martes, 29 de octubre de 2013

LECTURA POSIBLE / 121

VIKTORIA TÓKAREVA O LA ESTUPENDA CATÁSTROFE

Posiblemente al lector español le diga muy poco, o nada, el nombre de Viktoria Samoilovna Tókareva. Salvo error, sólo se han traducido al castellano tres de sus libros (dos de ellos en México), y de eso hace ya algunos años. En cambio, sus obras se han traducido abundantemente a otros idiomas, y en Alemania, por ejemplo, sus novelas y relatos tuvieron gran difusión en la década de los noventa, cuando en ese país la obra de Tókareva se convirtió en la más representativa de la literatura contemporánea rusa. Quizá la escasa divulgación entre nosotros de estas obras sea consecuencia de su carácter difícilmente clasificable, a medio camino entre la comedia y la sátira costumbrista, como difícil de clasificar es también el propio nombre de nuestra autora, el cual, de la manera que es corriente con los nombres rusos, ha sido transcrito a las lenguas occidentales de maneras diversas. Incluso la grafía que aparece en España en el único título publicado de Tókareva difiere de la que se empleó en su día en las ediciones mexicanas. De éstas últimas, que fueron traducidas por Selma Ancira, tomamos la aquí utilizada.

El de Viktoria Tókareva es un caso raro de fidelidad a unos principios narrativos, y eso a pesar del extenso período que abarca su producción, por no hablar de los grandes trastornos vividos por su país durante ese tiempo, es decir, desde mediados de los años sesenta hasta ahora mismo. Porque esta mujer nacida en 1937 continúa en activo, convertida hoy en toda una institución de las letras rusas.

Tókareva fue profesora de música y estudió, con la intención de convertirse en actriz, en el Instituto Estatal de Cinematografía de Moscú. En 1964 publica en una revista su primera narración, Un día sin mentiras, que en ese momento, en el que las autoridades de la URSS estaban alentando un tímido proceso de apertura política, fue muy bien recibida. Acerca de la misma escribe: “Enseguida me empezaron a llegar multitud de sugerencias. Estuve recibiendo un gran número de cartas de lectores con propuestas de matrimonio, las cuales fundamentalmente provenían de soldados reenganchados y de presidiarios”. Tras el éxito del relato, la autora firmó un contrato con la compañía Mosfilm para su adaptación al cine. En él se narra la historia de un profesor de literatura, el cual decide vivir un día sin mentiras. El verdadero problema se le presenta al personaje al final: “¿Qué iba a hacer los restantes trescientos sesenta y cuatro días del año?” El guión ya estaba acabado cuando un nuevo giro de la política soviética impidió la realización de la película, aunque para entonces Tókareva ya había establecido los contactos necesarios y pudo embarcarse en un nuevo proyecto. Las vicisitudes y el contenido de esta primeriza narración marcan la tendencia de toda la obra posterior de Tókareva. E incluso sus mayores logros en el ámbito cinematográfico vienen a constituir, cada uno a su manera, una especie de “día sin mentiras” en el que se expresa una realidad que en general prefiere ignorarse.

No mucha mejor suerte que sus libros han corrido los films en cuyo guión ha participado Tókareva, los cuales no parecen haberse distribuido nunca en España. De ellos, casi una quincena, estrenados entre 1968 y 2001, destacan al menos dos de enorme éxito que fueron producidos en lo que se considera la época dorada de la comedia en el cine soviético: Caballeros de fortuna (1972) y Mimino (1977). Estas películas, producto en parte de uno de los vaivenes políticos del momento, pudieron tratar humorísticamente algunos temas ignotos hasta entonces en la cinematografía soviética, en especial la delincuencia, de lo que es buena muestra el primer título citado.

Caballeros de fortuna, en efecto, cuenta la historia de Troshkin, director de un jardín de infancia que es confundido con el autor de un robo, el del casco de Alejandro Magno, ocurrido durante una excavación arqueológica. El malentendido provoca que el inocente y educado Troshkin sea introducido en los ambientes del hampa, lo que permitió a los autores del film retratar una parte más bien oscura de la realidad soviética. El segundo título, Mimino, también basa su argumento en un malentendido, el que sufre el personaje cuyo nombre da título al film, un georgiano piloto de helicópteros que siempre ha soñado con pilotar grandes aviones de líneas internacionales, y que aquí, durante un curso de adiestramiento en Moscú, se encuentra con Robik, un más que peculiar conductor de camiones. La gran ciudad, con su cinismo y sus para él extraños códigos culturales, desagrada profundamente a Mimino (“gavilán” en georgiano) quien pese a todo consigue realizar su sueño y vuela en un jet a reacción por todo el mundo. Pero la nostalgia, y su inadaptación a las nuevas formas de vida, le hacen regresar a su pueblo. Las películas citadas establecieron la reputación de Tókareva en la industria cinematográfica, reputación que ya era amplia en el ámbito literario mucho antes de que su obra fuera conocida en el extranjero.

Esa obra literaria se ubica  más allá de los tópicos propagandísticos de un lado y de otro, desvelándose en los actos de la vida cotidiana, marcados casi siempre por tortuosas relaciones de pareja. Algunas de las narraciones posteriores estarán ambientadas en el mundo del cine, repleto de actrices tan desvalidas como ambiciosas, directores alcoholizados, enamoramientos abruptos y relaciones sexuales fuera de la norma, todo lo cual viene a constituir una especie de viaje sentimental por el último medio siglo de la historia rusa.

