miércoles, 27 de febrero de 2013

DISPARATES / 60

ANDRÉ GORZ, EL TRAIDOR (I)

EL CASO GORZ

Christophe Fourel
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Algunos libros pueden tener varias vidas. El traidor, de André Gorz, es uno de ellos. Este ensayo autobiográfico, escrito en gran parte en la tercera persona del singular y publicado por primera vez en 1958, es un libro sorprendente no sólo por su estilo, sino también por su génesis.

En 1939, poco después de la anexión de Austria por la Alemania nazi, el adolescente (veinte años después, André Gorz) es enviado a Suiza. De padre judío, su madre católica decidió alojarlo en una casa de huéspedes cerca de Zurich, donde pasó el bachillerato antes de estudiar química en Lausana. Esta separación la sufre el adolescente en una “soledad irremediable” como una sentencia de exilio. Más específicamente, el alejamiento de su país de origen y su reacción al mismo crearon en él un sentimiento de exilio interior del que hasta ahora en gran parte no había hecho una evaluación precisa: “Por tanto, no creo poder afirmar que en 1938, con quince años, él estuviera listo para integrarse, y de hecho el Anschluss fue un nuevo rechazo dentro del exilio”, escribió. “Lo cierto es que aquellos acontecimientos le hicieron tomar conciencia de un exilio del que, de hecho, nunca había salido, lo que le llevó a reconocer que los puentes entre él y los otros estaban rotos, a asumir completamente esta ruptura que él se esforzó en remontar heroicamente”. Su condición de “mestizo inauténtico” le coloca entonces en una frenética búsqueda del significado de su existencia. Intenta evadirse por medio de una reflexión abstracta sobre su propia condición. La lectura en 1943 de El ser y la nada de Sartre actúa en consecuencia como desencadenante de su “conversión moral”. Comenzó a escribir a finales de 1945 un tratado filosófico con el objetivo de ampliar el pensamiento de Sartre, que consideraba incompleto e insuficientemente operativo. “Había querido encontrar una teoría de la alienación y una moral, es decir, entre otras cosas, explicar por qué (...) la gente puede ser paralizada en sus capacidades y apoyar su propia mutilación”. Su iniciativa literaria coincide con otros acontecimientos de gran importancia para él: su primera experiencia en el periodismo (se unirá al equipo que más tarde fundó el Nouvel Observateur bajo el pseudónimo de Michel Bosquet), su relación con su esposa (a quien llamó “Kay” en El Traidor) y finalmente su encuentro con Jean-Paul Sartre (que él llamó “Morel”), el cual había ido a dar una conferencia en Ginebra en 1946. Durante este primer encuentro Sartre le reprocha su desprecio de lo concreto y su esencialismo, lo que el joven admite tímidamente antes de volver a la redacción de su tratado. Ocho años y mil quinientas páginas más tarde, tras establecerse (con “Kay”) en París, Francia se convierte en su país de adopción, y presenta a “Morel” el fruto de su trabajo. Sartre, absorto por entonces en la escritura de su Crítica de la razón dialéctica, no está listo para prestar atención a la obra de este autodidacta. “Así que todo terminó como él no había dejado de predecir. Durante ocho o nueve años trabajó en una cosa seguro de que nadie la leería, de que se reirían de él en su cara y de que tratarían de castigarlo por su presunción. Vivió en previsión de este fracaso (...) y es por eso que ni siquiera trató de luchar”. Y puesto que él había previsto ese fracaso, luego lo invierte en la escritura de su ensayo autobiográfico: “Cuál es la mejor manera de deshacerse de la cosa.”

