargada de lo que no es y de lo que podría ser, de aquello que Doderer llama “un más allá dentro de este mundo”. En ese territorio más allá es donde habitan, ahora y por siempre, estos ángeles caídos.

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