martes, 5 de febrero de 2013

DISPARATES / 57

FRUTO VIVAS: ÁRBOLES PARA VIVIR

“Las personas tienen que soñar; si no, las cosas simplemente no suceden”, escribió una vez el arquitecto Oscar Niemeyer, que a edad bíblica falleció el pasado diciembre en su natal Río de Janeiro. Como el brasileño, Fruto Vivas es un arquitecto que trasciende el espacio propio de su oficio, uno de esos hombres que, al igual que otros hacen literatura o filosofía, consigue con su arquitectura explicar también al hombre y su historia. Así, la obra se convierte, incluso a pesar del propio autor, en justificación de una forma de ver el mundo: un testimonio personal.

Fruto Vivas nació en el estado Táchira (Venezuela) en 1928. De origen sefardita, se graduó en la Universidad Central de Venezuela, y durante la dictadura de Marcos Pérez Jiménez colaboró con el mencionado Niemeyer en la construcción del Museo de Arte Moderno de Caracas, y con el ingeniero madrileño Eduardo Torroja en el Club Táchira, en cuya bóveda éste último pudo poner en práctica sus ideas acerca del uso de grandes estructuras de hormigón alabeado. Tras la caída del dictador se inicia en Venezuela una tímida democracia, Vivas ingresa en el Partido Comunista y en las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, y para la guerrilla construye diversos refugios y una fábrica de armas. Por entonces Vivas ya era un arquitecto unánimemente reconocido, y a esos difíciles años pertenecen algunas de las obras que le dieron fama: el Hotel Moruco en Santo Domingo, y la iglesia del Divino Redentor en San Cristóbal. Tras un tiempo en el exilio, en los años ’70 reemprende su actividad profesional, recibe el Premio Nacional de Arquitectura y construye el “Árbol para vivir”, conjunto de apartamentos ubicado en Puerto La Cruz. Se trata de una vivienda multifamiliar realizada en volúmenes horizontales sobre columnas. Más tarde recibe el encargo de diseñar el pabellón de su país para la Expo 2000 de Hannover. De tal encargo es producto “La Flor”, construcción vanguardista que reproduce la estructura de una orquídea y que recientemente ha sido de nuevo construida en Barquisimeto. En torno a un mástil central de dieciocho metros de altura, el edificio consta de dieciséis pétalos gigantes y movibles, los cuales pueden abrirse o cerrarse de acuerdo a las condiciones climáticas para favorecer la ventilación interior.

Vivas ha desarrollado sus ideas en textos como El Manteco y el futuro de la ciudad (1980), Crisis para la acción, la reflexión y el porvenir (1985), Crónicas de la rebeldía y el saber popular (2008) y Las casas más sencillas (2011), que fue presentado en la última Feria del Libro de Venezuela. Esta obra, editada por la editorial El Perro y la Rana, constituye un compendio de las ideas de Fruto Vivas acerca de la bioarquitectura y de lo que en pleno siglo XXI, en materia de sostenibilidad, podemos aprender de la arquitectura tradicional.

Los libros de Vivas, como sus edificios, se inscriben en la hoy apremiante reflexión acerca de la vivienda y el urbanismo, entendidos como hábitat para la vida del hombre en un entorno de recursos cada vez más limitados, en el que es preciso entenderse con la naturaleza. Todo ello ya estaba presente en las investigaciones de Vivas de mediados de los años ’50, cuando se convirtió en pionero del uso en la construcción de materiales naturales. Por entonces ya eran características sus casas de techos inclinados cubiertos con teja criolla, sus espacios internos fluidos y con cambios de niveles abiertos al exterior por medio de rejillas de madera para filtrar la luz, sus muros blancos y sus suelos de arcilla y piedra bruta o pulida. En gran parte estas técnicas constructivas, y los materiales empleados, respondían a la necesidad de paliar en el interior de las viviendas las altas temperaturas exteriores, así como a favorecer la circulación del aire. En conjunto, sus proyectos de aquella época se inspiraban en pautas ya definidas por una arquitectura popular que llevaba siglos adaptándose al entorno, en condiciones que reclamaban el máximo aprovechamiento de recursos como la energía y el agua. De ahí procede un modelo de vivienda social basado en un sistema modular de prefabricación que aún se emplea hoy en día.

Las casas más sencillas es hasta ahora el último de sus libros y también el título de un programa televisivo del que está a cargo el propio Vivas y que se emite con mucho éxito en la televisión pública venezolana. El libro, según sus palabras, es “un manual para el pueblo en el que se muestran métodos de construcción sencillos y económicos”, y en el que se reúne todo el aprendizaje de una vida dedicada al ejercicio y a la investigación del arte de hacer viviendas. Un arte que su autor aplica naturalmente a Venezuela y a Latinoamérica, pero que en la medida en que aspira a dar solución a problemas generales, también puede guiar a quienes en cualquier lugar se animen a construir su propia vivienda por sí mismos.