¿Qué busca ahora este joven aprendiz de filósofo a través de este escrito existencial de auto-análisis? Pues se trata de “inventar una actividad que recoja su diáspora singular y sus miembros dispersos en un nuevo hogar, el hogar necesariamente conquistado y sobre el que sus derechos siguen siendo precarios”. Su objetivo es permitirse a sí mismo decir “yo”. Para ello se forjó a tientas un método: yendo y viniendo de su pasado a su condición presente, deja que se desarrolle su pensamiento, a continuación hace nacer y progresar una síntesis teórica construida a partir de los escritos de Sartre y Merleau-Ponty, de sus nociones de psicoanálisis y de sus lecturas críticas de la obra de Marx. Y el resultado se convierte en El traidor, este libro inclasificable, a veces difícil, pero siempre fascinante. Los primeros extractos de este trabajo aparecieron en dos números sucesivos de Les Temps Modernes. A continuación, el texto completo será publicado con un prólogo laudatorio de cuarenta páginas (¡nada menos!) de Jean-Paul Sartre, a la altura de su prestigio intelectual. André Gorz había nacido, y su “maestro” anuncia: “La inteligencia de Gorz choca a primera vista: es una de las más ágiles y afiladas que conozco. Él debe de haber sentido una gran necesidad de esta herramienta para ser tan exigente”, escribe el autor de La náusea. “El traidor no pretende contar la historia de un converso, es la propia conversión”. Nombrado caballero por quien él consideraba como su “dios” de unos años antes, cuando, abrumado por la desesperación y amenazado por el caos psíquico, luchó con su pluma contra su “complejo de nulidad”, Gorz se encuentra de pronto cara a cara con su destino de escritor. ¿Lo sabe? ¿Lo entiende realmente? Por supuesto. Y con la agudeza que le caracteriza: “Me enteré de que no podría terminar nunca de recomenzar, de que mi tierra es esta hoja en blanco, que esta actividad es la tapadera de mi vida. Había creído una vez que la vida sería posible cuando lo hubiera dicho todo; y ahora me percataba de que la vida es para mí escribir; empezar cada vez para decirlo todo y recomenzar una y otra vez con lo que queda por decir”. El éxito de El traidor es inmenso, y el éxito cambia la vida de este “besogneux minable”. El prólogo de Sartre, “al alabar sus méritos, le otorga una parte de su prestigio. Gana casi tres millones en un año”, anota Gorz en un largo artículo escrito sobre el envejecimiento en 1961 y que se incluye en la presente edición de El traidor.* Gorz sigue luchando para reconocer sus propios méritos. El reconocimiento por parte del público y de los intelectuales de la época, sin embargo, ya lo había adquirido. El artículo de 1961 también coincide con su entrada en el comité ejecutivo de Le Temps Modernes. Gorz en este texto demuestra que el envejecimiento de un hombre es en primer lugar un envejecimiento “social”. Nos hacemos mayores, dice en sustancia, ya que nuestro recomenzar es cada vez menos posible y nuestro pasado es cada vez más presagio de nuestro futuro. Esta reflexión se hace eco de otro escrito diez años anterior e incluido en su tratado filosófico: “Si yo fuera inmortal, la edad en la que eligiera un camino no importaría: tengo toda la eternidad para cambiar, es incluso muy probable que cambie mi elección y no tendría este deber de compromiso (en el sentido de apuesta) por el que tengo que arriesgar toda mi vida, o una parte importante de ella, en el éxito de un negocio, sino que aún tendría la posibilidad de alcanzar el éxito en otro asunto después de un fracaso”. Instructivo, cuando se sabe el resultado y el alcance del trabajo por venir...

Gorz, entretanto, ha publicado La moral de la historia, cuyo argumento se encontraba ya en el famoso manuscrito de mil quinientas páginas que entregó a Sartre. En este nuevo libro desarrolla una crítica del marxismo y prosigue su teoría de la alienación iniciada en Fundamentos para una moral y El traidor. Estos tres libros son una especie de trilogía. Este es el más filosófico de la obra del “joven Gorz” (como se suele decir “el joven Marx” cuando se habla de los escritos del filósofo alemán anteriores a El capital). Finn Bowring, el mejor especialista anglosajón en la obra de Gorz, considera que “estos primeros textos representan la formulación más sistemática y completa de la fenomenología existencial de Gorz”. ¿Verdaderamente, también se puede comprender la originalidad del universo de Gorz, incluyendo sus obras más recientes, como L’Immatériel, si en un momento u otro no nos hemos “rozado” con estos tres libros? Dicha obra inmensa ha sido traducida a más de veinte idiomas, en un trayecto de casi cincuenta años. Esta nueva edición de El Traidor, dos generaciones después de su primera publicación, es una gran oportunidad para hacer frente (o para “reabordar”) el trabajo de Gorz y, en particular, reflejar el testimonio dirigido a cada uno de nosotros en su trabajo pionero. Ya en el prólogo de 1958, Jean-Paul Sartre instó a sus lectores: “Gorz, inventando, no ha cumplido con el deber de inventar. Pero demostró que la totalización de la invención era posible y necesaria. Al cerrar el libro, cada lector encontrará su propio arbusto, los árboles venenosos de su selva: a él le toca abrir los caminos, solo, roturarlos, quitar de ellos los vampiros, hacer astillas los viejos corsés de hierro, los viejos actos que el agotamiento, la resignación, el miedo o la duda han bloqueado”.

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* El presente texto fue escrito como introducción a la reedición de Le Traître, que se completa con el artículo Le vieillissement (Folio Essais, 2003).

Christophe Fourel es economista y director de la Mission Analyse Stratégique, Synthèses et Prospective. Junto a otros, es autor de André Gorz, un penseur pour le XXIème siècle (La Découverte, 2009 y nueva edición 2012).

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