martes, 8 de mayo de 2012

LECTURA POSIBLE / 57


NATSUME SOSEKI, UN CONFLICTO CULTURAL HECHO LITERATURA

Entre las aves exóticas de la novela, pocas habrá más raras entre nosotros que la japonesa, de cuya gran tradición el lector en español posiblemente rescatará sólo tres nombres, los de Yukio Mishima, Kenzaburo Oe y Haruki Murakami. Los tres son autores que han desplegado su actividad en la segunda mitad del siglo pasado y, en el caso de los dos últimos, también en la centuria presente, lo que significa que cada uno a su manera son hijos de la muy traumática II Guerra Mundial, sin la que difícilmente se entenderían ni su obra ni el Japón actual. Como tampoco se entenderían sin los autores que les precedieron, en especial los ya clásicos que abrieron la insular literatura japonesa a influencias extranjeras y que además contribuyeron a la modernización de su lengua, la cual no había cambiado mucho desde los tiempos medievales, tiempos que, dicho sea de paso, no están muy lejanos en la historia de Japón. Para muchos críticos, dos autores resultaron decisivos en este proceso. Uno es Junichiro Tanizaki; el otro, Natsume Sōseki.

Sōseki vivió entre 1867 y 1916, lo que significa que fue casi exacto coetáneo de la llamada era Meiji, que se inició con la Restauración de 1868, la cual habría de poner fin al feudalismo y supuso la apertura de Japón hacia Occidente. Si a esta modernización japonesa y a los conflictos asociados a ella que Sōseki vivió en carne propia añadimos el dato de que nuestro autor procedía de una familia prominente en la época anterior pero venida a menos, de lo que él mismo tuvo que ser consciente en su accidentada infancia, puede decirse que contamos ya con las claves principales de su abundante obra.

Como profesor de inglés, Sōseki pasó unos años en Tokio y más tarde en la remota isla de Shikoku, a lo que sucedió una larga estancia en Londres en calidad de becado. El joven Sōseki debió dedicar supuestamente este período al perfeccionamiento de su inglés, pero, totalmente inadaptado a la forma de vida londinense, se consagró a devorar literatura en las bibliotecas, adquiriendo con ello un conocimiento de la novelística inglesa que se apreciaría más tarde en su obra. Es a su regreso, destinado a la cátedra de Filología inglesa en la Universidad Imperial, cuando Sōseki empieza a publicar relatos por entregas en las revistas literarias, de lo que resultará su primera novela, Soy un gato, que alcanzó gran éxito. Y es que esta obra humorística, en la que el narrador es un gato lleno de sentido común y de ironía, mostraba ya al lector japonés contemporáneo los efectos de la mencionada apertura a Occidente de la era Meiji, con los consiguientes conflictos en el ámbito de las costumbres y de los valores morales. Todavía hoy esta voluminosa novela, en la línea satírica de Opiniones del gato Murr de E.T.A. Hoffmann, es no por casualidad una de las más populares de su autor, pese a carecer de la riqueza y profundidad psicológica que lograría en sus producciones de madurez. Por cierto que éste no es el único gato en la obra de Sōseki, que volvería sobre el tema en La tumba del gato, narración breve en la que el autor insiste en mostrarnos la terca sensatez felina frente a la disparatada humanidad..

Soy un gato es de 1905, y del año siguiente es Botchan, novela también de enorme fama en Japón no obstante su carácter de obra menor. En ella Sōseki evoca su lamentable experiencia como profesor en la isla de Shikoku, desamparado ante la panda de sus díscolos alumnos y, lo que es peor, la de sus colegas profesores. Aquí el narrador, sin omitir un agudo sarcasmo dirigido contra sí mismo, muestra a su protagonista como un inexperto y a la vez engreído jovenzuelo persuadido de tener siempre razón y de poseer una indiscutible superioridad moral frente al mundo, lo que le convierte en un personaje fuera de lugar en la época y en permanente conflicto con el entorno. De hecho, la única relación social saludable que el protagonista logra establecer en toda la novela es con la anciana que fue su niñera, también ella (como el propio Sōseki) perteneciente a una familia venida a menos y, como dice el narrador, una mujer “a la antigua”. Volverán a aparecer personajes semejantes en la obra posterior de Sōseki.