“En la naturaleza”, escribe Vivas, “encontramos el manejo de las corrientes convectivas de aire. Los árboles son el mejor ejemplo. Cuando se evapora el agua en las hojas por la acción del calor solar, hay una baja de temperatura que genera corrientes ascendentes, así se renueva permanentemente el aire interior de los árboles. Esta cualidad es la que en el desarrollo de mi trabajo he aplicado a las edificaciones, por lo cual las bauticé Árboles para vivir”. En la primera parte, el autor aborda el tema de los constructores de la naturaleza, en el que describe ejemplos de diversos insectos y aves y del uso que hacen de los materiales naturales para obtener el mayor aprovechamiento del espacio, del calor y del aire. Modelos semejantes son los que se encuentran en las primitivas formas humanas de construcción, que Vivas desglosa en tres tipos: las casas de hielo y de viento y la casa solar. La última estaba muy extendida en numerosas culturas, desde el norte de Europa hasta Ecuador, y consistía en un tejado de palma apoyado sobre dos horquetas verticales que permitían su inclinación, a fin de proteger a los moradores de los rayos del sol. Entre las viviendas aborígenes estudiadas por Vivas figuran las de la América precolombina y las de Indonesia y Mongolia. “Mi convicción”, explica, “es que las casas aborígenes son árboles para vivir pues poseen un bioclima extraordinario, lo que sirve de lección en la adecuación al medio y en la lógica estructural de las edificaciones”.

El mismo procedimiento del tejado de palma abatible inspira la construcción de bóvedas y cúpulas, cuya tecnología, pasando por el barro y el ladrillo, habría de llevar al uso del hormigón y a los innovadores materiales empleados por el propio autor en el pabellón de la Expo de Hannover. Siguiendo la técnica empleada durante miles de años en el sur de la India, Vivas propone la cúpula y la bóveda “como alternativa para resolver el problema más difícil en la construcción de la vivienda, que es el techo”, y esto mediante la confección de un molde curvo en el que en lugar de barro se vierte yeso, con el que es posible construir cubiertas de grandes luces y mínimo peso.

Toda una parte del libro está dedicada a la bioarquitectura, que Vivas divide en tres capítulos según el material empleado: biobarro, bambú y madera. “De la explotación racional de ésta”, escribe Vivas, “depende el futuro de bosques y ríos, como bien se ve hoy en las regiones tropicales, por lo que debe ir acompañada de eficientes políticas de reforestación”. El autor describe los distintos tratamientos de la madera y sus aplicaciones a la construcción de edificios, inspirándose en las enseñanzas de pueblos, como el de la Amazonía, que han vivido desde tiempos remotos en armonía con su entorno.

Las tecnologías aplicadas a la vivienda ocupan algunos de los capítulos más interesantes del libro, en los que Vivas hace toda una enumeración de técnicas asequibles que permiten aprovechar al máximo los recursos y una mejora de las condiciones de habitabilidad. Las de raíz popular son producto de una larga experiencia y de un lento perfeccionamiento, lo que no impide que hayan sido arrinconadas en beneficio de procedimientos industriales, a menudo menos eficientes y perjudiciales para el entorno. Herencia del conocimiento y la tradición popular son el taladro doble, la plomada inercial, el calentador solar pasivo, el nodo hidráulico, la lavadora basculante y el biodigestor, invenciones muchas de ellas que en nuestros días, y precisamente por su sencillez, sirven de estímulo a arquitectos e ingenieros para proponer soluciones innovadoras a problemas como la autogeneración de energía y el reciclaje de residuos. Muchas de estas propuestas son fruto de lo que el autor llama “la tecnología de la necesidad”, procesos que tienen lugar dentro de la categoría de la máxima eficiencia y al alcance del pueblo. Esta tecnología “está realizada con la mínima y óptima calidad de materiales, diferenciándose de las tecnologías del despilfarro donde hay exceso de material y, en consecuencia, altos costos”.

El libro concluye con un capítulo dedicado a la obra del propio Vivas, una obra orientada hacia la consecución de lo que llama la “vivienda integral”. Ésta no es otra cosa sino el árbol para vivir, el cual debe reunir tres requisitos: el abastecimiento de oxígeno, el abastecimiento alimenticio reciclable “y el confort del clima, la frescura, el aroma y el lecho de todos los demás seres vivos”. Para completar esta vivienda integral el autor sugiere la incorporación de instrumentos productores de energía limpia, la horticultura y la hidroponía. El libro, como se decía al principio, ha sido concebido como un manual, está escrito de manera amena y didáctica y cuenta con abundantes ilustraciones del autor. Igualmente, por contenido y formato es a la vez apto para la lectura y para servir de guía práctica, paso a paso, en la construcción de una vivienda. Tal vez sería mucho pedir que esta publicación se distribuyese en España, donde de nuevo la vida rural es para muchos una opción a tener en cuenta. Como decía Niemeyer, es preciso soñar para que las cosas sucedan. Y el propio Vivas, que pone fin a su libro con un Manifiesto Verde, escribe: “Es mi convicción el que se promocione una cultura de la inventiva. Que el hombre del pueblo no se encuentre tan alienado frente al consumo, sino que sea capaz de poner su imaginación al servicio de su autonomía. Ese sería el paso más decisivo hacia la autogestión. Los árboles para vivir se pueden definir como la bioarquitectura de los hombres libres”.

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