domingo, 24 de marzo de 2013

DISPARATES / 65


UN ANARQUISTA EN EL EXILIO

En la historia todavía por escribir de los actuales antagonismos sociales deberá figurar un capítulo al que, entre los apremios de la economía y el empeoramiento de las condiciones de vida, no parece que se esté prestando por ahora la atención debida. La cuestión generacional, en efecto, es un conflicto permanente del que poco se habla, soterrado como está por otros conflictos de mayor envergadura, al menos en apariencia. Así, de los autores más destacados que tratan en sus libros y artículos de nuestro oscuro presente, quizá sea Zygmunt Bauman, personaje él mismo representativo de la más veterana generación en activo, el único que ha reflexionado al respecto, y paradójicamente lo ha hecho como el joven recalcitrante que es este sociólogo de origen polaco, quien sabe mejor que nadie en la actualidad hablar “desde el lugar de los jóvenes”, rasgo más difícil de rastrear en autores de los que por su edad cabría esperar una reflexión semejante.

En España, las actuales convulsiones sociales, cuyo futuro imprevisible no invita precisamente a la calma, se producen en un marco intergeneracional en el que una juventud de dudoso porvenir se enfrenta casi en bloque a sus padres, a sus educadores y a la élite política y económica, miembros todos ellos de una generación madura que ya vivió su momento de rebelión, y que participó más o menos conscientemente en la conquista de derechos y libertades (no sólo en el ámbito político y económico, sino también por ejemplo en el de las relaciones sexuales) que hoy en parte están suprimidos o amenazados. Para esta comunidad madura, ahora cargada de responsabilidades, en especial con respecto a sus hijos, el proceso actual de rápida y eficaz involución adopta la forma de un asalto a una posición que se creía ya establecida y a unas prerrogativas cada vez más cuestionadas, por lo que su actitud hacia dicho asalto es el de defender lo que todavía queda y es defendible, o como se dice coloquialmente: “salvar los muebles”. Muy otra, como es natural, es la conducta que cabe esperar de los jóvenes, justamente porque no tienen nada que defender.

A la vista de lo anterior, conviene conocer experiencias en el campo de la transformación social en las que desempeñó un papel dominante el conflicto intergeneracional, de lo que en España tenemos notables ejemplos cercanos en el tiempo, con independencia de que nuestro deporte nacional, como es bien sabido, sea la desmemoria. Un caso bien ilustrativo de todo lo dicho es el libro Itinéraires Barcelone-Perpignan. Chroniques non misérabilistes d’un jeune libertaire en exil, obra del autor de origen catalán Jordi Gonzalbo que acaba de publicar en Francia la editorial de Lyon Atelier de Création Libertaire.

El libro es autobiográfico y en él su autor, nacido en 1930, nos describe, casi como si se tratase de una novela de aventuras, su trayectoria desde la Barcelona de la República derrotada hasta su exilio en Perpiñán. Jordi Gonzalbo ha recopilado gran cantidad de material que le ha permitido reconstruir las actividades de sus padres, como militantes de la CNT, cuando él se encontraba todavía en la primera infancia. Así ha podido saber que en 1933 su padre, José, era miembro de un Ateneo racionalista de Barcelona, y que su madre, Lucía, era muy conocida de la policía “por frecuentar asiduamente los centros libertarios, por su dedicación a actividades en favor de los presos y por la venta de periódicos anarquistas y sindicalistas”. En la primavera de 1938 Jordi y su madre abandonan Barcelona y cruzan la frontera. Son los días de la batalla del Ebro que culminará con la caída de Cataluña y el exilio masivo a través de los Pirineos en febrero de 1939. En Perpiñán, Gonzalbo asiste a la llegada de los refugiados y nos describe el agotador trabajo de la madre, así como el pequeño apartamento en el que ésta acogía y ocultaba combatientes, muchos de los cuales regresaban al “interior” porque se negaban a aceptar la derrota. Igualmente nos habla de la escuela donde a pesar de las dificultades se las arregló para obtener el «Certif», y de su decisión de abandonar los estudios ya que también él quería “trabajar y militar, es decir, vivir”. De este modo Gonzalbo se convierte en obrero de la construcción y rechaza convertirse en capataz, ya que él, libertario y anarquista, “no concibe ser jefe de nadie”. Por esos años se adhiere a la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, en el seno del llamado “Grupo de Perpiñán”, especializado, por así decirlo, en el paso tras los montes de activistas enviados en misiones al interior, así como en el transporte de propaganda y de armas.