Con Sanshiro, de 1908, la novelística de Sōseki se adentra en nuevos ámbitos, por mucho que las formas se mantengan fieles a sus obras anteriores, es decir, un estilo sencillo y directo que le permite poner en evidencia la crisis cultural y moral que vivía su país. Ésta se presenta aquí en la historia del personaje que da título a la novela, un joven de provincias que se traslada a Tokio para estudiar en la universidad. El encuentro con la gran ciudad, y sobre todo con el personaje de Yojiro, que se mueve en ella como pez en el agua, dará lugar a una serie de aventuras de las que el protagonista no siempre saldrá bien parado. Como en Daisuke, de 1909, y El caminante, novela de 1913, en Sanshiro se aprecia la profundidad de la brecha abierta entre la tradición y la modernidad, entre la educación y la vida práctica, brecha de imposible reparación que nos expresa los últimos estertores de una sociedad del pasado y los balbuceos de otra a la que a algunos les resulta imposible acomodarse.

Pero la ya mencionada El caminante es propiamente la primera novela moderna, casi experimental, con la que Sōseki trasciende el ámbito de la narrativa japonesa y se pone a la altura de los más grandes de la europea y americana. En ella el joven Jiro Nagano viaja a Osaka para visitar a un pariente y concertar un matrimonio. Sin embargo, aunque la novela está escrita en primera persona, su protagonista no es Jiro, sino su hermano mayor, Ichiro, el cual aparece sólo en la segunda parte. Éste sospecha de la relación mantenida entre su esposa y Jiro, lo que creará unas tensiones que se desatarán al final de la novela. En esta primera obra maestra de Sōseki el lector se ve envuelto en una tupida red de sutiles relaciones familiares de las que uno de los personajes, Ichiro, se siente excluido. Éste, que por tradición debería ser el cabeza de familia, es incapaz de toda reacción ante lo que sucede a su alrededor, incluso cuando le afecta personalmente. Obra de estructura compleja, es de las que mejor ha retratado a uno de los típicos personajes de Sōseki, y esto por medio de un relato indirecto, ya que el propio Ichiro apenas toma la palabra.

Es Kokoro, de 1914, la novela de Sōseki universalmente considerada como su obra cumbre. Aquí la dualidad ya manifestada en toda su obra anterior es encarnada por Yo y Sensei, cuyas narraciones en primera persona se alternan en una estructura que vuelve a ser compleja y que progresivamente nos va introduciendo en la inquietante historia de ambos y de la relación que los une. De este modo una en apariencia intrascendente amistad hilvanada en ocasiones epistolarmente, recurso por cierto ya utilizado por Sōseki en El caminante, acaba revelándose como una profunda historia en la que se mezclan el amor y la culpa, temas muy queridos por Sōseki en su madurez, y a menudo presentados a través de relaciones triangulares entre amigos o miembros de una misma familia. El tono crepuscular de la obra, construida en torno a la muerte del padre de Yo, alude al fin de una época, que es también el fin de un modo de entender las relaciones humanas. Así, no es extraño que en el contexto familiar de deberes y responsabilidades involuntariamente adquiridos acabe por instalarse la culpa, encerrada ésta en la verdad profunda de unos personajes que la velan pudorosamente y que sin embargo acabarán por expresarla. De este modo la obra de Sōseki termina por adoptar la forma de una confesión que no es sólo individual, ni exclusiva de una generación que se encontró perdida entre dos mundos, sino universal.

Esa universalidad es la que hace recomendable la lectura de estas novelas, a lo que habría que añadir el extraordinario y atractivo dominio que Sōseki alcanzó de unos materiales no siempre gratos ni de fácil transmisión y a los que él supo dar el toque maestro de la sencillez. Y si al principio de estos libros el lector puede dejarse llevar por algún prejuicio y formarse la idea de que aquello es una rara “historia japonesa”, no tardará en ser llevado hasta el fondo del corazón de estos personajes simplemente humanos.

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