En esos años dos de sus historias de mayor éxito fueron adaptadas al cine: Cien gramos de valentía (1976) y Talismán (1983). Acerca de estas narraciones, y de las publicadas en México por la editorial Circe, Equilibrio y El zigzag del amor, ha escrito la autora: “Mi tema es la nostalgia del ideal. Podría pensarse que el amor no guarda relación con los sistemas políticos, y sin embargo resulta que en la sociedad todo está integrado, incluso el amor”. En el relato Contar o no contar Tókareva nos muestra a la estudiante Artamonova enamorada de su compañero de estudios, el políticamente irreprochable Kireev. Si bien el suyo es un amor no correspondido, se dejará explotar por él, lo que cambiará el curso de toda su vida. El drama de la protagonista no impide que la naturaleza de sus relaciones sea objeto de mofa por parte de la narradora. Así, del primer marido de Artamonova, al que le falta un diente, dice: “Su valla tenía un agujero a través del cual todo su interior se hacía visible”, ya que la vida está repleta de esas fisuras por las que es posible asomarse a la molesta y casi siempre ignorada verdad, la misma que salía ya a relucir en “el día sin mentiras” de su primer relato.

El único libro de Tókareva editado en España, Pánico escénico (Ediciones del Bronce, 2002), reúne algunas historias representativas de su producción literaria, cuyos temas abarcan desde sus inicios en la escritura y en el cine hasta la llamada perestroika. De este volumen destacan tres historias: la que da título al libro, Mi maestra y La fractura. La primera tiene por protagonista a Marianna, que sueña con ser actriz y que a tal fin se verá enredada en las seducciones, intrigas y mentiras de la industria del cine, con sus personajes tan refinados y cultos como encanallados. El amor surge en estas páginas, pero lo que habría podido ser una banal historia de asuntos sentimentales se ve enriquecido por el humor y la frescura de la prosa de Tókareva, quien vuelve a dar muestras de su arte para describir fluidos estados psicológicos en plena ebullición de la manera más concisa. Al final, tras diversas aventuras, desengañada, Marianna renunciará al esplendor de la gran ciudad para componer uno de los esperanzadores desenlaces característicos de la autora: “Marusia recordó, al contemplar de nuevo la aldea ante sus ojos, los tres colores: el negro, el blanco y el gris perla. Y aquel estado de paz y tranquilidad que nunca había logrado”.

En Mi maestra la autora regresa a sus años de aprendizaje en el Instituto Estatal de Cinematografía para evocar los últimos años de vida de su profesora Katerina Vinográdskaia, “sacerdotisa del amor que arrojaba todo de sí sin recibir nada a cambio”. La fuerza vital de esta mujer, capaz por sí sola de despertar el vuelo de la inspiración en sus alumnos, mereció a sus ochenta años de edad, poco antes de su muerte, la carta de amor de un joven treintañero: “Usted ha sabido extraer de mi interior algo hermoso que permanecía oculto, pero ahora se ha vuelto a quedar cubierto por el polvo en algún lugar y se ha podrido por innecesario”, escribe el médico que ha tratado a Katerina de una grave dolencia. En este relato, que pese a su brevedad abarca un período de varias décadas, Tókareva utiliza con ironía el lenguaje que ya era común en el momento en que ella escribía, y en el que habían comparecido palabras como reestructuración o privatización. Y es que “todo cuento debe estar basado en la realidad. De otro modo, no es un cuento, sino un embuste”.

Tatiana, que en su juventud fue campeona de patinaje artístico, es la protagonista de La fractura. En un momento particularmente dramático de su existencia, tras una discusión con su marido a causa de la amante de éste, la ex campeona, ahora profesora de patinaje, sufre un accidente y se rompe un tobillo. Esta fractura señala otra mayor que se está produciendo en la vida de Tatiana. El relato narra las complicaciones de la recuperación de la protagonista, que entretanto conoce a un hombre al que convertirá en su amante. La conclusión del relato se produce cuando la protagonista, ya recuperada, se reencuentra con su marido y el hombre del que se enamoró durante su convalecencia: “Misha y Dimka estaban de pie entre la multitud. A Tatiana aquello no la turbaba. Lo realmente importante era quién estaría a su lado, el uno o el otro. Pero aún más importante era que ella se tenía a sí misma”.

Protagonistas de estas historias son gentes corrientes que parecen haber sido tomadas de la novelística y el teatro de Chéjov, pero que son llevadas aquí por sus sentimientos a situaciones extraordinarias en las que la autora no se recata en destilar sus gotas de ironía y humor. Quizá por eso su popularidad en Rusia no ha declinado, y son ya varias las generaciones de lectores que en su país se han identificado con estos personajes tan humanos y reales y que, siempre al borde de un abismo, acaban, tras la caída, encontrando la forma de empezar de nuevo. Esto justifica la frase que le dedicó Doris Dörrie, también ella escritora y cineasta, cuando su obra empezó a introducirse en Alemania: “Tókareva escribe como un transiberiano montado sobre el éxtasis: avanza a toda marcha hacia la más estupenda de las catástrofes”.

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