Y es entonces cuando surge el conflicto generacional del autor, pues esta actividad ilegal le origina fuertes enfrentamientos con los miembros de la “vieja” CNT, el sector que participó en la guerra y la revolución de 1936, que solía reunirse en un apartamento de la calle Belfort, en Toulouse, y para quienes tales actividades no eran más que puro aventurerismo. Este enfrentamiento se desarrollaría durante toda la década de los ’60, que es también el período en el que los jóvenes de la FIJL cosechan sus mayores logros (el secuestro del obispo Ussía en Roma para exigir la liberación de los presos políticos en España) y sus peores reveses (la orden de ejecución dictada contra los militantes Francisco Granados y Joaquín Delgado el 17 de agosto 1963).

Pero el desencuentro entre los veteranos anarquistas y la joven generación alcanzaría su punto álgido en Mayo del 68. Y no es para menos, ya que en esas fechas se incorporan al pensamiento libertario ideas que, si por un lado contribuyen al reflorecimiento del mismo, por otro discuten algunas de sus premisas principales, empezando por la noción misma de poder. A ello se ha referido el articulista Néstor Romero en su reseña del libro que comentamos, en especial mediante la aportación efectuada al debate por Michel Foucault: “Porque, en efecto, nuestra propia emancipación, la de los hijos de la Columna Durruti, ¿no debe empezar con el ‘desaprendizaje’ del que hablaba Foucault y con el ‘pensamiento en contra de uno mismo’ de Sartre (y de los estoicos), es decir, con el cuestionamiento de nuestras propias determinaciones y nuestra propia historia familiar?”

Precisamente uno de los discípulos de Foucault, Tomás Ibáñez, autor de libros como Contra la dominación (Gedisa, 2005), supo captar la naturaleza del pensamiento de su maestro cuando escribió: “Foucault nos decía siempre que no había que dar nada por definitivo, que no había que dar nada por sentado y que, cuando nos empezábamos a instalar cómodamente en la seguridad de que algo estaba por fin claro, en la seguridad de que algo era evidente, ése era, justamente, el momento en que nuestra capacidad misma de pensar estaba corriendo el mayor peligro”. Y añade: “De alguna manera, Foucault nos obligaba a abandonar lo que habíamos constituido como una evidencia y no nos quedaba más remedio que volver una vez más a la incómoda tarea de pensar. Lo propio del pensamiento, del pensamiento vivo, productivo, es que después de ejercitarse cambia, necesariamente, a quien lo ha ejercitado. Es decir, pensar es cambiar de pensamiento”.*

Sólo con dificultad los veteranos de las luchas anarco-sindicalistas podían permitirse modificar hasta ese punto la totalidad de sus principios, lo que según parece es propio de toda generación madura que haya establecido su posición en el mundo, por precaria que ésta sea. Y es muy probable que los supervivientes entre dichos veteranos que pudieron regresar a España para tomar parte en los actos multitudinarios celebrados en Barcelona por la CNT y otras organizaciones afines descubrieran que tenían muy poco en común con aquella juvenil audiencia que, junto al suyo, había recibido también el legado de la cultura hippy norteamericana y norteeuropea.

Pues sucede que toda transformación social tiene una parte de rebelión contra las ideas y los actos de los padres, así como de autoafirmación y de cuestionamiento radical no sólo del orden, sino también del pensamiento que lo sustenta. Esos actos e ideas, que una vez sirvieron a otros, difícilmente allanarán el camino de los jóvenes para imaginar y construir sus vidas, lo que exige un cambio de pensamiento del que es buena muestra este itinerario personal de Jordi Gonzalbo, cuyo importante testimonio debería estar a disposición del lector en castellano.

Como bien afirma Néstor Romero, “tal vez convenga leer esta insurrección juvenil contra la ‘vieja’ CNT no tanto como una rebelión contra el padre, la madre, la familia (¿la organización?), sino como una interpelación de uno por uno mismo. Y es seguro, leyendo la hermosa historia de Jordi, que estas cuestiones no le son ajenas ni estorban a la verdad que se expresa a través de sus escritos, puede decirse que por su propia sintaxis, algo que es del orden de la alegría, es decir, del asentir a la vida”.
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* Tomás Ibáñez, Algunos comentarios en torno a Foucault. En Fluctuaciones conceptuales en torno a la postmodernidad y la psicología, Universidad Nacional Autónoma de México, 1996.

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